27 de Marzo 2008

Todos artistas

La banalización es un mal que afecta a la práctica totalidad de las actividades humanas. Banalizar se convierte en una especie de mecanismo de defensa de nuestra propia incapacidad frente a los ataques de todo aquello que nos supera o que no somos capaces de afrontar. Banalizamos la muerte, el amor, la justicia, la libertad, la democracia, la política, el mal y el bien, la cultura o el arte.
Un reflejo de esa banalización en el campo del Arte la encontramos en la ligereza con la que los medios de comunicación y la misma opinión pública usan el término artista y le aplican el calificativo practicamente a cualquiera. Hoy, si abrimos las páginas de cualquier periódico o suplemento semanal, encontramos miles de cocineros, peluqueros, estilistas, diseñadores de moda, de muebles, decoradores, pinchadiscos, grafiteros, letristas de rap, futbolistas, toreros simples manitas de la informática o tatuadores de la piel ajena, a los que con toda alegría se les regala el calificativo de artistas. Ellos mismos, olvidándose en muchas ocasiones de la auténtica meta de sus desvelos y habilidades, se recrean en la pretenciosa aspiración de realizar singularidades que rozan lo estrambótico con tal de aparentar un oficio que ni dominan ni necesitan para ser oportunamente valorados.
Un buen cocinero es eso, un buen cocinero, que no es poco, y su valor radica en la capacidad para realizar, presentar y servir unos platos que gusten al paladar de su clientela. Lo demás es vender aire. Se puede ser creativo, innovador, original, provocador, llamativo, en casi cualquier campo de la actividad humana, pero eso no conduce necesariamente a la realización de una obra de arte.
Un mundo donde todo el mundo es considerado un artista solo transmite una devaluación profunda del papel de los auténticos artistas en sus comunidades. Cada uno debería aspirar a la excelencia en su oficio, pero no a conseguir etiquetas que ni necesita ni le corresponden.
El mundo del Arte ha sufrido muchos cambios a lo largo de la Historia y se ha adaptado a ellos con bastante fortuna. No se debe ser rígido a la hora de aplicar la categoría de Arte solo a determinadas técnicas tradicionales como las de la arquitectura, la pintura o la escultura. Hoy en día se han incorporado con total merecimiento muchas nuevas técnicas y actividades que van desde el cine o la fotografía hasta el arte digital o virtual. Pero de ahí a considerar que un bonito peinado o un espectacular regate es arte hay un abismo. Convendría que cada uno se valorara en lo que es. Yo, particularmente, prefiero un buen chuletón que un plato de aire con esencias de perejil.

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16 de Julio 2007

Arte y cultura

La cultura es una amalgama extraña de diversos componentes entremezclados que no resultan fáciles de analizar, ni siquiera de nombrar. Es más asequible analizar los productos culturales de una época concreta. Acostumbrados (y educados) como estamos a valorar cualquier cultura por el simple hecho de serlo, sin embargo, nos puede llevar a más de una curiosa sorpresa estudiar algunos de sus productos. Por ejemplo: el Guernica de Pablo Picasso es un cuadro enorme, no solo por su tamaño, sino por la significación de sus imágenes, la expresión de sus personajes y el simbolismo que encierra. Nos podrá gustar más o menos, pero todos coincidimos en su valor como obra de arte. Es un producto cultural español, europeo, occidental, contemporáneo, etc., se podrían poner casi infinitas etiquetas. Las mismas etiquetas que podríamos poner a otro producto cultural como es la canción del verano con títulos tan sugerentes como: "¿Qué pasa contigo tío?" y cantantes tan prolíficos como Georgi Dann. ¿Y son comparables? Evidentemente no, por fortuna para G. Dann. Se trata de una misma cultura capaz de producir muchas cosas diversas de diferente naturaleza y calidad. Podemos medir la calidad de cada cosa por separado y podemos medir la calidad de una cultura por la calidad de sus productos, pero todos han de ser analizados en función de parámetros y criterios que les son propios y en función de su tiempo. El problema es no saber distinguir el valor diferente de cada producto o peor aún, empeñarse en equiparar unos productos con otros. Y en definitiva, eso es lo que se está haciendo hoy en día con muchos productos culturales en el campo de la música, el cine, la fotografía, la pintura, la escultura, la arquitectura o el teatro: se les aplica la misma fórmula de éxito que se aplica a la canción del verano, se enlatan y se venden al por mayor a un público que no distingue ni aprecia y que solo está adiestrado para consumir y valorar una marca, una etiqueta y un precio. Etiquetas como "de rabiosa actualidad", "provocador", "anti-sistema", "absolutamente original", "desenfadado", por decir algunas, sirven lo mismo para describir un vestido de la pasarela Cibeles que para un edificio vestido por Hristo. El valor se lo da el medio o la publicidad, no la obra en sí. Autores, galeristas y hasta museos (hoy en día hasta el pueblo más insignificante tiene un museo de arte contemporáneo) se apuntan a la moda que les da unos pobres y efímeros beneficios, pero que a la larga se vuelve en contra de ellos mismos, pues su relativa fama se va tan deprisa como apareció.
La sensación que queda es que la cultura y el arte actuales son tan pasajeros como el propio verano. Y aunque no es justo comparar, algunos artistas y obras de fama en estos días, serán olvidados con mayor celeridad y dejarán menos impronta que la propia "canción del verano".

