Los pobres ricos viven sin vivir en ellos. A los pobres ricos alemanes, franceses, británicos, españoles, no les llega la camisa al cuello. Algún malintencionado muerto de envidia ha filtrado unos datos donde aparecen los nombres y los números de cuentas en bancos ubicados en sitios paradisiacos de cientos de sufridos hombres de empresa (tanto de las privadas como de las públicas, que ya nadie es capaz de diferenciarlas) y Hacienda no va a tener otro remedio que dejar de mirar para otro lado y empezar a investigarlos. Vamos, nada nuevo para los que tenemos que ir tirando con el sueldo de cada mes y gracias.
Que las grandes fortunas de cada país sacan a veranear sus dineros por islas y paraisos varios no es una novedad. Que 8 de cada 10 grandes empresarios en España defraudan a Hacienda y tienen unos magníficos equipos de ingenieros financieros (ahora se llama así al noble arte de trincar y engañar al Estado) y despachos de abogados (los que conocen la ley) para lavarles el dinero y darle un par de centrifugados si hace falta, tampoco. No es que lo diga yo, lo dice Hacienda. Que las cárceles del mundo están llenas de personas que han hurtado y robado por valor de menos de 100 (casi 150 $) pero que allí no encontraremos a nadie que haya robado miles de millones, tampoco extraña a nadie. Los grandes banqueros y empresarios se codean con los grandes narcos en sus selectos clubes naúticos y en las salas de espera de sus abogados de cabecera. De eso viven países-cuevas con el consentimiento y aquiescencia de todos los poderes mundiales. Sin duda les interesa mantener esa situación. ¿De qué si no iban a vivir las grandes galerías de arte, las empresas inmobiliarias, los notarios, los abogados, los brokers y los gurús de las finanzas?
Yo me conformaría solo con que publicaran esas listas de nombres y el montante que cada uno de ellos lava o defrauda. Me encantaría por ver la cara que se les quedaba sabiendo que lo suyo es cosa pública y notoria, sobre todo porque son gente de alta alcurnia, buen apellido y notables y meritorios valores patrios a los que no siempre es fácil verlos con el culo al aire salvo en sus yates de lujo. A más de uno se le iba a atragantar el caviar.
Según los últimos informes sobre el tema, la sexualidad de nuestros adolescentes va camino de convertirse en una nueva disciplina olímpica. Resulta que van al grano antes de haber ni siquiera desenvuelto el paquete. Resulta que de nuevo se empiezan a poner de moda las iniciaciones en casas de mal vivir y que algunos tras dejar a la novia en su casa se van con sus amigos de putas porque les resulta más excitante y divertido. Nuestros adolescentes, y no tan adolescentes, solo han recibido información sexual a través de revistas, películas porno y comentarios entre los colegas. Para ellos las relaciones sexuales son algo puramente genital, absolutamente exentas de un componente moral o, tan siquiera, sanitario. Es decir, nuestros adolescentes se han librado de la pesada carga religiosa y moral que hemos sufrido los demás, pero en ese camino han perdido también el componente afectivo de la sexualidad. Piensan que el sexo es solo una cuestión muscular, física, de mete y saca, una especie de desahogo corporal que se puede practicar con cualquiera, en cualquier momento y lugar, incluso en pleno botellón entre cubata y cubata. Luego adornan sus relaciones con la aureola de la leyenda fantástica o el drama sangriento: ellas agarran al chico deseado por el polvo y ellos usan a las chicas deseadas por la piedra. Han perdido el erotismo y se han quedado en la genitalidad. Los aventurados, lo mismo se lanzan por un puente agarrados por una goma que mantienen relaciones con cualquiera sin esa goma. Sexo como riesgo, sexo como competición sumativa de velocidad más que de resistencia. Algunos, para dar la talla, tras varios cubatas y pastillas diversas, necesitan de la pastillita azul para lograr una erección. No es que la cosa sea muy diferente entre los mayores, pero al menos ellos tienen la excusa de la edad. El sexo es la nueva mercancía y nos lo venden en bruto y sin envolver, de saldo y sin posibilidad de devolución.
Lo mismo da con dos que con cuatro, mañana no recordarán ni su nombre. Lo mismo da si son de este o de aquel palo mientras se muevan. Desprovistos del armazón sentimental, su cuerpo queda a la intemperie de las hormonas y la fisiología.
Lo que mueve al mundo ya no es el sexo, sino la codicia. Y eso sí que es pornográfico y obsceno.
En cualquier época y lugar, las élites intelectuales han jugado un papel primordial, no solo en el campo científico, filosófico, artístico o literario del que fueran especialistas, sino en el terreno más común, pero no menos importante, de la política. Un intelectual, no solo tiene el deber de desarrollar el saber del que tiene conocimientos, sino que tiene la obligación de servir de conciencia crítica del mundo que le ha tocado vivir. Por eso, lo primero que tenemos que preguntarnos sobre la intelectualidad de nuestra época es sobre su paradero. ¿Dónde están los intelectuales en este país, o en Europa, o en el llamado mundo occidental desarrollado? Porque yo aquí solo oigo a unos obispos carcomidos y y unos tertulianos paniguados que mal saben de lo que hablan.
El intelectual de hoy vive cerca del pesebre que la Administración le cede y de los espectáculos mediáticos con los que aumenta el precio de su obra. Y como se debe a sus dueños, el intelectual de hoy calla más que habla y no tiene opinión conocida sobre los grandes dilemas de nuestro destino inmediato o de nuestro presente más real y trágico.
No es que haya muchos, y los que hay no es que sean muy buenos, salvo muy honradas y magníficas excepciones. Eso también es fruto de un sistema educativo burocratizado y corporativizado, además del control ejercido por los medios para solo abrir el grifo a determinados conocimientos.
Como dice Eduardo Subirats, el intelectual de hoy se ha transformado en un "performer del espectáculo y clérigo profesional de la maquinaria y los usos de la Administración estatal". Y como buenos clérigos, administradores de una verdad oficial única, ellos se encargan de plantear convenientes preguntas y sus respuestas y evitarnos así el triste (pero productivo) deber de producirlas nosotros; y además se han encargado de perseguir y acallar a los otros todos que no comparten su particular visión del espectáculo. La maquinaria educativa ha disgregado los saberes, la gran industria controla las agencias de investigación y sus medios de publicación. El intelectual se sustituye por el experto, menos peligroso y con gran capacidad acomodaticia: el experto y sus técnicas nunca son responsables sociales de nada. Ellos solo son responsables de la rentabilidad. La cultura pasa a ser mera mercancía, muchas veces hasta simulada.
Por eso cada día es más necesaria una nueva élite cultural, científica, artística y política, que destruya todo este falso sistema de conocimiento postmodernista y nos devuelva la conciencia crítica para cambiar el mundo.
Uno abre los periódicos o enciende el televisor e inevitablemente se encuentra con mil sucesos y escenas a cuál más violentas. No hay telediario que no se abra con la noticia de un nuevo atentado en Irak o en Durango (qué más da), una violación o el asesinato de un menor o de una mujer, la guerra aquí o allá, el secuestro de alguna persona, el apaleamiento de algún desgraciado que pasaba por mal sitio en el momento más inoportuno, la pelea entre bandas o el insulto entre rivales. Salimos a la calle y la cosa no es mucho mejor: uno le pega un bocinazo a otro y le gesticula de modo nada elegante, una moto te atraviesa el tímpano mientras el adolescente que lleva encima se juega la vida en el cruce siguiente o el descerebrado del coche recién tuneado te machaca con el petardeo que lleva como música. La violencia está por todas partes y tiene mil caras. Las más simples son las que acabo de describir sin entrar en mucho detalle.
Las más terribles son mucho más sutiles porque pasan casi desapercibidas o son tan maquiavélicas que son asumidas o aceptadas por la mayoría. Me refiero, por ejemplo, a la violencia estructural que ejerce el primer mundo sobre el resto del planeta al despilfarrar los recursos de todos como si fueran sus legítimos dueños; me refiero a la violencia de los dirigentes políticos que someten a sus votantes a un "trágate esto y más" día sí y día también con la excusa de los votos recibidos en las últimas elecciones; me refiero a la violencia de los mandamases de las grandes y medianas y pequeñas empresas que someten a sus empleados a mil y un abusos con la sencilla pero efectiva amenaza del despido; me refiero a la violencia de los bancos sobre sus clientes, las mafias de la construcción que chantajean a unos y compran a otros, para engañar a todos; la violencia del que sabe sobre el que no sabe o no sabe tanto; la violencia del joven sobre el viejo; la violencia del rico sobre el pobre, la violencia del líder religioso sobre su engañado rebaño, la violencia del fuerte sobre el débil...
Sólo la naturaleza no es violenta y cuando le aplicamos a sus "actos" (más bien sucesos) este calificativo lo hacemos más por asimilación que por corrección: un león que ataca y se come a una gacela no es violento; un huracán o un terremoto no son fenómenos que reflejen la violencia de la naturaleza, sino sólo su fuerza y los mecanismos de su funcionamiento. Otra cosa es que no nos gusten o nos causen serios trastornos. Un indio yanomani que caza entre los árboles no es violento. Sólo el llamado hombre civilizado puede ser violento, porque precisamente él es el único que puede decidir no serlo. Y él es el único que puede condenar la violencia, trabajar por la paz y luchar por valores como la tolerancia, el respeto, la igualdad, la justicia, que son incompatibles con la violencia en cualquiera de sus formas. Y eso, le guste a algunos o no, hay que enseñarlo desde pequeños y extenderlo con el ejemplo, del que tan faltos están precisamente los que más deberían darlo.
Decía Marx que la religión era el opio del pueblo, pero el opio no es la droga de moda en estos tiempos. Ahora se llevan más las drogas de diseño y los polvos blancos. Y es que ya se sabe que en el mundo empresarial, tan competitivo, sobre todo a nivel de los consejos de administración y los altos ejecutivos, la tensión es muy grande y no acaba nunca. La libre competencia le está sentando mal a algunas empresas y no digamos la globalización. Sin ir más lejos, la Iglesia Católica se ha visto obligada a mandar a su presidente a Brasil porque según los últimos informes bursátiles, las acciones católicas allí están yendo a la baja de forma imparable. La culpa por lo visto es de ciertos advenedizos pentecostalianos o evangelistas que con canciones y musiquilla le están quitando clientela a la vieja y elegante empresa romana.
El negocio de la salvación (o condenación) está en plena efervescencia. Antes para ir al cielo bastaba con cumplir los mandamientos y aguantar el sermón semanal de un clérigo cuyos ojos veían pecado por practicamente cualquier rincón del corazón humano. Hoy, por ejemplo para algunos musulmanes, no basta con seguir los preceptos de Mahoma, sino que si tienen prisa por llegar al cielo, se tienen que atar dinamita a la barriga para hacer saltar por los aires a los usuarios de cualquier transporte público. Previamente han recibido alentadoras palabras de ánimo por parte del imán de su mezquita que con todos sus años de vida aun no ha sentido la prisa por seguir semejante camino. Los católicos tienen que soportar a diario a algún cura pestilente y afeminado que ha hecho el milagro de la conversión del amor en solo sexo. No, el amor ya no existe ni en su vocabulario y sus mentes solo están preparadas para el sexo. El negocio es el negocio y a la clientela o la convences o la acojonas, pero aquí no se permite que se escape nadie. Por todos lados del ancho pasillo de las religiones que se autodenominan cristianas (sean protestantes o sumisas), se impone la moda de la música pachanguera, los gritos alucinados y la repetición convulsiva de consignas tipo Dios me ama. No te arreglan nada pero te dan vidilla y sale uno de estas sesiones, a mitad de camino entre una sesión de aerobic y un ritual de magia negra, con el corazón henchido de alegría y felicidad, como cuando te fumas tres porros seguidos. Está claro que el opio ya no se lleva, pero los camellos del cielo y la salvación siguen repartiendo mercancía barata en la puerta de los templos. Lástima que nadie se atreva a coger el látigo para echarlos a todos.
Se tiene la sensación (de manera creciente conforme pasan los años) de que la gente es cada día más desconfiada y de que vivimos en un mundo cada vez más áspero e inquietante, sin embargo, no somos conscientes de la cantidad de confianza que destinamos cada día a las personas de nuestro alrededor y que gastamos con mayor alegría de la que en principio se puediera pensar.
Desde que nos levantamos no hacemos otra cosa que confiar en los demás: confiamos que no nos envenenaran en los bares o restaurantes unos cocineros resentidos o unos camareros a los que se les puede haber ido la cabeza; confiamos en todos y cada uno de los conductores que nos vamos cruzando en calles y carreteras y confiamos en que no les va a dar por hacer un giro brusco cuando pasan a nuestra altura para empotrar su vehiculo contra el nuestro; confiamos que la viejita que vive en el piso de abajo no se va a despistar dejando el gas abierto; confiamos en que la receta del médico es la correcta, confiamos en el cirujano que nos abre en canal y suponemos que ese día no viene bebido y que ha descansado ocho horas al menos; confiamos en el dentista y su costumbre de lavarse las manos, en que el mecánico no se olvidó de apretar bien todas las tuercas, en el carnicero que nos despacha siempre carne de animales que han sido controlados y reconocidos; confiamos en el policía que no va a liarse a tiros con su pistola, en la chica de la guardería donde dejamos a nuestros hijos, en el que nos paga con un cheque, en el cajero del banco donde ingresamos nuestros ahorros; confiamos en que ese que viene por la misma acera a altas horas de la noche es otro como nosotros que va camino de su casa y que no va a sacarnos una navaja, confiamos en el conductor del autobus o del metro, en el piloto del avión y hasta confiamos en que su mujer no le ha echado algún veneno en el café del desayuno presa de los celos y que éste no le hará efecto justo a los diez minutos del despegue; confiamos en los perros, sobre todo si llevan collar y dueño, confiamos en todos nuestros órganos internos y estamos convencidos de que cada uno seguirá haciendo puntualmente su función sin tardanza y con el mismo entusiasmo que el primer día; confiamos en nuestras parejas, en nuestros hijos, en nuestros amigos y familiares, confiamos en que si descolgamos el teléfono abrá señal y línea, confiamos en los que sortean todas las loterías sean o no ciegos, confiamos en la Televisión y los maestros, en los libros y hasta en internet.
Somos confiados, más de lo que pensamos. Algunos hasta se fían de su sombra y algunos otros, incluso, se fían hasta de quien les dice que de nadie se han de fiar.
La Historia es un tren sin paradas y la del siglo XX fue una carrera desbocada en la que asistimos a la caída del comunismo, del fascismo y de muchas dictaduras, pero también asistimos al surgimiento de nuevos enemigos como el fanatismo religioso, un cadaver resucitado que enterramos allá por la Edad Media y cuyo entierro coincidió con el nacimiento de lo que llamamos Modernidad. Averiguar las causas de dicha resurrección no es cosa fácil, sobre todo teniendo en cuenta que vivimos en sociedades cada vez más tibias en materia de cumplimiento religioso. También es verdad que cuando muchos dejan de creer en las religiones más extendidas, fácilmente caen algunos de ellos en las redes de creencias aun más irracionales y extrañas, rozando la mágica estupidez infantil (videntes, gurús de la new age, sectas e iglesias de nuevo cuño aparecen por doquier para llenar el vacío).
Pero lo cierto es que el auge de dicho fanatismos religiosos (no hay religión que se libre: desde el fundamentalismo protestante norteamericano, a los exacerbados tradicionalistas católicos, junto a los ultraortodoxos judíos o los fundamentalistas musulmanes de cualquiera de las ramas del Islam) hay que interpretarlo como un intento de reconquista por parte de los clérigos de las sociedades modernas laicas que se habían librado de su yugo y se habían secularizado. Cuando por fin parecía que nos estábamos librando de la idea de dios, vienen estos fanáticos y desde sus púlpitos (mediáticos o tradicionales) se lanzan a una campaña inmisericorde de recuperación del poder y la influencia perdidos, sin que les importe la salvación de los creyentes ni lo más mínimo.
Ellos culpan a la Modernidad, ya de por sí tan atacada por el nihilismo de salón postmodernista, de todos los desastres humanos en sus sociedades. No necesitan argumentos racionales ni justificaciones verdaderas (para algo está la fe puesta al servicio de su causa), solo buscan volver a captar a las masas ignorantes y desorientadas. Tampoco quieren la solución para los desastres contemporáneos, puesto que ese es su caldo de cultivo, por lo que si pueden, echarán una mano para que la cosa no solo no se arregle sino que empeore. A la vista de todos está: neocons y teocons dirigiendo la política estadounidense, clérigos y terroristas llamando a la guerra santa en Irak, Afganistán, Sudán, Pakistán, Irán y miles de mezquitas repartidas por los barrios de inmigrantes de las grandes ciudades europeas.
Solo nos queda la esperanza de que nuestros hijos tengan la suficiente inteligencia y bondad para carecer de dioses y sacerdotes.
Las tiranías, democráticas o no, ya no se contentan con tener un control absoluto sobre tu cuerpo (no fumes, no bebas, ponte el cinturón o el preservativo, cuida tu alimentación, tu peso, trabaja, duerme, tómate vacaciones...) sino que ahora van también a por tu alma. Las tiranías van a por el ser pensante para aplicarle el peso de la maquinaria trituradora de ideologías.
Primero provocan la desvinculación de los individuos de sus grupos de referencia hasta dejarlos solos y desvalidos. Alientan la división hasta la atomización total del grupo matriz, rompen los vínculos hasta que todo sea un conjunto desolador de individualidades gregarias, como decía Hanna Arendt.
El individuo solitario, ese que solo consume se cree acompañado porque el hipermercado está lleno de individuos solitaros como él, pero en el fondo empieza a sentir el frío de la soledad calándole los huesos. Es un ser desgajado y roto, alejado de su comunidad de creencias (ya no cree en nada), de su comunidad de trabajo (ahora ya puede trabajar desde casa), de su comunidad de origen (deslocalización) y ha sido abandonado por todos: iglesias, sindicatos, partidos, familia y vecinos. Son sujetos que gruñen, en el coche ante el semáforo, en el ascensor, en el despacho o la ventanilla, pero se olvidan de hablar porque no encuentran congéneres. Se olvidaron hasta de su propia imagen y ya ni se reconocen en el espejo de los valores y principios.
Pero las tiranías no se contentan con eso. Quieren más. Quieren individuos animalizados, sin vestigio ni rastro de humanidad alguna, fisiologizados y limpios, desaromatizados pero a cuatro patas, embrutecidos de forma salvaje, engañados con la ilusión de una libertad que no es más que la cadena que los eclaviza a las pulsiones y deseos más primarios. Ya no hay metas, ni carreras, ni esfuerzos: solo existe el aquí y el ahora, sin consecuencias ni efectos aparentes, deseos, impulsos vacíos, testiculares u ováricos, plenos de desidia.
Así el hombre agoniza ahíto de supuesta libertad, inculto ahogado en información, abandonado en medio de una tecnología que le controla y somete, solo entre multitudes, sin pensamiento ni lenguaje, rodeado de sonidos abortados, ruidos que ya anidan en su propio vacío anterior.
Eso son los ciudadanos que quieren políticos, banqueros, comerciantes, mercaderes, jefes de personal, chamanes y curas. Esos son los ciudadanos del futuro global y terrorífico, el que diseñan los neo-tontos de la línea dura o de la light que nos gobiernan.
Renovarse o morir que decía el eslogan. Parece que Benedicto ha tomado cartas en el asunto ese -pecata minuta- de la crisis de la Iglesia Católica - Crisis? what crisis? que cantaba Supertramp- y ha decidido dar por concluído el "experimento" CV2 (que para los que no están muy metidos en estos temas quiere decir Concilio Vaticano II). Nada de misas cara al público, que podría considerarse una expresión de acogida demasiado cálida, y nada de misas en lenguas vernáculas (que como la misma palabra suena, no suena nada bien). A partir de ahora todo el mundo a estudiar el idioma del imperio -romano, no estoy hablando ahora de Bush- para poder seguir la misa. Es decir, que si antes no escuchaba ni la mitad y no se enteraba ni un tercio de los asistentes (unos por falta de oídos y otros por problemas de retención, cosas de la edad media de los susodichos), ahora ya va a ser el apaga -y- vámonos- Manolo- que- yo- a- este- señor- no- le- entiendo. No sé qué opinarán del invento obispos (en activo o en su dorado retiro) como Setién o Vázquez o Ricard, tan defensores ellos de las lenguas regionales como forma de conseguir votos en sus respectivos dominios feudales. Tampoco sé qué opinarán los teólogos críticos: porque aún no han hablado algunos y otros porque ya no van a hablar pues Benedicto los ha callado (Jon Sobrino ha sido el ultimo de una esmerada y larga lista de proscritos) en los últimos 27 años. No me imagino qué van a hacer muchos de los pocos curas que quedan en activo y que tienen el latin tan oxidado como yo, o los pocos jóvenes que aun se atreven a entrar en una iglesia, porque la ESO destruyó cualquier atisbo de enseñanza clásica que se preciara de llamarse así. Veo, como en un sueño, surgir un número ingente de academias de idiomas para enseñar a todos a hablar o, al menos, entender, la lengua de los shamanes; veo al neopijerío nacional asisitir de nuevo a los templos, ahora ya por fin limpios de impurezas postconciliares, para contemplar los sagrados ritos y liturgias que representan con exotismo calculado a lo largo de los siglos los pocos oficiantes vivos con dominio del latín. Dice Benedicto que ello ayudaría a renovar la sagrada unidad de la cristiandad, sin recordar el pobre que si en algo ha estado unida la cristiandad alguna vez ha sido precisamente en su íntima y profunda animadversión hacia la iglesia oficial que ahora pretende resucitar. Ha elegido el camino de los sioux: morir matando. Es decir, huir y tirar por la del medio, convirtiendo las iglesias en centros para turistas que asistirán a un rito desconocido pero que, sin duda, les ayudará a viajar en el tiempo. Las fotos se cobran aparte.
Siento agriarle la leche a Mi Rival que andaba preocupado por lo de la la lactancia materna en el post anterior, pero es que la noticia de hoy me obliga a escribir para expresar mi indignación. Resulta que los ricos y famosos no tienen bastante con joderle la vida a millones de seres humanos en el Tercer Mundo, no les resulta suficiente con explotar a millones de trabajadores en las fábricas que sus papis dirigen, sino que ahora se dedican a poner en peligro la vida de cientos de conductores que ven atónitos cómo una decena de coches de lujo y deportivos les adelantan a gran velocidad y sin respetar ninguna norma de circulación. España, dicen los miserables, es un destino magnífico pues aquí las multas son más baratas y la policía es amable. Pagan a tocateja y siguen su marcha, preocupados únicamente de llegar a tiempo para la gran fiesta que cada día, al final de su dura jornada de conducción temeraria, les espera en el hotel de lujo donde tienen reservada su suite. En Estados Unidos les llaman bullrun y artistas y famosos compiten por hacerse un hueco en uno de los coches participantes aunque les cueste la friolera de 20 o 30 mil euros. Claro que les da igual, eso es lo que muchos de ellos ganan con solo enseñar el culo en una triste película de Hollywood. Pobrecitos niños de papá, malcriados, estresados, enchufados a la adrenalina, anestesiados en una conciencia que no tienen y a la que le da igual atropellar a una persona o provocar tres accidentes mortales en vehículos que no tienen nada que ver con su glamourosa carrera.
Por mí como si se matan, pero que nos dejen a los demás en paz. Nada perderíamos si desaparecieran todos estos parásitos. No haría falta ni que se murieran (no se merecen ni la tierra que les iba a cubrir), bastaría con que no volvieran a aparecer en una pantalla de televisión o de cine.
Maldita sea la leche que les dieron, con perdón!
Uno con la edad se vuelve más impertinente y pierde la paciencia con mucha mayor facilidad. Así, al conocer sobre la negativa de las más cotizadas modelos a pesarse antes de desfilar por la pasarela Cibeles, mi hígado se ha puesto las pilas y ha empezado a fabricar bilis de forma imparable. Aducen las susodichas que eso de someterse al dictamen de una balanza es humillante, olvidando las mil humillaciones a las que a diario se someten para pasear sus desnutridos cuerpos por una plataforma elevada entre la mirada atenta de los gurús de la moda expertos en vender la nada. Encuentran las pobres humillante tenerse que pesar como las antiguas esclavas en el mercado y se olvidan que ellas son esclavas voluntarias de las etéreas geometrías corpóreas que los diseñadores y modistos inventan y deciden para ellas. Su falta de una adecuada ingesta de alimentos o el exceso de cocaína esnifada por sus lindas naricillas les hace olvidar, probablemente, que permitir que las paseen por medio mundo medio desnudas, famélicas y ojerosas debería estar penado por el Tribunal Internacional de Derechos Humanos y que sus managers, progenitores y demás explotadores cercanos deberían estar todos dispuestos a pasar una buena temporada en la cárcel por ser unos negreros muy modernos y unos proxenetas de diseño que venden la infancia y salud de sus hijas por cuatro duros. Son esclavas, sí, de unos valores perversos que ellas mismas han asumido y que pasean con orgullosa obscenidad en cada desfile. Son las esclavas de la talla 34, misses de la miseria moral que nos acecha, frágiles modelos del vacío.
Solitarios o en grupo, tan normales que nadie se fija en ellos: visten de tal forma que no llaman la atención ni por extravagantes, ni por ridículos, ni por ir a la moda, ni por elegantes ni por estrafalarios; se peinan como toda la vida y no se tiñen el pelo; van al teatro y al cine, al futbol, a los conciertos, a la playa, al bar, van a todas partes pero nadie los ve. Trabajan en los mismos sitios y ocupan los mismos puestos que cualquiera. Tienen nombre y pasaporte, libro de familia y hasta carnet de algún club social. Tienen hijos y padres, parejas, tan normales como ellos mismos, viven en nuestros mismos edificios y ciudades, conducen coches o viajan en autobus o metro. Hacen las mismas colas, beben lo mismo, comen igual, gastan su tiempo de la misma manera que todos y sienten igual. Votan y se manifiestan, juegan a la lotería, compran y consumen, te los cruzas en la calle y el portal, a la salida de la oficina y en el supermercado, te rozas con ellos mientras caminas en las calles o vas en el tren o esperas en la cola del servicio. Ven la televisión, hacen zapping, tienen ilusiones y sufren enfermedades. Van a la escuela o al taller, a la iglesia o al hipermercado. Huelen, sienten dolores, se cansan, hablan, sudan, comen, practican sexo y duermen. Algunos llevan gafas, o son calvos, o tienen bigote, o están rellenitos, o son bajitos o todo a la vez o ninguna de todas estas cosas. A veces tropiezan y de pronto los miras y te das cuenta de su existencia por un instante fugaz como la propia anécdota. Otras veces se asoman a tu campo de visión porque de pronto oyes un grito o porque se dirigen a ti para pedirte la hora o porque te han dicho buenos días.
Existen. Son (somos) la mayoría. Personas normales, que no llaman la atención por nada, nunca o casi nunca. No son (somos) noticia ni portada, no hacen (hacemos) declaraciones. Somos (son) y eso nos vale.
Los humanos tenemos muchos comportamientos extraños. Dicen los paleoantropólogos que la superioridad del Homo Sapiens Sapiens sobre el Homo Neandertalensis se basó en su capacidad de asociación y de compasión para con los otros miembros del grupo.
Ser solidarios está de moda y hay cadenas de televisión que hasta les dedican campañas a los grandes problemas de la humanidad; eso sí, han de ser doce para que les coincida con el slogan de la campaña: "doce meses, doce causas". Ni uno más ni uno menos. Peor sería si ni siquiera hicieran eso, pensarán algunos. Es probable, pero también es posible que ese tipo de campañas mediáticas lo único que pretendan es lavar cierta imagen frívola del canal o conseguir una audiencia más complacida con la televisión que ve a diario. Es probable que estas campañas mediáticas contribuyan a generar una cierta sensación de que solo las grandes corporaciones y campañas sirven para salvar vidas o mostrar la solidaridad.
