y bien que lo siento, pues cada vez que mi alma se asoma al balcón de la vida y contempla el mundo que le rodea se siente más extraña, más descolocada, como si el reloj se le hubiera parado y, a destiempo, intentara recuperar su ritmo natural pero con el paso cambiado, en un mundo ajeno, raro, y dónde la orientación fuera imposible, pues olvidó el lenguaje primigenio y el entorno se empeña en trabajar una ocultación persistente. Qué hace mi alma en el mundo del PIN, el PUK, el euribor, los contratos basura, la música bacalao, los gigas, la liga de las estrellas, la maniobra política, el boom inmobiliario, el doping, el tripartito, los post, el ibex, los coches híbridos, el TC, el buzón de voz, la telebasura, el chute de autoestima, el portarretratos digital, la prensa salmón, el portal de Internet, el pensamiento débil, la ley de memoria histórica, el dispositivo de beatificación, el fútbol en abierto, los megas, el primo de Rajoy y Revilla el del primo, el AVE, la semana horríbilis, el real decreto, la intención de voto, el pew per view, el NIF, el CGPJ
No, no. No encuentra acomodo, cada día se le hace más difícil ubicarse en ese contexto. Intenta vivir este mundo, ese nuevo mundo, que se le resiste, se abre a él a través de un nuevo periódico, pero entristece, se deprime, se enfada. Todo sigue igual, distintos castillos con los mismos fantasmas que diría la abuela. El aire sigue enrarecido. Se retira, cierra el balcón y vuelve a sus aposentos: los libros, sus besos, mi música, su amistad, mi deporte, tus ojos, su mirada, tu sentido común, mi lógica, tu error, mi terror, su capacidad de trabajo, su risa, tu fidelidad, mi lealtad, sus abrazos, su generosidad, su eficacia
mi mundo.
El rival de Odyseo
Todos sabemos el enorme valor que conceden a la familia como institución los grupos políticos y religiosos más conservadores de cualquier sociedad. La defensa de dicha institución en su acepción más reproductiva y como portadora de valores eternos ha sido y es bandera de la que hacen gala hasta la saciedad (incluso la suciedad). Y esta semana, sin ir más lejos, hemos tenido oportunidad de comprobar qué grado de coherencia y fidelidad hacia estos principios muestra el inefable lider de la oposición cuando hasta para solventar la malintencionada pregunta de un periodista sobre el cambio climático, nuestro nunca suficientemente admirado Marianico, en vez de recurrir a informes sesudos de comités científicos de la ONU o cualquier otra institución internacional con un prestigio, recurre sin más a los comentarios y chascarrillos de casino de pueblo que no hace mucho ha tenido a bien conmpartir con un primo suyo. Eso es lo que yo llamo defender a la institución familiar, tambaleante por la política descarriada y zapateril de este gobierno usurpador que sufrimos. No importa que el lider de un partido que aspira a gobernar este país no sepa ni jota de cambio climático ni falta que le hace; no importa que su cultura haya quedado por debajo de la de un preadolescente granítico y acneado de la ESO cuando no demuestra saber la diferencia entre tiempo y clima; no importa que para este señor el futuro carezca de cualquier probabilidad de ajustarse a ciertas científicas predicciones, lo cual siempre viene bien a la hora de planificar cualquier política a corto y medio plazo; no importa que necesite el apoyo, oligofrénico, en sus opiniones de la Sra Aguirre, famosa por apoyar y leer a noveles como la escritora "sara"- "mago"; no importa nada, pues al fin y al cabo, quién puede predecir qué va ser de este señor cuando no tenga nada que hacer en política ni siquiera en su propia familia.
Yo personalmente opino que le hubiera ido mejor como obispo de Mondoñedo... no sé, le veo cara episcopal. Me refiero a Rajoy, oiga, que yo a su primo ni le conozco.
"También yo he querido ser. No he pretendido otra cosa; ese ha sido el verdadero motivo de mi vida: en el fondo de todas esas tentativas que parecían inconexas encuentro un mismo afán: expulsar fuera de mí la existencia, despojar de su grasa los instantes, retorcerlos secarlos, purificarme, endurecerme, para dar finalmente el sonido neto y preciso de una nota de saxofón". J. P. Sartre
El rival de Odyseo
(Para ver la foto a mayor tamaño, pulsar aquí)
Hace poco que se ha estrenado un film de Antonio Mercero, su historia esta centrada en una dolorosa enfermedad: el alzheimer, para ser sincera no he visto la película, pero leer una crítica de la misma me ha conducido a una profunda reflexión, desde una perspectiva diferente.