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2 de Noviembre 2006

Arte íntimo

El Arte es un lenguaje. Un lenguaje que expresa lo más profundo del ser humano en cada época. Decía René Huygué que no era posible concebir al Hombre sin el Arte y al Arte sin el Hombre. Pero el Arte, no es solo fruto de la parte racional, intelectiva, del ser humano. El Arte ha de ser sobre todo fruto de su sentir, de su pasión y de sus impulsos vitales. Por eso, a poca sensibilidad y sentido estético que se tenga, muchas veces ante determinadas obras de arte uno siente su verdadero valor al comprobar las vibraciones puramente intuitivas que cada obra le ofrece.
Hoy en día se está perdiendo el valor estético artístico para quedarse con un valor estético de mercado. Tanto vendes, tanto vales. La moda dicta su sentencia inapelable y ante ella todos nos hemos de inclinar. Nos creemos libres cuando vamos a la moda y con la moda, porque nos hace sentirnos dentro del grupo (por exclusivo que sea el grupo). Pero ese valor de mercado, estético, sí, pero dirigido al negocio, nos esclaviza y nos ata a lo convencional. Se vende como arte pero no es diferente de una prenda de vestir o un bolso de diseño. No saca nuestro ser íntimo y radical.
Sin embargo, el verdadero Arte, aquel que realmente refleja el valor estético y poético de lo humano, nos devuelve la libertad, nos devuelve nuestra esencia a través de la esencia representada de las cosas. El siguiente paso es convertirnos en artistas nosotros mismos de nuestra propia vida. Construirnos y reconstruirnos con sentido estético (y por tanto, ético), buscar una expresión genuina y profunda de nuestro ser más íntimo y real.