Los falsos solidarios han existido siempre. Pocos se atreven a ejercer su solidaridad con la mano derecha sin que lo sepa la izquierda. Y es que para muchos de estos nuevos solidarios la acción social se parece más a una coartada para mantener a raya su conciencia que a un impulso altruista y desinteresado. Así, si ser solidario está de moda, lo mejor es hacerlo en alguna marca de prestigio, que nos permita sentirnos integrantes de un ente que goza de fama y reconocimiento: nada de ejercer una medicina humana en tu centro de salud en el barrio más cochanbroso de la ciudad, mejor apúntate a Médicos sin Fronteras; nada de ser limpios en nuestras salidas al campo, en respetar los jardines, o cuidar el medio ambiente en el día a día de nuestra casa; en vez de eso pagamos la cuota de Greenpeace; y para no ver la mugre que nos rodea, nos hacemos socios de cualquier ONG que se dedique a proyectos de desarrollo en el Tercer Mundo. Yo siempre he pensado que quien no es capaz de ver que a dos manzanas de donde vive la gente se sigue pudriendo de hambre o sida es que tiene puestas unas anteojeras en su conciencia. Me resultan paradójicas las campañas de muchas empresas (farmacéuticas, petroleras, grandes corporaciones de la alimentación, bancos, etc) que dicen que dan un porcentaje de tu compra para ayuda a proyectos solidarios o que cada vez que utilices su tarjeta o bebas su refresco un niño será vacunado de la malaria o del sarampión. Es como si me hicieran chantaje. Pero tambien desconfío de esos artistas y famosos que se hacen retratar cuando visitan una misión en Ruanda o un orfanato en Burundi. Y es que la falsa acción es casi siempre la más espectacular y más fácil de calzar, la que te convierte en héroe y te saca del anonimato, la que lava y limpia conciencias, la que hace tintinear las monedas en la mano antes de echarlas en el cestillo para que todos escuchen el sonido de su compasivo corazón.
Cuando uno contempla los rostros de las personas que viajan en el metro o el autobús urbano a eso de las ocho de la tarde, podría preguntarse si los que viajan proceden del algún centro de tortura o acaban de salir del hospital tras una larga enfermedad. Decían los nazis que el trabajo liberaba, lo cual está por demostrar, pero lo que nadie duda es que el trabajo es el camino más recto para el desahucio personal.
Nuestro maravilloso sistema económico se emplea a fondo durante cinco días a la semana para crear millones de seres exhaustos, agotados, desorientados, tendentes al alcoholismo o al prozac. Separa a las familias, rompe las relaciones vecinales y procura el máximo individualismo en el entorno de trabajo. Pero el sistema no se para ahí. Tras haber sacado hasta la última gota de esfuerzo de estos ejércitos de trabajadores, los fines de semana les planifica una especie de sesión continua en los grandes templos del consumo (y el ocio, que es lo mismo): miles de hermosos escaparates luminosos, cines, establecimientos de comida rápida (y basura) te centrifugan el cerebro para que sientas el placer de consumir y te olvides del sufrimiento del producir. Al menos hasta el siguiente lunes en que empieza de nuevo el proceso.
El trabajo se ha convertido en el gran método de expoliación de la vida y de la memoria: ya casi nadie recuerda lo que es perder el tiempo charlando durante horas en una plaza o a la puerta de su casa; casi nadie pasea por el simple hecho de pasear, sin la finalidad de bajar el colesterol o los kilos; muy pocos saben aun apreciar el valor de contemplar cualquier expresión de belleza o de escucharla, sin más, a través de la música. Muchos aun hacen eso, pero lo hacen mientras realizan dos y tres tareas al mismo tiempo. El sistema no descansa: producir para consumir, consumir más para producir más, para consumir más y más. Menos mal que para algunos privilegiados, entre los que me cuento, el trabajo aún nos resulta enriquecedor y placentero, nos realiza y puede que hasta nos libere.
PD: no se lo digáis a mi jefe!!!
Una de las más dañinas armas de destrucción masiva es el rumor. Basta un simple rumor para derribar gobiernos, romper amistades, quebrar empresas, abatir pedestales y doblar voluntades. Pero sobre todo, el rumor sirve para dañar a las personas que son su blanco.
Ante un rumor nada se puede hacer. Si te dedicas a rebatirlo quiere decir que el rumor es cierto por aquello de que "el que se pica es que ajos come"; si decides no prestar atención, entonces es que "el que calla otorga". Hagas lo que hagas, estás vendido.
El rumor necesita de dos elementos fundamentales: el iniciador del rumor, de cuyas obscuras razones casi nada podemos saber, pero que viene a demostrar la falsedad del tópico de que el hombre es bueno por naturaleza; y el que presta oídos, primero, al mismo y, luego, boca para su secuencia de transmisión. Tan responsable es el primero como el segundo, el que prende la llama como el que aviva el fuego. Las razones del segundo también se me escapan. El primero se puede mover por venganza, por odio, por rabia, por celos, por envidia... pero ¿y el segundo? ¿Es que necesitamos creer siempre que no hay nadie bueno? ¿necesitamos confirmar que los demás son tan malos como nosotros mismos? ¿precisamos que se cumplan nuestras malas expectativas para poder confirmar nuestros temores? ¿es más fácil creerse lo malo que lo bueno de una persona? ¿por qué no se rumorea acerca de alguien que se va a convertir en un gran mecenas o en un estupendo filántropo? ¿por qué siempre acudimos a los supuestos trapos sucios? ¿es una cuestión de audiencia?
.... qué joder!!!!
Nunca corren buenos tiempos para la libertad, pero los que han luchado alguna vez por ella hasta el punto de arriesgar vida y haciendas, saben perfectamente que el camino no te regala nada y a poco que te descuidas te quita lo poco o mucho que hubieras conseguido.
Hace tiempo que el fanatismo más irracional se ha apoderado de muchos sectores del mundo islámico. Las religiones suelen ser un buen caldo de cultivo para las tendencias más irracionales de una sociedad. Cuando mezclamos pobreza y religión es fácil ver cómo surge la planta del fanatismo. Si esa planta se riega con ciertos intereses políticos, el resultado es el que vemos en los periódicos desde hace unos días.
Ha bastado una simple excusa como el asunto de las caricaturas publicadas inicialmente por un diario ultraderechista danés, para encender una mecha que no sabemos dónde puede acabar. Y lo peor es que mientras todo eso ocurre, a un lado y a otro de tan artificial conflicto, hay políticos y clérigos frotándose las manos y con la sonrisa en la boca.
Europa y sus dirigentes (y ciudadanos) no han sabido reaccionar ante la salvajada brutal del asalto a las embajadas y consulados, ante las amenazas de un sector integrista del mundo islámico. El miedo de sus dirigentes, periodistas y ciudadanos, en general, les impide defender con orgullo una conquista secular como la libertad de pensamiento, la libertad de prensa y la libertad de opinión. La ignorancia, los intereses espúreos, llevan a otros a atizar el fuego, sin comprender que lo que hoy incitan se puede volver contra ellos mismos en poco tiempo. Y la falta de tacto (calculada o no) de algunos medios de comunicación hace el resto del trabajo.
Bastaría recordar cómo se comportaron los gobiernos europeos ante las amenazas y bravatas de Hitler en la antesala de la II Guerra Mundial, para comprender que si copiamos aquella actitud cometeremos dos veces el mismo error. No se puede ser tolerante con la intolerancia.
Comienza el nuevo año (al menos para esa minoría soberbia que somos los occidentales, pues no comienza un año nuevo para musulmanes, asiáticos ni judíos) y ya tenemos ahí nuestro mejor símbolo: el rallye Paris-Dakar. Nuestros héroes (ricos de por sí, por su familia o por el patrocinio de otro adinerado) ociosos durante todo el año, por fin encuentran sentido a sus vidas y nos ofrecen durante unos días el terrible espectáculo de la carrera a través del desierto.
Nos preocuparemos por los accidentados, por los perdidos entre las dunas, nos entristeceremos por los que abandonan a mitad de carrera, nos entusiasmaremos con los ganadores de las diferentes etapas, hasta llegar a las playas de Dakar. Pero si por casualidad alguno se fija en las imágenes, también podréis ver a los desahuciados pobladores de aldeas de miseria que contemplan embobados ese desfile de obscena indiferencia delante de sus casas. Pasan con la velocidad de un rayo y con suerte dejan caer como último testigo de su presencia una lata vacía de coca cola o los restos de un neumático destrozado por alguna piedra.
Occidente se pasea por el continente del hambre y del sida, Occidente juega en el desierto de la vida, Occidente despliega su parafernalia de excesos y derroches y demuestra así al mundo su superioridad tecnológica, que no moral.
Si yo fuera uno de esas pobres almas de arena y hambre, les arrojaría en justa correspondencia, una piedra, como símbolo de mi amistad.
Dicen que todos cojeamos de algún pie. Algunos, incluso de los dos. Hay críticos de arte que disfrutan diseccionando los errores estéticos de tal o cual obra, pero que no aprecian la menor contradicción en el hecho de ir vestidos como auténticos pero modernísimos adefesios. Son esos mismos que van a restaurantes de moda a pedir la castiza tortilla de patatas en versión desestructurada por un tal Adriá. Hay escritores que se pasean de programa en programa y de entrevista en entrevista diciendo que ellos no desean recibir ningún premio y que jamás van a las casetas de la Feria del Libro a firmar ejemplares de sus obras. Suelen ser esos mismos que no han recibido ningún premio y han visto sus carreras literarias jibarizadas por las exiguas ediciones de sus libros. Hay políticos que mientras defienden los intereses de sus conciudadanos, son capaces al mismo tiempo de gestionar una buena recalificación de terrenos (curiosamente) de su propiedad sin mostrar el menor atisbo de fatiga por el trabajo. La Iglesia, sin ir más lejos, es capaz de condenar al sida y al hambre a millones de africanos con tal de no dar su brazo a torcer en materia de preservativos. El mismo Bush, cuyos gustos pornográficos son extremadamente sutiles (veanse las fotos de Sadam Hussein en calzoncillos filtradas a los medios de comunicación hace unos meses), es capaz de mostrarse totalmente brutal (en el sentido literal de la palabra) en las demás facetas de su vida. Y es que no hay nada como la coherencia a la hora de ser uno mismo. Mientras algunos se consumen por la envidia al ver las exitosas vidas de sus congéneres de patio de recreo o de comunidad de vecinos, capaces de cojear sin que se les note, a otros se nos resiente el cerebro y la cadera ante tanto desequilibrio a la hora de caminar por la vida.
Las noches de Paris ya no son lo que eran. Han perdido todo el romanticismo y se han convertido en noches para sacar el lado salvaje del ser humano. Algunos han empezado a ver las orejas al lobo y esperan alarmados que papá-estado les saque las castañas del fuego. No comprenden cómo unos ciudadanos de tercera pueden reclamar los mismos beneficios que los ciudadanos de primera. Otros, los de siempre, aprovechan la ocasión para recordar que todo esto puede ser efecto de "una mala política de inmigración", queriendo decir en el fondo de su corazón que lo que habría que haber hecho hace muchos años es haber prohibido la entrada en la sacrosanta Europa de estos sans cullottes extranjeros. El Gobierno se reune con los profesores de los colegios e institutos de la zona, como pidiendo explicación, pero en el fondo buscando respuestas a un misterio que no tiene nada de enigmático. Están asombrados que en el corazón de la civilizada Francia, pueda ocurrir algo que solo lo hemos visto en los barrios negros de Nueva York o Los Angeles. Se sorprenden de la violencia y el rechazo brutal de grupos espontáneos y organizados de jóvenes hacia la sociedad que les ha dado ¿qué?
La bomba de la pobreza y la marginación que estaba oculta y aparentemente neutralizada en la periferia de las ciudades europeas, de pronto, ha encendido su cuenta atrás, su temporizador con retardo, y ahora nadie acierta a desactivarla.
Unos, los de siempre, piden mano dura con los revoltosos, como si eso fuese a solucionar el problema. ¿A cuántos miles habrían de meter en la cárcel? Otros se aprestan a conceder ayudas, subvenciones, becas, subsidios, para tapar las bocas durante un rato. Aunque todos saben que la solución no puede ser pan para hoy y hambre para mañana. La solución era bien sencilla y se sabía hace ya muchos años, pero fue más fácil explotar al inmigrante, recluirlo en guetos donde pasaran más desapercibidos, no trabajar por su verdadera integración ni por la de sus hijos, ya auténticos enfant de la patrie nacidos en suelo francés. Hoy estos enfants terribles han puesto la patria patas arriba dejando ver sus miserias. Reclaman lo que cualquier ciudadano: trabajo digno, salario digno, vivienda digna y leyes iguales para todos. Quizás porque tuvieron que aprenderse la Marsellesa en el colegio y porque en sus clases de historia les contaron la Revolución Francesa. Hoy, Paris necesita algo más que una misa, y el resto de Europa lo sabe y se pone a rezar.
España, vista por los españoles, se parece mucho a una gran chapuza nacional. Nuestra capacidad en este campo siempre ha sido portentosa y cuando parecía que en alguna ocasión habíamos alcanzado el límite, siempre venía una nueva oportunidad para demostrar que en el noble arte de la chapuza siempre cabía superarse.
La chapuza normalmente conlleva una elevada dosis de improvisación, de imaginación y de capacidad creadora, al tiempo que un buen pedazo de desplante a todo lo que signifique actuar de forma planificada, coordinada y sometido a un proyecto de desarrollo. Los adelantos tecnológicos y los avances científicos, lejos de disminuir el número y calidad de nuestras chapuzas, no ha hecho sino potenciar ésta hasta límites insospechados. El trabajo de todo un equipo de personas durante semanas volcado en un ordenador averiado se puede salvar gracias a la horquilla del pelo de una secretaria en un destello de genialidad patria. La chapuza no es patrimonio nacional nuestro. Otros países tambien la practican, pero la nuestra sí que tiene un estilo propio: suele ser graciosa y producirse donde menos se espera: nuestro sistema educativo, sin ir más lejos, es una gran chapuza en la que han colaborado durante años expertos pertenecientes a distintos colores ideológicos y pesebres políticos. Dense cuenta lo que pueden llegar a hacer decenas de cerebros admirables, expertos en sus respectivos campos, poniendo parches desde hace décadas sobre lo que parecía un simple pinchazo y resulta que es uno de los mayores desastres de nuestra historia reciente. Habría miles de ejemplos: el Prestige, el incendio de Guadalajara, el helicoptero de Afganistán, el viaje en avión de los sesenta militares muertos y su posterior identificación por los forenses militares, el incendio del Windsor, el tunel del Carmelo, las obras en la M-30, el proyecto de estatuto catalán, el plan Ibarretxe, los pollos preparados con salmonella, nuestra participación en la guerra de Irak, el parlamento en general, la labor del partido del gobierno, la labor del partido de la oposición... Y es que la atracción por la práctica de la chapuza es muy consistente y arraigada. No sé cuanto porcentaje del PIB español se debe a la chapuza, pero seguro que no es una cantidad despreciable. Ojalá que la suerte nos siga acompañando...
Hay seres humanos, como tú y como yo, que vuelan en aviones privados para no tener que hacer las colas en los aeropuertos que hacemos tu y yo. Hay seres que habitan en viviendas de más de 500 metros cuadrados rodeados por vallas y vigilantes porque no se sienten seguros en el mundo que han contribuido a crear a su alrededor. Tienen mujeres que se gastan en una tarde de compras un millón de euros para combatir la soledad o la depresión. Algunas creyeron hacer el negocio del siglo al venderles su coño cuando aún era joven. Hoy se reunen en sus selectos clubes sociales donde le abren las piernas a cualquier monitor de paddel que les mire con ternura.
Son seres que viven de explotar a otros seres, a veces a miles de kilómetros de su confortable hogar y que cuando sus hijos les preguntan qué tal ha ido hoy el día, contestan orgullosos que bien. Sus rostros permanecen en su mayoría ocultos y sus nombres sólo aparecen en las convocatorias de los grandes consejos de administración. Con su dinero pueden comprar todo lo que quieran. Pueden comprar voluntades, que es lo más barato del mercado; pueden comprar secretos, cuyo precio depende de lo que tapen; pueden comprar hasta niños o niñas, como el que que compra cien gramos de jamón cocido en la charcutería. Y se los pueden comer, porque además de tiernos están sin registrar. Se mearán en ellos antes de abandonarlos en un contenedor.
Hay seres cuyos amigos ganan mucho dinero vendiendo armas a países que luegos son bombardeados, cuyas empresas escupen mierda por sus desagües y chimeneas, mientras otros amigos suyos (pero no de su clase y condición) hacen la vista gorda desde sus puestos en la administración. Algunos de ellos, los menos adelantados, se meten en la política, sobre todo en partidos de orden y seguridad. Allí algunos acaban sus carreras, pero la mayoría no hacen sino empezarlas. Huelen bien y visten con traje y corbata. Encienden puros en las cubiertas de sus yates mientras sus amantes tuestan las tetas al sol.
Son seres que han triunfado en la vida, que han aprendido a ganársela y que no les preocupa en absoluto que un camello les tome la delantera al entrar en el reino de los cielos.
Resulta imposible echar un vistazo alrededor, estemos en donde estemos, y no encontrar a varias personas pegadas a su teléfono móvil: hablan de negocios, dan instrucciones a la chica que limpia la casa o hace de comer, quedan con sus amistades, comentan el último rumor que ha llegado a sus oídos o simplemente se dan toques. Casi nunca estamos libres de estas situaciones, estemos en lugares y momentos convenientes o insólitos. Los móviles se entremezclan con todas las situaciones y espacios del día. No es de extrañar que muchos sufran de adicción a estos artefactos de comunicación.
Sin embargo, su utilidad no es tanto la de permitirnos decir cosas, como la de permitirnos estar en contacto con todo el mundo en cualquier momento. El objetivo no es mantener largas conversaciones como las que se mantenían en las viejas charlas vecinales o familiares en las noches de verano o en la intimidad del hogar. La conversación por un teléfono móvil no busca intercambiar profundos pensamientos y modificar la visión sobre un asunto en el otro. Buscamos verificarnos, comprobar a cada instante que existimos porque alguien nos responde al otro lado y nos nombra; pasar mágicamente de la soledad a la compañía, del silencio al diálogo, pulsándonos, tocándonos. Su instantaneidad a la hora de dar respuesta a nuestro deseo es lo que lo hace adictivo, como las drogas. El móvil resuelve de forma casi magistral el problema de autoafirmarnos, de mantener la soledad deseada en equilibrio con el estar conectado al otro. Y nos permite conservar además una ilusión de libertad e independencia, pues siempre podemos decidir recibir, colgar, llamar o desconectar. En cualquier caso, me resulta dificil no sentir que estos aparatos más que móviles e autónomos, lo que llevan es una larga cadena atada a la pared.
El insulto resulta rentable y lo podemos comprobar en casi cualquier campo de la vida social. Hubo tiempos en que la buena educación, los buenos modales, las buenas maneras, el buen hablar, eran la mejor carta de presentación para cualquier persona. Los que por una causa o por otra no reunían tales características, eran de alguna manera sabiamente discriminados por sus congéneres haciéndoles feo por su conducta o por sus palabras.
Sin embargo, los tiempos han cambiado, y hoy lo bajuno y ordinario se muestran en su máximo esplendor. Basta ver a nuestros políticos enzarzados en riñas de patio de colegio en los pasillos del Congreso o insultando a la inteligencia del electorado en plena campaña electoral para comprender hasta donde ha llegado esta moda. La política es barriobajera, quizás contagiada por esa moda impuesta desde los medios a todas horas. Encendemos el televisor y da igual la hora, la cadena o el programa, pues automáticamente somos pasto de un bombardeo de imágenes soeces, de comentarios inoportunos y degradantes, de mentiras y calumnias vertidas por cualquier famosillo o tertuliano. Escuchamos música o vemos vídeoclips y resulta que hoy la música latina se ha convertido en un magnífico contenedor de ordinarieces disfrazadas de una supuesta elevada carga de erotismo o simplemente revestidas de una fuerte dosis de violencia. Las letras, los movimientos, nos conducen directamente a la época en que el hombre aún no andaba erguido y se comunicaba con sonidos guturales primitivos y animalescos. No dan más de sí. Necesitan mover continuamente sus manos para dar énfasis a un mensaje de encefalograma plano mientras un grupo de chicas contonean sus caderas hasta llegar casi al esguince.
Dicen que así suben las audiencias, pero a mí solo me invitan a apagar el televisor o la radio. Al menos la factura de la electricidad me beneficiará, aunque lo que ahorre por un lado lo tenga que invertir en curar mis oídos, o peor, mi cabeza. Me siento insultado en mi sensibilidad y en mi inteligencia, que aunque no sea mucha, me llega para algo más que para emitir insultos o para restregarme contra los otros.
¿No será la edad?
Cuando miles de personas se están lanzando la palabra familia y la palabra matrimonio a la cabeza, hacen algo más que juegos florales de primavera, algo más que un ejercicio filológico de etimología. Se lanzan una idea que está en sus mentes y corazones, que está más del lado de los sentimientos que de la razón. Nunca me han gustado esa clase de juegos, porque aunque me guste jugar con las palabras, no es de mi agrado jugar con lo que ellas significan.
Por esta razón no acabo de comprender a los que en estos días andan tan excitados pensando que la familia está al borde de la desaparición o que el matrimonio se ha desnaturalizado. ¿A qué clase de familia se refieren? ¿A las familias extensas de las áreas campesinas en el siglo XIX y principios del siglo XX en Europa? Esas ya desaparecieron y no pasó nada. ¿A las familias nucleares de las áreas urbanas en los años 60? Esas nos entretienen cuando las vemos en series-documentales de televisión y nos hacen recordar viejos tiempos, pero también han desaparecido.
Los cambios sociológicos experimentados en el seno de las sociedades industrializadas y desarrolladas del mundo occidental en los últimos 60 años han trastocado completamente el panorama familiar. El matrimonio ha dejado de ser una institución rígida donde los roles de cada miembro estaban perfectamente definidos (la mujer en casa para criar a la prole y hacer la comida; el hombre fuera, trabajando a cambio de un salario) a ser un sistema abierto de vida en común. Los progresos en el terreno de la igualdad entre los sexos y la crisis del patriarcado han conducido a una situación sin duda más democrática y digna, aunque ello haya supuesto tener que inventar un nuevo sistema de relaciones dentro del matrimonio y de la familia. El matrimonio por amor es un invento relativamente reciente (poco más de 200 años en Occidente), pero en su momento provocó el horror de los mismos que ahora se horrorizan. El matrimonio durante siglos sirvió para todo menos para formar una familia basada en el amor: servían para unir herencias, linajes, tronos y coronas, Estados y territorios, negocios y empresas, fincas y rebaños. En los últimos años se han multiplicado las familias monoparentales, las familias en donde la pareja de adultos venían de otras relaciones y matrimonios, las familias sin hijos, las familias cuyos adultos no están legalmente casados o proceden de culturas distintas. Y todas son familias y en ellas crecen sus miembros mejor o peor, dependiendo del clima de amor y aceptación que sus miembros se procuren unos a otros. Eso es lo único que importa. Tan mal padre o tan buen padre puede ser cualquiera que se lo proponga o cualquiera que no sepa hacer otra cosa. Nadie lleva escrito en la frente qué tipo de familia puede formar o qué tipo de hijos puede educar o cuidar. Si acaso lo lleva escrito en su caracter pero no en su condición de pobre o rico, católico o musulmán, feo o guapo, rubio o moreno, heterosexual o gay.
La familia no corre peligro. El que corre peligro es el ser humano, por la intransigencia de unos con otros.
En nuestra sociedad se compite desmesuradamente por todo, pero sobre todo, por no ser como los demás. En estas fechas de verano recién estrenado (pido disculpas a mis lectores del hemisferio sur) se inicia un ritual que empieza a ser obligatorio en toda familia que se precie. Los expertos han hablado mucho del denominado síndrome post-vacacional, pero casi nadie habla del síndrome pre-vacacional, que puede ser hasta incluso más grave. Se trata de la obligación de salir de vacaciones. Sí, habéis leído bien, he dicho obligación de irse de vacaciones. Cuanto más lejano o exótico sea el lugar elegido mejor. Porque uno elige destino no pensando en los días que va a pasar allá, en sus comodidades o atractivos, en sus monumentos o en su gastronomía, sino que elige un destino pensando en el plus de distinción que puede ganar entre familiares, amigos y allegados, cuando llegue el turno de contar (fotografías o videos en mano) su periplo turístico de este año.
No puedes elegir quedarte en casa o veranear con los tuyos en la casa del pueblo, por muy de moda que se haya puesto eso del turismo rural (no confundamos los términos). Tampoco valen destinos trillados como las Baleares o las Canarias; Paris, Roma o Londres no son buenas elecciones porque será dificil que no te topes con una troupe de compatriotas cargados de cámaras de video, cámaras digitales y teléfonos móviles sonando por todas partes y en todo momento. Has de elegir bien, porque te juegas tu prestigio entre los conocidos. Y has de superar tu elección del año pasado porque si no pensarán que te estás haciendo viejo o que te has vuelto un burgués comodón. Nada de alquilar quince días un apartamento de la playa y menos aún irte a un hotel o balneario de la sierra. Ni siquiera menciones la posibilidad de invertir el dinero de las vacaciones en comprarte un aire acondicionado para tu casa y disfrutar de la soledad de las grandes ciudades cuando sus habitantes se van masivamente de vacaciones. El rollo "rodríguez" tuvo su época pero ya está muy pasado (no es cool ;-)).
Vete mentalizando de lo que te espera. Por ejemplo, una semanita con los indios ulauk en la frontera con Alaska (aprovecha la oferta de un curso gratis de su dialecto particular junto a una prueba de carne cruda de alce macerada en jugo de hierbas del bosque y sangre de foca) o bien siete días y seis noches en medio de un hulong en Hong Kong (o cómo sobrevivir sin dinero y sin conocer su idioma entre un millón de hambrientos y poco afables nativos de una ex colonia británica). En fin que hay mucho donde elegir y uno está que no vive, sometido a una enorme presión por cumplir con las expectativas al tiempo de tener que esforzarse por no caer en el agujero de la masificación y la conformidad, los dos grandes vicios de los individuos alienados de esta sociedad postindustrial y poco "moderna". Qué cruz!!!!
P.D.:Mientras tanto, otros andan por la calle protestando contra la pobreza (no tengo informaciones acerca del número de obispos y miembros de la Conferencia Episcopal que habrán participado pero seguro que serán muchos)
Dicen los expertos que el coeficiente intelectual no es algo estático, sino que cambia a lo largo de la vida, incluso a lo largo de las horas. Hay días en que te levantas listo y te acuestas tonto o viceversa. Cuanto más listo eres, más cerca puedes estar de sentir esa náusea de la que hablaba el viejo Sartre o, incluso de la silla eléctrica. En algunos estados de los EEUU no te pueden ejecutar si no das el coeficiente intelectual mínimo exigido para la prueba. Tal era el caso de Daryl R. Atkins, un negro oligofrénico que a base de trabajar y trabajar se ha vuelto lúcido (según los expertos en la materia) lo que ha llevado a la ¿justicia? a acabar con él. Se ve que en el corredor de la muerte te miden el coeficiente todas las mañanas, por simple rutina, como el azúcar o el colesterol. Si un día lo tienes alto te fríen. Tampoco te pueden ejecutar si tienes alguna enfermedad o te haces un esguince. Primero te curan y luego te matan, como es lógico.
Está claro que el talento no lleva a nada bueno. Algunos como Daryl podrían pensar en el suicidio pero no se lo permiten, por eso eliminan cualquier objeto punzante o cortante de sus celdas. Está prohibido suicidarse, sobre todo si estás pendiente que los jueces dictaminen que se te debe ejecutar. No está claro si los jueces o los políticos también tienen altibajos en su coeficiente intelectual. Debe ser que sí, porque si no resultaría muy dificil entender algunas de sus sentencias o medidas. En un día tonto, a un gobernante le puede dar por buscar armas de destrucción masiva donde no las hay e invadir un país por el simple capricho de un niño; o a un juez por exculpar a todo un grupo de jóvenes alimañas de Jarrai. ¿No debería haber una ley que les impidiera ejercer sus funciones en los momentos de bajón intelectual?
Decía Freud que la cultura en sí genera una enorme violencia por la represión que supone a sus miembros tener que domesticar a sus instintos. Lo cierto es que cada sociedad engendra una determinada dosis de violencia y utiliza una serie de medios para representarla.
Nuestra sociedad de la abundancia también se muestra generosa en eso de la violencia y la muestra incluso en exceso. Cualquiera de nosotros, niños y adultos, con o sin formación, presenciamos a través de múltiples medios una enorme dosis de violencia diaria: gestos obscenos, pintadas insultantes, gritos, broncas, riñas, palizas, asesinatos, accidentes, catástrofes, robos, violaciones, muertes, ajusticiamientos.... El cine y la televisión, los videojuegos, internet, son una fuente continua de administración de violencia para nuestros cerebros, para nuestros ojos, nuestros oídos y nuestro corazón. Pura acción y crimen empapuzan nuestros sentidos día tras día.
Así no resultará a nadie extraño que de vez en cuando surjan sujetos dispuestos a emular lo que han mamado desde pequeños, que por una disputa con unos globos saquen unas navajas, que amenacen con una pistola a su profesor o que insulten desde la ventanilla de su coche a la señora que camina por la acera. Sus neuronas están fosilizadas y su corazón encallecido. Solo saben hablar por el móvil y las palabras que les queramos dirigir chocarán contra la pantalla de sus videoconsolas, donde aprenden que atropellar a una anciana o pegar a una prostituta da puntos.
