Hace unos meses asistimos con sorpresa al espectáculo de un loco que durante la maratón de Atenas 2004, cuando faltaban pocos metros para llegar a la meta, se abalanzó sobre el corredor que encabezaba la carrera y le hizo perder tiempo y le rompió el ritmo. Finalmente, éste logró sobreponerse y llegó tercero a la meta, logrando la medalla de bronce.
Aquel desconocido atleta se llama Vanderlei Lima, es brasileño y desde entonces ha recibido múltiples muestras de cariño, de apoyo y reconocimiento por parte de instituciones, gobiernos y de la gente en general. Posiblemente la gente le recordará más por esta circunstancia que si hubiese ganado la medalla de oro, aunque él hubiera preferido, sin duda, ganar aquella carrera. Se lo había ganado.
Cuando, como hoy en día, resulta tan dificil encontrar en el deporte un ejemplo de deportividad, sana competencia y pundonor, su caso es todo un ejemplo. Mucho más cuando se trata de un deportista que no se puede comparar ni por asomo a las cifras astronómicas que ganan otros como los beckham, ronaldos y zidanes.
Muchos de nosotros, en sus mismas circunstancias, nos habríamos retirado de la carrera y hubiésemos organizado una trifulca legal contra los organizadores de la misma. Él se limitó a intentar recuperar lo perdido y contentarse con un injusto tercer puesto. No ganó la medalla de oro pero ganó su honor y la simpatía de miles de personas en todo el mundo. Hoy ha recibido, por ello, un reconocimiento en la Fundación Ernest Lluch y su emoción sincera vale más que todas las lágrimas de cocodrilo derramadas por algunos futbolistas cuando han perdido algún partido decisivo para su equipo. Porque las de Vanderlei salen del corazón y las de los futbolistas salen del bolsillo.
Vanderlei Lima, con su sencillez y espíritu de lucha, nos ha dado a todos una lección y supone un magnífico modelo a seguir, en un mundo, el del deporte profesional, plagado de dopajes, chanchullos, corrupciones y superficialidad.
Decía Rubén Blades que "el poder no corrompe; desenmascara. No sabes quién es quién hasta que tiene poder". Y es que algo así ha debido de pasarnos a los ciudadanos de este país con el señor Aznar: entró en la Moncloa casi de puntillas, con humildad y una cierta aureola de desapego al cargo (recordad lo de no más de ocho años en el poder) que luego se ha convertido en una fuerte dosis de soberbia y de mala leche.
Mañana tendrá, de nuevo, su momento ante las cámaras y micrófonos (no sabemos si nos hablará con acento tejano y en inglés o si tendrá a bien rebajarse a trasladar a los que han sido sus conciudadanos hasta hace poco unas palabras al castellano y con acento de Valladolid). Seguramente aprovechará la ocasión para repetir las que son sus tesis desde un principio y que con obstinación el PP se ha encargado de repetir hasta la saciedad, a saber, que el terrorismo internacional estaba peor cuando él gobernaba, que las elecciones fueron un robo y que ETA está detrás de todo este asunto. De paso, trufará estas declaraciones con exculpaciones a sus queridos Acebes, Rajoy Y Zaplana, se acordará de su amiguito George y provocará más tensión en la vida pública metiendo el aguijón contra el Ministro Moratinos.
Esa es su salsa y es lo único que ha sabido hacer a la perfección en los últimos años, cual mosca cojonera: picar, molestar, enfadar, insultar, presionar, esclerotizar el diálogo político hasta una situación digna de la extrema unción. Y todo ello sin la menor gracia.
El poder no sólo corrompe, sino que desenmascara y hace aparecer ante los ojos atónitos de los ciudadanos a seres como éste, que bajo su máscara de joven aprendiz de Chaplin, esconde a un ingenuo personaje que se había creído gran estadista mundial solo por haber puesto los pies sobre la mesa del despacho de otro idiota.
Ahora está enfadado y se le nota: todos en su partido le quieren ocultar para sobrevivir y tener alguna opción en las próximas elecciones; pero es que el país entero le ha despedido con una indiferente vuelta de espaldas cuando él siente merecerse, al menos, un hueco en el Valle de los Caídos.
"El acto de pecar es mucho menos nocivo que el deseo y la idea de hacerlo. Una cosa es condescender con el cuerpo en un placentero acto momentáneo y otra cosa muy distinta que la mente y el corazón lo estén rumiando constantemente"
Abu Hassan Bushanja, místico musulmán.