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1 de Septiembre 2006

Arte y provocación

El Arte siempre ha cumplido un papel social, además de estético. Ha servido para engrandecer a faraones o para hacer propaganda del poder terrenal y divino; lo han utilizado para dar a conocer nuevas y viejas ideas, sobre dioses y héroes, sobre religiones e historias, sobre leyendas y vidas. El arte es sobre todo una forma de comunicación. Hace poco más de un siglo, todas esas funciones se vieron sustituídas por un deseo casi irrefrenable de provocación. El objetivo de cualquier artista que se preciase era escandalizar a un público burgués y más bien mojigato. Así nacen las llamadas vanguardias históricas.
Hoy todavía queda algún iluso que trata de seguir esa línea cada vez más dificil del escándalo con más pena que gloria, provocando en el público un sonoro bostezo cuando no una simple sonrisa de condescendencia. El pobre aun no se ha dado cuenta de que la posibilidad de provocar escándalo ha terminado por extinguirse en una sociedad donde ya no existen dogmas que profanar, conviciones sagradas que pisotear ni valores que subvertir.
El único código contra el que se puede ir es el de lo políticamente correcto y ningún artista está dispuesto a atacarlo porque sería lo mismo que morder la mano del que les da de comer. La mayor parte de los artistas viven cómodamente instalados en los pesebres que el poder les ha preparado y ninguno osa contravenir a sus dueños puesto que eso les supondría la condena al ostracismo. Ya pasaron los tiempos en que los artistas se ufanaban de ser unos proscritos sociales y de vivir a la intemperie de los márgenes. Hoy el artista sabe que en esos márgenes no existe vida, así que prefiere la mansedumbre políticamente correcta que le lleva a comulgar con las consignas que administra la supuestamente culta beatería oficial.
Muerta la vía del escándalo, ya solo le queda al artista la posibilidad de la mamarrachada sofisticada, la pirueta efectista y el reclamo publicitario. Como el público mayoritario ha perdido las claves para interpretar el arte actual, el artista se encuentra libre para colar por la puerta de delante las chorradas más desquiciantes, chocantes e inofensivas. Los museos y galerías se muestran cómplices y preparan muestras antológicas cuyo mejor valor es que solo tienen fachada. Tras lo cual, ya solo falta el crítico de turno para elucubrar tres o cuatro sandeces de fervorosa perplejidad y estupefacción ante la creación de semejantes engendros, y tendremos el mejor retrato del arte contemporáneo más actual, con pocas y honrosas excepciones.

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12 de Octubre 2005

Arte y burguesía

En el mundo burgués del que formamos parte, los conceptos "real" y normal" suelen ir de la mano. "Reales", dice el burgués, son las cosas que la mayoría percibe de la misma forma, y desde ese momento, por pura y democrática virtud, pasan a ser "normales". El burgués huye de todo lo extraño, de lo poco común, porque le incomoda, le altera en sus sagrados parámetros y le recuerda su esencia de soledad y de muerte. El mayor miedo de un burgués es enfrentarse a sí mismo, a su realidad íntima y secreta. Por eso, el arte del que gusta el burgués, siempre será un arte amable de tonos pastel y nada de estridencias.
En ese mundo, el artista que verdaderamente merece tal calificativo, representa una especie de salvador al que se atribuye la función de realizar y crear aquello a lo que los burgueses, en su decadencia, ya han renunciado: ser fieles a sí mismos, vivir la vida de cada cual de una forma intensa y siendo coherentes con la propia naturaleza. Mientras la mayoría andamos perdidos en la lucha cotidiana con el vacío de una sociedad consumida y consumista, el artista encuentra en cada paso que da, en cada cielo que observa, en cada persona con la que se encuentra, un motivo para partir de cero, una maravillosa oportunidad de hacer las cosas bien, de modelar el mundo para que cada vez se acerque más a la visión de un paraíso. Algunos se tienen que enfrentar por ello a la tiranía del rebaño. Algunos, los más débiles o los menos convencidos, sucumben a sus leyes y normas. Vuelven al redil. Pero otros aguantan las embestidas, creen en sí mismos y en su capacidad creadora, aceptan la incomprensión de los demás como se aceptan las pendientes en cualquier camino y sueñan.... para no volverse locos, sueñan y dan rienda suelta a su talento e imaginación para alcanzar la esencia de las cosas y de la vida. Esos son los verdaderos artistas, que no se venden ni a las leyes ni al mercado, ni a la mayoría normalizada ni a la minoría engreída. Y ahí es donde reside la gran diferencia. Como decía Wolf Vostell:"Arte es Vida. Vida es Arte"