Estamos criando pequeñas alimañas que algún día se harán mayores. No saben expresarse en su lengua materna pero manejan bien la navaja; tienen la sensibilidad de un hooligan y mean en la calle como los perros; también saben romper cascos de botellas, dar gritos en la madrugada y hacer el caballito con la moto. Forman pandillas, como casi todos los depredadores y compiten dentro de ellas de la única forma que saben. Son el fruto de esta sociedad disparatada y son el futuro. Entre todos nos lo hemos destruido.
Hace unos días, algunos medios se hacían eco de la noticia de que 450 niños esclavos habían sido liberados en India. La noticia debería hacernos sentir felices si no fuera porque solo en ese país trabajan unos 60 millones de niños a tiempo completo y de esos, se calcula que el 20% lo hacen en condiciones de esclavitud. Son niños entre 6 y 14 años que han sido vendidos por sus progenitores a sus patronos y que trabajan entre 10 y 15 horas al día a cambio de salarios de miseria.
Si con nuestra imaginación nos fuéramos ahora a nuestra infancia, con seis años (recién estrenado el colegio), e intentáramos recorrer nuestro pasado desde entonces para ver todo lo que nos habríamos perdido de haber corrido la misma suerte que estos otros niños menos afortunados, ¿cómo se nos quedaría el cuerpo? Está claro que la infancia, como etapa de la vida, es un invento del primer mundo. Mientras nuestros hijos juegan en el parque, hay 250 millones de niños en el resto del mundo sometidos a explotación y a trabajos forzados. Saben lo que es el deporte porque se pasan muchas horas al día cosiendo balones o zapatillas para que otros niños más afortunados jueguen con ellos. Con su salario no se podrían comprar ni los cordones de esas zapatillas que tan bien han sabido coser. Los gobernantes de sus países (que mandan a sus hijos a estudiar a Europa o Estados Unidos) no están interesados en legislar sobre esta cuestión. Deben considerarla cosa de niños. Nuestros gobernantes, los organismos internacionales que regulan los derechos laborales, que protegen a la infancia, la salud, o que regulan el comercio internacional, tampoco parecen prestar mucha atención a este "pequeño" problema. Los medios de comunicación tratan este asunto como una noticia más o menos recurrente pero que no debe ocupar demasiado espacio porque tampoco es de un interés destacado. Así las cosas, o apretamos un poquito el torniquete a nuestras conciencias o seguirá habiendo durante muchos años más niños condenados a no saber que es un juego de ordenador, qué es un puzzle o una muñeca. Y lo peor, es que habrá millones de niños que no sabrán en su vida qué es eso de ser niños. De adultos comprenderán que aquello era un lujo que no estaba al alcance de sus inapreciadas vidas.
Que el turismo es como una peste que lo invade todo era algo sabido. Hoy es posible encontrar turistas en cualquier lugar del mundo, por inhóspito, extraño o vulgar que sea ese sitio. Se desplazan por el mundo como esas plagas de langosta que de vez en cuando llegan hasta nuestros campos, en oleadas de sujetos cargados de artilugios electrónicos dispuestos a grabar todo lo que se le ponga por delante de las narices. Quizás por esta razón, las empresas y agencias especializadas, no hacen más que retorcerse las neuronas para inventar nuevas formas de explotar ese negocio. Mientras el turismo rural queda para los padres de familia con niños pequeños y el turismo de aventura para los universitarios con más adrenalina de la cuenta; cuando ya empieza a pasarse de moda eso de ir a fotografiar ballenas a la Patagonia y hasta te puedes encontrar una excursión de jubilados haciendo un safari fotográfico en Kenya; ahora, lo más novedoso es el turismo "oenegé", o turismo solidario o turismo alternativo o turismo de guerra, como se le quiera llamar.
Ya hay agencias que por un precio nada módico te trasladan a visitar los campos de refugiados en la Franja de Gaza y te dejan fotografíar los tanques israelíes mientras derriban la casa de algún palestino. Si lo que quieres es darte un baño de miseria en algunos de los suburbios de Buenos Aires, puedes contratar los servicios de otra empresa que te lleva a visitar chabolas y te permite entrar en las casas de esas personas que se dejan hacer fotos mientras te cuentan sus penurias. Por este camino, pronto podremos irnos de fin de semana con un grupo de la guerrilla maoísta en Filipinas, o hacer un tour por los campos de Darfur, o pasar la semana santa entre saharahuis en Tinduf.
Luego, a nuestro regreso, mostraremos las fotos a nuestras amistades, les amenazaremos con una sesión de vídeo donde puedan apreciar nuestro singular valor al visitar semejantes lugares, al tiempo que les demostremos lo maravillosamente alternativos que somos.
Que lo sepais, que ya no mola eso de hacerse una foto con la Torre Eiffel a nuestras espaldas. Ahora, lo que se lleva, es una foto rodeado de niños llenos de mocos y moscas, para mostrar al mundo nuestra sensibilidad sin fronteras.
¡Vaya tela!!
El futuro, antiguamente, era cosa de videntes y pitonisas, de arúspices que miraban las entrañas de los animales sacrificados o augures que observaban el vuelo de las aves. Para los más interesados en conocer el porvenir, siempre cabía la posibilidad de darse una vuelta por el oráculo más cercano (Delfos contaba con una buena publicidad).
Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces y, sin apenas darnos cuenta, hemos pasado de los tiempos oscuros donde viejas brujas te engañaban a base a leerte las líneas de la mano, a unos nuevos tiempos donde el futuro ya está escrito. De escribirlo se encargan empresas especializadas que recopilan mucha información acerca de los gustos de la gente, sus necesidades, sus preferencias, sus miedos más íntimos, sus deseos más oscuros, y con la ayuda de unos equipos formados por psicólogos, antropólogos, sociólogos, publicistas y analistas de mercados, elaboran por escrito un libro (informe) donde adelantan las tendencias futuras en materia de moda, arquitectura, consumo, música, o cualquier parcela de la vida que se le ponga por delante. Así resulta que en la moda de los próximos años van a predominar los colores fuertes y los diseños que se inspiran en Oriente; pero en la arquitectura, sin embargo, las tendencias van por las líneas y espacios amplios que recuerden a la globalización del planeta, fíjense ustedes.
Ese libro sólo está al alcance de unos pocos: empresas automovilísticas, de ropa, de bebidas, discográficas, editoriales, etc., que pagan cantidades astronómicas por conocer (y por conocerlo solo ellos) lo que el futuro nos deparará según los que han elaborado el citado informe.
Lo que nos falta por saber a los sufridos consumidores que nos tendremos que someter al dictado de tales futurólogos, es cuánta parte de dicho futuro ha sido imaginada y diseñada por los que elaboraron el libro y quién se lo dictó.
Si le preguntas a una persona de algún país del Tercer Mundo si en su tierra la depresión es un mal tan extendido como entre nosotros, la respuesta es que no. La razón es bien sencilla: porque no hay psiquiatras, te responden. Y es que en nuestras sociedades modernas, tecnológicas y deshumanizadas, hemos creado las condiciones más propicias para que las personas no soportemos ni el más mínimo malestar, físico o psicológico. De cualquier pequeño incidente cotidiano hacemos una tragedia de proporciones devastadoras. Resulta fácil encontrar en una conversación entre adolescentes los componentes de dicho desvarío: el chico con el que estaba saliendo desde hacía una semana le ha dejado por otra y ya el mundo se le ha venido encima; o los padres se niegan a comprarle la deseada motocicleta y el chaval se ve sumido en el pozo de la desesperación. Los adultos, por increíble que parezca, siguen esas mismas pautas a la hora de alimentar sus malestares: un jefe que no nos mira con buenos ojos; el vecino que no me saluda cuando coincidimos en el ascensor; mi pareja no atiende mis caprichos cuando se los requiero, mi mascota se ha muerto, etc., son razones suficientes para que nuestro nivel de ansiedad se dispare y lleguemos a pensar que nuestra vida es un cúmulo de desgracias de las que resulta imposible salir. En algunos casos, hemos hecho de ese supuesto dolor nuestra guía vital y, en el fondo, parece que es lo que da sentido a nuestra frustrada existencia. Necesitamos pastillas para vivir, para dormir, para no sentir, para no sufrir. Nuestra vida depende del farmaceutico más que de nosotros mismos.
Nuestros abuelos vivieron guerras y sus desastres, vivieron holocaustos, vivieron la miseria de los años del hambre y las cartillas de racionamiento, vivieron la muerte de algunos de sus hijos pequeños por enfermedades hoy incluso desaparecidas, y sin embargo, supieron salir adelante con todo eso y mantener intacta su fe en la vida y en el ser humano. Nosotros, en cambio, hemos disfrutado de indudables ventajas en comparación con ellos y nos amedrentamos ante la más mínima de las dificultades. Dios mío, el dolor en qué poca cosa lo hemos convertido.
Miles de profesionales de la opinión, a las siete y media de la mañana se encaminan todos los días hacia sus centros de trabajo, para ejercer su profesión: opinar, que para eso les pagan, sobre cualquier asunto, tengan o no tengan información y datos suficientes, se vean o no obligados a someterse al dictado de la realidad de los hechos, sepan de antemano o solo cinco minutos antes el tema sobre el que tienen que elaborar su opinión. Para luego defenderla a pie juntilla, sin ningún asomo de duda porque eso rebelaría debilidad ante los adversarios, esos otros mercenarios de la palabra.
Viven del humo, necesitan el humo como el aire que respiran. Y si no lo hay, lo inventan. Porque lo suyo es vivir con cuanto más humo mejor, mucho humo procedente de los medios de comunicación, de las declaraciones públicas de unos y otros, de los excesos verrbales de periodistas, políticos, opinadores, famosos, famosillos, caraduras de la letra impresa y hablada. Venden sus excrecencias mentales como el que te vende una mercancía de mucho valor envuelta en papel de regalo, pero cuando le quitas el envoltorio de allí solo sale humo. Porque te venden la nada... y a precio de oro.
Humo, eso es lo que hay en la mente de todos, ciudadanos, votantes, opositores, militantes, feligreses, seguidores, espectadores, oyentes ... y demás rebaños. Eso y una inflamación a la altura de la glándula secretora de opiniones.
Multiculturalismo, mestizaje, diversidad cultural y étnica, cohesión social e identidad son conceptos que se oyen con demasiada frecuencia en estos tiempo y en boca de muchas personas (quizás demasiadas). Alguno puede llegar a pensar que son conceptos de hoy, pero se vivía y se hablaba de lo mismo en la Samarcanda del siglo X, en el Toledo del siglo XII, en el Estrasburgo del siglo XIV o la Sevilla del siglo XV, por poner unos cuantos ejemplos.
Los especialistas concuerdan en que el ideal en las sociedades postindustriales debería ser el de la máxima diversidad cultural que consienta su cohesión social, pues la monocultura es propia de sociedades endógamas y autárquicas, primitivas y ancladas en un nicho ecológico de difícil supervivencia.
El problema, sobre todo político, es saber en qué punto exacto se encuentra el límite a partir del cual se vería amenazada nuestra cohesión social. En 1919 el Congreso Norteamericano prohibió la venta y el consumo de bebidas alcohólicas por considerar que atentaban contra la cohesión social; los nazis en los años cuarenta tenían muy claro que los judíos amenazaban su cohesión social y decidieron eliminarlos; el estalinismo soviético pensó eso mismo de los disidentes, predicadores, opositores y cualquiera que fuera sospechoso para el régimen; el islamismo wahhabista ve su sistema social amenazado por la concesión de derechos de igualdad a las mujeres; Franco creía que los partidos políticos o la autonomía regional dañaría su cohesión social; los nacionalistas vascos y catalanes ven una amenaza en el bilingüismo y los flujos migratorios; la Iglesia Católica ve una amenaza en la legalización de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Podríamos seguir citando miles de ejemplos, pero la conclusión es que todos ellos coinciden en representar el límite para la cohesión social allí donde se asientan sus miedos como grupo, partido político, credo religioso o colectivo social.
Pero la cosa se complica aún más cuando introducimos el concepto de identidad, en primer lugar porque, aunque algunos lo olviden, nuestra identidad no es única sino múltiple, están jerarquizadas y pueden cambiar a lo largo del tiempo. Uno no sólo es vasco, o católico, u homosexual. Muchos se basan en estas identidades para marcar las diferencias con los demás (es lo que Freud denominaba el "narcisismo de las pequeñas diferencias"). Bastaría recordarles a Lévi-Strauss cuando señalaba que la identidad era una especie de simple foco virtual útil para referirse a cierto número de cosas, pero que no tenía existencia real.
Visto así, resulta ridículo el intento de muchos de nuestros políticos por mantener un discurso basado en la identidad y la cohesión social, cuando ya hemos podido ver que se trata de unos simples constructos científicos, útiles para la ciencia pero no para la política, por muy buenos resultados que les den en unas elecciones.
Vivimos inmersos en una apariencia de ideología donde el mito de la felicidad (Gustavo Bueno dixit) ocupa el centro de todo. Nos creemos felices cuando compramos, cuando amamos, cuando trabajamos (por algo será que nuestros mayores objetivos en la vida son, al parecer, comprarnos una casa, conseguir un trabajo y casarnos); pero nos engañamos y lo sabemos. Algunos llegan a imaginarse el futuro y hacen una descripción del mismo (Globalia, de Jean Christophe Rufin) en forma de sociedad en la que todos seríamos radicalmente ecologistas, estaríamos obsesionados por la comida sana, seríamos ferozmente consumistas, no tendríamos memoria histórica, y estaríamos controlados por una forma absoluta de cultura impuesta desde los medios, que actuarían como agentes socializadores universales.
La cultura se convierte así en un sistema ideológico total, diseñado para defender al propio sistema, para vender el propio sistema entre sus clientes (la
humanidad). Y aquí aparece el antagonista necesario en forma de movimiento contracultural. Al mito de la felicidad hay que sumar el mito de la contracultura, que lleva años supuestamente luchando contra el sistema sin conseguir ninguno de sus objetivos. Los viejos hippies se convirtieron en los yuppies de los años 80, cambiando el volkswagen escarabajo y las camisetas desteñidas, por el monovolumen tipo Ford Explorer y los trajes de chaqueta. El sistema actua como una gran aspiradora que termina absorviéndolo todo. Y te pregunta:
"¿Quieres demostrar a todos que no formas parte del sistema? Compra
nuestras zapatillas" ... o viste esta camiseta, o usa este modelo de gafas
de sol, o tíñete el pelo, o ponte un piercing, o hazte un tatuaje....como todos. Y así andamos felices, creyendo que el sistema no puede con nosotros.
La expansión imparable del consumo parece haber mandado a la tumba los viejos conceptos de clases sociales. No hay clases proclaman, unos por falso sentido democrático, otros por puro deseo idealista, otros por pura ceguera globalizada. Y puede que algo de razón tengan si seguimos aplicando los criterios teóricos marxistas sin revisión alguna. Haya o no haya clases, lo que sí hay es una gran frontera, en forma de brecha o abismo que se abre ante nuestros pies. A un lado, los ricos, los que tienen un trabajo bien remunerado, con contrato fijo, seguridad social, adosado en las afueras y coche con plaza de garage y algunos extras; de ese mismo lado, el de los galácticos sociales, los que tienen formación cualificada, los que ostentan títulos, lecturas, ideologías (aunque estén diluidas o descafeinadas). Unos estarán más alto y otros no tanto, pero todos están a este lado de la brecha.
Del otro lado, los pobres, parados, desempleados de larga desesperación, trabajadores a sueldo a convenir por el patrono, sin contrato, sin protección, inmigrantes, extranjeros en su propio planeta, sin formación ni cultura, con todo el tiempo para leer pero sin libros ni aprendizajes distintos de los que da la calle gratis (¿gratis?); también los delincuentes, marginados, explotados, drogados, sin más ideología que la de sobrevivir a cualquier precio.
Nos miramos unos a otros, cada uno desde su lado de la brecha, del abismo que nos separa. Algunos se dejan engañar por las apariencias: en ambos lados hay obesos que malgastan calorías acumulándolas en sus barrigas. Los del lado de acá las queman con el aerobic y los de allá en el sofá de su casa viendo un enorme televisor de pantalla plana y DVD incorporado. Son sus juguetes para la evasión, autoengaños complacientes para la fantasía de la igualdad (todos somos iguales frente al televisor!!!). Así, los de este lado, tenemos complacidos a los del otro lado. Les damos futbol para que olviden que no tienen contrato ni lo van a tener, les damos propinas y toquecitos en la espalda; metemos a sus hijos en los colegios y les damos títulos al cabo de los años para que se crean algo cuando estén barriendo las calles o detrás de la barra de un bar. Hasta les dejamos ir a la guerra por nosotros. Les abrimos los domingos para que puedan comprar y seguir alimentando su fantasía: misma clase, mismo destino... en lo universal.
Otros, simplemente, miran para otro lado, para no ver la brecha ni la otra orilla. Así su mundo es más feliz y más limpio. Un mundo ordenado que se echa cremas todas las noches para amanecer sin arrugas, más joven y hermoso; que se opera el corazón para meterle silicona y que parezca más grande. Un mundo feliz e inmóvil, como el de una fotografía de estudio que se reproduce por millones en bellos carteles publicitarios.
Esta mañana me he desayunado con una preciosa historia firmada por Rosa Montero en El País y no he dudado en reproducirla aquí. Espero que os guste.
"Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequivocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizás no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida (...). De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreirle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta".
La historia está dedicada a tanto europeo (incluye a los españoles) civilizado y lleno de prejuicios. Me pregunto qué pensaría el educado africano sobre la civilizada germana.
Se habla en estos días de la idea lanzada por el Ministerio de la Vivienda acerca de construir pisos de superficie reducida (alrededor de 30 metros cuadrados), que tendrían algunos elementos comunitarios (cocinas, pasillos, servicios o lavandería) y otros particulares. Hemos podido oír opiniones de todo tipo y desde todas partes: a los arquitectos les parece muy buena idea, a los jóvenes no les disgusta siempre que sea algo transitorio, al PP y los constructores les molesta. Se trata de algo que ya se viene haciendo en muchos cascos antiguos de algunas ciudades españolas y en barrios marginales. Pero sobre todo se trata de algo que ya se hace desde hace muchos años en muchos países europeos y en Estados Unidos (¿Cuánto miden las caravanas que sirven como vivienda a muchos cientos de miles de ciudadanos en ese país?).
Sin embargo, nadie en este país ha caído en la cuenta de si dicho sistema de viviendas reducidas es compatible con el carácter de sus ciudadanos. Una ciudadanía que, a principios del siglo XXI, es básicamente indiferente, egoísta y desconfiada, difícilmente va a poder convivir en un espacio como el que se pretende y compartir el uso de algunos espacios comunes. Porque, no se nos olvide, somos nosotros esos ciudadanos nada ejemplares que aparcan su coche en doble fila y nos quejamos cuando es otro el que nos impide salir; somos nosotros quienes hacemos más ruido de la cuenta, con la moto o la tele o la cadena musical; quienes educamos a nuestros niños para que peguen patadas a las papeleras o bajen las escaleras a saltos y con patines; somos nosotros quienes infringimos todas las reglas de tráfico y las de la convivencia. Ser buen ciudadano y vecino no consiste solo en pagar religiosamente la hipoteca de por vida. De que hagamos eso ya se encarga el banco. Ser ciudadano y buen vecino implica sobre todo aprender a respetar a los otros y su espacio, y en este país, por desgracia la historia tiene razón, cuanto menos eres y tienes más te pisotean. Así que si ya resulta difícil vivir y convivir en 90 metros cuadrados, cuánto más en 30. Los políticos (que son como nosotros, ni siquiera peores) no saben lo que es vivir en ese espacio
. Ni se lo imaginan, por lo que veo.
Este post está dedicado a las personas que nacieron entre 1970 y 1984 (y antes).
La verdad es que no sé cómo hemos podido sobrevivir a nuestra infancia. Mirando atrás es difícil creer que hayamos sobrevivido a la infancia de la España de antes:
Nosotros viajábamos en coches sin cinturones de seguridad traseros, sin sillitas especiales y sin air-bag, hacíamos viajes de 10-12h con cinco personas en un 600 o en un Renault 4 y no sufríamos el síndrome de la clase turista.
No tuvimos puertas con protecciones, armarios o frascos de medicinas con tapa a prueba de niños.
Andábamos en bicicleta sin casco, ni protectores para rodillas ni codos. Los columpios eran de metal y con esquinas en pico, y jugábamos a "lo que hace la madre hacen los hijos", esto es a ver quien era el
mas bestia.
Pasábamos horas construyendo nuestros "vehículos" con trozos de rodamientos para bajar por las cuestas y sólo entonces descubríamos que nos habíamos olvidado de los frenos. Después de chocar con algún árbol, aprendimos a resolver el problema.
Jugábamos a "churro va" y al pañuelo y nadie sufrió hernias ni dislocaciones vertebrales. Salíamos de casa por la mañana, jugábamos todo el día, y solo volvíamos cuando se encendían las luces de la calle. Nadie podía localizarnos. Eso si no buscábamos maderas en los contenedores o donde fuera y
hacíamos una caseta para pasar alli el rato. No había móviles.
Nos rompíamos los huesos y los dientes y no había ninguna ley para castigar a los culpables. Nos abríamos la cabeza jugando a guerra de piedras y no pasaba nada, eran cosas de niños y se curaban con mercromina (roja) y unos puntos y al día siguiente todos contentos. La mitad de los compañeros de clase tenía la barbilla rota o algún diente mellado, o alguna pedrada en la cabeza... Tuvimos peleas y nos partíamos la cara unos a otros y aprendimos a superarlo.
Íbamos a clase cargados de libros y cuadernos, todo metido en una mochila que, rara vez, tenía refuerzo para los hombros y, mucho menos, ruedas!!!
Comíamos dulces y bebíamos refrescos, pero no éramos obesos. Si acaso alguno era gordo y punto.
Estábamos siempre al aire libre, corriendo y jugando. Compartimos botellas de refrescos y nadie se contagio de nada. Sólo nos contagiábamos los piojos en el cole. Cosa que nuestras madres
arreglaban lavándonos la cabeza con vinagre caliente.
No tuvimos Playstations, Nintendo 64, vídeo juegos, 99 canales de televisión, películas en vídeo, sonido surround, móviles, ordenadores e Internet, pero nos lo pasábamos de lo lindo tirándonos globos llenos de agua y arrastrandonos por los suelos destrozando la ropa.
Nosotros si tuvimos amigos. Quedábamos con ellos y salíamos. O ni siquiera quedábamos, salíamos a la calle y allí nos encontrábamos y jugábamos a las chapas, a la peonza, a las canicas, a la lima, al
rescate...,en fin tecnología punta... Íbamos en bici o andando hasta su casa y llamábamos a la puerta.
¡Imagínense!, sin pedir permiso a los padres, ¡nosotros solos, allá fuera, en el mundo cruel! !Sin ningún responsable! ¿Cómo lo conseguimos?
Hicimos juegos con palos, botellas y balones de fútbol improvisados, y comimos pipas y, aunque nos dijeron que pasaría, nunca nos crecieron en la tripa ni tuvieron que operarnos para sacarlas. Bebíamos agua directamente del grifo de las fuentes de los parques, agua sin embotellar, donde chupaban los perros!!! Íbamos a cazar lagartijas y pájaros con la ,escopeta de perdigones o con el tirawebos, antes de ser mayores de edad y sin adultos, DIOS MÍO!!
En los juegos de la escuela, no todos participaban en los equipos. Los que no lo hacían, tuvieron que aprender a lidiar con la decepción. Algunos estudiantes no eran tan inteligentes como otros y repitieron curso. ¡Que horror, no inventaban exámenes extra!
Y ligábamos con las chicas persiguiéndolas para tocarlas el culo y jugando a beso, verdad y atrevimiento, no en un chat diciendo :) :D :P
Éramos responsables de nuestras acciones y arreábamos con las consecuencias. No había nadie para resolver eso. La idea de un padre protegiéndonos, si trasgredíamos alguna ley, era inadmisible, si acaso nos soltaban un guantazo o un zapatillazo y te callabas. Tuvimos libertad, fracaso, éxito y responsabilidad, y aprendimos a crecer con todo ello.
Tú eres uno de ellos?? ¡Enhorabuena! Pasa esto a otros que
tuvieron la suerte de crecer como niños, antes de que todos estos
niñatos que hay ahora (que se creen algo y no tienen respeto ni
educacion a nadie) destrocen el mundo en el que vivimos.
Un saludo a todos! cuidaros y que os vaya bien!!
(De un amigo de mi amigo y RIVAL)
Durante los últimos días hemos contemplado un interminable reality show de la oración y el dolor. En vivo y en directo hemos contemplado a una multitud entre fanática e infantiloide que representaba a la perfección el papel que los medios de comunicación le han creado. Han sido días de paroxismo e hipertrofia sentimental, de pseudo-fe, en que algunos han vomitado lágrimas ante las muchedumbre y ante las cámaras, tras realizar caros viajes, tras dejar aparcados trabajo, familia y vida, para cumplir con una supuesta obligación autoimpuesta que se parece más al capricho de un niño pequeño que al deber real de una persona madura.
A ver si se cumple el dicho de que a rey muerto, rey puesto.
La muerte del Papa no ha dejado indiferente a nadie ni dentro ni fuera de la Iglesia Católica. Dentro, por razones obvias, tanto detractores como partidarios, todos han mostrado como poco su respeto cuando no su más profunda admiración. Lo que no parece tan lógico, es que aquellas personas y medios de comunicación que se han definido a lo largo de estos años como críticos o indiferentes con el Papa o la institución a la que representa, ahora muestren las actitudes que todos estamos viendo con sorpresa.
Somos un país acostumbrado a ver a un hombre crecer una vez muerto. Somos poco generosos con el halago y el aprecio en vida, pero exagerados hasta lo histriónico con la alabanza del difunto una vez que éste ha traspasado el umbral que nos asegura que ya no volverá a pedirnos cuentas.
Juan Pablo II aparece retratado en los titulares de estos días como el luchador incansable el Papa grande, el facilitador, e incluso el artífice, de la caída de los regímenes del Este, el Papa mediático, el Papa de la fortaleza y de la agonía. Pero no podemos olvidar cuál ha sido su labor a lo largo de su reinado y en qué estado deja a la Iglesia tras su pontificado.
Porque este Papa que aparece como paladín de los derechos humanos de puertas para afuera, como nos recuerda Hans Küng, ha negado esos mismos derechos a las mujeres, obispos y teólogos dentro de su organización. El Papa mariano por antonomasia, solo se acuerda de la mujer como criada del hombre. Su igualdad con el hombre queda relegada al ámbito civil, pero no al eclesiástico. Este Papa que parece ha tenido tanto éxito entre un determinado grupo de jóvenes, es el responsable de fomentar grupos religiosos juveniles que fomentan una participación en los grandes encuentros multitudinarios sin el más mínimo sentido crítico y sin ninguna otra consecuencia para la vida religiosa de dichos jóvenes y de sus comunidades parroquiales de origen. Este Papa que tanto ha predicado a favor de los desposeídos y marginados en el Tercer Mundo es el principal responsable de una moral sexual que prohíbe el control de la natalidad con métodos anticonceptivos como el preservativo o la píldora en ese Tercer Mundo superpoblado y machacado por el SIDA y el hambre. Este Papa que se ha olvidado de cómo vivían los primeros seguidores de Cristo, es el principal responsable de la catastrófica falta de sacerdotes en las comunidades actuales, con su defensa interesada del celibato a ultranza, que tan nefastas consecuencias ha tenido y tiene en el seno de su iglesia. Este Papa es el responsable de enterrar bien hondo cualquier atisbo de aperturismo y comunión con los tiempos, espíritu éste que nació en el Concilio Vaticano II y que ahora aparece embalsamado. Él es el responsable de una política de nombramientos en la jerarquía eclesiástica que hace que ésta aparezca copada por los más viejos conservadores y ultramontanos miembros de la Iglesia. Él es el responsable de haber dado tanto poder a movimientos ultracatólicos como el Opus Dei o Comunión y Liberación. Él es el que ha otorgado de nuevo a la Iglesia un renovado clericalismo beligerante en el terreno político que crece en paralelo con las nuevas formas políticas (y ultra conservadoras en materia religiosa) de, por ejemplo, unos Estados Unidos con su presidente a la cabeza que hacen de la fe materia de voto y disputa.
Así que dejémonos de hipocresías y pongámonos a rezar para que el nuevo Papa dé un golpe de timón y ponga nuevo rumbo en este barco que se va a pique.
En todas partes, la nueva casta de los inmigrantes que llegan a un país extranjero se ocupa mayormente de los trabajos que ningun trabajador del país
quiere realizar, bien por su dureza, bien por su escasa remuneración. El trabajo agrícola y en el sector de la construcción vienen siendo las bolsas habituales de trabajo para estas personas que, legal o ilegalmente, han entrado en nuestro país en busca de una oportunidad.
