En las últimas décadas nuestros hábitos de consumo han ido evolucionando al tiempo que quemábamos una serie de etapas, quizás con las prisas de los nuevos ricos que se incorporan algo tarde a la fiesta del consumo y el despilfarro.
Hemos pasado de gastar el 50% del sueldo en alimentos a invertirlo en la adquisición de la vivienda, lo cual desplaza el gasto en alimentos a un segundo plano.
Pero es que ya estamos en la segunda fase en la que, llenos los estómagos y con un habitáculo, por mínimo que sea, donde plantarnos, de lo que se trata ahora es de llenarlo de mil y un artilugios, frascos, botes, muebles, cuadros, adornos y ropa. Nuestro ego se ve prolongado a través de ese universo artificial de artículos con diferentes tonos, precios y tamaños. Fuera de ese hogar atiborrado queda el fatigoso trabajo y sus malas experiencias; dentro, el cálido recinto del hogar atiborrado de bienes embellecidos por las revistas de moda y el catálogo publicitario de ikea. Nuestro significado como personas queda enmarcado en ese recinto sagrado y protector, aunque axfisiante.
Esta etapa, sin embargo, ha entrado ya en decadencia y aún la acabábamos de estrenar. Nuestros vecinos del norte, más ricos y con mayor experiencia en esto del consumo, ya han adelantado lo que será el futuro: gastar menos en salchichas y automóviles, en calzoncillos, corbatas y detergentes, para destinar más del 60% del sueldo en cosas inmateriales. Compran, no objetos que pesan y ocupan espacio dentro de la casa, sino experiencias que amueblan el mundo interior de cada uno.
La tendencia va por un camino que lleva no a poseer más sino a hacer más. Es decir, a invertir en masajistas, fisoterapeutas, maestros de yoga y Tai Chi, psiquiatras, balnearios, la práctica de alguna actividad artística, la velada en un restaurante exclusivo y distinto, viajar a sitios nuevos y exóticos, el vértigo de un rave, asistir a un ciclo de cine japonés o de conciertos de cámara.
Por tanto, ya no se trata tanto de adquirir cosas, objetos, como de comprar sesiones de vida, atender más que a los electrodomésticos de última generación, a las emociones.
A estas alturas, cualquier novedad en el ámbito de lo tangible y material, si no va a compañada de un plus emocional o experiencial, es olvidada pronto o ni siquiera tenida en cuenta. La saturación de cosas lleva a sustituir éstas por lo que ocupa el emergente lugar del deseo: la vida misma.
Compramos vida para huir del vacío en que nos ha metido la publicidd y su discurso de falsa felicidad. Precisamos de la comunicación más que nunca para salir de nuestros aislados nidos hipotecados. Buscamos algo más que cosas, buscamos servicios, desde los más íntimos hasta los más prosaicos, desde los inocuos hasta los que nos cambien la forma de ser. BUscamos, pues, la felicidad, en estado puro, sin peso ni embalajes, sin etiquetas, lista para ser consumida en inoculaciones sobre el corazón, que diría Verdú.
Aunque me salga por la tangente, hoy precisamente no conviene olvidar que mientras tanto, mil millones de personas o más viven en la más trágica de las miserias y 20.000 personas mueren de hambre al día.
En caunto al tema propiamente dicho, parece que la búsqueda de la felicidad es como un pozo sinfondo. No me parece mal que se recurra cada vez más al bienestar intangible pero, como en todas partes, hay que tener claros los límites entre lo sustancial y lo grotesco
Lo curioso es que no deja de ser grotesco porque si tengo un radiocassette en el coche, quiero un dvd, y si tengo una tele amañadita, quiero un home cínema, parece que nunca tenemos suficiente,...
En cuanto a los viajes, yo soy de las que prefiero colgarme una mochila con un saco de dormir a la espalda y a lo que salga, pero eso no es "cool",... en fins.
Dark kisses
Escrito por lua a las 21 de Septiembre 2004 a las 11:53 AMHALLOFON: está claro que siempre hay que primar al sentido común, el buen juicio y el término justo. Algunos se plantean la vida con tantas actividades alternativas de ocio que no tienen tiempo para divertirse y siguen acumulando stress.
Y está claro que esos "lujos" se los puede permitir quien ha alcanzado un nivel económico elevado y ya tiene de todo.
LUA: yo tambien sigo prefiriendo la mochila para viajar. El problema del consumo es que nunca deseamos dejar de desear.
Escrito por odyseo a las 21 de Septiembre 2004 a las 01:03 PMSoy aficionada y consumidora de estos servicios a los que haces referencia. Clases de yoga, pintura, viajes...
Y estoy totalmente de acuerdo contigo cuando dices que llenan y dan sentido a mi vida.
No puedo imaginar qué sería mi vida sin todo ello.¿Trabajo y un armario hasta arriba de ropa y zapatos? ¡Probablemente, qué tristeza!
Saludos
WUWANG: cuidado, no vayas a caer en el otro extremo.....
Escrito por odyseo a las 21 de Septiembre 2004 a las 08:09 PM