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10 de Febrero 2005

El tinglado del ARCO

De "singular tinglado espectacular" tilda Francisco Calvo Serraller a la 24ª edición de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (ARCO) que se celebra en Madrid. Feria o mercado, supermercado o exposición, ARCO representa lo mejor y lo peor del mundo del arte actual. Lo mejor porque allí se dan cita los mejores galeristas españoles ý porque allí se reune una buena muestra de lo que se hace ahora mismo en nuestro país. Hay que añadir que este año, la presencia de México y la obra de sus artistas (no solo Frida Khalo), da bastante relieve a la feria.
Sin embargo, ARCO también representa lo peor del panorama del mercado artístico español en cuanto que no hay apenas representación de importantes galerías extranjeras y en cuanto que la selección de artistas y obras siempre es muy discutible.
ARCO, demás, refleja todos los males que prostituyen el arte actual y el mercado del arte en general. Hoy en día, la crítica y valoración de las obras de arte no hay que buscarla en los libros y revistas especializadas o en los informes y estudios de los investigadores, críticos y especialistas, sino en las revistas financieras, que marcan las tendencias al alza o a la baja, los precios y el valor de mercado igual que hacen con el petróleo o de los intereses bancarios. Hoy, los coleccionistas de arte, realmente, son coleccionistas de autógrafos. El Arte les importa poco o nada, sólo buscan la firma y juegan a comprar como el que juega a la Bolsa.
Y los artistas que entran en ese juego, se prostituyen de la misma forma, realizando aquello que saben se venderá mejor o causará un mayor impacto en la pazguata opinión de los ricos compradores. Así podemos ver maniquíes vestidos como marines torturando a prisioneros iraquíes ("El perro de Democracy 2005" de Pablo España, Iván López y Ramón Mateos) o maniquíes mezclados entre el público (alguna de las obras de Lotta Hannerz) o montajes audiovisuales y de tecnología digital que te los puedes llevar en un disquete por un precio nada módico.
El espectáculo está servido. Pasen y vean.... y tómenselo con mucho sentido del humor.

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21 de Enero 2005

Belleza II

Como decía ayer, el concepto social de belleza es efímero y cambiante. El canon de belleza, en cada época, lo han decidido los ricos y los poderosos, adueñándose de ella como de todo lo que despertaba su codicia. Durante siglos fueron los reyes y la Iglesia los que marcaron el canon de lo que se consideraba bello. Más tarde fue la burguesía, con otros gustos estéticos, quien marcó con sus modas los vaivenes artísticos del mundo moderno.
¿Existe, entonces, la Belleza o es una mera moda pasajera, voluble y sin mucho sentido? ¿Se puede decir de algo que es absolutamente hermoso y bello?
Responder a esas preguntas requiere una reflexión compleja y en profundidad que no cabe en este espacio. Pero si cabe hacer unas primeras distinciones en cuanto que más que de Belleza, en singular, deberíamos hablar de Bellezas en plural: existe una belleza natural, que se encuentra tal cual en la naturaleza no alterada por el hombre, y una belleza no natural que ha sido alterada, trabajada, esculpida, pintada u operada por el ser humano; también podemos distinguir entre la belleza abstracta y la belleza concreta, la belleza efímera y la belleza duradera (no me atrevo a decir eterna). Hay incluso, bellezas raras, que resultan estéticamente atractivas precisamente por su rareza o extrañeza respecto a lo abundante o normal.
En cualquier caso, aunque concluyamos que existen muchas formas de bellezas y categorías y criterios estéticos, lo cierto es que la Belleza, lo que nunca es, es estática. Lo que resultó bello a los hombres paleolíticos (Venus de Willendorf, por ejemplo), resulta casi grotesco al hombre actual; la belleza oriental no sigue las mismas directrices que la belleza occidental; la estética juvenil no suele coincidir con la estética de los mayores, la de los hombres es matizadamente distinta de la de las mujeres...
Sin embargo, los científicos han llegado a descubrir ciertos parámetros consustanciales al ser humano y su cerebro que podrían enmarcar, dentro de unas grandes líneas, aquello que siempre y en todo momento y lugar puede responder al concepto de belleza: el equilibrio, la armonía, la proporcionalidad y la simplicidad. Si esto fuera así, existiría una belleza absoluta, no sujeta a los vaivenes de la moda, aunque luego hubiera que traducir esa abstracción a la realidad cambiante, a los tiempos y culturas diversas.