Al hilo de esta situación, últimamente es fácil encontrar personas extranjeras que se ofrecen para cuidar ancianos y personas enfermas en sus domicilios o en residencias y hospitales, visto que sus familiares no pueden o no quieren hacerse cargo de estas tareas. Unos por sus horarios laborales y otros por su comodidad, el caso es que poco a poco el cuidado de nuestros enfermos y mayores va quedando en manos de unas personas extranjeras, con otra cultura, con otras sensibilidades y costumbres. Si ya a los mayores les resulta dificil adaptarse a los cambios vertiginosos que la sociedad actual (su sociedad, sociedad a la que pertenecen como miembros de pleno derecho) impone, si ya les resulta dificil adaptarse a la mentalidad distinta de sus propios hijos y vecinos más jóvenes, cómo aceptarán el convivir con una persona encargada de cuidarles que ni siquiera comparte con ellos esa misma cultura y a veces ni siquiera el idioma. Mano de obra abundante y barata para acercar un bastón, un vaso o ayudar a lavarse a viejos solitarios que no tienen a nadie que les cuide y que la sociedad ha arrojado a sus cunetas.
Pero, en el otro extremo de edad está ocurriendo algo similar. La mayor parte de las personas empleadas en el servicio doméstico y el cuidado de los niños en el hogar son personas inmigrantes de distintas procedencias (mayormente sudamericanas). Resulta así, que los niños de este país, los futuros ciudadanos de este país, pasan más horas al día con una muchacha extranjera que con sus propios padres, tíos, primos o abuelos. Resulta que ese niño, aprende a hablar, jugar, entender el mundo acompañado de una persona de otra cultura, no de sus propios progenitores, que han dejado en manos de la casta de expatriados la responsabilidad de su crianza y educación.
Será curioso ver en el futuro a qué da lugar esta situación novedosa. En ningún momento niego la capacidad de estas personas para ejercer dichas funciones y labores. Por experiencia sé que lo hacen con toda su buena voluntad y empeño, pues se juegan su fuente de ingresos. Pero no me deja de llamar la atención el hecho de que igual que con otra clase de trabajos duros y mal remunerados, hayamos dejado el cuidado de nuestros niños y ancianos en manos de inmigrantes, muchos de ellos "inexistentes" legalmente. Nuestra prosperidad, más que nunca, se asienta sobre la pobreza de otros; nuestros necesitados, más que nunca, encuentran consuelo de otros necesitados.
Mientras, los demás andamos demasiado ocupados.
Me reía esta mañana leyendo en el dominical un artículo de Pérez Reverte sobre el lenguaje supuestamente sexista y las soluciones propuestas por la secretaría de mujer de CCOO para solucionar ese problema que, según ella, da lugar a una falta de visibilidad de la mujer en la sociedad (¿falta de visibilidad de la mujer? pero si como mínimo son el 50% de la población!!!!).
Me reía, pero al mismo tiempo, sentía una cierta vergüenza porque mientras nuestras recalcitrantes feministas se preocupan aquí de que todos y todas martirizemos al personal con la repetición contínua de las palabras en femenino y masculino, en Africa Subsahariana, las mujeres (y los hombres) andan preocupados y preocupadas por eliminar, por ejemplo, antiquísimas costumbres que sirven para que un familiar varón pueda saquear a la mujer de su hermano, de su tío o de su padre cuando ésta enviuda (teniendo en cuenta cómo el sida está castigando a esa zona del continente, esta situación se produce a diario en miles de aldeas y afecta a millones de mujeres, que del día a la mañana se encuentran en la calle, sin casa, sin huerto, sin camioneta o sin ganado).
O también pueden fijarse nuestras feministas burguesas y acomodadas en China, donde por fin han conseguido que el gobierno tome medidas para evitar de forma efectiva el infanticidio o aborto selectivo en favor de los varones y en perjuicio de las niñas, mediante ayudas económicas concedidas a las familias que tengan niñas y ventajas a la hora de darles una educación, entre otras medidas.
El contraste es muy significativo: mientras las viudas que osan protestar por esa costumbre ancestral en el África subsahariana son desoídas por autoridades civiles y por sus propios familiares, quedando en la más absoluta indigencia y con la carga de varios hijos pequeños, aquí andan violando las más elementales normas gramaticales y sintácticas (y hasta morfológicas) para conseguir machacar a los oyentes o lectores en un discurso interminable de palabras dobladas, cuando no simplemente violadas.
¿Políticamante incorrecto? Pues sí, a mucha honra.
El contexto es una palabra mágica, un concepto teórico variable del tamaño de un agujero negro y que se lo traga todo, desde las impagables actuaciones de unos supuestos seres vips en el GH, hasta las desafortunadas declaraciones de un político catalán a la altura del barrio del Carmel, pasando por las palabras en una entrevista a alguna famosilla de entrepierna ligera o el anuncio urbi et orbe del portavoz de la Conferencia Episcopal sobre las bondades del preservativo.
El caso es que el contexto suele ser una cosa amorfa de dificil definición en los bordes y de intrincada penetración en el centro. El contexto puede serlo todo y puede ser nada al mismo tiempo, según un misterio solo parangonable al de la Santísima Trinidad. Es, o no es, según convenga. Por ejemplo, a partir de las declaraciones de cualquier militar argentino directamente relacionado con la desaparición de compatriotas en los años de la dictadura, el contexto puede ser desde la Argentina del golpe de estado hasta la Argentina de la guerra de las Malvinas, es decir, Argentina completa y en su conjunto. Es lo que llamaríamos un contexto amplio (ancho) que debe, según el usuario del ejemplo, servir para eximirle de toda responsabilidad. Otro ejemplo, éste más dificil: "el preservativo tiene su contexto en la prevención integral y global del sida" que quiere decir, que el preservativo tiene su contexto en la prevención integral y global del sida. Ni más ni menos. A los dos días, tras el toque de atención, el mismo señor nos decía que había que entender sus palabras en relación con el uso del preservativo en el contexto de la prevención integral y global del sida, y ya nos quedó a todos más tranquilos. Esto sería un ejemplo de contexto teológico o metafísico, que consiste en hablar con medias palabras y media doctrina para que la otra mitad se sobreentienda no entendiendo nada.
Aplicando el mismo principio contextual, es más fácil entender entelequias como el plan de un tal Ibarretxe, la política informativa del Ayuntamiento barcelonés en el barrio del Carmelo, las torturas en la cárcel de Abu Graib, la guerra de Irak o los polvos de Nuria Bermúdez. El contexto siempre es el mismo: la mentira.
Cuentan que en Estados Unidos (para estas gilipolleces siempre son los primeros, no sé por qué) está creciendo de forma desorbitada un nuevo negocio que tiene que ver con el alivio del estrés ajeno: vendedores de música con efectos relajantes, libros de autoayuda, sesiones de masaje con musicoterapia, aromaterapia, flores de Bach, aparatos con sensores para los dedos y ordenadores con programas especiales de relajación visual y auditiva.
Leía el otro día en el New York Times que hay personas que llegan a invertir unos 400 dólares mensuales entre clases de yoga, balnearios, masajes e incienso por kilos. Cita el testimonio de personas que han llegado a pagarse viajes a la India ( al precio de 7.500 euros) para practicar relajación (como si el hecho de viajar hasta allí te concediera más boletos para alcanzar el nirvana).
Los grandes centros financieros y tecnológicos son terreno abonado para encontrar a estos buenos incautos que siempre están dispuestos a pagar grandes cantidades para comprar serenidad. Y, claro, es allí donde abundan los emperesarios dispuestos a vendérsela a cambio de aliviar de peso sus bolsillos y carteras. Los mejores llegan a ofrecer asesoramiento para la decoración del hogar, asesoría personal sobre tu vida diaria y sus quehaceres, videojuegos especializados, vitaminas, yoga, masajes, retroalimentación biológica (que no sé qué es pero me suena a comerte tu propia mierda), libros de autoayuda escritos en un fin de semana por un ama de casa que salvó su vida y su familia gracias al método que ella misma ha patentado, preparación para el parto e hipnotismo.
Según el Natural Marketing Institute, en el año 2003, los estadounidenses gastaron 27.000 millones de euros en productos de relajación (ahora comprendo cómo ha sido reelegido Bush el Menor). Los productos estrella son los colchones de meditación (como si el Flex de toda la vida no valiera), bolígrafos con aparatos de masaje en su extremo (en mi pueblo los llaman consoladores), máquinas para la circulación (en mi pueblo salimos a pasear), sillas con apoyos acolchados y mando eléctrico, colgantes que liberan tu energía personal (a mí eso me lo hace la vecina del quinto de maravilla), discos con sonido de lluvia (ya sé que este año no ha llovido mucho, pero ...), etc. Además ha surgido una pléyade de asesores y preparadores de salud mental que ofertan seminarios, cursos, cursillos y sesiones, a 250 euros por hora (yo a esa velocidad es que me desestreso de golpe).
Por ejemplo, hay seminarios sobre la técnica del garabateo "con el objeto de que la gente utilice el lápiz y el papel para olvidar preocupaciones futuras (¿futuras? ¿cómo se consigue tener preocupaciones futuras?) y pasadas".
Con lo fácil que lo tendrían (y barato) si echaran de vez en cuando un polvo. ¡Ay Señor!
Competimos por todo. Nuestra vida es continua competencia. Hombres y mujeres, niños y ancianos, tenemos un nivel de competitividad estresante y de baja calidad. Porque no competimos por ser mejores, por crecer y madurar, sino por aparentar ser mejores que
Los hombres compiten entre sí por el tamaño del pene, por su masculinidad, por su fuerza, por su brutalidad llegado el caso, por su supuesta valentía ante pruebas suicidas. En el trabajo compiten por los favores de la guapa colega o secretaria, por el favor del jefe, por la admiración de los compañeros, y si no lo consiguen a través de la profesionalidad, pues a través de la escalada libre y el pisoteo. En la cena o comida de empresa competimos por tener la acompañante más guapa y atractiva, por conducir el coche más caro o por conocer más restaurantes que nadie; con la familia competimos por tener los hijos que sacan mejores notas o la hipoteca más baja del mercado; con los vecinos competimos por ver quien amuebla mejor la casa o tiene el coche más grande del aparcamiento subterráneo; en el coche competimos por llegar antes al semáforo en rojo y arrancar el primero haciendo ruido; en la cama competimos con nuestras propias fantasías
. o no.
Las mujeres compiten entre sí por tener las mayores tetas y las menores arrugas, por su feminidad, por llevar los tacones más altos, por tener el marido con menos barriga y por ser las más traicionadas por sus amigas de toda la pandilla. En el trabajo compiten por los favores del jefe, por ser la mejor vestida de la oficina, por llevar la falda más corta y atraer más miradas de colegas aburridos y becarios inexpertos, por demostrar que son tan buenas profesionales como los hombres del despacho o tan nefastas como el que más. En la comida de empresa compiten por contar el chiste más verde o más bestia, para parecer más liberadas y modernas de lo que realmente son. En familia compiten por tener hijas de su misma edad con novios que las confundan, por tener el marido que le hace los regalos más caros; con las vecinas compiten por colgar en el tendedero la lencería más atrevida y saber comprar más barato que nadie, por el favor del carnicero, el panadero y el pescadero, por las atenciones del portero y por ver la cara de envidia de la del tercero; en el coche compiten por ser las más prudentes y plantear seriamente los mayores atascos de la ciudad a hora punta; en la cama compiten con nuestras propias fantasías, sin más.
Cuando lleguemos a la tumba competiremos por el gusano más hermoso o el mármol más caro.
Ayer aparecían en los medios de comunicación unas sorprendentes críticas del Papa al Gobierno español por fomentar el laicismo, ir en contra de la religión, por los preservativos, los matrimonios gays
y el Plan Hidrológico Nacional. Sí, habéis leído bien: Plan-Hidrológico-Nacional. Nada, que por lo visto no tienen otra cosa que hacer, que ya están muy mayores y que no hay que hacerles mucho caso.
Pero lo que si resulta preocupante, aunque al menos no en esta España demonizada y atea y en esta Europa secularizada y agnóstica, es que en el resto del mundo está aumentando a marchas forzadas el número de mezquitas, campanarios y demás empresas autónomas del sector de la salvación de almas.
En China las casas que se utilizan como iglesias clandestinas aumentan a un ritmo que ni el gobierno ni los organizadores de semejante tinglado saben muy bien de qué número estamos hablando. En Sudamérica, los nuevos pentecostales proliferan haciendo una clara competencia a los obsoletos católicos romanos. En Estados Unidos, los protestantes más conservadores dan su apoyo a un Bush el Menor que solo crece en las urnas.
Las consecuencias son claras: a más religión, más guerras, más odio entre grupos distintos y más violencia entre países vecinos; a más religión, más sida, más incultura y analfabetismo (más de la mitad del mundo musulmán y el mundo católico son analfabetos). El integrismo se adueña de aquellas zonas más marginadas socialmente y alimenta la violencia terrorista en Chechenia, Irak, Afganistán, Indonesia, Sudán, India, Pakistán, Nigeria y un largo etcétera. Los talibanes modernos, cuando alcanzan el poder político, no se dedican precisamente a sacar a sus seguidores de la miseria que les lanzó en sus brazos, sino al contrario, a fomentar que los rebaños de fieles ciegos sigan creciendo a mayor gloria de dios. Por el otro extremo social, el de las capas altas y élites económicas, crece el fundamentalismo, que mancha menos sus pulcras ropas pero ensucia igual las manos (las conciencias no, porque no las tienen): evangélicos, opusdeístas,
Y el problema es que un extremismo llama y alimenta al otro en una espiral sin fin.
Hasta la interpretación de las catástrofes naturales se vuelve irracional cuando la religión se mete al medio: los budistas que han sobrevivido al tsunami en Sri Lanka piensan que se ha debido a que ellos son budistas y sus vecinos no; los musulmanes más radicales están haciendo su agosto entre los supervivientes al desastre porque consideran que ha sido un castigo de Alá a los tibios musulmanes y a los impuros cristianos; para los cristianos se trata de un castigo divino por nuestros pecados. De paso, aprovechan para echarse la culpa entre ellos: los budistas y musulmanes culpan a los cristianos; los cristianos e hindúes a los musulmanes, y los más recatados se echan la culpa a sí mismos.
Y yo me pregunto si Dios querrá todo eso.
La belleza es un concepto dificil y complejo, sobre todo cuando hablamos del otro sexo. El concepto social de belleza es efímero y cambiante. Por ejemplo, en el siglo XVII en los Países Bajos, parece ser que gustaba un tipo de mujer oronda y entrada en carnes, celulítica y blanda, rosacea y femenina. Hoy en día, todas las señoras que responden a ese tipo o pasan de complejos o pasan por la tortura de las dietas o los quirófanos. Y es que hoy se lleva un tipo de mujer-lagartija, huesuda y sin curvas, anoréxica y desmejorada, con ojeras y cara de mala leche, como las que vemos a diario desfilar por las pasarelas, con unos andares que siempre parecen amenazar derrumbe y que, aunque recuerdan a los pasos de los caballos jerezanos, no tienen la elegancia ni el ritmo de estos.
En la versión masculina los cambios han sido igualmente extremos: del varón velludo y adornado por una musculatura natural fruto del trabajo manual o guerrero, hemos pasado a un ser andrógino, medio híbrido, como cocido en su propio jugo, rapado y sin vello alguno, salvo en un rostro sin afeitar desde hace una semana, con una musculatura de gimnasio y maquinita y cara de mala leche.
En resumidas cuentas, en estos tiempos en que todos y todas andan clamando por la igualdad de sexos, no sé si a nivel de derechos lo habremos conseguido, al menos en un plazo relativamente breve de tiempo, pero a nivel de cuerpos cada vez nos parecemos más... y, sobre todo, en la cara de mala leche.
Y es que tanto luchar contra corriente y contra natura debe ser agotador.
La verdad es que uno no deja de asombrarse ante lo que depara la actualidad. Para muestra un botón:
- Ahora resulta que la Conferencia Episcopal Española, tras haberse entrevistado su portavoz con la Ministra de Sanidad, declara que sí se puede usar el preservativo para prevenir el sida. !Alucina vecina! El mismo obispo portavoz que hace unas dos o tres semanas fustigaba a los presentes con la condena taxativa y sin paliativos a los que usaran el condón, ahora nos dice que se puede usar. Es decir, que lo que moralmente estaba mal hace tres semanas ahora está bien. Y yo me pregunto qué le habrá dicho la ministra para convencerlo. ¿O es que el Gobierno se ha decidido a apretarle los bajos (dinero) a la Iglesia si ésta no se aviene a sus proyectos? Por lo pronto, el Vaticano y el Opus Dei ya están diciendo que no se creen lo que han escuchado ni están dispuestos a admitirlo. Y la Conferencia Episcopal ya ha rectificado las palabras de su portavoz.
- En la manifestación convocada para hoy en Getxo en protesta por el atentado con coche bomba de ETA, no habrá pancarta alguna encabezando dicha manifestación, porque el alcalde del PNV se opone a que en dicha pancarta aparezca el eslogan en euskera y también en castellano. Y yo digo si este no es un vivo ejemplo de lo que realmente preocupa a los políticos, que no tiene nada que ver con lo que preocupa a la gente. Y digo tambien que si esto no es un buen ejemplo de cómo los políticos crean problemas donde no los hay (o no los debería haber). Y en el País Vasco debe haber cosas más importantes que solucionar y problemas más graves para resolver.
- El Consejo General del Poder Judicial, en su informe, compara las uniones entre homosexuales con las uniones entre más de dos personas o entre personas y animales. Considera que abrir el matrimonio a las parejas homosexuales adultera y desnaturaliza a la institución del matrimonio. Yo me pregunto si con eso de uniones entre personas y animales se estarían refiriendo a esas mujeres que están casadas con los bestias de sus maridos y que solo reciben palizas de ellos, porque otra cosa no me cabe en la cabeza. En cualquier caso, parece que ahora van a rectificar y van a quitar ese contenido del informe.
Total, señores y señoras, que el patio anda revuelto y más de uno haría bien en morderse la lengua, que ya son mayorcitos y para eso les pagan.
Llamamos turistas a aquellas personas que, procedentes de unos sitios, visitan otros sitios con ánimo de descansar, degustar sus comidas típicas, tomar el sol en sus playas, fotografíar sus monumentos, beber sus licores y divertirse en sus fiestas. Los turistas, a diferencia de los viajeros (como ya he comentado en alguna ocasión aquí), generalmente no se involucran demasiado con la población local, no profundizan apenas nada en su conocimiento de la situación del lugar visitado ni llegan a alcanzar un grado de empatía muy elevado respecto a los lugareños y sus costumbres. Son turistas y no se les debe pedir más, porque entonces dejarían de sentirse cómodos y no volverían a visitarnos.
Hace unos días, todos hemos tenido oportunidad de ver unas imágenes sorprendentes en las que un grupo de turistas europeos tomaba el sol tranquilamente en una playa del sudeste asiático mientras contemplaban con impasividad la tragedia a su alrededor. Todos, y yo el primero, nos hemos rasgado las vestiduras y hemos criticado duramente esa actitud, claramente inhumana e insensible.
Sin embargo, a nada que lo pensemos detenidamente, todos miramos a diario, a través de los periódicos o la televisión, informaciones, noticias e imágenes de otros desastres que ocurren en otras zonas del mundo: refugiados etíopes que se mueren de hambre, jóvenes palestinos que portan el cadaver del último asesinado por el ejército israelí, cuerpos deformes por el estallido de la última bomba en Bagdad, enfermos de Sida que agonizan en camastros en cualquier hospital africano... Todos sabemos que cada día mueren 30.000 niños de hambre y enfermedades sólo en Africa, que 100.000 personas adultas mueren semanalmente por guerras, hambre, sida o malaria, sabemos que eso equivale a un "tsunami" cada semana y nos quedamos tan impasibles. Contemplamos esa realidad mientras comemos o cenamos, mientras desayunamos o vamos en el metro. Algunos, apadrinamos a un niño, pagamos una cuota anual en alguna ONG y tranquilizamos nuestras conciencias: ya tenemos la foto para enseñar a nuestra vuelta a casa. Pero realmente, a eso se le llama turismo y a los que estamos así en el mundo sólo se nos debería tratar como a turistas, con perdón.
Los científicos y los especialistas en mercadotecnia están aunando esfuerzos por conseguir encontrar lo que sería un gran avance en el campo de la neurociencia y de la publicidad: la tecla cerebral de las compras.
Según publicaba hace unos días la revista Neuron, los mensajes culturales (publicitarios, televisivos, educativos, políticos...) penetran en el cerebro y modelan nuestras preferencias personales. Cuando elegimos comprar un producto determinado de una marca determinada, se ponen en funcionamiento circuitos cerebrales relacionados con la memoria, las decisiones, el sistema de recompensa y la imagen de nosotros mismos. Dichos circuitos se localizan en zonas muy concretas de nuestro cerebro.
Nace así lo que se ha dado en llamar la neuromercadotecnia. Basándose en un dispositivo que toma imágenes del cerebro en funcionamiento (FMRI son sus siglas inglesas) mientras la persona realiza la tarea de elegir entre varios productos y marcas, los científicos descubren qué areas del cerebro se activan a la hora de decidir comprar un Mercedes o tomarse una Coca Cola.
Ya no necesitarán hacer grandes encuestas de mercado para conocer las preferencias de los consumidores. Les bastará con conocer cómo funcionan sus cerebros y dónde se localizan determinadas "teclas" para pulsarlas y conseguir que compremos aquello que ellos decidan.
Pero no queda ahí la cosa. ¿Os imagináis qué supondría para un determinado partido político o corriente ideológica dar con esa tecla?
¡¡¡Y uno que creía que compraba aquel detergente porque lavaba más blanco!!!!!!!
"That all human beings are created different. That every human being has the right to be mentally free and independent.
That every human being has the right to feel, see, hear, sense, imagine, believe or experience anything at all, in any way, at any time.
That every human being has the right to behave in any way that does not harm others or break fair and just laws.
That no human being shall be subjected without consent to incarceration, restraint, punishment, or psychological or medical intervention in an attempt to control, repress or alter the individual's thoughts, feelings or experiences."
Se dice que vivimos unos tiempos de vuelta a los valores y a la religión, al menos éste es el argumento utilizado por algunos analistas políticos para explicar la derrota de los Demócratas de Kerry (¿alguien se acuerda de él todavía?) frente a los "neocon" (¿o sería mejor decir teocon?) de Bush.
Si eso fuera cierto, supondría el triunfo de un modelo de sociedad cerrada que se organiza, según sus propios postulados, en torno a un orden jerárquico inmutable de las cosas, establecido por dios. Los valores, en esos casos, se hacen girar alrededor de una determinada concepción de la familia y el matrimonio, de la propiedad y del esfuerzo personal de los individuos.
El pasto es escaso y cada político busca para su rebaño un prado donde puede. Así, en nuestro país, algunos se han apresurado a hacer bandera de la causa episcopal, una vez que les ha fallado la causa mayor, es decir, la guerra.
Resulta un tanto extraño defender por un lado la vida del no nacido y aprobar por otro la política de tierra quemada que se está practicando en Falluyah; o estar en contra de la eutanasia para enfermos terminales mientras se mira hacia otro lado cuando los marines disparan por la espalda o rematan a sus prisioneros.
Y es que los valores son distintos según quién los defienda. La alternativa, por tanto, no consiste en desprenderse de los valores sino armarse de ellos (empezando por el de la coherencia, continuando por el de la justicia y la verdad, que también son valores) para defender un modelo de sociedad civil, abierta, frente a la revolución conservadora que nos asola. Luchar contra los abusos de poder, contra la falta de libertades (no sólo con mayúsculas, sino también con minúsculas, en el día a día de las libertades individuales públicas y privadas), contra la corrupción (Trillo es un magnífico ejemplo, hoy que se descubre que se había blindado la vida con un seguro que le cubría hasta las borracheras), contra el nepotismo, a favor de los ciudadanos y sus derechos. Ese, sin duda, debería ser el nuevo armazón ideológico de una auténtica izquierda progresista. Ya veremos si recogen el guante.
Hace unos meses asistimos con sorpresa al espectáculo de un loco que durante la maratón de Atenas 2004, cuando faltaban pocos metros para llegar a la meta, se abalanzó sobre el corredor que encabezaba la carrera y le hizo perder tiempo y le rompió el ritmo. Finalmente, éste logró sobreponerse y llegó tercero a la meta, logrando la medalla de bronce.
Aquel desconocido atleta se llama Vanderlei Lima, es brasileño y desde entonces ha recibido múltiples muestras de cariño, de apoyo y reconocimiento por parte de instituciones, gobiernos y de la gente en general. Posiblemente la gente le recordará más por esta circunstancia que si hubiese ganado la medalla de oro, aunque él hubiera preferido, sin duda, ganar aquella carrera. Se lo había ganado.
Cuando, como hoy en día, resulta tan dificil encontrar en el deporte un ejemplo de deportividad, sana competencia y pundonor, su caso es todo un ejemplo. Mucho más cuando se trata de un deportista que no se puede comparar ni por asomo a las cifras astronómicas que ganan otros como los beckham, ronaldos y zidanes.
Muchos de nosotros, en sus mismas circunstancias, nos habríamos retirado de la carrera y hubiésemos organizado una trifulca legal contra los organizadores de la misma. Él se limitó a intentar recuperar lo perdido y contentarse con un injusto tercer puesto. No ganó la medalla de oro pero ganó su honor y la simpatía de miles de personas en todo el mundo. Hoy ha recibido, por ello, un reconocimiento en la Fundación Ernest Lluch y su emoción sincera vale más que todas las lágrimas de cocodrilo derramadas por algunos futbolistas cuando han perdido algún partido decisivo para su equipo. Porque las de Vanderlei salen del corazón y las de los futbolistas salen del bolsillo.
Vanderlei Lima, con su sencillez y espíritu de lucha, nos ha dado a todos una lección y supone un magnífico modelo a seguir, en un mundo, el del deporte profesional, plagado de dopajes, chanchullos, corrupciones y superficialidad.
Hoy Portugal está pendiente del inicio del juicio por los abusos cometidos contra menores en la institución conocida como Casa Pía. Entre los acusados hay, además de responsables del centro, una larga lista (menor de la real) de personajes conocidos e importantes de la sociedad portuguesa: locutores de televisión, abogados, jueces, militares y políticos.
Ayer, los diarios españoles se hacían eco de la detención por parte de la policía de noventa personas acusadas de pertenecer a una red de pornografía infantil repartida por toda la península. Entre los detenidos hay profesores, militares, policías, médicos y un buen grupo de menores de edad.
Hace ahora un año, saltaba la noticia en Estados Unidos acerca del cierre del 20% de las iglesias de Boston por la ruina económica a que se ha visto abocada la archidiócesis de la citada ciudad al tener que pagar la cuantiosa factura de los acuerdos económicos con las víctimas de abusos sexuales por parte de un nutrido grupo de sacerdotes. Casos parecidos se han vivido en Austria, Bélgica y en varios países del continente africano en los últimos meses.
Yo me pregunto qué clase de extraña perversión sufren estas personas que encuentran placer en el sometimiento y abuso carnal de seres inocentes, menores de edad, ignorantes en la mayoría de los casos del verdadero significado de tales actos. Qué clase de extraño placer puede haber en tales conductas que empuje a personajes exitosos de la sociedad a arrojar toda su vida por la borda por el capricho de un momento. Y me pregunto, sobre todo, qué clase de anomalía emocional se queda grabada en el cerebro y en el corazón de estas víctimas para el resto de sus vidas. Con qué equipaje llegarán, de mayores, a pretender mantener una relación sentimental con otro ser humano.
Hace unos días, un portavoz oficial del Vaticano, se quejaba en una rueda de prensa de la actitud de ciertos gobiernos europeos reticentes a que en la constitución europea se mencione al cristianismo; se quejaba igualmente de la oposición del parlamento europeo al nombramiento como comisario del italiano Butiglione, amigo personal del Papa; se quejaba de la misma manera de las reformas legales que pretenden igualar el matrimonio heterosexual con el homosexual y concederles el derecho de adopción a éstos últimos en igualdad de condiciones con el resto de la sociedad; así mismo, seguía quejándose de la política educativa que busca sacar de las escuelas la enseñanza de la religión católica o que introduce en igualdad de condiciones la enseñanza de otras confesiones religiosas como el islamismo o el judaísmo; por último se quejaba, y esto no es nuevo, del uso de anticonceptivos, de los métodos de reproducción asistida, del aborto y la eutanasia. Finalmente, llegó a decir que la presión a la que se está sometiendo a la Iglesia Católica era comparable a sentarla en el banquillo de la Inquisición.