Cuando oigo a algunas personas que se sienten muy religiosas y cumplidoras de sus obligaciones morales hablar continuamente sobre los supuestos pecados y faltas de los demás, no puedo menos que sospechar que esa fijación les proporciona más placer a ellos que el pecado al pecador.
Dentro de ese grupo, hay además un cierto número de personas que sienten placer ante la mortificación que les supone sentirse cada vez más solos en esta sociedad podrida, sentirse criticados por lo que ellos denominan una actitud valiente y firme, cuando no deja de ser una simple obsesión y fijación mental.
Para mí son evidentes signos de paranoia asociada a síntomas de claro masoquismo, pero ellos lo llaman fe.
Que cada uno disfrute como quiera. Las posibilidades de placer son casi infinitas.
"Cuando un hombre pierde su camino, con frecuencia se encuentra a sí mismo o descubre algún inesperado tesoro. Al término de mi viaje, me dí cuenta de que no había salido en busca de información, sino para extraviarme..."
Mi artículo de hoy practicamente es el comentario que le haría a esta frase del ilustrador japonés Mitsumasa Anno, premio Andersen de Ilustración en el año 1984. La idea me la ha sugerido el estupendo artículo de ayer en el blog de Fabián
San Juan de la Cruz decía que para llegar a nuevos lugares no explorados (no necesariamente lugares reales, físicos, sino lugares emocionales, intelectuales y esperituales) había que andar por nuevos caminos no explorados. En el fondo, la idea es la misma que defiende M. Anno: perder el camino, perder el rumbo, te lleva a nuevos lugares, a nuevas situaciones y experiencias que nos pueden ayudar a descubrir nuevas facetas, rincones ocultos en nuestro interior. O bien, llevarnos a encontrar a otras personas, otras oportunidades, que nos inviten hacia el cambio, a salir de las rutinas diarias, a romper los esquemas establecidos y liberarnos de su pesada carga. El viaje, por tanto, no siempre es para encontrar algo nuevo, sino para extraviarnos de nosotros mismos, para olvidarnos de nuestro viejo ser y cambiar la piel, desnudarnos, abandonar lastres, soltar amarras, cambiar...
Muchas veces, uno descubre una nueva ciudad cuando se pierde entre sus callejuelas, más que cuando sigue la ruta marcada en el plano. Perderse es una experiencia inicialmente angustiante, pero a la que se le puede sacar mucho partido si nos atrevemos a experimentarla. También nos podemos perder en compañía de otros viajeros. El viaje siempre te descubre de tí más de lo que tú descubres del mundo.
¿Quién se atreve a perderse?
Hoy Portugal está pendiente del inicio del juicio por los abusos cometidos contra menores en la institución conocida como Casa Pía. Entre los acusados hay, además de responsables del centro, una larga lista (menor de la real) de personajes conocidos e importantes de la sociedad portuguesa: locutores de televisión, abogados, jueces, militares y políticos.
Ayer, los diarios españoles se hacían eco de la detención por parte de la policía de noventa personas acusadas de pertenecer a una red de pornografía infantil repartida por toda la península. Entre los detenidos hay profesores, militares, policías, médicos y un buen grupo de menores de edad.
Hace ahora un año, saltaba la noticia en Estados Unidos acerca del cierre del 20% de las iglesias de Boston por la ruina económica a que se ha visto abocada la archidiócesis de la citada ciudad al tener que pagar la cuantiosa factura de los acuerdos económicos con las víctimas de abusos sexuales por parte de un nutrido grupo de sacerdotes. Casos parecidos se han vivido en Austria, Bélgica y en varios países del continente africano en los últimos meses.
Yo me pregunto qué clase de extraña perversión sufren estas personas que encuentran placer en el sometimiento y abuso carnal de seres inocentes, menores de edad, ignorantes en la mayoría de los casos del verdadero significado de tales actos. Qué clase de extraño placer puede haber en tales conductas que empuje a personajes exitosos de la sociedad a arrojar toda su vida por la borda por el capricho de un momento. Y me pregunto, sobre todo, qué clase de anomalía emocional se queda grabada en el cerebro y en el corazón de estas víctimas para el resto de sus vidas. Con qué equipaje llegarán, de mayores, a pretender mantener una relación sentimental con otro ser humano.