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7 de Enero 2005

Fotografiar conceptos

A veces me hago la pregunta sobre si todo lo que fotografio es real o no. No hablo de las alteraciones que se hacen en el laboratorio o con el ordenador, sino de si el ojo del fotógrafo, sólo por mirar y escoger un objetivo, un ángulo, una luz y un encuadre, ya transfigura la realidad para adaptarla a un concepto previo que habita en su mente. La realidad es cambiante, imperfecta y dinámica, mientras que la imagen sostenida sobre el papel o sobre la pantalla es absolutamente estática y, puede ser, si nos empeñamos, perfecta. Uno de mis más admirados fotógrafos, Misha Gordin, contestaba a esta cuestión de la siguiente manera:

“En vez de fotografiar realidades existentes, decidí fotografiar mi propia realidad imaginaria. Comencé a fotografiar conceptos.
El proceso es semejante a la escenificación de una pieza de teatro. Comienza con una idea (argumento) y después es preciso encontrar el local (escenario) y los modelos (actores) apropiados; hay que tomar decisiones sobre la iluminación y el vestuario, hacer unas fotografías preliminares (ensayos) antes del día de la verdadera sesión fotográfica (la noche del estreno).
Tiene muchas semejanzas no sólo con el teatro, sino también con el cine, la poesía, la pintura, la escultura y la música. Todos comienzan por un concepto y después siguen un guión o composición, unos bocetos, una afinación…Y todos reflejan posíbles respuestas a las más grandes cuestiones que se ponen ante uno: el nacimiento, la vida e la muerte.
Pero la fotografía tiene una ventaja: su verosimilitud. Nosotros tenemos una tendencia subconsciente a creer que aquello que vemos fotografiado en verdad existe”.

Misha Gordin

(Declaraciones del propio autor en la Revista "Periférica" en el verano del 2003)

En el Viaje a Itaca podéis ver la que yo he elegido hoy.

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10 de Noviembre 2004

Lo feo está de moda

"Lo feo interesa mientras que lo hermoso angustia", decía Vicente Verdú hace unos días en El País. La moda ha impuesto su dictadura, aportando su propia estética al conjunto de las artes plásticas, que apuestan por la provocación y abandonan toda belleza explícita.
La idea no es realizar un bonito diseño o una hermosa escultura, equilibrada y que produzca sensaciones agradables al espíritu; el objetivo es otro muy distinto, que pretende cambiar y alterar tu estado de ánimo, tu forma de vestir y hasta tu forma de ser. El arte -es la consigna- debe provocar. La belleza se considera obsoleta al lado de la estética de arrabal sucio. Se busca más la excentricidad, por sí misma, que la originalidad creativa.
El arte se convierte así en algo incómodo para el espectador, que no sabe interpretar estas nuevas claves ni siente que le aporten nada bueno. El artista, por otro lado, cultiva igualmente en su propia persona y su propio aspecto esa pose definida estéticamente como provocadora, transgresora (al menos en apariencia, pues al final todos los artistas lo único que buscan es lo que todo el mundo: la fama, el reconocimiento y las ganancias), casi marginal o rayana en el delito.
Ha desaparecido del arte la belleza pura y simple, la bondad temática, la ingenuidad técnica, la metáfora enriquecedora, para acoger con entusiasmo la fealdad cultivada, las maneras marginales y las formas transgresoras. Y todo ello no estaría mal (al fin y al cabo, el arte tiene que evolucionar continuamente y experimentar sin límites) si esto sirviera como expresión y vehículo de un mensaje claro, profundo, positivo y necesario para la sociedad. El problema es que lo que se oculta tras toda esa parafernalia supuestamente artística es la ausencia de mensaje, el vacío de contenido y el nihilismo más superficial. No hay mensaje, no hay ideas, no hay nada que expresar. A la farsa del arte políticamente correcto, burgués y apaciguador, se une la farsa del arte supuestamente transgresor e incorrecto. Pura cosmética.