Y yo me pregunto ingenuamente qué de malo tendrá sentarse ante la Inquisición por parte del Vaticano, si al fin y al cabo es como jugar en campo propio; ¿o no fueron ellos quiénes impulsaron y dirigieron el Santo Tribunal durante siglos?; ¿o no son ellos quienes aún conservan restos de ese Santo Oficio en form,a de La Congregación de la Fe, que con tanta santa y dura mano dirige el cardenal Ratzinger contra todo miembro de la Iglesia que ose discutir la doctrina oficial de Roma?
Porque pienso yo que para la Iglesia no debe ser tan terrible sentarse ante semejante tribunal, aunque sea metafóricamente hablando; tribunal por el que han desfilado personajes ilustres como Miguel Servet, Galileo y miles de acusados de brujería, herejía y otros pecados relacionados con el sexo. Digo yo que a nuestros queridos obispos y cardenales, que sólo parece preocuparles el sexo a tenor de lo que están continuamente declarando, no estaría mal que los examinara el gran inquisidor general, por si su obsesión es digna de algún merecido castigo.
En resumidas cuentas, la Iglesia se niega a aceptar el papel que la sociedad europea le quiere otorgar. Un papel absolutamente secundario que se han ganado a pulso por su política contraria a la libertad de la persona, por su discriminación de las mujeres, por la estigmatización de la homosexualidad, por su apoyo institucional a dictadores, explotadores y dueños del poder económico y político, por su ausencia de valores, por su hipocresía y falta de moral.
Lástima de esos miles de monjas, frailes, curas de a pie, que se parten el alma por los sin techo, por los excluidos sociales, por los ancianos más desprotegidos, porque su propia cúpula institucional les da la espalda, no los reconoce o, incluso los persigue. Lástima de quiénes dentro de la propia Iglesia reclaman una vuelta a la verdad y al evangelio, porque sus jefes jerárquicos les obligan a guardar silencio, los excomulgan y los expulsan.
Lástima de tanta buena gente.. en tan mal negocio.
Las personas estamos supuestamente dotadas de una inteligencia que nos permite prescindir de las pautas de comportamiento determinadas por los instintos, al contrario que los animales. Sin embargo, cuando contemplo a algunos de mis congéneres ante un atasco de tráfico, en la cola del cine o la pescadería, en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados o en una tertulia de invitados a sueldo en la televisión, me entran mis serias dudas sobre la afirmación inicial.
A veces uno tiene que hacer de tripas corazón y creer (seguir creyendo) que lo que dicen los libros que uno ha estudiado durante tantos años sigue siendo verdad, que el ser humano está dotado de cerebro, de un cerebro superior. Sólo así uno puede aceptar que las declaraciones a la prensa de determinados políticos, tanto del gobierno como de la oposición, tanto conservadores como ¿progresistas?, tanto nacionales como autonómicos y locales, sean fruto de un mal día, más que de un reflejo condicionado como los de los animales en cautividad.
Así, el que normalmente es un tranquilo padre de familia, respetuoso y educado, ante el volante se convierte en ese tigre de Bengala que deambula como sonámbulo por los cuatro metros cuadrados de su jaula en el zoo. Y la señora que pretende colarse en la carnicería con gruñidos de quebrantahuesos, cuando regresa a casa es la fiel cuidadora de su anciano padre.
Los niños ante la jaula de los monos se preguntan por el comportamiento paradójico de éstos, que siempre hacen lo mismo incluso ante estímulos opuestos. Sus padres han de contestarles que hacen eso porque son animales.
Así que cuando uno ve en la televisión a ciertos personajes hacer siempre lo mismo, en cualquier situación y circunstancia, inevitablemente ha de pensar que su inteligencia muestra un serio déficit o que está seriamente dañada.
El pensamiento es lo contrario de las pautas: éstas son sólo meras repeticiones de gestos, mientras que aquel se pregunta por el sentido de la pauta y la cambia si lo considera necesario.
Aznar, Acebes, Zaplana y todo el PP en su conjunto siguen repitiendo invariablemente su pauta, mientras el nuevo gobierno ha decidido romperla. No sabemos todavía cómo manejarán la economía o la educación (mucho me temo que mal) pero al menos han dejado de comportarse como primates.
Nuestros adolescentes en la calle, los adultos en sus asuntos, los tertulianos y famosos, harían bien en abandonar esa estrategia de responder a la provocación del cacahuete, y empezar a comportarse de acuerdo a sus convicciones, a sus razonamientos y a sus neuronas.
No, no se trata de un remake del legendario y no menos admirado programa que emitió en su día una cadena de televisión en España (para los no iniciados esto es una ironía). Se trata de la conclusión a la que llego después de leer en El País un extracto de la última encuesta del CIS sobre la confianza de los españoles en las instituciones.
Resulta que, según dicha encuesta, la televisión y la Iglesia son las dos instituciones en las que menos confían los españoles. Hasta aquí nada anormal.
Lógico que los ciudadanos no crean en la televisión que cada día mete más basura en sus casas (pese a los códigos deontológicos que pretenden autoimponerse para autoincumplirlos a la primera oportunidad). Lógico que los ciudadanos no tengan ninguna confianza en una Iglesia que sólo se preocupa del sexo, olvidando en el camino el evangelio. (¿Quién dijo que este país era la reserva espiritual de Europa?)
Pero lo que no es lógico es lo que viene a continuación. Y es que las instituciones en las que más confían los españoles son la Policía y las Fuerzas Armadas. ¡Apañados vamos! Resulta ahora que somos un país de cagados de miedo, cuya principal preocupación es la seguridad de nuestro miserable terreno propio, de nuestro hogar o de nuestra parcela. Hemos dejado de ser un país de curas para convertirnos en un país de "seguratas".
Mi único consuelo es que las mafias de bancos y sindicatos han quedado casi tan mal como la Iglesia.
La noticia aparecía hoy en El País, pero no se trata de una novedad. Se concede más importancia al tema ahora que estamos en momentos de elecciones (en la de los Estados Unidos nos jugamos mucho todos), pero la pérdida de credibilidad de los medios de comunicación tradicionales es imparable desde hace algunos años.
Autores, como Serge Halimi, han estudiado el tema muy a fondo tanto en Europa como en Estados Unidos. Los grandes medios de comunicación televisivos y las grandes y más rancias cabeceras de periódicos han sido presa de corporaciones mediáticas que forman un gran conglomerado de intereses varios: financieros, políticos, empresariales, estratégicos, en el que participan grandes lobbys y grupos de presión (iglesias, partidos, multinacionales, distribuidoras de contenidos mediáticos, etc.). Así, las principales cadenas de televisión estadounidense como las archiconocidas CBS, ABC o NBC, ven como la FOX News (ultraconservadora televisión que se distribuye por cable y satélite) les toma la delantera.
Los espectadores prefieren que les den las noticias ya digeridas por la ideología dominante en la citada cadena, antes que verse claramente engañados por las no menos parciales cadenas generalistas de toda la vida, que presumen de una imparcialidad que perdieron hace mucho tiempo. Es decir, los lectores y televidentes eligen donde informarse según sus preferencias ideológicas, aunque la información que reciban sea menos imparcial (pero, al menos, coincidirá con su punto de vista). El pensamiento crítico es el gran ausente y cada vez más.
Los escándalos en los principales periódicos estadounidenses demuestran que éstos no están ajenos a la pérdida de credibilidad que afecta a sus primas hermanas de la Televisión: The New York Times y el USA Today han sido avergonzados por columnistas de la propia casa.
Se trata en fin de una crisis en la que hay muchos medios de comunicación alternativos dispuestos a tomar ventaja y aprovechar las circunstancias. La explosión de los blogs de noticias y los diarios políticos de todo signo están aumentando en número y creciendo en calidad a pasos agigantados. El gran peligro es que se vean pronto digeridos por la maquinaria financiera de las grandes corporaciones, capaces de controlar y comprar todas y cada una de las conciencias de la blogosfera.
Los partidos norteamericanos, por lo pronto, han gastado en publicidad en Internet una cantidad muy superior a la gastada en campañas anteriores. Si el dinero se desplaza en ese sentido, la verdad tendrá que correr en sentido contrario si no quiere verse apresada.
Hasta hace pocos años, los especialistas en marketing hablaban del egotismo como la última moda en consumo: cada sujeto buscaba ser diferente del resto al comprar diseños personalizados de sus prendas y calzado deportivo, de sus cereales para el desayuno o de su perfume corporal. Pasada esa moda, aún quedan nostálgicos atrasados que buscan diferenciarse en cada centímetro cuadrado de su piel del resto de sus congéneres mediante nuevos dibujos tatuados. Es más que una afición una obsesión que se lleva a ras de piel para llevar una marca propia. Pero dicha tarea de ser diferente se ha convertido en algo tan agotador que ahora se ha sustituido por otro que consiste en albergar a cuantos más otros mejor.
La felicidad de la especie humana no correlaciona ni con la edad, ni con el sexo, ni con el bolsillo; solo correlaciona, estrechamente, con el contacto y la mayor comunicación interpersonal. Ninguna felicidad es completa sin una buena compañía, para lo cual no basta con ser una gran individualidad sino que además hay que ser una gran persona.
Por tanto, ya no vale la táctica narcisista de entender a los demás más como estorbos que como apoyos. Eso era suficiente para una individualidad autoabastecida y edulcorada con retazos de vida y la fantasía aplicada a los objetos como prolongaciones del propio yo. Esa creencia autocomplaciente fue fermentando hasta producir el consecuente estiércol. Ahora, de ese abono, brota algo más natural, saboreado persona a persona, peer to peer. La blogosfera es un buen ejemplo de las nuevas comunidades y anillos de relación donde personas de distinto sexo, edad, origen, lengua y cultura, intercambian sentimientos, ideas, opiniones, ayudas y consejos morales y/o psicológicos, música, imágenes o cualquier secreto o miseria.
Frente al descrédito de la política, la inmoralidad de las iglesias, el derrotismo sindical y la ausencia de movimientos ideológicos articulados, surgen estas nuevas comunidades, flexibles, llenas de individuos que poco a poco se van transformando en personas activas a través de asociaciones, agrupaciones cívicas, voluntariados, manifestaciones callejeras. Surge así una nueva sociedad no censada y cansada de tanto yo.
Somos una sociedad acomplejada y llena de miedos. No aceptamos la muerte hasta el punto de negarla y ocultarla tras mil eufemismos. Y tampoco aceptamos el paso del tiempo, la edad, la vejez. Ser viejo es un delito castigado con mil años de silencio y olvido.
Parece que estuviéramos obligados a permanecer por siempre jóvenes, tersos y lozanos, lustrosos como manzanas, aunque por dentro nos perfore la podredumbre. La juventud es eterna a base de sucesivas prolongaciones de sus límites por arriba. Los que fueron jóvenes a los 20, lo siguen siendo a los 30 y aún se aferran con fruición a su extinta tersura a partir de los 40. Quieren más a sus coenzimas revitalizantes que a sus mayores, a los que son capaces de olvidar en una gasolinera con tal de llegar cuanto antes a una masificada playa a lucir un masificado y poco original moreno.
Ser viejo es un delito que se debe ocultar todo el tiempo que sea posible. Vistiendo de forma infantilmente ridícula, comportándote como un adolescente senil, algunos llegan incluso a dejarse coleta o ponerse un pendiente en la oreja con tal de asemejarse a sus ofendidos nietos. Ser viejo no está de moda. Ser un trasto que solo estorba tampoco es el destino que algunos hubieran deseado para sí. Tan solo algunos pocos tienen el consuelo de haber ahorrado el suficiente dinero para que sus hijos o nietos les laven el culo con una sonrisa en la boca.
Paradójicamente en unas sociedades donde cada vez la media de edad es más alta, la supuesta juventud eterna parece haberse adueñado de todo el espacio social para recluir en sus rincones más oscuros a aquellos que por sus arrugas y encorvaduras ya no están presentables. Tener arrugas parece más un delito de dejadez y mal cuidado que un inevitable efecto del tiempo pasado. La arruga ya solo es bella en la ropa de las modelos en una pasarela.
Ser viejo parece que debiera estar castigado con la cárcel del asilo, para evitar el afeamiento de nuestros jardines y calles.
Lástima de futuro "juvenil" que nos espera a la vuelta de la esquina.
Terminó el Forum como empezó, con un espectáculo pirotécnico que posiblemente es lo que mejor representa lo que se esperaba de dicho evento: nada.
Los fuegos artificales tienen eso: llaman la atención por su vistosidad luminosa, por el ruido ensordecedor, pero tras de sí no hay nada más que olor a pólvora quemada, a salvas sin munición, a vacío y a nada.
Es el mucho ruido y pocas nueces de nuestro refranero. Sí, las estadísticas están ahí para testimoniar que se han celebrado no sé cuantas conferencias, tantos diálogos y tantos espectáculos, además de que el número de visitantes ha sido de tres millones y pico, algo menos de lo esperado por los organizadores. Pero la realidad es que ni siquiera ha respondido al apellido de su nombre (foro de las culturas) cuando las únicas culturas representadas de forma real han sido la del consumismo y la oficialidad intelectual. Unos cuantos indígenas de otros países y latitudes han puesto la necesaria nota de color, pero su contribución (la que les han permitido) ha sido la misma que la de los Guerreros de Xiam.
Para ese viaje no hacían falta tantas alforjas. Los sin voz, los anti sistema, los contestatarios de lo oficial, las subculturas, las culturas de la calle, de la pobreza, de los marginados, la inmensa mayoría de las ONGs que trabajan de verdad a pie de trinchera, las asociaciones realmente críticas con el sistema mundial, esos no han tenido voz ni voto. Los ciudadanos normales no han tenido más que invitación a gastar y consumir espectáculo a precio de oro, pero no han tenido derecho a preguntar o dialogar más que con el vecino de butaca o de cola.
Lo dicho, unos bonitos fuegos artificiales. Visca Barcelona!!!
En las últimas décadas nuestros hábitos de consumo han ido evolucionando al tiempo que quemábamos una serie de etapas, quizás con las prisas de los nuevos ricos que se incorporan algo tarde a la fiesta del consumo y el despilfarro.
Hemos pasado de gastar el 50% del sueldo en alimentos a invertirlo en la adquisición de la vivienda, lo cual desplaza el gasto en alimentos a un segundo plano.
Pero es que ya estamos en la segunda fase en la que, llenos los estómagos y con un habitáculo, por mínimo que sea, donde plantarnos, de lo que se trata ahora es de llenarlo de mil y un artilugios, frascos, botes, muebles, cuadros, adornos y ropa. Nuestro ego se ve prolongado a través de ese universo artificial de artículos con diferentes tonos, precios y tamaños. Fuera de ese hogar atiborrado queda el fatigoso trabajo y sus malas experiencias; dentro, el cálido recinto del hogar atiborrado de bienes embellecidos por las revistas de moda y el catálogo publicitario de ikea. Nuestro significado como personas queda enmarcado en ese recinto sagrado y protector, aunque axfisiante.
Esta etapa, sin embargo, ha entrado ya en decadencia y aún la acabábamos de estrenar. Nuestros vecinos del norte, más ricos y con mayor experiencia en esto del consumo, ya han adelantado lo que será el futuro: gastar menos en salchichas y automóviles, en calzoncillos, corbatas y detergentes, para destinar más del 60% del sueldo en cosas inmateriales. Compran, no objetos que pesan y ocupan espacio dentro de la casa, sino experiencias que amueblan el mundo interior de cada uno.
La tendencia va por un camino que lleva no a poseer más sino a hacer más. Es decir, a invertir en masajistas, fisoterapeutas, maestros de yoga y Tai Chi, psiquiatras, balnearios, la práctica de alguna actividad artística, la velada en un restaurante exclusivo y distinto, viajar a sitios nuevos y exóticos, el vértigo de un rave, asistir a un ciclo de cine japonés o de conciertos de cámara.
Por tanto, ya no se trata tanto de adquirir cosas, objetos, como de comprar sesiones de vida, atender más que a los electrodomésticos de última generación, a las emociones.
A estas alturas, cualquier novedad en el ámbito de lo tangible y material, si no va a compañada de un plus emocional o experiencial, es olvidada pronto o ni siquiera tenida en cuenta. La saturación de cosas lleva a sustituir éstas por lo que ocupa el emergente lugar del deseo: la vida misma.
Compramos vida para huir del vacío en que nos ha metido la publicidd y su discurso de falsa felicidad. Precisamos de la comunicación más que nunca para salir de nuestros aislados nidos hipotecados. Buscamos algo más que cosas, buscamos servicios, desde los más íntimos hasta los más prosaicos, desde los inocuos hasta los que nos cambien la forma de ser. BUscamos, pues, la felicidad, en estado puro, sin peso ni embalajes, sin etiquetas, lista para ser consumida en inoculaciones sobre el corazón, que diría Verdú.
El verano no se vive igual dependiendo de si uno es soltero o casado. En esta estación del año los cuerpos se enaltecen y el amor se enardece, aunque su caducidad se cumple nada más comenzar el otoño. Quizás por esta razón la mayor parte de las bodas se celebran en las cercanías del mes de Agosto. Así los contrayentes acuden a semejante cita con sus mejores galas físicas y sus mejores sentimientos amorosos. Ya llegará el otoño con las rebajas, cuando desaparezca el bronceado y el frío disminuya los ímpetus a la altura de los medios, cuando uno a uno se miren, se estudien y busquen el libro de reclamaciones.
Casarse protegidos por una película solar encubre las rutinas que saldrán a la luz en el espacio más doméstico: el espacio de las blanduras, los eczemas, el clamoxyl y los estornudos. Pasado el optimismo irresponsable y veraniego, llega el rigor otoñal que anuncia un crudo invierno.
Por eso no entiendo que el colectivo gay, tan proclive a la vida alternativa, alegre, díscola, frívola en algunos casos y cambiadiza, se quiera apuntar al carro matrimonial que se carga toda lubricidad y deviene inexorablemente en desgana ocasionada por la repetición sexual. ¿Es que quieren vivir otra experiencia al recorrer el arco de la legalidad?
Y menos entiendo a la jerarquía eclesial al oponerse a tal aspiración, puesto que sería la manera de acabar con la excentricidad de parte de ese colectivo así como con el colectivo en su conjunto, porque el matrimonio normaliza y ordena, hace a la mujer legítima y bendita, y a los hombres asustadizos y tristones. El que los colectivos gays (con excepciones como el subgrupo de lesbianas tipo queers, pushy femmes o ladies in tuxedoes, que acusan a los primeros de haberse convertido en unos integrados y traidores de la causa) quieran acceder al matrimonio es como firmar su propia sentencia de muerte. Y es que el matrimonio se lo carga todo, hasta el amor.
Septiembre es un mes nefasto, pernicioso, traumático y gris. Es el mes de la vuelta al cole, el mes del cambio de temporada en todos los escaparates, adelantándonos el triste otoño en cuatro semanas y angustiándonos con los colores marrones mientras todavía nos sentimos cómodos en las playeras.
Septiembre es el mes de comienzo de mil y una colecciones absurdas anunciadas por televisión como el entretenimiento más divertido posible: coleccionar cajas de madera hechas a mano (pero quién se puede creer que estén hechas a mano si hay 50 mil kioscos en este país), minerales, casa de muñecas, maquetas de aviones, insignias de las dos grfandes guerras y muñecas del mundo.
Pero Septiembre es aún más mortal: es el mes de comienzo en el trabajo. Es como una pandemia que causa estragos entre la población, llenando las aceras de personas con depresión, víctimas anónimas del síndrome post-vacacional, ciudadanos desorientados, cabreados. Seres humanos, en fin, sometidos a la tortura asalariada de forma fatal e insoportable. Y lo peor es que Septiembre también es el mes en que los amigos te invitan a sus casas con la excusa de una cena para enseñarte las fotografías y vídeos de sus vacaciones. Y uno, dolido aún por la vuelta a su realidad, no encuentra justificación alguna para tanta crueldad.
Y es que el ser humano se va desvaneciendo desde Septiembre hasta que vuelve a renacer al siguiente verano. Porque nuestra identidad ya no se construye desde el trabajo, sino desde el ocio.
Lo único que nos salva, lo único que nos puiede ofrecer algún consuelo (y no barato) es el consumo. Consumir, en lugar de aniquilarnos, nos compone por dentro y reconforta, nos pone buen cuerpo y nos ofrece una suerte de alegría absolutamente necesaria en tan malas fechas.
Ahhh, septiembre negro!!!!!!
Los famosos - progres son una subespecie dentro del género famosos. La diferencia es que estos, los progres, fuman porros y esnifan cocaína (como los otros) pero haciendo ostentación y defensa orgullosa de su consumo. Es su marca de fábrica, su etiqueta de denominación de origen.
Pasean su condición de famosos-progres en mil escenarios, sobre todo allá donde haya mucha cámara y mucho fotógrafo. Visten de marca, pero de forma desarreglada, como el que ha cogido lo primero que ha encontrado en el armario. Sólo se afeitan cada cuatro o cinco días, y nunca para ir a una entrevista televisada. Manejan cuatro frases ocurrentes sobre la actualidad política y social. Se retratan con niños hambrientos en África o mujeres maltratadas en Afganistán, pero luego vuelven a su casa en la Moraleja, junto a los otros vecinos famosos pero no progres.
De vez en cuando, sufridos ellos y ellas, viajan en metro o autobus urbano, para que el pueblo los vea y admire en su condición de sencillos. De camino pueden quedarse en alguna de sus fiestas exclusivas, en salas exclusivas de hoteles exclusivos.
Qué majos, que bien huelen, qué divertidos.... qué guais!!!!!
De vez en cuando, conviene detenerse en el camino y volver la mirada hacia atrás para contemplar con la suficiente objetividad el pasado más inmediato. Si lo hacemos con la historia reciente de este país, convendremos en aceptar que, a grandes rasgos, hemos avanzado bastante en estos últimos veinte o treinta años.
España ha dejado de ser aquella especie de cuartel maloliente administrado por codiciosos curas y militares de taberna; ha dejado de ser un país sometido al raquitismo intelectual mediante la jibarización de mentes y almas. Nuestra atrofia intelectual, espiritual y moral proviene de aquellos tiempos, que para algunos no han terminado.
Lo cierto es que este país parece haber salido de aquel oscuro tunel y su sociedad es hoy una sociedad dinámica, sometida a las grandes contradicciones de todas la sociedades modernas, alejada de planteamientos doctrinarios inflexibles e infantiloides, alejada del control de los púlpitos y con la mejor formación académica e intelectual de toda la historia. Otra cosa es el cómo se aproveche esa ventaja respecto a tiempos pretéritos y cómo se vivan esos avances sociales indiscutibles.
Las tensiones entre la oligarquía, siempre dispuesta a controlar a las masas para su propio provecho, y los intentos de algunos grupos políticos por someter a la población a un proceso de vuelta a las cavernas, no han tenido éxito hasta ahora. Pero las alternativas tampoco han conseguido un mayor apoyo. Digamos que la sociedad española, como toda buena sociedad burguesa que se precie (sobre todo si hace poco que disfruta de los dulces placeres de la burguesía), está ahora lamiendo la miel y se olvida de las heridas. Esa miel se administra a diestro y siniestro a través de la Televisión y los medios de comunicación de masas, a través de un sistema educativo que iguala por el lado de la torpeza y la vagancia, y, sobre todo, a través de la publicidad. Somos y nos comportamos como los nuevos ricos cuando llegan por primera vez a la urbanización de lujo.
Los diferentes gobiernos, según el color del collar que lleven al cuello, admitirán más o menos derechos civiles para los ciudadanos, serán más o menos estrictos en determinados temas (sobre todo aquellos que dan más votos en las elecciones) pero no osarán matar a la gallina de los huevos de oro.
En nuestras manos está saber y decidir qué haremos con esa herencia, con ese asombroso pero insuficiente cambio experimentado por la sociedad (y por tanto por la mayoría de sus individuos) en los últimos años. La responsabilidad no es de los demás. Es nuestra y tenemos el deber de ejercerla, porque de no hacerlo, otros aprovecharán la ocasión para hacer su particular agosto y vendernos un mundo que no deseamos.
Recientemente, los medios de comunicación se hacían eco de una noticia protagonizada por el inefable Príncipe Carlos de Inglaterra. El suceso en cuestión tuvo lugar a plena luz del día y en la calle. La propia casa real se encargó de airear el asunto en los medios para que la cosa quedara inmortalizada.
Estaréis pensando de todo, que si por fin la Camila...., que si Harry Porretas le había pasado algo de hierba al padre..... que si la difunta Reina Madre había resucitado entre vapores etílicos con sabor a gin-tonic... que si Carlos habría salido del armario.... pero me temo que por ese camino no vais a acertar.
El asunto es de una trascendencia tal que las mismísimas Olimpiadas quedarían en un segundo plano si no fuese porque la noticia ocurrió mucho antes.
Ahí lo viérais, tan educado, tan trajeado, tan inglés... descendiendo a la calle por una puerta lateral de palacio, y entrando, oh cielos, en un lustroso taxi negro que le esperaba impaciente. El taxi le dio una vuelta por la ciudad, con parada incluída en una estación de taxistas con los que tomó té y compartió algunos chistes, y terminó la carrera en el mismo lugar donde había comenzado.
Carlos se mostró en todo momento altamente entusiasmado por tan feliz y original experiencia. Declaró que aquella había siso su primera vez y que le había gustado tanto que pensaba repetirla a la menor oportunidad.
¿Os podéis imaginar lo que sintió ese pobre hombre al montarse por primera vez en un taxi y pagar de su propio bolsillo? ¿Qué le hubiera pasado si se llega a montar en el metro a hora punta? ¿Y qué le pasará el día en que por fin su madre le permita ir a Eurodisney?
Para correrse.
Todos los días oigo noticias sobre el Forum de Barcelona, sobre el número escaso de visitantes, sobre problemas con los edificios, sobre protestas de grupos de jóvenes, pero no escucho nada acerca de los contenidos que se están discutiendo en su seno. Me empiezo a sentir, como Xavier Arnela contaba, como en aquellas películas de ciencia ficción que nos muestran mundos perfectos donde se han eliminado los problemas a base de narcotizar a la población con suaves mensajes y química de diseño. Mundos que, como no se tarda en descubrir, esconden bajo la alfombra más de una pesadilla. Me temo que al fastuoso florero del Forum le ocurre algo parecido.
La asistencia en un día laborable es floja. Grupos de paseantes deshilvanados y grupos de escuelas visitan jaimas y exposiciones a base de patear largas distancias de incómodo asfalto. Por su parte, en el edificio tremebundo que sirve de ágora, se cuecen toda clase de conferencias desangeladas. Eso sí, todo es más que correcto. Los visitantes podrían recolectar toneladas de datos sobre cómo anda el mundo pero, como dice Ignacio Ramonet, ver no es entender. Y que Isaiah Berlin remata diciendo que entender no es comprender.
En lo arquitectónico y funcional, sobresale la megapantalla fotovoltaica ,una muestra de ecología de salón y de la distancia entre el Forum y la ciudadanía que también nos recuerda el fracaso en la instalación de tales artilugios en el resto de tejados de la urbe. Y es que se nos olvida que para atreverse a plantear un diálogo mundial entre culturas debería existir una dinámica urbana, autonómica, estatal e internacional que convirtiera al Forum en una necesidad inaplazable.
Las instituciones y empresas que apadrinan el Forum han aceptado el reto con la boca chica, evitando la contestación al sistema, vadeando las tensiones, en definitiva, sin poner, hasta ahora, toda la carne en el asador para conseguir una ágora viva, más contradictoria y defectuosa, menos pautada, dejando espacio para lo imprevisible. Me refiero a ese instante mágico en el que dos cerebros o miles de ellos, exploran ideas extrañas, que no le son propias, tal vez inaceptables, intentando a pesar de ello, hallar lo común, el frágil territorio de la convivencia.
El diálogo auténtico crea su propio espacio y es fácilmente distinguible de las imitaciones. Imaginemos pues un lugar donde, por ejemplo, un científico frankeinstein pudiera conversar con una madre asustada por el futuro de sus hijos, o el okupa pendenciero desgañitarse con el más voraz de los constructores, allí donde se desmelenara el político de ideas demasiado pragmáticas ante un moralista pasivo e intransigente. Y ser capaces de ir mas allá de las exposiciones para acometer juntos las propuestas. Y que todos estos diálogos estuvieran asediados de público comprometido, en un inmenso escaparate interactivo, sin trampa ni cartón. Sí. Allí donde se produjera una mínima parte de ese milagro, allí debería estar el Forum. Y ese sitio, por ahora, no es Barcelona.
Porque es innegable que el Forum funciona en su vertiente lúdica, desde Carlinhos Brown a Sting y desde los juegos milenarios a las propuestas más equilibristas. Pero todo ello no significa más que el envoltorio rumboso y agradable mientras el nodo permanece a oscuras. Todo eso no aporta ni un gramo de novedad y hace del Forum un evento prescindible y evanescente.