Nuestro paso por la vida es efímero aunque no nos guste reconocerlo y nos cueste mucho aceptarlo. De jóvenes pensamos que la muerte es algo que siempre le ocurre a los demás. Nos sentimos inmortales, como si nada nos pudiera afectar. Cuando se cumplen los años de la "edad media", la crisis consecuente nos devuelve, como por sorpresa, a un mundo finito y una vida con fecha de caducidad. De pronto caemos del pedestal de la inmortalidad y nos sentimos frágiles y desvalidos. Nos encontramos de cara con el tiempo, "siempre desertor de un pasado, siempre codicioso de un porvenir" como decía Borges.
El viaje, entonces, parece entrar en una desenfrenada carrera cuesta abajo. Todo envejece a nuestro alrededor: la casa donde habitamos ya no es acojedora y agradable, sino un depósito de polvo y cacharros inútiles; los vecinos ya no son aquellos con los que bromeábamos al subir las escaleras a grandes zancadas, sino unos seres desvalidos que buscan en ti el consuelo que no encuentran en su propia familia; tu trabajo ya es agua pasada y nadie te recuerda en la oficina ni en el banco. Pasas a ser invisible, como todo aquello que no gusta, ni atrae, ni entretiene, ni emociona. Entonces sientes la mayor desgracia que una persona puede sentir al final de una vida: el olvido
"No te preocupes, muy pronto nadie se acordará de ti y tú de nada te acordarás" Marco Aurelio
Hace unos días, un portavoz oficial del Vaticano, se quejaba en una rueda de prensa de la actitud de ciertos gobiernos europeos reticentes a que en la constitución europea se mencione al cristianismo; se quejaba igualmente de la oposición del parlamento europeo al nombramiento como comisario del italiano Butiglione, amigo personal del Papa; se quejaba de la misma manera de las reformas legales que pretenden igualar el matrimonio heterosexual con el homosexual y concederles el derecho de adopción a éstos últimos en igualdad de condiciones con el resto de la sociedad; así mismo, seguía quejándose de la política educativa que busca sacar de las escuelas la enseñanza de la religión católica o que introduce en igualdad de condiciones la enseñanza de otras confesiones religiosas como el islamismo o el judaísmo; por último se quejaba, y esto no es nuevo, del uso de anticonceptivos, de los métodos de reproducción asistida, del aborto y la eutanasia. Finalmente, llegó a decir que la presión a la que se está sometiendo a la Iglesia Católica era comparable a sentarla en el banquillo de la Inquisición.
Y yo me pregunto ingenuamente qué de malo tendrá sentarse ante la Inquisición por parte del Vaticano, si al fin y al cabo es como jugar en campo propio; ¿o no fueron ellos quiénes impulsaron y dirigieron el Santo Tribunal durante siglos?; ¿o no son ellos quienes aún conservan restos de ese Santo Oficio en form,a de La Congregación de la Fe, que con tanta santa y dura mano dirige el cardenal Ratzinger contra todo miembro de la Iglesia que ose discutir la doctrina oficial de Roma?
Porque pienso yo que para la Iglesia no debe ser tan terrible sentarse ante semejante tribunal, aunque sea metafóricamente hablando; tribunal por el que han desfilado personajes ilustres como Miguel Servet, Galileo y miles de acusados de brujería, herejía y otros pecados relacionados con el sexo. Digo yo que a nuestros queridos obispos y cardenales, que sólo parece preocuparles el sexo a tenor de lo que están continuamente declarando, no estaría mal que los examinara el gran inquisidor general, por si su obsesión es digna de algún merecido castigo.
En resumidas cuentas, la Iglesia se niega a aceptar el papel que la sociedad europea le quiere otorgar. Un papel absolutamente secundario que se han ganado a pulso por su política contraria a la libertad de la persona, por su discriminación de las mujeres, por la estigmatización de la homosexualidad, por su apoyo institucional a dictadores, explotadores y dueños del poder económico y político, por su ausencia de valores, por su hipocresía y falta de moral.
Lástima de esos miles de monjas, frailes, curas de a pie, que se parten el alma por los sin techo, por los excluidos sociales, por los ancianos más desprotegidos, porque su propia cúpula institucional les da la espalda, no los reconoce o, incluso los persigue. Lástima de quiénes dentro de la propia Iglesia reclaman una vuelta a la verdad y al evangelio, porque sus jefes jerárquicos les obligan a guardar silencio, los excomulgan y los expulsan.
Lástima de tanta buena gente.. en tan mal negocio.
Siguiendo la línea argumental del post anterior y con ánimo de hacer reflexionar:
¿Cuál es tu palabra preferida?
¿Cuál es la primera palabra que limpiarías?