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30 de Agosto 2004

Arte basura

Últimamente, no hay feria de arte contemporáneo en la que no acabe en la basura alguna de las obras expuestas que el servicio de limpieza ha confundido con una inmundicia. Recientemente, una señora de la limpieza ha acabado con una bolsa de basura en la basura al creer que ese era el sitio adecuado para tal bulto. Luego resultó que se trataba de una obra expuesta y rápidamente devolvieron la basura a su sitio en la exposición. Quizás se trataba de una metáfora, quizás de la pura realidad. ¿Quién tiene más juicio sobre la obra, la señora de la limpieza que capta el verdadero valor de la cosa en cuestión, o el crítico que expande mil teorías sobre el genio creador de su favorito de turno?
Claro, que tampoco es extraño ver en las noches a grupos de sombras huidizas hurgando entre los contenedores frente a los pabellones de la exposición. No son ratas, ni mendigos en busca de un pedazo de pan que llevarse a la boca, sino los propios artistas intentando recuperar las piezas de sus obras desaparecidas sin que nadie las haya comprado.
En algunas ocasiones, sin embargo, los servicios de limpieza, que han sido previamente informados de las cosas que pueden encontrarse en dichas exposiciones, pueden ser tan escrupulosos de su trabajo que ante la duda, dejen una lata de refresco vacía en el suelo por si tratara de la última performance del último eco-artista de moda.
Personalmente, creo que el arte contemporáneo está corrupto, conviviendo en su enorme espacio un sinfin de maleantes de variada calaña y oscuro origen (marchantes, galeristas, artistas, críticos, compradores, falsificadores, intermediarios, subastadores, políticos culturetas, etc) junto a verdaderos artistas comprometidos con su trabajo y su obra, buenos galeristas con criterios no sólo mercantiles y buenos coleccionistas alejados de las corrientes de especulación... y señoras de la limpieza que saben de arte más que muchos de los citados.

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8 de Agosto 2004

El instante decisivo

Con esa frase, el "instante decisivo", se podría resumir toda la teoría y la vida profesional de Henri Cartier-Bresson. Para este gran fotógrafo, la vida era una sucesión de instantes, algunos de los cuales eran dignos de ser plasmados en una fotografía. El fotógrafo debe tener la suerte, la paciencia y el sentido profesional adecuado para saber estar en el sitio y momento justos para captarlo.
Para Cartier-Bresson, fotografiar era como contener el aliento, mientras se unían el ojo, la mente y el corazón para hacer un disparo y captar ese instante decisivo y fugaz. Nunca usó flash, ni filtros, ni trucajes de laboratorio o de retoque ulterior en sus negativos. Su vieja cámara Leyca y su mirada sobre la realidad eran herramientas suficientes. Le desagradaba todo aquello que modificara el punto de vista original y la luz artificial del flash le parecía una falta de respeto hacia el objeto fotografiado.
El viejo maestro se ha ido y nos ha dejado una herencia hermosa, una colección enorme de momentos e instantes decisivos vistos por un ojo sabio como el suyo. Quizás su obra nos pueda servir de ejemplo de honestidad y profesionalidad. Estamos demasiado acostumbrados a ver inifinidad de imágenes, hasta el punto de perder la capacidad de asimilar cada una de ellas detenidamente. Vemos imágenes de horrores aquí y allá. Muchos fotógrafos son maestros en captar víctimas que mueven nuestra caridad, pero a fuerza de ver tantos horrores nos hacemos ciegos para reclamar la justicia que les debemos. Estamos tan inundados de imágenes que ya no sabemos ver la realidad.
Cartier-Bresson captó la vida real allá donde estuvo, sin prisas, sin alterar lo más mínimo esa realidad, sabiendo esperar, pero sabiendo, sobre todo, captar la esencia de cada situación o de cada personaje.
Fue maestro en ver.