Con ingenuidad, uno esperaba escuchar a los que estaban dispuestos a superar los datos científicos conocidos, los lugares comunes de la intolerancia y el miedo, el intento de una síntesis transversal que permitiera abrir nuevos caminos, el alumbramiento de una nueva conciencia global. Quizás se trata de una crítica fácil o de una posición maximalista pero me resisto a pensar que se trata de una simple operación urbanística más, enmascarada de postmodernidad.
Porque si al final nos queda como imagen del Forum la presencia de los silenciosos guerreros de Xian (¿A quién se le ocurrió que la megalomanía de un emperador chino con buen gusto artístico encajaba en el Forum?) es que continuamos siendo parte del problema y un lastre para las soluciones, una sociedad bienintencionada con los pies de barro, diletante, preocupada por la marcha del mundo de forma civilizada pero incapaz de establecer el más mínimo puente de diálogo a la postre y también por qué no de dialogar de verdad ni siquiera con el camarero que nos sirve el cóctel de cava al final de la jornada, tal vez inmigrante sin papeles, mientras disfrutamos juntos de la belleza de un puerto al atardecer en una tranquila ciudad del mediterráneo.
Nuestras modernas ciudades parecen, más en verano que en cualquier otra época del año, auténticos campos de batalla: gruas que yerguen sus brazos sobre el horizonte, apuntando al cielo de forma amenazante; taladradoras por doquier, haciendo de la calle un infernal pasillo de polvo y ruido; zanjas como trincheras, que se abren una y otra vez para introducir siempre los mismos tubos, mientras ejércitos de soldados con casco de plástico blanco se aprestan al combate; obras repletas de andamiajes y vallas sucias, con carteles podridos y metal oxidado.
Es el imperio de los nuevos dueños de la ciudad, los constructores, que avanzan con sus ejércitos de maquinarias, cemento y asfalto de forma imparable, hasta las puertas de los mismos ayuntamientos, a los que dominan y someten a su vieja ley.
Los alcaldes, ingenuos, creen que son ellos quienes controlan la situación, mientras se sientan en sus lindas poltronas con los testículos bañados en polvos de talco; pero son ellos, los dueños, los que les ponen o les quitan.
Los pobres ciudadanos intentan sobrevivir en ese maremagnun diabólico de ruidos insoportables, de suciedades y poluciones, de máquinas y obreros, de cemento y ladrillo, mientras contemplan con resignación cómo el enemigo avanza y va colocando sus gruas como hitos en el horizonte que delimitan la marcha de la contienda y los territorios conquistados. Nadie atina a comprender el propósito de la guerra. Como cualquier guerra, solo tiene el propósito de hacer más ricos a los que ya lo eran.
Las ciudades ya no sirven para su propósito, se han convertido en tierra de desolación por donde nadie puede ya caminar.
Siempre he pensado que el matrimonio es un invento parecido a los submarinos, que pueden flotar pero están pensados para que se hundan. Esto no quita para que aquellos/as que hasta ahora han tenido vedado el acceso al matrimonio, quieran vestir de tul con todas las de la ley.
Allá cada uno/a con sus gustos y con su vida. Nuestros actuales legisladores y gobernantes parecen tener prisa por otorgar carta de derecho a las uniones entre todo tipo de parejas independientemente del género o sexo de los contrayentes. Lo que no sé es si nuestros legisladores habrán caído en la cuenta, con la misma celeridad, de la necesidad de otorgar, del mismo modo, una ley de divorcio adaptada a las nuevas uniones y parejas. Porque está claro que en cuanto empiecen a casarse, empezarán con la misma velocidad a separarse y divorciarse. Si es que no hay nada como el matrimonio para romper una pereja que parecían hechos el/la uno/a para el/la otro/a (qué cansino resulta ser orto-políticamente correcto).
En fin, visto lo cual, sigan mi consejo: háganse abogados (matrimonialistas), es la profesión del futuro. Y digo yo, ¿no habrán sido los abogados los promotores de acelerar estas leyes?, ¿acaso no son los que van a sacar la mayor tajada de este asunto?
Hace años que la Iglesia Católica está a la defensiva. Sus mensajes no aportan nada nuevo al panorama teológico o religioso de su comunidad de fieles, sino que se dedican con denuedo a criticar cualquier avance, ley, norma, costumbre o comportamiento nuevo.
Parecen, la institución y su jerarquía, más preocupados por los matrimonios civiles que por los religiosos. Si se trata de princesas, el matrimonio civil a los ojos de la Iglesia no tiene importancia (Leticia), pero si se trata de homosexuales, el matrimonio civil sí la tiene. Curioso.
Así, ha llegado hasta a la publicidad el mensaje divino: si algo es bueno, es que es pecado; si la Iglesia se opone, es que es bueno, sería la moraleja. Si algo produce placer, provoca alegría, favorece el bienestar, ayuda a la comodidad o está a favor de la libertad de las personas, es que es malo y hay que estigmatizarlo desde los pulpitos. Resultado de esta política: ya ni los propios católicos hacen caso de su Iglesia, sobre todo en materia de placer, comodidad, libertad, bienestar y alegría.
La Iglesia se ha convertido en un gran laboratorio de pruebas sociológicas: si queremos saber si algo tiene futuro, solo hay que pasarle una nota a la Conferencia Episcopal o al Obispo de Compostela para que opine sobre nuestro objeto de experimento; si le parece mal, es que tiene futuro, si le parece bien, hay que descartarlo por ser algo del pasado, obsoleto y sin esperanza.
El problema para la Iglesia es que vive en un mundo que ya no existe (no sé si ha existido alguna vez): ahora la gente actúa y elige para su vida aquello, no que la Iglesia le recomienda, sino lo que le prohíbe. La gente actúa y elige por reacción opuesta a las posiciones de la Iglesia, no tanto por la bondad en sí de la cosa. Si la Iglesia quisiera volver a ver sus misas repletas de gente, tendría que prohibir la entrada en las iglesias.
Lástima de empresa mal administrada. ¿Alguien se acuerda del último mensaje eclesial de tono evangelizador y positivo? ¿No? Pero, ¿a que si recuerdan el último mensaje sancionador y negativo? Ese es el delito de la Iglesia... y su condena.
Se está poniendo de moda entre los padres estadounidenses con hijos problemáticos en edades comprendidas entre los once y los dieciocho años. Cuesta la módica cantidad de unos cuarenta mil dólares al año (hay versiones más baratas, pero ya se sabe, uno para los hijos... siempre lo mejor). Hay lista de espera para entrar. Se trata de reformatorios o correccionales que han fundido la filosofía de los campamentos de verano de los Boy Scouts, con la de las penitenciarías del Estado de Tejas y la escuela de entrenamiento de los marines. Responden a nombres que recuerdan las residencias de la tercera edad (Tranquility Bay) y eligen lugares idílicos de la costa caribeña para instalarse, aunque los usuarios no puedan ver el mar desde las ventanas de sus barracones y celdas.
Los niños ricos de familias adineradas de los Estados Unidos con problemas de delincuencia, drogas, alcohol o violencia, son internados en estos correccionales y transcurridos seis meses ya pueden hablar una vez por teléfono con sus papis, si han aceptado su culpa. Si siguen por el buen camino de admitir sus terribles pecados, al cabo de un año ya pueden recibir la visita de sus papis y hacerse con ellos una foto en el jardín del recinto.
Sus papis, felices al fin por haberse librado de esa sanguijuela, dejarán sus reuniones sociales en el club de golf o en el consejo de administración de la Compañía, para mostrarse en la foto que los retrata como unos padres preocupados por la educación de sus hijos. Nadie les preguntará qué hicieron en los primeros años de la educación de esos hijos para que el chaval les saliera así, porque todos sabemos que los padres nunca son culpables de nada y que lo dan todo por sus hijos y que siempre los educan lo mejor que saben y pueden.
Nadie se rasgará las vestiduras al ver que sus vecinos o parientes mandan a sus hijos a estas estupendas instituciones re-educativas, porque saben que es lo mejor para ellos y para el país. Dios bendiga a América.
Qué lástima que a Bush padre no se le ocurriera mandar a su prole a Tranquility Bay... aunque todavía puede estar a tiempo.
Un fenómeno relativamente nuevo se va extendiendo por muchos países del planeta, sobre todo aquellos cuyas sociedades cada vez están más divididas (sociedad dual). En Argentina reciben el nombre de piqueteros. Se trata de organizaciones de parados, jubilados y estudiantes, que se han convertido en los principales actores de la protesta social en la calle.
Hoy asaltan un McDonald, mañana entran en la sede central del ejército y queman unas banderas, pasado hacen una sentada en el hall del Hotel Sheraton aprovechando que se alojan allí unos ejecutivos del FMI.
Son grupos integrados por personas que no tienen nada que perder, aunque a algunos de sus miembros les ha costado la vida (la policía de gatillo fácil es un peligro, sostiene Kirchner). Su método de lucha es la acción directa y están al margen de los sindicatos y partidos políticos. Sus actuaciones, cada vez más sonoras y llamativas, pretenden sobre todo eso, llamar la atención de una forma radical,
Esta radicalización no es gratuita. Cuanto más grandes son los niveles de pobreza de un lado de la sociedad y más grandes son las muestras de desigualdad y el exhibicionismo de la riqueza del otro lado de dicha sociedad, las acciones de protesta son más radicales.
Mientras un grupo minoritario alardea de unos niveles de consumo insultantes gracias a la recuperación de la economía (y de sus negocios, no siempre lícitos), la otra parte, la mayoría, debe sobrevivir con unos recursos cada vez más difíciles de conseguir, más escasos y más caros.
La igualdad social, esa utopía, nunca puede dejar de estar en la meta de cualquier actuación política democrática, salvo que se quiera caminar hacia el suicidio, la guerra civil o la dictadura militar, soluciones todas ellas que ya conocimos de sobra en el pasado. Hoy por nuestras calles deambulan grupos de jóvenes únicamente preocupados por nimiedades, mientras por la otra acera algunos se tapan la cara con pañuelos y pasamontañas para que la policía no les reconozca. Algún día no muy lejano, se encontrarán y, entonces, ¿quién cederá el paso?
Hoy se celebra el Día Internacional del Orgullo Gay y todas las grandes ciudades del mundo occidental se llenaran de manifestaciones con caravanas y plataformas desde las que lucirá sus galas todo un universo variopinto de personas de distintas condiciones, colores, religiones, tendencias y sexos.
Yo, como mero observador desde fuera, me extraño de algunas de esas manifestaciones protagonizadas por algunos personajes que, creo, no representan a la mayoría del colectivo pero que se otorgan a sí mismos una mayor "visibilidad". Esos alardes plumíferos y carnavaleros que recuerdan más los ritos del pavo real que la simple diversión festiva, son un autoensalzamiento provocador, inocuo aparentemente en sus consecuencias, pero llamativo y propagandístico. Son el extremo chabacano de la fiesta, que reinvindica a su manera un espacio de atención (y lo consiguen) y de respeto (y creo que lo pierden).
Ser homosexual es una cosa muy seria como para dejarla en manos de esa minoría de la pluma y el gritito feminoide. Todos tienen derecho a ser como quieran ser, pero que no se sientan representantes del colectivo aquellos que simplemente llaman más la atención ante el resto de la sociedad. Salir del armario ha de ser algo más que darse un beso en la calle con tu pareja y vestirse como una loca sobre una plataforma movil.
Las opciones sexuales no pueden ser nunca una etiqueta en la frente del individuo, ni razón de discriminación. Pero ha de llegar el día en que tampoco sea utilizada tal condición como bandera de reivindicación alguna; ha de llegar el día en que ser homosexual tenga tantas consecuencias como ser heterosexual, ser del Atlético de Madrid o fumar Ducados (bueno, fumar dicen que da cancer, pero ser homosexual no tiene efectos nocivos sobre la salud, según parece).
Salir del armario es un deber de todos: de los homosexuales que quieran serlo ante todo el mundo y que todos lo sepan, sí, pero también de los miles de palestinos que se enfrentan a diario al exterminio por parte de los judíos; de los cubanos que se enfrentan al hambre y al endurecimiento del régimen de Fidel; de los miles de niñas explotadas sexualmente en países tercermundistas; de los niños de la guerra y de la calle; de los ciudadanos que sufren la corrupción de sus funcionarios y gobiernos; de los millones de trabajadores explotados por sus patronos; de las mujeres maltratadas por sus maridos; de los miles de sacerdotes que aguantan y soportan en silencio los desvaríos de su jerarquía superior; de los miles de soldados que luchan en guerras que no son las suyas; de los miles de consumidores y votantes (es lo mismo) que se sienten engañados por los fabricantes de los productos que compran (son los mismos); por los miles de presos que se hacinan en cárceles atestadas esperando un juicio que no llega mientras les someten los propios compañeros de prisión a mil abusos; de los miles de subsaharianos que son engañados cada año por las mafias de las pateras, etc, etc, etc.
¿Para cuando vamos a dejar lo de salir del armario para reivindicar todo eso también? Seamos serios, hay muchos armarios de los que salir.
Paradojas de la vida, el país donde un individuo que sepa darle a la pelota gana más dinero, dónde más recursos se invierten en construir estadios, fichar jugadores, pagar a entrenadores, donde más publicidad asociada a dicho espectáculo se genera, tiene una selección nacional que a la primera ocasión provoca el mayor grado de frustración posible entre la ciudadanía. Somos los eternos favoritos y los eternos perdedores. A perder no hay quien nos gane.
Y yo me pregunto si realmente estas selecciones de jugadores tan demasiado bien pagados sienten los colores de sus camisetas o solo sienten el color del dinero y por eso no les merece la pena el esfuerzo. Me pregunto si será por eso que las selecciones teoricamente más humildes dan una mayor y mejor respuesta en este tipo de campeonatos internacionales.
A lo mejor a tantos raules, beckhanes, zidanes, tottis, habría que pensar en pagarles menos o en no seleccionarlos, para a ver si así sus respectivos equipos nacionales hacían algo.
Y, por último, yo me pregunto: ¿cobrarán un plus por cada escupitajo? ¿por qué el único deportista que se pasa noventa minutos escupiendo (en el cesped o en el contrario) es el futbolista? ¿no se deshidratan? ¿existe algún tipo de relación entre escupir y tocarse los testículos? ¿serán señales codificadas como en el mus?
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Hola, me llamo Odyseo -levantándome de la silla y mirando al círculo de compañeros que asistimos a terapia de grupo por primera vez- y tengo que confesaros una cosa: (se hace el silencio) ¡No entiendo de fútbooooooooool!!!
Todo cambia y la tecnología, además, lo hace a un ritmo frenético. La sociedad actual valora ante todo la utilidad, la funcionalidad, el pragmatismo y la brevedad, rapidez y velocidad. La tecnología lo combina y reune todo para otorgar a la información un valor añadido. Hoy la tecnología sirve lo mismo para obtener información sobre la Bolsa que para intercambiar sexo y pasiones.
El mensaje ha de ser breve y conciso, a modo de slogan más que discurso elaborado. Las palabras son como los costes de una empresa, a menor cantidad y mismo resultado, la inversión merece más la pena, aunque en este caso sea por pura satisfacción carnal.
Hoy ya nadie escribe cartas de amor y, menos aún, utiliza un lenguaje elaborado, barroco, que se detiene en los matices o en construir grandes metáforas. Escribir mensajes de amor o sexo en un teléfono móvil no produce placer alguno al escribirlo o al leerlos, al menos desde el punto de vista meramente lingüístico.
Un "Ke llevas puesto, stas...hum, ya sbs", como texto amoroso no pasará a la historia de la Literatura universal. El mensaje, despojado de toda retórica, de todo lo superfluo e innecesario, ha perdido toda su carga de seducción y va mucho más directo a la meta final. Enviados a bocajarro pueden resultar hasta procaces y provocadores. Dan por hecho que la conquista ya se ha producido y,aunque en realidad no se haya consumado, el deseo estará, según el mensaje, prontamente consumado y consumido.
No hace falta ceremonial ni sello previo, basta pulsar un botón y enviarlo, sin posibilidad de rectificación. En un instante nuestras ansias y deseos fantasiosos, nuestros ardores y secretos más íntimos, vuelan hasta un satélite, atravesando la atmósfera, y regresan hasta la tierra para vibrar en el bolsillo trasero del pantalón del destinatario.
El romanticismo de las viejas cartas permitía echarse para atrás, rectificar, arrepentirse de haberla escrito o de enviarla. Mientras le llegaba a la otra persona daba tiempo a cambiar de enamorada. Pero ahora todo transcurre a la velocidad de un orgasmo y al precio de 0.3 céntimos.
Lástima.
Sostiene Félix de Azúa, en un artículo suyo publicado ayer en El País, que sólo en una sociedad enferma y perturbada, caída en la regresión infantil, es posible sostener y asumir unos procesos de corrupción generalizada. Continua diciendo que solo en sociedades estrafalarias, con élites gobernantes chifladas y ciudadanos sometidos al raquitismo intelectual, es posible algo así.
Algo como lo sucedido durante los sucesivos gobiernos nacionalistas de Jordi Pujol en Cataluña, en que el govern ha pagado puntualmente a los medios de comunicación (a unos más que a otros en función del trato recibido o por recibir) con miles de millones de las antiguas pesetas. No hace falta que diga que sin el conocimiento de los contribuyentes que son los que han puesto el dinero para semejante práctica. La Vanguardia, Avui y otros medios catalanes han recibido dicho dinero a cambio de ofrecer a sus queridos lectores una versión edulcorada de lo que sucedía en el mundo y en Cataluña, con un trato de favor a quiénes les daban de comer.
Y lo peor es que todos lo sabían, políticos de aquí y de allá, periodistas (que no se han rasgado las vestiduras), y gente del mundillo. Los nuevos gobernantes de la cosa pública catalana se han limitado a denunciarlo mediante un informe de extraña autoría, pero del dinero nadie quiere saber nada ni pedir responsabilidades. A lo más que ha llegado Maragall es a decir que ellos reducirán el importe de los pagos.
Dada la tendencia editorial de tales medios, está claro que los catalanes están asegurados, gracias al celo nacionalista, de leer cosas impropias, herejías centralistas o independentistas, y seguirán siendo unos ciudadanos modélicos y piadosos donde los haya.
Por lo demás todo sigue igual, los perros guardianes seguirán comiendo de la mano de sus amos, al servicio de ellos, y los periodistas, si quieren trabajar, seguirán agachando la cabeza para hundir sus trompas en el bebedero de reptiles en que se ha convertido la profesión.
Me cago en el cuarto poder.
Los últimos documentos de la jerarquía eclesiástica tanto vaticana como nacional confirman lo que viene siendo habitual en los escritos y discursos de la Iglesia Católica desde hace siglos, y es que consideran a la mujer como un ser distinto, diferente, secundario, débil y mantienen hacia ellas la misma actitud que se mantiene hacia los (eternos) menores de edad.
Les prohiben ocupar en igualdad de condiciones los mismos cargos y funciones que desempeñan los hombres dentro de la jerarquía eclesiástica, las perciben como una amenaza y, en algunos casos, como fuente de pecado y de distorsión de los esquemas familiares y sociales. Con razón las asociaciones de mujeres tanto dentro como fuera de la Iglesia denuncian esta actitud de clara discriminación y se sienten postergadas a tareas secundarias. Conforme ha ido desarrollándose el proceso de liberación de la mujer y de lucha por la igualdad en todos los campos y aspectos de la vida en sociedades cultas y desarrolladas, esta discriminación se ha ido haciendo más patente, hasta el punto de que el mensaje de la Iglesia, hoy por hoy, es cada vez más contestado o simplemente ignorado por una cada vez mayor cantidad de católicos.
Los obispos parecen estar más preocupados por las cuestiones sexuales que por difundir el mensaje evangélico, por castigar las conductas moralmente incorrectas (desde su punto de vista tan particular) que por ofrecer guía espiritual cristiana a la luz del evangelio para la dificil vida que nos ha tocado vivir.
En lugar de fustigar a la sociedad secular por sus "desvíos", por amedrentar al personal con supuestas ruletas rusas (uso del preservativo) o de acusar con total impunidad a la liberación sexual como causa de la violencia doméstica, se deberían preocupar de por qué cada vez hay menos gente menor de 60 años en las iglesias o por qué cada vez hay más seminarios cerrados por falta de clientes.
Simplemente no tienen credibilidad para hablar de sexualidad (al menos en teoría), de matrimonio, de familia, de mujeres, de anticonceptivos, de violencia doméstica, de homosexualidad... y de tantos y tantos temas, porque no los viven, no saben lo que es salvo por haberlo leído en los libros, no saben de lo que hablan ni tienen experiencia ninguna en dichos temas (al menos oficialmente).... pero sobre todo, porque la gente lo que necesitaría de verdad es otro tipo de mensaje más cercano a sus realidades y problemas cotidianos y que les dejen disfrutar de lo poco amable que les ofrece la existencia.
Si Dios es Amor, ¿la iglesia de dónde ha salido?
Hay dos términos que se usan en política para definir supuestamente a dos tipos antagónicos, a saber: progresista y conservador. El diccionario dice del primero que sería la persona de ideas avanzadas y actitud consecuente con estas ideas; los segundos serían aquellas personas proclives a mantener inalteradas las formas de vida y contrarias a su cambio brusco o radical.
Según nuestros políticos lo primero es una virtud y lo segundo un defecto. Pero realmente qué es ser progresista, qué es una sociedad de progreso, un grupo de progreso, una medida o propuesta progresista..
¿Es progresista legalizar el aborto o el consumo de marihuana? ¿es conservador estar a favor de una patria unida o de una economía de mercado? ¿Si esa patria es centralista es conservador y si es nacionalista es progresista? ¿Si es marihuana es progresista y si es tabaco es conservador? ¿Poner horario límite de cierre a los bares es progresista o conservador? ¿Depende de quien lo diga?
Ser progresista por lo visto es una virtud per se, que quien la tiene, por el mero hecho de decirlo, ya disfruta de un estatus distinguido entre el resto de conciudadanos. Sin embargo, a muchos de esos que se definen a sí mismos como progresistas, resulta que su progresismo les llega hasta donde termina la punta de sus zapatos, porque a partir de ahí, cuando les toca de cerca, se vuelven unos violentos cafres irracionales dispuestos a defender a sangre y fuego su parcela de poder, su propiedad, su coche o sus supuestos derechos frente a inmigrantes, ilegales, delincuentes, drogadictos, prostitutas, degenerados y demás calaña social. Son progresistas de bandera, es decir, de los de campaña electoral, cuando al llegar al mitin se quitan la chaqueta o la corbata, de los de sacar la pana a la calle en cada manifestación y gritar pancarta en mano No a no se qué o Sí a no se cuántos; progresistas de fumarse dos canutos entre chivas de doce años en el chalet de la sierra con un matrimonio amigo suyo de los tiempos de la facultad; progresistas de hacer puenting, footing, jogging, rafting, trekking y turismo rural (mientras los demás nos tenemos que conformar con ir al pueblo de vacaciones, salir a correr por las mañanas y dar un paseo por el monte los fines de semana, pasear en barca por el Retiro o suicidarte desde el viaducto....)
Al menos los conservadores no se ocultan y van de lo que son, unos hijos de papá y mamá dispuestos a trepar, explotar, arañar, ganar, escalar, subir, rezar, veranear, ambicionar... sin complejos y mientras juegan al padel o se hacen una liposucción. Son conservadores de gimnasio y rayos UVA, de BMW y Motorola... ¿o esos son los progresistas? Ay, qué lio... y vaya mierda.
Esa plaza pública que es hoy la televisión, está llena de una serie de personajes variopintos cuyo factor común es el ansia desmedida de dinero y notoriedad. A ello encomiendan vida y pertrechos, aún a costa de la propia dignidad. Unos alardean de tamaños y longitudes, otros de números y agendas; aquella presenta en su impecable currículo haber sido amante fortuita y por una noche de los seis aldabonazos dados por un torero o por un futbolista; en el ruedo de este circo mediático lo mismo encuentras ex - guardia civiles, que supuestos curas, pedorras peliteñidas y siliconadas barbies de tres al cuarto, guarras profesionales que pasean sus vergüenzas como medallas al mérito de la orden de la gran meretriz; seres extraños, de inteligencia límite, antes insultados en la plaza del pueblo y consentidos en sus atolondradas gracias por el cariño que se le coge a los animalitos, ahora expuestos al hazmerreír de millones de telespectadores ansiosos de contemplar la bazofia del último caradura cuando explica que una vez fue novio de la fulanita, que dice haberse calzado al beltranito, que niega conocer a la susodicha. Al final todos ponen el cazo.
Entremezclados con esta nueva clase social, bautizada por algunos como los “freakies” (del inglés freak: cosa insólita) están los caraduras de toda la vida, los de pata negra, es decir, un grupo de famosillos/as y putillas/os, que viven del negocio del divorcio, de las indemnizaciones vía judicial y de las exclusivas, falsas o más falsas aún. Robados, perdidos, posados, anulados, divorciados, maltratados, hundidos, esclavizados, bebidos, drogados, todos follados, según dicen, y siempre dispuestos a traicionarse a si mismos con tal de conseguir unos minutos de pantalla y tres mil euros para su agujereado bolsillo. Se ven por el Rocío, o la Semana Santa de Sevilla, por los garitos barceloneses y por la nueva movida madrileña, según la época del año; también los encontrarás por las casas de latrocinio y rayos UVA, o en los books de las grandes madames; son relaciones públicas de mil lugares y eventos, asisten a todos los saraos, viven en su mundo ajenos a todo lo real y se creen su papel hasta el histrionismo.
Algunas abandonaron la profesión cuando consiguieron cazar al joven futbolista o el viejo empresario; se dejan chulear mientras les compren vestiditos. Algunos malviven aguantando los antojos de más de una vieja actriz venida a menos o de alguna caprichosa empresaria que necesita sangre joven para limpiar las telarañas de su bisectriz.
Encended el televisor a cualquier hora y siempre encontraréis un buen ejemplar. Si me dejaran, a la cárcel de Guantánamo los mandaría, ... pero, bastante mal están aquellos pobres presos .. y yo no tengo inmunidad como los soldados de Bush.
¡Dios, cuánta caspa!
Las nuevas catedrales que aparecen en las ciudades de esta era post-postmodernista no se parecen en nada a las viejas catedrales góticas.
Son sitios de culto pero la liturgia ha cambiado. En las nuevas kathedrales nocturnas el oficiante suele ser un cabeza rapada lleno de piercings que se mueve entre aparatos electrónicos ultramodernos para provocar el éxtasis (perdón) de sus seguidores entusiastas. Su categoría se mide por la cantidad de espacio de piel sin tatuar pero en sentido inverso. La luz queda reducida a la eléctrica movilidad de unos focos multicolores que mezclan láser con humo para guiarte hasta el altar. Son los nuevos templos nocturnos.
Pero la feligresía necesita el apoyo espiritual también en las horas del día en que luce el sol y por eso han creado otros templos, catedrales del consumo, que se sitúan en las principales arterias de las ciudades: los hipermercados y grandes almacenes. Miles de abnegados feligreses acuden en masa todos los fines de semana al culto (los más beatos incluso entre semana), y en filas terrenas de pares aguardan turno para pasar la tarjeta por el lector óptico que les da el pase para la salvación. La comunión se la llevan envuelta para degustarla en casa, en la intimidad de un hogar cada día más parecido a un bunker, aislado y gris, vacío por dentro y limpio por fuera.
Cunde el pesimismo en las filas, viejo Horacio, aunque los amigos ayudan a aguantar.
Mi amiga Aitana me recordó las palabras de Eduardo Galeano para explicar la nueva religión. Como siempre, los jerarcas se aprovechan de las carencias de los ingenuos para hacer su particular apostolado: la soledad, el miedo, la angustia, el aburrimiento existencial, la estupidez en todas sus escalas...
Pero mi amigo JunJan me recuerda que no debemos perder las esperanzas y que debemos resistir, al estilo de Ignacio Ramonet cuando nos recuerda que resistir es decir que no a muchas cosas, pero también es decir que sí a otras tantas.
El camino del ateo cada día se nos pone más dificil, Horacio. Que Dios nos ayude.
Todos, cuando hemos ido al médico de la Seguridad Social, hemos visto más de una vez la escena del típico representante de productos farmaceúticos esperando a la puerta de las consultas para asaltar al facultativo con kilos de prospectos, bolígrafos, post-it con la marca del producto y mil chucherías varias para goce y disfrute de los pacientes del médico y de su familia.