Limpiar las palabras, recuperar su esencia, sus significados perdidos, volver a revisar los viejos conceptos, mirar detrás de la apariencia... Hace unos días, en la Biblioteca Nacional se celebraba un encuentro con motivo de la II Mostra Portuguesa en la que participaron, entre otros, Luis García Montero y José Saramago. Ambos coincidían en la necesidad de limpiar las palabras.
Palabras como responsabilidad, justicia, en una sociedad que tiene doblado el cuello de tanto mirar para otro lado; palabras como referencia moral, ley, lealtad, coherencia, democracia, ciudadanía, en un mundo cuyos ojos están velados por el pañuelo de la televisión y el consumo.
No hemos venido a este mundo simplemente para tener coche. Solo la palabra nos puede sacar de la cárcel dorada en que nos hemos recluido voluntariamente. La palabra es un arma de doble filo, pues de ella se sirven para engañarnos con promesas fáciles y biensonantes, adaptando su sibilino silbido a nuestros deseosos oídos de torpe humano vanidoso y terreno; pero también la palabra es el arma con la que podemos revolucionar la vida y despojarnos del traje carcelario que nos impone la moda al uso.
Recuperar el valor real de las palabras es conquistar la realidad y allí reside nuestra libertad esperando a que la reconquistemos. La palabra es nuestro mayor conjuro contra la muerte dulce de los aletargados, alienados, dormidos, en una vida de continua huída sin salir de la jaula. La palabra es la llave que abre nuestra celda y dobla los barrotes, la palabra verdadera, la que realmente significa algo para nosotros y para el otro, la nuestra.
Recuperar la voz y la palabra que reclamaba el poeta y que hemos perdido en algún lugar impreciso de nuestra vida, en la cuneta de nuestra memoria. Podéis intentarlo con la palabra amor y seguir con la palabra compasión, humanidad, valor, libertad, responsabilidad, justicia, diálogo, convivencia, tolerancia, miedo, ignorancia.... Al final habremos limpiado la palabra verdad y la habremos hecho nuestra.
"Lo que se recuerda es casi siempre mucho más de lo que se vive... Se vive cualquier cosa, una mirada inadvertida o el roce de un pie debajo de la mesa, y se acaba recordando lo que pudo ser y no fue. Lo que se vive no da más de sí, lo que se recuerda es casi siempre lo que se pudo vivir y no se vivió".
Luis Mateo Díez, "El eco de las bodas"
La música para mí es como el aire. Nos envuelve. Me permite vivir. Hacer memoria de mi vida implicaría volver a escuchar toda la música que he sentido. Todo tiene música en la vida y cada momento, cada persona, cada lugar, tiene su propia melodía. Sólo hay que escuchar, prestar atención y hacer un poco de silencio y, como de forma mágica, poco a poco irá apareciendo el sonido. Al prinicipio es un sonido muy leve, como lejano, pero enseguida el murmullo se convierte en sonido claramente audible y el ritmo se apodera de toda la cabeza.
Los menos acostumbrados sólo lo oyen en situaciones muy especiales. Algunos, desgraciadamente, son sordos incapaces de atender a la más mínima vibración. Pero los que gozamos de la capacidad de oir el sonido de la vida, sabemos qué es la música y a qué suena cada instante de nuestras existencias.
La música cambia, no siempre suena la misma en los mismos lugares o con las mismas personas. Cada persona tiene una música especial que si sabes descubrirla te conquista. La luz de cada momento del día, la escalera que subimos todas las mañanas, el encuentro con la persona amada, una tarde de invierno mirada a través de la ventanilla de un tren... Sin embargo, con sólo un cambio de matiz en esa luz, con un cambio de objetivo al subir esa escalera, con que sólo el tren nos conduzca de regreso a casa después de un hermoso encuentro o de un triste suceso, la música cambiará de melodía y de ritmo.
La poesía de un momento reside más en su música que en el momento en sí y, muchas veces, es el sonido de esa música el que nos permite acercarnos a la huidiza idea del paraíso.
Probad a escucharla, probad a comprobar como el Metro suena como una sinfonía de Cristobal Halfter, que el éxito en un encargo suena como las voces de un coro renacentista, que una cita a ciegas suena a banda sonora de Pulp Fiction, que un domingo soleado suena a Chris Isaak, que un viernes a las once de la noche suena a Police, que la melancolía suena a ritmo de blues y el violín tiene la fuerza del que sabe su propio destino. Mi último descubrimiento es que en la Calle Giusseppe Verdi a la altura del Café BomBom y antes de llegar a la Academia de Brera en Milán suena un solo de flauta que podéis encontrar (además) en la banda sonora de la película Blue.