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30 de Mayo 2004

Hopper, pintor de la soledad

Se acaba de inaugurar una magnífica exposición de Edward Hopper en la Tate Modern Gallery de Londres, ofreciendo la gran oportunidad de contemplar algunas de las mejores obras de este genial pintor norteamericano de mediados del siglo XX.
Aunque estudió a los clásicos y convivió con las vanguardias parisinas de principio de siglo, enseguida supo encontrar su propia poética pictórica personal que ya no abandonaría en toda su carrera. Hopper para algunos críticos es el pintor "cinematográfico", el pintor de "la américa moderna", para otros, con menos admiración y un cierto desdén, es el pintor "realista" (dicho esto a modo de insulto). Para mí es el pintor de la soledad, una soledad que se hace aún más intensa y dura, más espiritual, por aparecer envuelta de una luz tremenda, blanca, inhumana, casi no terrenal.
Al final de su vida, en unas declaraciones, Hopper confesaba que "quizás él no fuera muy humano" y que su único objetivo como pintor a lo largo de su dilatada carrera había consistido en "pintar el efecto del sol sobre el costado de una casa".
La luz juega un papel central en toda su obra, sin duda, como la elección de unos personajes y unos encuadres absolutamente personales: personas solitarias, en habitaciones sin apenas decoración, de hoteles, oficinas o apartamentos, o bares en medio de la noche, vistos a través de ventanas y desde el exterior, como si el autor los estuviera espiando.
Maestro a la hora de captar el instante íntimo de unos seres que se muestran plenos de desamparo, reales y sinceros, porque no sienten la presencia del observador. Así aparecen la mayoría de las mujeres de sus cuadros, con un desaliño y dejadez en sus posturas y vestidos propias de las que se saben en la intimidad de su hogar. En el fondo es como si Hopper hubiera robado unas instantáneas de sus vidas sin que ellos lo supieran, no tanto sus cuerpos como sus almas.
Pero en la falta de detalles físicos a la hora de representar los rostros de sus personajes se puede interpretar que más que interesado en retratar a unos individuos, realmente en lo que estaba interesado era en reflejar la profunda soledad del hombre contemporáneo.
Mi preferido es "Habitación de hotel", quizás por eso fue la imagen con la que inauguré mi blog de imágenes. Quienes prefieran ver el original, se pueden pasar por el Museo Thyssen-Bornemisza en Madrid. Disfruten.

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23 de Abril 2004

Mercado del arte contemporáneo

La obra de arte siempre ha estado sometida a las leyes del mercado, aunque ahora mucho más que nunca. Hoy un millonario japonés puede pujar, escondido tras varios agentes de subastas, por un vangogh y pagar tres mil millones de las antiguas pesetas simplemente para blanquear sus evadidos impuestos no pagados. No entiende nada de arte ni falta que le hace. Él solo quiere la obra para guardarla en una caja fuerte, junto con el resto de sus valores bursátiles.
El valor de la obra lo fija el mercado, igual que el precio del barril de petróleo.
Poco importa el artista, la obra, la historia y el valor para el patrimonio mundial. Sólo importa la cotización actual y la cotización potencial futura. En algunos casos se han llegado a comprar obras aún no realizadas (mercado de futuros creo que lo llaman los economistas), bajo la atenta e interesada batuta de los galeristas que se llevan un buen pellizco de la transacción.
Por tanto, en este negocio el que menos importa es el público, seguido del artista. Aquí el bacalao lo cortan entre cuatro galeristas y varios millonarios tejanos o japoneses. Y como ellos no entienden nada, pues si les da por pagar varios cientos de millones por la obra de un cantamañanas que se ha puesto de moda porque su galerista le ha montado dos exposiciones y cuatro fiestas, del día a la mañana ese sujeto pasa de ser un perfecto desconocido a convertirse en la última promesa del arte contemporáneo. Menos mal que el tiempo termina por poner a cada uno en su sitio.
Para semejante herejía cuentan también con la complicidad de los críticos a sueldo, que por poner unas subrrealistas frases que se suponen sirven para entender la obra, cobran jugosas cantidades de dinero. Sus palabras están vacías de sentido al igual que lo está la última ocurrencia (ahora lo llaman performance) del artista de moda.. pero es que hay algo actualmente que tenga sentido. ¿O es que tiene sentido pagar (como ha ocurrido en la última feria de ARCO) doce mil euros por una creación artística en formato digital que se la lleva uno puesta en un disquette?
Mientras tanto, hay cientos de buenos artistas, con creatividad, originalidad y mucho trabajo a sus espaldas, que no encuentran la manera de darse a conocer, de sobrevivir con su obra y de meter cabeza en el oscuro mundo del arte actual.

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