Lo que ya no estaba tan a la vista pero era real como lo anterior era el sobresueldo, primas, viajes, regalos caros para él y señora, que recibían en varias ocasiones al año el citado sufrido colectivo de los médicos: congresos en Cancún o Tenerife, hoteles de lujo para ellos y sus acompañantes, cenas de honor, relojes, estilográficas, carteras de piel, collares de perlas... Y lo único que tenían que hacer era recetar más de este producto que del otro, del caro más que del barato, del de esta multinacional o laboratorio que me paga más y no del de esta otra que me paga menos.
Los colegios profesionales del sector dicen que se trata de una minoría y que ellos repudian tales prácticas. En Italia la fiscalía ya lleva procesados de una sentada a 4.400 profesionales de la medicina y a toda la cúpula de los laboratorios Glaxo SmithKline.
Para evitar esto, en España la patronal del sector ya puso un código de conducta deseable que limitaba el valor de los regalos a 30 euros, ponía impedimentos para organizar congresos en lugares turísticos y con acompañantes y se indicaba que éstos se harían con mayor contenido científico en los programas y solo por los días estrictamente necesarios. Vamos que cuando nos decían que nuestro médico estaba en un congreso uno se sentía hasta agradecido por la encomiable labor de perfeccionamiento y puesta al día de nuestro doctor, cuando ahora resulta que se iba de vacaciones pagadas con la parienta o similar a una playa caribeña.
Ay, si Hipócrates levantara la cabeza.
En los movimientos pacifistas que se han desarrollado en todo el mundo al calor de la última guerra en Irak y que en España han tenido la consecuencia directa de expulsar del poder a sus máximos responsables, se han mezclado elementos de distinta naturaleza: pacifistas absolutos, elementos antiamericanos, pacifismo contra la desvergüenza e imprudencia belicosa, junto a un pacifismo que revela las necesidades vitales de la era planetaria. En el fondo subyace el sentimiento de una cierta amenaza apocalíptica que nos conduciría de lleno al escenario descrito en una película como Mad Max.
Desde mi punto de vista, no basta con ser pacifista, con manifestar nuestra repulsa por decisiones políticas injustas, ilegales e interesadas. Hoy el Mundo necesita que seamos también radicales. Karl Marx constató una vez que: "Ser radical significa llegar a la raíz, y la raíz es el propio hombre". Mientras que Proudhon exhortó: "El Viejo Mundo está en proceso de disolución. Uno sólo puede cambiarlo a través de una revolución integral de las ideas y de los corazones". No se trata de una forma sentimental o débil de tratar el asunto, sino de ser radicalmente profundos en los análisis y vitalmente activos en la acción. Paulo Freire escribió con acierto que: "La situación opresora genera una totalidad deshumanizada y deshumanizante, que alcanza a quienes oprimen y a quienes son oprimidos". Todos nos contagiamos de esa deshumanización y por eso, sólo mediante actos liberadores podemos contagiar a la sociedad completa y recuperar la humanidad perdida. Esa liberación requiere una constante autoconcienciación y un examen de nuestros supuestos, decisiones y acciones en situaciones específicas. Un continuo examen de conciencia que aleje de nosotros el peligro de justificar y racionalizar nuestros miedos, nuestros malos hábitos o nuestras propias esclavitudes. Dicha racionalización ocurre, por ejemplo, cuando estamos bajo las órdenes de superiores y nos limitamos a obedecer dichas órdenes (ver Abu Graib). En nuestro esfuerzo por ser como los demás estamos dispuestos a deshacernos de nuestra individualidad ya sea por sumisión a nuevas formas de autoritarismo o por una conformidad compulsiva hacia los patrones aceptados. Dichos patrones son formados por el poder y publicitados hasta un nivel propio del lavado de cerebros por los medios de comunicación a su servicio. Adoptamos como norma ética lo que son simplemente los intereses egoistas de las clases gobernantes y élites empresariales. La salida nos la explica Salzberg de este modo: "Tenemos la capacidad de aliarnos con ciertos valores y de crear la vida que queremos escogiendo las alternativas más sanas. Cuando somos generosos, la vida es tangible y cualitativamente diferente." Albert Einstein estaría de acuerdo: "El hombre puede encontrar sentido a la vida, corta y peligrosa como es, sólo dedicando su vida a la sociedad."
Ahí yace la raíz de lo que es ser radical.
Nació en los años 90 pero ha alcanzado su pleno desarrollo en los comienzos del nuevo milenio. Estamos hablando del hombre light, hijo del postmodernismo más recalcitrante, nieto de una genética dispar que mezcla los últimos coletazos del movimiento hippy-naturista, con fuertes ramalazos pijos y unas ciertas dosis de orientalismo de revista femenina y de estética gay.
Su retrato robot es fácil de describir: viste moderno, adaptado a las diferentes y cambiantes circunstancias de la vida diaria de un joven-adulto-maduro en la insegura frontera entre los 30 y los 40; buen nivel económico (los curritos no se pueden permitir el lujo light, solo pueden ser heavies y con toda la cafeína y el azúcar); nivel académico medio-alto, preferentemente en campos como el de la abogacía, algunas ingenierías en fase de reciclaje, periodismo rosa y/o economía empresarial; normalmente trabajan en la empresa privada como técnicos medios y ejecutivos de medio pelo, comen en los burger cercanos al despacho y se juntan con sus semejantes para poner a parir a sus jefes o jugar a hacerse los pobres proletarios explotados por el yugo opresor del consejo de admninistración de sus empresas; valoran detalles insignificantes, como la superficie de despacho o la marca de su móvil (el que les da la empresa) hasta cotas subrrealistas, colocando en ello su prestigio personal y profesional; van al gimnasio más exclusivo y tienen un preparador físico personal (para ellos y para cincuenta más como ellos); hacen footing, jogging, trekking, puenting y swimming; tienen televisor de plasma y pantalla gigante con sistema dolby surround y seis altavoces; conducen un Audi, un BMW o, si me apuras mucho, un Golf; usan cremas; se depilan el cuerpo entero; beben Jameson; van a la sauna dos veces por semana; en invierno esquían en Baqueira; en verano las opciones se abren: está el light megapijo de Mallorca y su club nautico, o el surfero que va de por libre y se dirige a Tarifa; quince días son obligados con papá en Oropesa; no leen más que los informes que tienen que hacer para sus jefes o el manual del móvil; llevan bajo el brazo todas las mañanas un ejemplar del Financial Times y de Mi Cartera, pero no llegan a abrirlo antes de que haya caducado; su pensamiento más hondo se lo dedican a su futuro profesional para calcular cuántos culos han de lamer antes del próximo ascenso, agobiados porque otros a sus años ya han llegado mucho más alto; comen light, beben light, follan light, duermen mal, sudan como todos pero huelen a Hugo Boss; sus zapatos son pijos y sus trajes del Corte Inglés; la corbata depende del gobierno de turno (chicos, deprisa, hay que abandonar el rosa chicle y sustituirlo por las rayas oblícuas y cruzadas, arr!!!); los casados tienen mujeres floreros, peliteñidas, operadas, siliconadas y botulizadas, que hablan mucho y adornan más, pero que siempre están más guapas con la boquita cerrada y las piernas abiertas, que para eso les pagan; huelen divinas, visten divinas y piensan como el diablo, cuando piensan; no consumen nada entero y con todos sus ingredientes, ni siquiera al marido: todo debe ser bajo, light, sin; entienden mucho de química orgánica (liposomas, "cudief", coenzimas, micromoléculas...); tampoco leen salvo Cosmopolitan o Telva (según sea pija abierta o pija estrecha); salen con sus amigas, entre las cuales siempre tiene que haber una que indefectiblemente se llama Cuca, Leti, Sonia o Candela; conducen 4x4 para ir al gimnasio o la hípica después de dejar a los niños en el colegio; sus conversaciones más profundas se refieren a lo mal que está el servicio, lo ideal de la moda que viene y lo mal que viste la amiga que en ese momento esté ausente; algunas, las llamadas intelectuales, también hablan del doctor tal o cual y de las manos que tiene para meter la silicona justa en la teta adecuada; odian los pelos, aman los músculos y desconocen la palabra cerebro.
Todos, hombres y mujeres light, son mantequitas, llenos de angustias y miedos al fracaso, corroídos por la envidia, soberbios y ostentosos, burdeles andantes bien trajeados, temerosos de cualquier compromiso aunque sea puramente intelectual. No viven, desfilan. No comen, se nutren. No aman más que a sí mismos. No tienen hijos, solo herederos. No tienen pareja, solo contrato. Pobres, solo tienen dinero.
Padres que contemplan el cuerpo destrozado de sus hijas, familias enteras intentando salvar sus escasas pertenencias entre los escombros de lo que poco antes había sido su casa; presos amontonados como masas de carne humana en el centro de un pasillo para que otros se saquen la foto de recuerdo que enseñarán en su pueblo al regresar; encapuchados blandiendo un cuchillo de grandes dimensiones con el que amenazan el cuello de algún secuestrado; bombardeos, matanzas, degüellos, torturas, explosiones, incendios, asesinatos cometidos por monstruos de rostro angelical....
Todo ese cúmulo de miserias y desgracias, de injusticias y abusos, nos convierte a todos en víctimas de una profunda lesión espiritual mientras contemplamos en directo las imágenes de lo sucedido. Para los que han muerto lo peor ya ha pasado, pero para los que quedamos aquí el sufrimiento acaba de empezar.
Las calles están llenas de personas que acuden a sus trabajos sin saber que están muertas o heridas de gravedad, dice Vicente Verdú. Conducen coches de lujo, compran cosas inútiles en tiendas caras, van al colegio, toman cervezas a mediodía o salen de noche hasta el amanecer, se encuentran y desencuentran continuamente, viven pasiones y se dan citas amorosas, acuden a su dentista para la revisión y sacan el abono de su club de fútbol; algunos se esfuerzan por llegar puntuales a casa al salir de la oficina, por tener preparada la mesa para cuando lleguen los niños del colegio, por parecer atractivos a su pareja, ignorantes de que su nombre está en la lista de desaparecidos...
El portero les saluda en el portal, como todos los días, la familia los ve entrar, cubiertos de sangre, y no obstante les sirve la sopa, les pone el telediario y no les pregunta nada mientras reclinan la cabeza en el sofá para dormirse unos minutos...
Así se titula un estudio del teólogo y psicoanalista Patrick Vandermeersch sobre la tradición de los flagelantes, émulos de la pasión de Cristo, tras los que se ocultaba una mezcla de auténtico fervor religioso, con masoquismo y fascinación por el dolor en dosis elevadas. Según recuerda el libro, los teólogos y sabios que en tiempos del Papa Clemente VI discutieron sobre el tema y que terminaron aconsejando la bula que terminó con este fenómeno al prohibirlo, el sexo, un asunto que siempre pone nerviosa a la Iglesia, tuvo mucho que ver en esta prohibición. Era tal la excitación que producía el dolor y la sangre en los que se flagelaban, como el mismísimo rey de Francia Enrique III Valois y su secta de favoritos, y los que los contemplaban, que al final no se sabía realmente muy bien qué era aquello, si un ceremonial religioso o un festival erótico.
Viene todo esto a colación de la fascinación que parece haber prendido en la cúpula eclesiástica española en relación con la película de Mel Gibson, la Pasión de Cristo. Obispos como los de Pamplona, Toledo, Oviedo, el cardenal Rouco Varela, el nuncio del Papa en Madrid, los líderes del movimiento neocatecumenal, Kiko Argüello y Carmen Hernández, y un largo etcétera de exegetas, se han pronunciado a favor de la película al comprobar, al parecer, que ha subido el número de asistentes a las misas y el de conversiones a la fe católica. Vivimos, pues, en estado de excitación religiosa, provocada por una película que recrea hasta el hartazgo la violencia y la crueldad de las últimas horas de vida de Jesucristo.
El mensaje de Jesucristo no se trata. Se quedan con las últimas doce horas, como si los 33 años anteriores no contasen. Aprovechamos el tirón sobre la audiencia gracias a unas imágenes hiperrealistas que se recrean en los aspectos más sádicos y cruentos del episodio.
Personalmente, no puedo menos que comparar o asociar esta situación con las imágenes de los incendiarios clérigos chiíes llamando a la yihad y a la autoinmolación de sus seguidores; o a los ultraortodoxos rabinos judíos defendiendo a golpe de tanques y muros de separación sus supuestos derechos como pueblo elegido. Años de esfuerzo teológico y evangelizador para que la Iglesia reduzca todo a esto. Mel Gibson estará encantado. Él y su secta de ultra católicos (los principales defensores de la candidatura de Bush el Menor) van a ganar muchísimo dinero. Pero a mí el cuerpo se me queda cortado. Morir para esto...
En vista de los cuantiosos gastos que la boda real va a originar al erario público y teniendo en cuenta que nuestra monarquía está perfectamente adaptada a los usos y costumbres de nuestro tiempo, se ha hecho una oferta pública en busca de patrocinadores para el feliz evento.
Por ahora, ya tenemos patrocinadores oficiales para las siguientes actividades, momentos u objetos: la corbata del novio llevará el logotipo de Timofónica; la liga de la novia, el BeBeuVeA (que regalará un libretón al invitado que logre quitarle la liga a la novia antes de los postres); el ramo de flores, Rapasol; la ceremonia religiosa (con publicidad entre momento litúrgico y momento litúrgico), Galletas Mondaneda; el paseo hasta el Palacio Real, leche Pamela; y el banquete, los de Ibertrola. La casulla de Monseñor Rouco llevará el logotipo de Congelados HuyQueFrio (y regalará un sobre con cromos a todos los que se acerquen a comulgar). Los encargados del orden y la seguridad están patrocinados por ¿Seguroqueestás? y CuCúTePillé, empresas líderes en este sector. Y los minutos de gloria, los más caros momentos publicitarios, los que tendrán lugar entre un SiQuiero y otro SiQuiero, para Sidra El Gaitero, famosa en el mundo entero (hay que aprovechar que la muchacha es asturiana).
Cada invitado podrá traer sus propios patrocinadores. Así, el representante de la Casa Imperial Norteamericana (antes USA) estará patrocinado por TorturaSA (y regala un práctico encendedor para quemar las puntitas de los dedos de los prisioneros); a Berlusconi le patrocina TeleCinco (cuidado que te la...) y viceversa; a Carlos de Inglaterra le patrocina una empresa de orejones de Zamora; al representante de Rusia, un club de alterne del Km 69 de la A-7; al representante de la casa saudí, la empresa AyQueda Eso (regalarán suscripciones a la revista Corán y Liberación Femenina); y un largo etcetera que sería muy prolijo reproducir en estas páginas.
God save the Queen!!!!!!!!
Nuestra sociedad, cada vez más, produce individuos inestables, emocionalmente imprevisibles, ignorantes de muchas cosas, entre otras, del concepto de la dignidad de la persona, del valor de la vida; son personas inhabilitadas para sentir lástima por los que sufren, para ponerse en el pellejo de los demás o para sentir remordimientos o culpa. No son responsables de sus actos en la medida en que no aceptan que nada malo estén haciendo.
Suele coincidir que la mayor parte de estos individuos han vivido infancias saturadas de rechazo familiar y social, como indica Luis Rojas Marcos; son personas con baja autoestima disfrazada de soberbia, crueldad o sadismo. Se irritan con suma facilidad, quizás porque no soportan este mundo que no les reconoce, ni a las personas que les rodean, que los rechazan o no les muestran la debida atención. Hundidos en las miserias de sus banales vidas se muestran continuamente insatisfechos, resentidos e impotentes de solucionar los más mínimos problemas cotidianos.
Son unos perfectos ineptos ante cualquiera de los desafíos que plantea la vida.
Imagínense ahora a estos sujetos con un fusil en la mano, vestidos de soldaditos y con la tarea de controlar a los prisioneros de una cárcel: de pronto se encuentran con poder en sus manos, no admiten ni que los presos les miren a los ojos porque lo consideran una provocación (realmente todo es para ellos una provocación) y les da la excusa necesaria para destapar el tarro de sus crueles esencias. Ahora sí han logrado su objetivo en la vida; ahora sí que se van a acordar de ellos/ellas en su pueblo. A ver quién se atreve a reirse de ellos/ellas ahora.
Las guerras suelen ser campo abonado para que surjan este tipo de individuos: seres inestables, sin valores ni autoestima, en ambientes que promueven, toleran u ordenan la práctica del poder despótico, la tortura, la humillación y el sadismo. El argumento de sacudirse el muerto de encima aludiendo a que recibían órdenes de sus superiores es absolutamente inaceptable, aunque cierto.
En conclusión, tenemos la terrible realidad de una mezcla explosiva: la de personas propensas al sadismo con sociedades, gobiernos, situaciones, culturas en las que la estimación del poder y la fuerza están por encima del valor que se otorga a la razón y a la benevolencia.
La soberbia que desbordaban los ojos de Donald Rumsfeld cuando pedía disculpas ante la comisión del Senado norteamericano no dejaba dudas: nos encontrábamos ante la tercera parte del Silencio de los Corderos.
Déjame hablarte de los que son muy ricos. Son diferentes a ti y a mí. Poseen cosas y las disfrutan desde temprano, y eso les hace algo, los vuelve blandos en lo que nosotros somos duros, y cínicos en lo que nosotros somos confiados, de forma que a no ser que uno nazca rico es muy difícil comprender. En el fondo de su corazón creen que son mejores que nosotros porque tuvimos que descubrir por nosotros mismos las compensaciones y refugios de la vida. Incluso cuando se introducen hasta el fondo de nuestro mundo o caen por debajo de nosotros siguen creyendo que son mejores. Son diferentes.
F. Scott Fitzgerald, El muchacho rico.
Parece que los asquerosamente ricos de los Estados Unidos han empezado a dar claros signos de estar deslizándose hacia el lado contrario en lo que supone apoyar a Bush el Menor. En algunos corrillos de sus selectos clubes en Bohemian Grove ya se empieza a comentar la equivocación que supone enfangar a las tropas americanas en un pais que nunca va a alcanzar la paz. Más de una señora ultra rica, rodeada de visón por todas partes menos una, se deja caer con que Bush el Equivocado ha desviado al barco del Estado hacia quiméricas aventuras lejos de la realidad.
Algunos de estos ultra ricos están empezando a preocuparse porque ven a sus contadores de dinero (economistas del FMI, BM, etc.) y a sus abogados (Secretarios de Estado del Gobierno de Washington) levantar asombrados las cejas por la reacción inesperada de los habitantes de Irak ante la presencia del ejército norteamericano.
El más de medio billón de déficit de la política del Hijito empieza a hacer mella en algunas de las propiedades e intereses de los ultrarricos. Las señoras comentan: "Bebé no debió gastar tanto en acabar con Saddam" pero temen lo que pueda pasar por la reacción inesperada de algún wogs (un término peyorativo británico para referirse a los nativos en Egipto que trabajaban al servicio del gobierno durante la 2da. Guerra Mundial y se les permitía entrar a las bases británicas). Más que seguridad, empiezan a sentir ansiedad.
Quizás por eso George Soros y otros pocos más han empezado a gastar millones de dólares en campañas en contra del chico Bush y a favor de un John Kerry que se ha ganado ya un puesto entre los ultra ricos.
Al pobre Bush el Menor sólo le queda distraer a la opinión pública (con la ayuda de los grandes medios de desinformación masiva) con temas de importancia comparativamente menor como los matrimonios entre homosexuales.
Llego a la conclusión que el idilio de la clase dominante con G.W. Bush está muriendo. Que comiencen los juegos electorales, y esta vez no olviden contar los votos.
Cómo ha cambiado España en los últimos años. No se si lo habéis apreciado pero el cambio ha sido bestial. Hemos dejado de ser aquellos pueblerinos retratados cruelmente en las películas de los años 60 y 70, en que un prototipo como José Luis López Vázquez se lanzaba tras una turista sueca en biquini. Hemos abandonado la dominical costumbre de ir a misa de domingo por la mañana y dar el paseo con la parienta por la plaza para después tomar unos vermouts con los amigos. La tarde.. para el fútbol o los toros según la temporada.
España, como reserva espiritual de Occidente, debía dar ejemplo de tener unos valores bien asentados, una mente bien amueblada y unos comportamientos absolutamente impolutos, muestra de nuestra superioridad cultural....
Por eso, esta mañana, al levantarme, comprendí todo esto y más, porque de golpe comprendí también qué quería decir aquello de que éramos una unidad de destino en lo universal.
Esta mañana no era como cualquier mañana de domingo, con gente por las calles paseando a su mascota al tiempo que compraban el pan y el periódico vestiditos de chandal y mocasines. No, queridos amigos, esta mañana abrían las grandes superficies comerciales, para compensarnos a los sufridos consumidores del cierre decretado ayer con motivo del día del trabajo. !!!!!!Toda la familia a comprar!!!!!!!!!!! Nada de entretenernos en otra cosa. Hoy no había nada más importante que ir a comprar..... ¿o sí?
Pues sí. Creanlo o no, lo cierto es que desde un par de horas después de comer, he visto a gente agolpada en los bordes de carreteras de accesos a varios pueblos y ciudades para ver pasar a los moteros que han ido a ver la carrera de motos en el circuito de Jerez. O sea, como si nos dedicáramos a ver pasar los autobuses de las peñas madridistas a la vuelta del partido de ayer en La Coruña. Que no era para ver a corredores de motos (aunque algunos, por el hecho de tener una moto, ya se crean Fonsi Nieto), sino a espectadores de regreso a sus casas. Si añadimos que llueve, el espectáculo no puede ser más lamentable.
Sin duda José Antonio se equivocó en esto como en otras tantas cosas. Ni reserva espiritual ni nada. Somos un país de lobotomizados.
"La censura me impedía escribir lo que pensaba. El pensamiento único me impide pensar lo que escribo" formulaba el Sindicato de los Trabajadores de Prensa de Buenos Aires. La importación de la ingeniería mercadológica para el discurso periodístico, aderezada por la panoplia de las tecnologías, mojada en la salsa cubriente de una ideología que promociona lo banal y lo fútil, sometido a la obscena emocionalización de los contenidos informativos que conduce al privilegio de la imagen sobre el texto, nos lleva a la domesticación cultural de los públicos. Les inducen a un modelo existencial posible que, al presentarse tan reiteradamente, tan indiscutible como totalitario, se convierte en la única categoría posible de vivir.
Son los medios de comunicación y sus fiestas de tertulianos los encargados de "señalizar" los grandes temas sobre los que debemos discutir y pensar, y de fijar los límites entre los que nos permiten movernos. Así, el público define las cuestiones a medida que le son señalizadas por los medios y éstos a medida que le son señalizadas por las élites políticas. Dicha estructura es la encargada de difundir los consensos a partir de las llamadas élites de opinión a lo largo de toda la cadena de "descerebración" de las que habló Johann Galtung.
Después de esto, la libertad de prensa, la real, como especie en peligro de extinción, sólo se conserva en algunos reductos de la red, no sin vigilancia por parte de las autoridades. Su audiencia, según los casos, es muy limitada y se circunscribe la mayor parte de las veces a las comunidades más alternativas de la sociedad. Una buena mirilla para asomarse a esos reductos está en NODO 50.
Somos lo que consumimos y a algunos su pensamiento se les reduce al espacio de la etiqueta. Somos lo que dice la etiqueta a la altura de la tetilla o del cogote, la del pantalón o la del coche. Vivimos con y para la publicidad y ya ni siquiera es progresista dedicarse a criticarla, como afirmaba el pasado lunes Robert Redeker en Le Monde.
Sin embargo, cerca del 65% de los norteamericanos se declara hastiado de tanta publicidad y del hiperconsumo al que conduce, según la AAAA (American Association of Advertising Agencies) tal y como publicaba el International Herald Tribune en su edición del 15 de Abril de este año.
Mientras el primero ve en la publicidad un arte que ayuda a humanizarnos, a adornar nuestras aburridas calles y dar alegría a nuestros ojos en las pantallas de cine y televisión, los segundos se alarman ante la negativa actitud que provoca en la clientela la masiva publicidad que nos inunda.
Los anuncios convencionales son insufribles, pero ya empiezan a serlo también aquellos otros que utilizan el subterfugio de aliarse hipócritamente con el deporte, el arte, las causas sociales y las acciones caritativas. Como sostiene Vicente Verdú en su artículo del viernes pasado en El País, entonces el odio se multiplica.
De esta manera, las empresas han de recurrir a vender el producto sin utilizar la imagen del producto, sólo la marca, para evitar asociaciones negativas por parte del cliente entre el producto que quieren vender y la publicidad que nos hastía. Estamos sobrecargados de bienes y desertizados de fines. Ya ni siquiera somos lo que comemos, sino lo que consumimos. Deberíamos ponernos a dieta, para obtener de paso en el transcurso del ayuno, alguna idea con la que sobrevivir.
La ceguera, igual que la lucidez, puede ser un estado permanente, una minusvalía para desenvolverse por la vida, con una base material (caso de los ciegos) o con una base psicológica. Yo voy a hablar de este último tipo de ceguera.
Sería la ceguera del que no ve, porque no puede, porque no quiere o porque no sabe. No ve nada.. más allá de sus narices. Está ciego porque en su mente hay una serie de filtros que le impiden ver la realidad. Son personas ciegas aquellas que se niegan determinados sentimientos o pensamientos, aquellas que no aceptan nada que les contradiga en sus convicciones, aquellas que entran al trapo, como los toros en el ruedo; aquellas que no aceptan otras opiniones, otros gustos, otros esquemas, otras conductas, otras elecciones vitales...
Son como las mulas con sus orejeras. Solo ven lo que quieren ver. Por eso se están continuamente preguntando por qué tropiezan de esa manera, por qué siempre hay un muro delante que les impide pasar, por qué alguien les pone una pierna encima... son siempre los otros, a sus inpedidos ojos, los que no ven, los que les hacen tropezar y caer.
En cambio, la lucidez, como estado del alma, nos abre los ojos a la realidad, nos convierte en seres tolerantes, abiertos, receptivos, que no sientan cátedra, que dudan, que observan, que se preguntan sobre todo a su alrededor, que tienen más preguntas que respuestas, que no confunden el tener convicciones firmes con la terquedad, la tozudez o la altanería. La lucidez es de personas sabias y hace sabias a las personas; es esa especie de inteligencia de la vida que te hace estar por encima de tantas cosas inútiles, que te hace fuerte en los tiempos de adversidad y nos invita a dominar-nos. Es ver entre los árboles, mirar en lo hondo, sentir con el corazón profundamente y aceptar con humildad que somos una minúscula partícula de vida en la inmensidad del universo.
Quizás la persona que mejor ha sabido entender la ceguera y la lucidez es mi querido José Saramago, cuya lectura recomiendo a cualquiera que quiera emplear su tiempo en ver alguna luz.
"Dicen que tienes veneno en la piel y es que estás hecha de plástico fino; dicen que tienes un tacto divino y el que te toca se queda con él..." así cantaba Santi Auserón hace años las virtudes de más de una. Verdú, en su columna de El País de hoy, lo califica como la batalla de la tersura de la piel. Y es que la arruga no está de moda, como bien sabe mi querida y mal-tratada Audrey.
Muy al contrario, la mayor parte de la población de los países desarrollados está obsesionada con ellas y se enfrentan encarnizadamente contra la fatalidad de envejecer. A tal inutilidad, los laboratorios de cosmética lo llaman cuidarse, mientras se frotan las manos ante la perspectiva de seguir aumentando sus beneficios a costa de la ingenuidad de todo el primer mundo (el tercer mundo anda preocupado por cosas más prosaicas como la supervivencia frente al hambre, las epidemias y demás tonterías).
Así, las empresas de cosmética no reparan en gastos y lo mismo se sumergen en las profundidades marinas (para que luego digan que la cosmética es algo superficial) en busca de algas y perlas negras, como que se pegan un viaje hasta Nueva Zelanda en busca de un helecho que sólo crece por aquellas latitudes. Gracias a ellas hemos descubierto la existencia de sustancias tan vitales para la Humanidad como la enzima cudief, el bótox o el jugo de pomelo. Para situaciones extremas, soluciones exacerbadas.
Mi querida Claudia (Schiffer) ha llegado a aconsejar a su selecta feligresía que no sonrían, que no lloren, que no gesticulen ni muevan un solo músculo de la cara, para evitar así que sus rostros se conviertan en un campo en barbecho.
Contra los estigmas del tiempo, miles de productos carísimos y exclusivísimos a nuestra disposición en la cruzada contra el envejecimiento. Para dar mayor credibilidad a las propiedades maravillosas de tales sustancias suelen coger a una niña de 16 añitos que nos muestra su rostro inmaculado sin ninguna arruga.
La cosmética se encarga de crear una realidad paralela, visible y superficial, que oculta cual pantalla protectora la vista de lo real, de lo viejo ... y de la muerte.