¿Qué música suena ahora en tu cabeza?
Vivimos tiempos raros y poco dados a mostrar la calidad de las personas. Cada época tiene sus lideres y héroes. En la nuestra, realmente, no sé quiénes son esos héroes.... seràn posiblemente anònimos..... o han desaparecido todos...
Se buscan héroes de verdad, no simplemente famosos.
Cuàles son vuestros héroes?
Independientemente de la forma de pensar de cada uno, casi todos reconocen hoy que la muerte de Arafat deja un vacío en la política internacional. Líder de la OLP, guerrillero, terrorista, político, superviviente nato, idealista y luchador, fiel a sí mismo y a su ideario, querido por los suyos, odiado por sus enemigos...
Yasir Arafat pertenecía a la iconografía de los años 70. Todos le identifican por su kefya y sus ojos saltones. Yo le recordaré como aquel pequeño hombre de gruesas gafas de pasta que se subió un día a la tribuna de las Naciones Unidas para decir que en una mano llevaba una rama de olivo y en la otra una pistola, y para pedir que no permitieran que dejara caer la rama de olivo. Aquella rama, desde entonces, ha caído muchas veces al suelo y ha sido pisoteada por unos y por otros. La paz no interesa.
Su vida ha sido un continuo superar obstáculos, traiciones, derrotas, de las que siempre supo sacar provecho. Huyó de Egipto, de Jordania, de Túnez, de Israel, de Palestina, de Siria, según sus viejos amigos iban cayendo en la trampa del enemigo con sus dólares y dejaban de hospedarle. Para mí, con sus sombras y sus luces, fue un hombre honesto y un gran luchador. No estoy de acuerdo con todo lo que hizo, pero sí con su causa, a la que entregó su vida hasta que lo han matado Descanse en paz.
Es la frase con que una famosa editorial española ,que celebra ahora sus cincuenta años de vida, se presenta al público en general.
Hace cincuenta años esa frase tenía el sentido de invitar a lo prohibido. Eran otros tiempos, en que la falta de libertades y la censura, lastraban el pensamiento e impedían a la intelectualidad no domesticada por el régimen ejercer su función iluminadora de la sociedad en que vivían.
Ahora que gozamos de un aceptable régimen democrático, de unos derechos y libertades amplios, ahora se trata de que cada uno se aplique a sí mismo el objetivo de atreverse a pensar, atreverse a desafiar al pensamiento único y unidireccional impuesto por los medios, los partidos, las instituciones; se trata de que nos atrevamos a traspasar las fronteras impuestas, a ver otras realidades, a ver otros mundos y enterarnos de lo ajeno, a posar nuestra mirada sobre otros motivos y revisar lo que ya vemos, lo que vimos, nuestro pasado como sociedad, y romper con los esquemas establecidos, los lugares comunes, las perspectivas manidas; es atreverse a leer entre líneas, a dar otros enfoques, a analizar desde todos los puntos de vista, a contemplar la complejidad del mundo y rechazar las explicaciones simplistas, las consignas repetitivas y machaconas; atreverse, en definitiva, a limpiar de irracionalidad nuestra casa, hacer un poquito de limpieza, tirar algunos muebles, restaurar los que aún sirvan y construir nuevas ventanas que se abran a la verdad.
¿Quién se atreve?
"Lo feo interesa mientras que lo hermoso angustia", decía Vicente Verdú hace unos días en El País. La moda ha impuesto su dictadura, aportando su propia estética al conjunto de las artes plásticas, que apuestan por la provocación y abandonan toda belleza explícita.
La idea no es realizar un bonito diseño o una hermosa escultura, equilibrada y que produzca sensaciones agradables al espíritu; el objetivo es otro muy distinto, que pretende cambiar y alterar tu estado de ánimo, tu forma de vestir y hasta tu forma de ser. El arte -es la consigna- debe provocar. La belleza se considera obsoleta al lado de la estética de arrabal sucio. Se busca más la excentricidad, por sí misma, que la originalidad creativa.
El arte se convierte así en algo incómodo para el espectador, que no sabe interpretar estas nuevas claves ni siente que le aporten nada bueno. El artista, por otro lado, cultiva igualmente en su propia persona y su propio aspecto esa pose definida estéticamente como provocadora, transgresora (al menos en apariencia, pues al final todos los artistas lo único que buscan es lo que todo el mundo: la fama, el reconocimiento y las ganancias), casi marginal o rayana en el delito.
