En Economía hay una serie de grandes preguntas como ¿qué debemos producir?, ¿para qué clientes? y ¿quién decide lo que se produce?, a las que según Adela Cortina deberíamos añadir estas otras: ¿qué se consume?, ¿quién consume? y ¿quién decide lo que se consume?
En un reciente artículo, Ignasi Carreras señala como hoy en día el valor de una empresa no reside en su tecnología, su saber hacer, sus instalaciones o su capacidad productiva, sino en el valor de su marca. Pero ese valor, que es algo intangible, depende de su imagen ante el consumidor, del reconocimiento, prestigio y aprecio de los miles de consumidores potenciales de dicha empresa. Eso implica que tenemos la capacidad de optar por un tipo de productos o empresas que responden a unas determinadas relaciones sociales y de producción con y en los países donde se producen.
De este modo llegamos a la tesis de Daniel Miller que sostiene que el papel que en otras épocas cumplió el proletariado como vanguardia de la transformación social e histórica, pasa ahora a manos de la clase consumidora. Somos los consumidores actuales los que tenemos la capacidad de hacer una revolución. Pero no es fácil. A. Cortina señala la importancia de adquirir la ciudadanía ante el consumo, esto es, ser dueños de nuestras vidas, no ser vasallos o súbditos de nada ni de nadie, y, por tanto, ser nosotros mismos los que decidamos qué consumimos, para así ser nosotros los que decidamos qué se produce, y no al revés.
Toda nuestra sociedad se basa en un consumo-producción masivos. Lo cual deja en nuestras manos un inmenso poder. Si un buen número de consumidores nos pusiéramos de acuerdo para decidir consumir de otra manera, podríamos cambiar la producción. Este es el mecanismo de la revolución. Sin embargo cabe hacer varias críticas a esta teoría. El proletariado era una clase social y como tal tenía conciencia de sí misma y compartía unos intereses comunes. Sólo podían perder sus cadenas. Pero los consumidores no somos una clase social, tenemos intereses divergentes y mucho más que perder que nuestras cadenas.
En este sentido, la propuesta de la profesora Adela Cortina es muy interesante, pues une su ética del consumo con su concepto de ciudadanía y se podría resumir en cuatro puntos: realizar un consumo liberador (es decir, que seamos conscientes de qué consumimos y por qué lo consumimos); un consumo justo ( es decir, universalizable, que todo el mundo pueda consumir de esa manera); un consumo responsable; y un consumo que produzca verdadera felicidad.
Si lográramos poner en práctica este sencillo esquema ante cada acto de consumo diario, los pilares de nuestra sociedad se tambalearían, os lo aseguro.
Comparto contigo, con Miller y con muchos otros autores la idea de que son los consumidores los que tienen la llave del "que producir", sin embargo y como sabes, desgraciadamente las cosas han cambiado y hay que tener en cuenta muchos factores.
Por una parte, desde el punto de vista del productor, la demanda ya no supera a la oferta, como ocurría antes. Es decir, desde la revolución industrial hasta hace poco, podías producir masivamente, con la seguridad de que el producto tenía salida, era único. Sin embargo el aumento demográfico, el aumento de la capacidad adquisitiva, la globalización y la aparición de la competencia, entre otros factores, tiene como resultado la inversión de la relación O-D, de modo que ahora no sirve con sacar un producto cualquiera al mercado, porque a buen seguro , no se venderá. Hay que jugar con su precio, con sus características, su calidad, segmentar el mercado y en definitiva mejorar al de la competencia.
Por otra parte, desde el punto de vista del consumidor, esta revolución sólo es posible si dejamos de comprar todo lo que nos meten por los ojos. Hay cientos de productos innecesarios que se venden, simplemente porque a través de la publicidad se capta la atención del consumidor. Sin embargo, esta selección de productos es un arma de doble filo con grandes repercusiones en la economía (perdida de valor añadido, puestos de trabajo, en fin, ya sabes la cadena...)
Si el objetivo social de una economía es aumentar la calidad de vida de la ciudadanía, habrá que optar por una armonización, nunca sencilla, entre consumo regulado y repercusiones económicas.
Aún así, esto es un tema difícil de tratar en pocas líneas.
Enhorabuena por el blog
Escrito por Jasp a las 25 de Febrero 2004 a las 09:22 AMNo estoy de acuerdo. Los consumidores no somos más que una pieza más en un engranaje que, gracias a la globalización y al predominio de la civilización occidental, forma parte de una maquinaria tan grande que nos es imposible modificar su rumbo o pautas de comportamiento.
La medida de la transformación económica, social o histórica, la marcan las organizaciones supranacionales, bien sea privadas (multinacionales) o públicas (administración del Estado, de la Comunidad, Ayuntamientos, Instituciones Comunitarias, etc.). Sería muy largo desarrollar este punto por lo que lo dejo en su mera enunciación
Estás seguro es la necesidad del consumidor la que mueve a las empresas y no éstas las que crean una necesidad en el consumidor?
Por otro lado, enhorabuena por tu blog. Obliga a pensar
Escrito por hallofon a las 25 de Febrero 2004 a las 12:07 PMCreo que en el fondo estamos de acuerdo. Nada es sencillo en economía, así como en cualquier campo de la actividad humana. Todo debe verse desde diversas y múltiples perspectivas.
Efectivamente, toda una corriente de pensamiento económico, liderada por Galbraith, sostiene que es el productor el que crea la necesidad a través de la publicidad convenciendo a la gente de que lo anunciado es lo que necesita o le conviene. Analizar el mundo de la publicidad se escapa a este espacio, pero el papel que juega en el sistema económico mundial es tremendo.
Ahora bien, yo creo en la libertad y creo que, en el fondo, tenemos la capacidad de hacer conscientes nuestros actos (los de consumo incluidos) y pensar si realmente lo queremos realizar o no.
Desde ese momento, en nuestras manos está usar Windows o Linux, beber Coca-Cola o agua del grifo, comprar un 4x4 o conformarme con un simple utilitario, etc... ¿Realmente pensáis que el mercado no sería sensible a una voluntad colectiva y concertada, dirigida en un sentido distinto del marcado por las empresas o la publicidad?