Todos queremos sentirnos y vernos jóvenes (lo digo justamente hoy, que es mi cumpleaños y el de mi corazón, mi bazo, mis pulmones, mi cerebro y mi próstata, aunque no todos cumplamos los mismos años), escapar a las leyes del tiempo, consolarnos ante un espejo que nos devuelva belleza, salud y bienestar. Ninguno es tan estúpido de creer que el albaricoque o el aguacate le van a devolver la juventud perdida, pero se aferran a ellos como su única tabla de salvación. Al menos nadie les podrá acusar de no cuidarse. Ser viejo y morirse siempre serán cosas que les ocurran a los demás.
Yo, que lo tengo arrugado todo además del cerebro,... ¡Una solución quiero!
Cuando la gente habla del tiempo es que no tiene otra cosa que decir o es que no quiere decir otra cosa. Es un tema socorrido para sacarlo en una reunión de vecinos, en un velatorio, en el ascensor, al coincidir con tu jefe...
El caso es que me llama la atención la importancia que todos los fenómenos meteorológicos han cobrado en las noticias de los telediarios. Si nieva en invierno o llueve en otoño, si viene una borrasca con fuertes vientos, si hace mucho calor en verano, da igual, el caso es presentarlo como noticia. Y es que hablar del tiempo nunca ha sido más noticia que ahora. Una de dos: o no hay más noticias o es que no quieren informarnos de otras cosas.
Porque por muy interesante que pueda parecer, el hecho de que nieve en la mitad norte peninsular en pleno mes de Enero no es muy original. Aunque para darle mayor interés al asunto siempre encuentren al típico vejete desmemoriado que no recuerda una nevada como esa en toda su vida.
La cuestión no queda ahí. Tras el anuncio de tales anormalidades climáticas vienen las medidas preventivas adoptadas por los Delegados del Gobierno de todas las Comunidades Autónomas afectadas, que ponen en alerta (roja, verde, azul o violeta...) a todos los servicios de emergencia, como si se nos avecinara el primo hermano del huracán Mitch. Que si no viajemos en coche, que si no debemos salir de casa salvo cuando sea estrictamente necesario... Vamos que les falta decretar el toque de queda y el arresto domiciliario.
¿No será que nos quieren tener controladitos y seguros?, ¿o que es preferible hablar del tiempo a informar sobre huelgas generales, protestas de ciudadanos, manifestaciones en contra de la política del gobierno, conflictos sindicales, datos del paro, inspectores de la ONU buscando armas que no existen o informes falsos de los servicios de inteligencia?
Por cierto, mañana lloverá en el tercio norte peninsular debido a un frente que barrerá la mitad occidental de la Península y que a lo largo de la jornada dejará lluvias de carácter débil en las regiones de Galicia, Asturias, Castilla y León, Cantabria y Pais Vasco. El resto sin cambios, salvo en Canarias donde las temperaturas tienden a subir.
Vengo del funeral de un antiguo compañero de trabajo. Oyendo al sacerdote me he dado cuenta de que éste no conocía de nada al difunto, por lo que se ha limitado a hablar como una máquina, repitiendo mecánicamente las fórmulas litúrgicas de este tipo de ceremonias. Intentaba convencernos de que mi compañero no había muerto, que no había perdido la vida, sino que estaba gozando de la paz eterna. Y lo decía con el mismo sentimiento que uno pone cuando le habla de las macetas de su balcón a la vecina del quinto. No le conocía, pero, oye, qué seguro estaba de que había sido un pecador y un ser lleno de imperfecciones que Dios le sabría perdonar a buen seguro.
Luego veo en la televisión extractos del funeral de Estado por las víctimas del atentado del 11-M. Cardenales, arzobispos, obispos, toda una trupe agolpada en el ábside de la catedral para oficiar lucidamente la misa del funeral desde la distancia. Ellos todos, tan guapos, tan engalanados, tan engolados, tan acartonados, tan momificados, como la propia institución a la que representan, ni se han acercado a los familiares.
Al menos los Reyes han roto el protocolo y se han acercado a dar el pésame a los familiares de las víctimas. Teatro para algunos, un detalle a su favor para otros, el caso es que a los familiares les ha gustado ver a estas personas a su lado, llorando como ellos. Ni una lágrima entre los cardenales y demás oficiantes, ni siquiera de teatro.
No me extraña que cada vez más se acuda, ante este tipo de desgracias, a la ayuda de psicólogos, educadores y psiquiatras. Al menos ellos están cercanos a la gente y a la vida real. Porque no veo yo a un psicólogo intentando consolar a la familia de un fallecido a base de decirles que pese a sus pecados e imperfecciones el muerto goza ya de la paz eterna... sobre todo porque eso no consuela a nadie.
Que Dios les perdone.
(continuación del post anterior)
En 1833 Benjamin H. Day fundó el New York Sun y en cuatro años multiplicó sus cifras de venta por 15. ¿Cómo? Cambiando el formato y el concepto de noticia para que pudiera "satisfacer los gustos, intereses y capacidad de entendimiento de las capas sociales menos instruidas", por un lado; y por otro, pasando a meros apuntes breves y simplificados los grandes temas y noticias de carácter político o económico. Que la gente no se aburriera (como vosotros leyendo mi post).
La segunda gran regla de oro del periodismo actual es que la publicidad debe pagar el periódico, lo cual no deja de ser el pilar fundacional de la dictadura de los anunciantes sobre los contenidos informativos.
Al aplicarse los principios de la división del trabajo al periodismo, los periodistas se proletarizan y la empresa se fragmenta. Así le resulta más fácil al dueño-empresario dirigir las riendas del periódico y al periodista escribir al dictado de sus jefes. Al fin y al cabo, a esas alturas ya hemos perdido los objetivos de que los medios de comunicación social sirvieran a los hombres y socializaran el saber. Ahora deben conseguir satisfacer el objetivo de imposición y reproducción social que agrade a sus dueños. El periodista solo debe informar de hechos, sin hacer comentarios sobre los mismos. Así desde el poder pueden seguir utilizando a los informadores como meros transmisores de su ideología socio-económica esencialmente injusta.
Se trata de trabajar a favor de la "manufactura del consentimiento", según Walter Lippman. Es decir, tal y como explica Noam Chomsky, trabajar desde el periódico para "superar el hecho de que formalmente mucha gente tenga el derecho de votar" y nunca ello suponga un cambio en el poder, sino como mucho, un simple cambio de partido.
Uno de los más destacados teóricos de la publicidad, Ernst Dichter, comentaba que los medios se dedicaban a "fabricar espíritus", es decir, a moldear los gustos, aplanar las divergencias, convencer, uniformizar. De hecho, el término "pensamiento único" fue utilizado por primera vez por un publicista televisivo arrepentido, Jerry Mander, en 1977.
El ejemplo más evidente lo encontramos en Italia, donde quien ocupa el poder político es el dueño del mayor grupo empresarial de medios de comunicación de toda Italia y parte de Europa. No se trata de que Berlusconi intente adaptarse a los intereses de los italianos; sino de que los italianos se adapten a los intereses de Berlusconi. Su maquinaria mediática trabaja a destajo para conseguirlo.
En las salas de redacción de cualquier periódico es fácil encontrar al típico redactor con actitud paternal que le suelta al primer becario que se le cruce en el pasillo el viejo chiste de "Hijo, en qué se diferencian un médico y un periodista" para responderle, sin más tregua, la aguda reflexión de "pues que el primero envenena a uno por vez, mientras que el periodista envenena a millones al mismo tiempo".
Lo irónico es que este viejo chiste ya no es un chiste sino una triste realidad. Y es que la profesión de periodista pasa por momentos muy críticos, hasta el punto de que algunos, como Serge Halimi, los han llamado los nuevos perros guardianes. Pero, ¿guardianes de qué? se preguntará más de uno. Pues del poder.
Los medios de comunicación no son los amos del poder pero sí sus más fieles guardianes, fruto de la mercantilización que se hace de las noticias, de su fabricación y difusión interesadas, bajo la atenta mirada de la mano que alimenta a estos perros. Y esa mano no es otra que la de las grandes corporaciones empresariales, divididas entre diversos medios (aunque estos cada vez están más agrupados). Así, para el caso de España podríamos distinguir entre cinco grandes grupos capaces de controlar la escenificación orquestada de una "realidad" a gusto de sus dueños: Prisa, Correo, Zeta, Moll y Voz. De sus alianzas y estrategias comunes surge y se desarrolla el bipartidismo político en nuestro país, fruto de la demomercadocracia vigente:
Por una parte están Telefonica, BBVA, La Caixa, Repsol, Iberdrola, Telefónica Media y PP. Y por la otra, Amena, BSCH, CEPSA, Endesa, Unión Fenosa, Prisa y PSOE.
Tal división en dos mitades encubre el hecho de que se producen alianzas estratégicas entre empresas y grupos de cada bando (por ejemplo las alianzas entre las eléctricas) que se trasladan a los medios de comunicación que controlan de forma puntual.
Como decía hace unos años un antiguo directivo de la AT&T, citado por Chomsky: "el único riesgo serio al que se enfrenta una corporación es el de no controlar las mentes". Bajo este prisma, el público se convierte en su enemigo, al que hay que idiotizar inundándole de información tergiversada o, simplemente, inútil (es decir, pasamos directamente de la prensa amarilla a la prensa rosa), por ejemplo, dando espacio a personajes sin interés: una tonadillera con un alcalde casado, un guardia civil corrupto y cornudo, un torero con fama de fiera sexual, una que se ha metido varios kilos de silicona entre pecho y espalda...
La idea es conseguir que se entremezclen este tipo de contenidos con los de información seria y que no sepamos distinguirlos, para conseguir más audiencia para sus patrocinadores y anunciantes que, al fin y al cabo, son los que pagan esos minutos dedicados a películas, documentales e informativos que se introducen como cuñas entre la programación publicitaria.
(continuará)
El término ya fue acuñado por Ulrich Beck hace unos años. Se refiere a la cuestión de la localización espacial dentro de un sistema globalizado. Por su parte, Manuel Castells, habla de la nueva era de la información como aquella en que el espacio y el tiempo desaparecen porque todo queda a la distancia de un click del ratón.
Fue en el Foro Social de Portoalegre donde se empezó a hablar de pensar globalmente y actuar localmente como el principio básico de actuación y movilización en la nueva sociedad de la información.
En términos casi anecdóticos lo hemos podido comprobar hace unos días en España cuando la gente se ha convocado, vía mensajes SMS y por correo electrónico, para concentrarse ante las sedes del PP el día de reflexión anterior al de las votaciones. Sin duda es un reflejo de lo que en un futuro inmediato será una nueva forma de actuación, que los tradicioneales partidos políticos y sindicatos deberán tener en cuenta. Caminamos hacia sistemas de movilización, sensibilización y propaganda política o sindical vía electrónica. Mientras los partidos políticos y sindicatos no se adapten a estos nuevos sistemas, estarán perdiendo muchas posibilidades frente a aquellos movimientos ciudadanos que se han adaptado más rápidamente. Los movimientos antiglobalización demostraron la eficacia de estos sistemas en los tristes sucesos ocurridos en Génova y, antes, en Seatlle.
El problema de la eficacia de estos nuevos sistemas de organización-comunicación-movilización lo tenemos en el ejemplo del terrorismo internacional y las mafias de la droga, la prostitución o el tráfico de armas.
Al-Qaeda sabe aprovechar los avances en las Tecnologías de la Comunicación para sus propios fines. Sus células están repartidas por todo el mundo; su base o sus bases centrales están en mitad de las montañas de Afganistán o Pakistán, o tranquilamente en una cafetería junto a la Casa Blanca. No necesita estar en ningún sitio concreto; sus miembros se comunican vía email y por teléfonos celulares. Las decisiones vienen desde arriba y llegan a su destinatario después de pasar por varios eslabones de la cadena o bien directamente, sin intermediarios. Basta una orden en un correo para hacer saltar una estación de tren en Londres o un aeropuerto en Roma, para volar el mercado de Estrasburgo o para lanzar un avión contra la cúpula del Vaticano.
Luego, en el recuento de muertos, habrá gente de todos los países al igual que entre los terroristas.
Esto también es globalización. Hoy la guerra no se realiza en las trincheras, ni en los cuarteles ni en las sedes del alto mando. Hoy la guerra, como la compra, se puede hacer desde casa y con la bata puesta.
Hace algunos años, el periodista y escritor Vicente Verdú titulaba La Vida súbita a un artículo suyo en el País. Se refería a la aceleración en que vivimos y a que hemos convertido la vida en un espacio de tiempo no mayor de un telediario.
Hoy en día lo que vale no es la trayectoria vital de una persona a lo largo de muchos años, sino el instante, ese mágico instante en que tuvo una feliz ocurrencia, o vivió intensamente una experiencia bestial. Así, las biografías se construyen no sobre una línea coherente de sucesos, conectados por una serie de principios vitales, por una ideología y unos valores, sino sobre los puntos inconexos y desperdigados que representan esos instantes de experiencias intensas, nuevas y no repetidas. Más que una vida parece una refriega, los tiros de un francotirador borracho intentando acertar a una lata vacía al otro lado de la calle.
La vida como proceso cabal, con sentido, labrada cada día con el esfuerzo y el tesón del que tiene unas metas para su proyecto vital, ha sido sustituida por el día a día y sus vertiginosos cambios que llegan sin el más mínimo indicio y se marchan sin dejar más huella ni excusa de su presencia.
Así la muerte, el accidente, el plan, el orgasmo no responden a ningún plan. El trabajo ya no es una carrera sino una secuencia de distintas ocupaciones; la relación de amor se sustituye a cada poco, se cambia, se modifica y se reinaugura. Qué sentido cobra la palabra futuro desde esta perspectiva sino la expectativa sobre lo que puede ocurrir en no más allá de unas horas. Bastaría un día para vivir una vida, para vivir el extremo de la aventura que es una vida. Así es como los animales plantean su existencia, de sol a sol. Y cada día es una vida distinta, sin precedentes, sin una herencia que les de peso más tarde. Son vidas en un instante, sin peso, frágiles e intensas, sobreaceleradas. La vida real se controla mal, pero la vida concentrada en un día es menos complicada y más fácil de guiar. No hay que preocuparse de sus consecuencias, porque la caída del sol se las llevará. No hay futuro y no hay historia. El horizonte ni siquiera es cercano sino inmediato. Es la vida en pequeñas dosis, vidas en las que todo se ha de vivir con tal intensidad gloriosa e hiperbólica que dure una eternidad.
No existe el más allá de las 24 horas. ¿Quién va a ser el insensato capaz de hacer frente a la inmensa longitud de un año?
Los últimos años del siglo XX han visto nacer una nueva especie humana llamada Homo Ciberneticus que sustituye y sobrepasa a su predecesor, el Homo Tecnologicus. Debo reconocer que me produce fascinación la tecnología y su lado oscuro y que, por tanto, mi interés personal puede impedir en algún momento que mis palabras sean neutras y objetivas. Al fin y al cabo, la Tecnología y sus promesas para el futuro inmediato, nos acercan a un mundo pleno de felicidad al que es muy difícil resistirse.
El Homo Ciberneticus puede ser el protagonista o un mero espectador del desarrollo espectacular y acelerado de la ciencia y la tecnología en el recién estrenado nuevo siglo. Corremos el peligro de convertirnos en comparsas, cuando no víctimas, de tal proceso si no trabajamos por conseguir que ámbas se pongan al servicio real del hombre común y de sus necesidades básicas naturales.
La ciencia y la tecnología han de estar hechas por el hombre y para el hombre, y no al revés. Ellas no son la panacea que sanará nuestros males. Tendemos a sustituir unas religiones por otras y las promesas de salvación de aquellas por las promesas de un futuro mejor aquí y ahora que hemos depositado en el progreso tecnológico.
Hemos llenado nuestras vidas de decenas de aparatos para resolver cientos de supuestas necesidades humanas y corremos el riesgo de depositar en ellos nuestra felicidad y bienestar, no sólo físico, sino psicológico y moral.
Es el espíritu pragmático y materialista del Homo Cibernéticus que se impone: un problema, una máquina. Pero el peligro es extender este esquema, bastante simplista a nada que lo pensemos, al mundo de las relaciones sociales. La familia, la pareja, las relaciones padres-hijos, las relaciones profesionales no se pueden someter al dictado del usar y tirar, de las metas, los objetivos y de un continuo ir quemando etapas. Las personas no somos máquinas. Podemos y debemos utilizar el progreso para nuestro bienestar (el de todos los seres humanos, no solo el de los que hemos tenido la suerte de nacer blancos, en el hemisferio norte y en el primer mundo), para facilitar nuestras vidas, nuestra salud, nuestra nutrición, el trabajo, el ocio y el descanso, pero no podemos permitir que las máquinas sustituyan a nuestros congéneres en las relaciones sociales.
Debemos humanizar el progreso tecnológico apostando por aquella tecnología que esté verdaderamente e nuestro servicio, que sea universal, ecológica, pacífica, ética, convivencial y humanista.
(continuará)
Para muchos analistas, como Vidal-Beneyto señalaba hace unos días en el País, vivimos una "imparable regresión ideológica y social" cuyo epicentro sitúan en los Estados Unidos. Solemos hablar del fenómeno del integrismo como si fuera nuevo y sólo afectara a las comunidades islámicas, cuando lo cierto es que es un fenómeno bastante antiguo y que afecta a todas las sociedades.
Dentro de la Iglesia Católica norteamericana, desde hace muchos años, se han formado grupos que critican al Vaticano por su laxismo moral y remozamiento teológico hasta el punto de haber fundado una secta denominada sedevacantista al considerar que el actual Papa es un usurpador liberal. Estos grupos ultraconservadores católicos están formando alianzas con los ultraconservadores protestantes como la Moral Majority del pastor Jerry Falwell, la Religious Roundtable, la Christian Voice o los teleevangelistas como Pat Robertson, fundador de la Christian Coalition, con casi dos millones de miembros y más de 1.600 grupos locales, control sobre la Regent University y sobre medios de comunicación como el TV Family Channel. Constituyen lo que se conoce con el nombre de la Nueva Derecha Cristiana, que ejerce un enorme poder sobre el Partido Republicano (hasta el punto de controlarlo enteramente en más de 30 Estados) y que apoyaron decididamente a George Bush en su anterior elección.
Estos grupos mantienen contactos más que evidentes con la Asociación del Rifle, con grupos paramilitares, neonazis y partidarios de un menor control por parte del Gobierno Federal (el mito de la libertad individual americana en el Far West) hasta el punto de haber apoyado acciones terroristas como el atentado de Oklahoma. Se calcula que militan en estos grupos más de cinco millones de personas en Estados Unidos.
Tenemos, por tanto,una estructura muy bien organizada que controla algunos medios de comunicación, sectores educativos de relevancia, sectores religiosos desencantados de las líneas oficiales de sus respectivas iglesias cristianas, y a uno de los dos grandes partidos políticos norteamericanos. A su alrededor conviven grupos de lucha anti-abortista, antiguos grupos anti-comunistas reciclados y diversos movimientos sociales conservadores, como el Fundamentalist School Movement, contrario a que en las escuelas se enseñen las teorías de la evolución, enemigos declarados del humanismo moderno, o del movimiento feminista.
Con estos ingredientes el caldo no puede estar más espeso. Obviamente no todos los grupos son iguales, pero sus objetivos comunes les convierten en el principal enemigo de la convivencia pacífica en el seno de una de las sociedades más avanzadas del mundo, amenazando directamente desde el pluralismo ideológico, la tolerancia moral y cultural, el dinamismo artístico y creativo, hasta la propia existencia de las minorías sexuales y étnicas.
No es de extrañar pues el revuelo causado hace unos días por el estreno de La Pasión de Cristo de Mel Gibson, el des-pecho de la Jakson, o los problemas de censura previa en la emisión de la entrega de los Oscar. Cualquier ocasión es buena para ir arañando espacios a la libertad, para imponer el pensamiento único.
¿Dónde se esconde Bin Laden?
Será que muchos y muchas en este país se aplicaron el cuento que recuerda mi amiga Jaio al comentar un extracto de un libro de instrucción de la Sección Femenina; será que algunos y algunas cuando se casan sólo se fijan en las palabras del cura cuando éste le dice a la futura esposa que obedecerá y se someterá a la voluntad de su futuro marido; será que el odio no tiene edad, como señala mi amigo Spot al dar cuenta del suceso reciente en el que un hombre de 80 años ha asesinado a su esposa de 79. No sé qué será, pero lo cierto es que hasta el Departamento de Estado Norteamericano en su informe anual sobre Derechos Humanos denuncia a nuestro país por la situación de maltrato y discriminación hacia las mujeres que vivimos los lugareños. (Por cierto, que ya podría el Departamento de Estado Norteamericano en su informe hacer mención de la situación de los presos de Guantánamo, de los barrios negros de sus grandes ciudades, de los ciudadanos cubanos sometidos desde hace años a un embargo comercial, de la violencia en los institutos y escuelas, etc, etc, etc.).
El tema es intentar responder a una pregunta: qué pasa por la mente de ese hombre, novio, marido o ex-marido cuando se atreve a poner una mano encima a su novia, mujer o ex-mujer, delante de unos hijos sin capacidad de reacción; qué pasa por la mente de una mujer que tras recibir maltratos físicos y/o psicológicos de su pareja, lo justifica, lo defiende, lo admite, lo soporta y vuelve una y otra vez junto a él; y qué pasa por la mente de esos jueces que no se deciden a aplicar la ley o lo hacen aplicando siempre la sanción mínima (recordemos a aquel juez que condenó a un marido a pagarle a su maltratada mujer la ridícula cantidad de unos 20 o 30 euros por la paliza que le había propinado); y qué pasa por la mente de ese policía que casi se ríe de ti cuando vas a denunciar; y qué pasa por la mente de esos vecinos que llevan meses o años oyendo los gritos, los golpes, pero no escuchan nada y se sorprenden de lo ocurrido; y qué pasa con esos familiares que no saben no contestan o no quieren saber nada; y qué pasa por la mente de los políticos que hacen leyes y reforman códigos y normativas pero que no dan el dinero necesario para los medios que se precisan para aplicar dichas reformas legales....
Ese es el tema. Hasta que no se tome en serio y todas las partes implicadas lo aborden en profundidad y con decisión, seguirán apareciendo en las páginas de sucesos de los periódicos de nuestro país tan lamentables noticias. y lo peor: seguirán muriendo mujeres.
En Economía hay una serie de grandes preguntas como ¿qué debemos producir?, ¿para qué clientes? y ¿quién decide lo que se produce?, a las que según Adela Cortina deberíamos añadir estas otras: ¿qué se consume?, ¿quién consume? y ¿quién decide lo que se consume?
En un reciente artículo, Ignasi Carreras señala como hoy en día el valor de una empresa no reside en su tecnología, su saber hacer, sus instalaciones o su capacidad productiva, sino en el valor de su marca. Pero ese valor, que es algo intangible, depende de su imagen ante el consumidor, del reconocimiento, prestigio y aprecio de los miles de consumidores potenciales de dicha empresa. Eso implica que tenemos la capacidad de optar por un tipo de productos o empresas que responden a unas determinadas relaciones sociales y de producción con y en los países donde se producen.
De este modo llegamos a la tesis de Daniel Miller que sostiene que el papel que en otras épocas cumplió el proletariado como vanguardia de la transformación social e histórica, pasa ahora a manos de la clase consumidora. Somos los consumidores actuales los que tenemos la capacidad de hacer una revolución. Pero no es fácil. A. Cortina señala la importancia de adquirir la ciudadanía ante el consumo, esto es, ser dueños de nuestras vidas, no ser vasallos o súbditos de nada ni de nadie, y, por tanto, ser nosotros mismos los que decidamos qué consumimos, para así ser nosotros los que decidamos qué se produce, y no al revés.
Toda nuestra sociedad se basa en un consumo-producción masivos. Lo cual deja en nuestras manos un inmenso poder. Si un buen número de consumidores nos pusiéramos de acuerdo para decidir consumir de otra manera, podríamos cambiar la producción. Este es el mecanismo de la revolución. Sin embargo cabe hacer varias críticas a esta teoría. El proletariado era una clase social y como tal tenía conciencia de sí misma y compartía unos intereses comunes. Sólo podían perder sus cadenas. Pero los consumidores no somos una clase social, tenemos intereses divergentes y mucho más que perder que nuestras cadenas.
En este sentido, la propuesta de la profesora Adela Cortina es muy interesante, pues une su ética del consumo con su concepto de ciudadanía y se podría resumir en cuatro puntos: realizar un consumo liberador (es decir, que seamos conscientes de qué consumimos y por qué lo consumimos); un consumo justo ( es decir, universalizable, que todo el mundo pueda consumir de esa manera); un consumo responsable; y un consumo que produzca verdadera felicidad.
Si lográramos poner en práctica este sencillo esquema ante cada acto de consumo diario, los pilares de nuestra sociedad se tambalearían, os lo aseguro.
Mi intención era dejar transcurrir cinco minutos entre que apareciera este texto en la pantalla y que lo leyeran, para evitar que cualquier desaprensivo aprovechara el directo para montar el numerito, pero requería un trabajo que no me compensa. Ustedes entenderán. En cualquier caso, siempre pueden levantarse ahora de su asiento, ir a la cocina o al baño, o a la máquina del café, y dejar pasar esos cinco minutos... por si acaso.
(..................... vale por cinco minutos ..........................)
Ahora ya podemos seguir con esta historia. A estas alturas supongo que nadie se creerá que toda esta ola de puritanismo la ha desatado el desapacible pecho de la Jackson. Eso ha sido la excusa para dar rienda suelta al espíritu de Torquemada que se estaba apolillando. Cualquier evento televisivo que se precie se emite en diferido (cinco minutos bastan a nuestros queridos censores para vislumbrar entre lo decente y honesto y separarlo de lo desaconsejado, indecente, pornográfico, políticamente incorrecto.... Solo aquellos programas poco importantes se emiten en directo, es una cuestión de prestigio.
Es la moda de lo preventivo: guerras preventivas, matanzas preventivas, prohibiciones preventivas y ahora, también, censura preventiva. Sin duda la ocasión lo merece, no me digan: todo un pecho estrellado visto por no sé cuantos millones de espectadores de la super bowl (como mi inglés es nefasto yo había pensado que lo de la super bowl era por lo de la Jackson y ahora resulta que es un deporte). Como si para nosotros ver un pecho al aire fuera una novedad, cuando los mismos medios televisivos que se han apuntado (prietas las filas) rápidamente a esta moda emiten continuamente y en cualquier horario películas, programas y anuncios publicitarios en los que se hace un uso de la imagen de la mujer absolutamente indecente.
¿Se asustará nuestra audiencia de tal acontecimiento después de tener que tragarse noche sí noche no la bajada de pantalones de Boris Izaguirre? ¿o la diarrea mental de la Esteban o la Fresita? ¿o el Gran Hermano VIP y sus desesperados concursantes?
No lo creo. Más bien, nuestros gobernantes y sus siervos en los medios de comunicación, dan una nueva vuelta de tuerca a la ardua tarea de infantilizar al personal, de idiotizarlo preventivamente y de sumirlo en la más feliz de las ignorancias. Al pueblo pan y circo (pero en diferido).
La película belga del año 2000 del mismo título que encabeza este comentario fue dirigida con sabiduría por el director D. Deruddere. Nos muestra la, por desgracia cada vez más frecuente, historia de una chica, no demasiado agraciada físicamente cuyo padre, un obrero de una fábrica de botellas de cristal que se quedará en el paro, se empeña en presentar a concursos de imitadores para que alcance la fama. En vista de su poco éxito se decide a secuestrar a una joven cantante que saborea desde hace poco tiempo las mieles de la fama.
El retrato social es magnífico: desde el manager de la secuestrada, aprovechado y que sólo busca sacar tajada de la publicidad gratuita que le da el secuestro de su cliente; el jefe de policía que se quiere colgar la medalla y salir en la foto; la cadena de televisión que busca aumentar su audiencia sacando la exclusiva; hasta el conjunto de una sociedad que encumbra a una persona normal y lo trata del día a la mañana como si de un dios se tratara y que a la mínima de cambio lo abandona sin querer saber nada de él o lo sustituye por la última novedad aparecida en la pantalla.
El cuadro se adereza con una adolescentes histéricas a la puerta de los estudios de televisión pidiendo autógrafos a quienes eran perfectos desconocidos para ellas, periodistas sin escrúpulos fabricando la noticia que más audiencia puede atraer, los amigos del padre que no se cortan en poner verde a su compañero con tal de aparecer en la televisión...
En fin, no sé si les suena la película, si les viene a la mente algún caso parecido acontecido en suelo patrio. Padres que justifican cuando no apoyan el comportamiento desvergonzado de sus hijas/os con tal de que salten a la fama. No importa si para ello han de aparecer como auténticos (o supuestos)sátiros o putones verbeneros. El objetivo es ese minuto de gloria mal entendido, desvirtuado por unos medios dispuestos a prostituirlo todo con tal de ganar la batalla de las cuotas de pantalla.
Visto lo visto, yo como en el ejército, lo mejor es que no se note que existes.