Ha desaparecido del arte la belleza pura y simple, la bondad temática, la ingenuidad técnica, la metáfora enriquecedora, para acoger con entusiasmo la fealdad cultivada, las maneras marginales y las formas transgresoras. Y todo ello no estaría mal (al fin y al cabo, el arte tiene que evolucionar continuamente y experimentar sin límites) si esto sirviera como expresión y vehículo de un mensaje claro, profundo, positivo y necesario para la sociedad. El problema es que lo que se oculta tras toda esa parafernalia supuestamente artística es la ausencia de mensaje, el vacío de contenido y el nihilismo más superficial. No hay mensaje, no hay ideas, no hay nada que expresar. A la farsa del arte políticamente correcto, burgués y apaciguador, se une la farsa del arte supuestamente transgresor e incorrecto. Pura cosmética.
Hace poco he visto La vida de nadie , una película española del año 2003, dirigida por Eduard Cortés y que cuenta con José Coronado y Adriana Ozores como protagonistas.
La historia me hizo reflexionar sobre todas esas personas que viven vidas falsas, vidas que no son las suyas, vidas de engaño y mentiras que se construyen poco a poco y van engrosando la enorme bola de nieve que termina por arrastrarlos al abismo de la nada.
Muchas de esas vidas perfectas que vemos a nuestro alrededor se sustentan sobre esas arenas movedizas. Las apariencias muchas veces engañan y lo que parece una persona tocada por los dioses, que ha alcanzado el éxito y goza de un elevado nivel de vida, en ocasiones resulta ser un pobre desgraciado que no tiene nombre, honor, ni vida real propia. Las aceras están llenas de seres ajenos a sí mismos, que viven en el engaño: salen de sus casas como si fueran a un trabajo estupendo en una empresa puntera y gastan sus horas en parques donde nadie les conozca mientras llega la hora de regresar a un hogar cuya felicidad se basa en la mentira: él engaña a su esposa, ella está enamorada de otro; el dinero con el que viven es robado, sus gestos, sus palabras, sus actos son también robados, y todo es falso. Son vidas llenas de miedo y vergüenza, vividas siempre al límite.
Algunos empiezan por una primera mentira, simple, casi inocente. Pronto a esa mentira sigue otra y luego otra. Cuando empiezan a darse cuenta de algo están inmersos en una espiral de la que no saben cómo salir. Enredados en su propia tela de araña, algunos la única salida que encuentran es la huída hacia delante, tapando una mentira con otro mayor y así ad infinitum.
Al final todo el castillo de naipes se viene abajo, quizás por un detalle insignificante al lado de la enorme obra de ingeniería que es su vida aparente para ese entonces, pero su derrumbre arrastra todo a su paso: trabajo, familia, pareja, amigos... y a uno mismo. Entonces, cuando no queda otro remedio que quitarse la máscara, uno se da cuenta que tras ella ya no vive nadie, que la máscara ya no ocultaba nada más que un enorme vacío donde la vida hacía tiempo que había desaparecido.
Uno descubre que ya no es nadie, que su nombre ya sólo es un nombre, letras, nada. Los demás pierden a un padre, a un marido, a un hijo, a un vecino o un amigo, pero él pierde toda la vida.
No apta para mentirosos compulsivos ni vividores de la apariencia.
Cada época tiene su propio lenguaje. El valor y significado de las palabras no es inmutable, sino que cambia de la misma forma en que lo hacen las personas, las costumbres, los usos y costumbres, la manera de vestir o los gustos culinarios. El lenguaje de los más jóvenes siempre ha buscado diferenciarse del de sus mayores, buscando los rincones ocultos del diccionario, o sacando punta a la letra pequeña de la gramática, cuando no transgrediéndola enteramente, como signo inequívoco de rebeldía.
La tecnología disponible es un catalizador, muchas veces, de esos cambios. Escribir mensajes de forma rápida en el teclado minúsculo de un teléfono móvil exige, no sólo destreza manual, sino economía lingüística. La rapidez y fluidez de la conversación en un chat precisa igualmente de estrategias de simplificación gráfica de las palabras.
Continuamente están apareciendo nuevas palabras y desapareciendo, o quedando arrinconados en el trastero, viejos significados. Es lo que hace que una lengua esté viva, y es lo que permite que un rapero sevillano se entienda perfectamente con otro colega en Chicago cuando hablan de Hip-Hop. Sin embargo, a un adulto le costará entender que un local esté especializado en electroclash y sobreviva gracias a la magnífica actuación de su Dj residente y la fidelidad de una clientela indie, pop y fashion.
Verbos como tunear o grafitear son ya clásicos entre las jergas más juveniles, pero nuestro vecino el profesor puede pensar que estamos con la tuna universitaria o pintando en una cueva como el hombre paleolítico. En el mercado bursátil de las palabras: pinchar (un disco), tostar (un disco también), cotizan al alza, mientras que copiar o poner están cayendo hasta índices muy bajos.
La publicidad, la moda, la televisión, los cambios culturales, las nuevas escalas de valores provocan importantes movimientos bursátiles: joven, juvenil, fuerte, potencia, velocidad, tecnología, son valores muy seguros, mientras que viejo, débil, artesanal, lento, son claramente valores perdedores por los que ningún agente de bolsa apostaría nada.
Músculo cotiza más que neurona, imagen más que palabra, apariencia más que esencia, atractivo más que bello, superficie más que hondura, cambio más que permanencia, éxito más que meta, fama más que prestigiosueño más que realidad. Así como la economía tiene continuos altibajos y a una época de bonanza le sigue otra de estancamiento o caída, así, en el mercado de las palabras no podemos quedarnos colgados de una apuesta o en un depósito fijo, sino que tenemos que ir moviendo nuestros fondos hacia el interés variable y los depósitos de mayor riesgo, si queremos estar a la última.
En cualquier caso, la palabra definitiva que nunca cambia de valor ni de significado es la palabra dinero. Será por eso que el lenguaje cada vez más es pura economía.
Las personas estamos supuestamente dotadas de una inteligencia que nos permite prescindir de las pautas de comportamiento determinadas por los instintos, al contrario que los animales. Sin embargo, cuando contemplo a algunos de mis congéneres ante un atasco de tráfico, en la cola del cine o la pescadería, en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados o en una tertulia de invitados a sueldo en la televisión, me entran mis serias dudas sobre la afirmación inicial.
A veces uno tiene que hacer de tripas corazón y creer (seguir creyendo) que lo que dicen los libros que uno ha estudiado durante tantos años sigue siendo verdad, que el ser humano está dotado de cerebro, de un cerebro superior. Sólo así uno puede aceptar que las declaraciones a la prensa de determinados políticos, tanto del gobierno como de la oposición, tanto conservadores como ¿progresistas?, tanto nacionales como autonómicos y locales, sean fruto de un mal día, más que de un reflejo condicionado como los de los animales en cautividad.
Así, el que normalmente es un tranquilo padre de familia, respetuoso y educado, ante el volante se convierte en ese tigre de Bengala que deambula como sonámbulo por los cuatro metros cuadrados de su jaula en el zoo. Y la señora que pretende colarse en la carnicería con gruñidos de quebrantahuesos, cuando regresa a casa es la fiel cuidadora de su anciano padre.
Los niños ante la jaula de los monos se preguntan por el comportamiento paradójico de éstos, que siempre hacen lo mismo incluso ante estímulos opuestos. Sus padres han de contestarles que hacen eso porque son animales.
Así que cuando uno ve en la televisión a ciertos personajes hacer siempre lo mismo, en cualquier situación y circunstancia, inevitablemente ha de pensar que su inteligencia muestra un serio déficit o que está seriamente dañada.
El pensamiento es lo contrario de las pautas: éstas son sólo meras repeticiones de gestos, mientras que aquel se pregunta por el sentido de la pauta y la cambia si lo considera necesario.
Aznar, Acebes, Zaplana y todo el PP en su conjunto siguen repitiendo invariablemente su pauta, mientras el nuevo gobierno ha decidido romperla. No sabemos todavía cómo manejarán la economía o la educación (mucho me temo que mal) pero al menos han dejado de comportarse como primates.
Nuestros adolescentes en la calle, los adultos en sus asuntos, los tertulianos y famosos, harían bien en abandonar esa estrategia de responder a la provocación del cacahuete, y empezar a comportarse de acuerdo a sus convicciones, a sus razonamientos y a sus neuronas.
¡¡¡Que Dios nos coja confesados!!!
El miedo siempre juega malas pasadas porque es dificil de dominar, ya se trate del miedo propio como del miedo ajeno. Bush nos promete un mundo más seguro pero los periódicos traen cada día titulares más grandes sobre el horror terrorista.
Aznar dice que para luchar contra el terrorismo se necesitan hombres fuertes, - ¿como él?- y lo dice en Israel, en la antesala donde lo recibía Sharon el Asesino, ese gran hombre fuerte de Israel.
En nuestro país mucha gente sabe lo que es vivir con el miedo, pillados entre dos frentes: miedo a los terroristas mafiosos de ETA que te matan, te secuestran o te queman el local de tu negocio si no pagas su "protección", y el miedo a ser condenados por la Justicia por ser considerados colaboradores de banda armada, que es lo que les puede pasar a los cocineros vascos de los que tanto se habla en estos días. Se habla porque son noticia y porque son famosos, porque miles de pequeños negocios llevan años pagando el impuesto revolucionario y nadie se ha preocupado por ellos. No me uno a las voces que critican lo que han hecho estos cocineros; creo que el miedo tiene unos brazos muy grandes y amplios, y casi nunca caduca. Entre la indefensión y el miedo de unos y la creación de horror de otros hay un abismo moral.
Ahora resulta que los terroristas islámicos que habitan entre nosotros se disponían a atacar las Torres Picasso, el Bernabeu o las estaciones de Atocha o Príncipe Pío. Su objetivo es matar mucha gente de un sólo golpe y causar mucho miedo para que no podamos sentirnos seguros en ningún momento.
Su política, la misma de Bush, está consiguiendo buenos resultados: los estadounidenses votan hoy en unas elecciones muy reñidas que deberían haber sido un paseo para el rival de Bush el Menor, pero está resultando que el ganador va a ser el miedo. Unos y otros están consiguiendo sus objetivos porque están haciendo del mundo un planeta a su medida: te mato y te quito el petroleo; te mato y te vendo las armas; te mato y me gano el paraíso. Tu ni siquiera puedes elegir quien quieres que te mate.
La lucha contra el terrorismo internacional se debería parecer a la lucha contra los incendios: habría que empezar con una buena política preventiva, creando cortafuegos, limpiando de matorral y monte bajo, clareando los bosques, estableciendo leyes contra el comercio de la madera quemada, etc. Lo que nunca hay que hacer es encargar el trabajo de bombero a un pirómano incendiario. Y eso es precisamente lo que está ocurriendo en la situación actual: Bush, Blair, Sharon (y, hasta hace poco, Aznar), es decir los que iniciaron el fuego, son ahora los encargados de apagarlo.
A ellos se debe la proeza de haber convertido al fundamentalismo islámico (antes minoritario y residual) en un peligro a escala mundial. Hace unos meses, Sami Nair se hacía la siguiente pregunta: ¿Cómo luchar contra la ceguera de quienes nos gobiernan y nos han encerrado en este círculo mortal?. Los españoles ya hemos dado un primer paso, quitando las cerillas a Aznar. Ahora les toca el turno a los estadounidenses.
Pero, con ser importante, este primer paso no es suficiente. La verdadera guerra contra el terrorismo se libra en los lugares de los que saca sus fuerzas: el sistema financiero internacional, los circuitos oscuros del dinero, las bodegas malolientes de la globalización liberal.
Richard Labéviène ha publicado recientemente un libro, La Trastienda del Terror (Dollars for terror es el título de la versión en inglés de un trabajo anterior) , donde analiza las redes de financiación de Al Qaeda, situando en Suiza el paraíso financiero de estos grupos en Europa. Las conexiones entre Bin Laden, la oligarquía saudí y toda una nebulosa de organizaciones y líderes en Irak (sunies y chiíes), los Hermanos Musulmanes egipcios, los salafistas marroquíes, el wahabismo saudí multiplicado por las miles de mezquitas dispersas por el mundo y subvencionadas por esta corriente islámica, tienen sus bases de financiación depositadas en Luxemburgo, Suiza, Londres y los denominados paraísos fiscales. Sin embargo, ninguno de estos gobernantes parece dispuesto a cortar el chorro del dinero a estos grupos: desde el 11-S apenas se han bloqueado 100 millones de dólares de estas redes terroristas, una propina comparado con el dinero que mueven estas organizaciones al cabo de un año.
Habrá que preguntarse por qué no están interesados los gobiernos en controlar ese dinero, quiénes se están beneficiando de estos flujos financieros de dinero negro, qué intereses directos e indirectos tienen las grandes corporaciones financieras, militares, mediáticas, para ocultar y no investigar estas cuestiones. Y, sobre todo, quién financia las campañas políticas.