Creo que contamos con distintas clases de memoria, es posible que en algún momento de nuestras vidas, nuestras memorias se confundan en sus historias, se dispersen, se fusionen o tal vez sean meras desconocidas unas de otras y cada una de ellas quede esculpida, invisible e inexpugnable en nuestro ser, esperando a que el buscador que habita en cada uno de nosotros, se atreva a aventurarse en ese maravilloso desconocido.
Nuestra propia ley de seguridad personal, nos obliga a someternos a innumerables medidas de protección, nos protegemos contra el dolor de los desengaños, contra la tristeza, contra la vulnerabilidad, pero cuanto más eficaces resultamos en esa protección, más en peligro de extinción nos sentimos, más cerca de lo que pretendemos evitar y más lejos de la belleza que se esconde alejada de todas esas máscaras que se nos adhieren como si dispusieran de voluntad propia.
Produce un gran dolor, una gran impotencia, el olvido, el silencio de la memoria por terminar, pero creo que si en algún momento de nuestra vida llegamos a conocer la respuesta a la pregunta que da título a este post, si somos capaces de conectar con la esencia de su origen, su respuesta quedará grabada para siempre en la memoria de nuestra alma y ninguna enfermedad podrá arrebatarnos lo que un día fuimos lo que nunca podremos dejar de ser, lo que hoy somos.
Brisa
Hoy os quiero dejar unas letras que llegaron a mis manos hace tiempo, y que desconociendo la finalidad de las mismas, me parece es el momento de compartir en nuestro viaje:
Hace ya años de aquella conversación. Seguramente tú no la recuerdes, pues hacía pocas horas que habías sido arrojado al mundo, este -muchas veces- triste mundo, aunque da la sensación de que para ti esto sea el paraíso. No, no tengo clara la hora en que mantuvimos aquel primer tête à tête pero sí recuerdo el mensaje que te envié. Te prometí algo que en principio puede parecer absurdo, no por la imposibilidad de cumplirlo, sino de comprobarlo: Sería la persona que más te quisiera del mundo. Las cosas se habían puesto contra ti, pues aparecías como un intruso en un mundo que no te esperaba, y como tal, no te deseaba. Ese mundo lo presidía una luz hasta entonces sin igual, una luz que deslumbraba. Un mundo que luego tú te has puesto mil veces por montera y que te has encargado de cambiar con esa mirada única, profunda, limpia e intermitentemente bizca, todo hay que decirlo, y que tan buen provecho sabes sacar. Pero en aquellos iniciales instantes, cuando aún no me veías y nos dejaron solos un momento y pudimos mantener aquél encuentro, creí necesaria aquella promesa, consciente de lo difícil que se te ponían las cosas. Estoy seguro de haberla cumplido, pese a la imposibilidad de cuantificar tales cuestiones, pues, sin pretenderlo, sé que me he convertido en tu ídolo, como tú dices. Lo cual no pienses que me agrada del todo, pues arroja sobre mis espaldas una responsabilidad que jamás imaginé en aquellas primeras horas de vida compartida. Una responsabilidad que empieza a pesar más de lo esperado pero que tú sabes aliviar como nadie cada vez que, de esa manera tan tuya, me dices: te quiero, o cada vez que saliendo las mismas palabras de mi boca, me respondes: gracias.
El rival de Odyseo
Si te dicen que caí, no malgastes tu tiempo en rosarios de palabras animosas.
Si te dicen que caí, no pregones a los cuatro vientos vaticinios inconclusos.
Si te dicen que caí, no dejes que tus lágrimas se entremezclen con la rabia o la tristeza incontenidas.
Si te dicen que caí, no pretendas explicarme los motivos de las razones puras del escenario.
Porque a pesar de la caída y las rodillas sangrantes,
como el gato libre lameré mis heridas.
Por eso, si te dicen que caí, permanece en silencio a mi lado aún en la distancia
Algunos creen que para ser amigos basta con querer, como si para estar sano bastara con desear la salud. Aristóteles
La chica de los rizos
Siempre me ha resultado curioso cómo desde que somos pequeños y apenas podemos hablar para preguntar, intentamos saciar la inquietud que suscita el interrogante de saberse querido o no. Por eso no es de extrañar que a veces los niños pregunten a los padres sobre el tamaño de su amor hacia ellos. Desde luego lo fundamental es sentirse querido (o no), pero tanto cuando somos niños como cuando somos adultos nos gusta que nos lo confirmen, sea en el sentido que sea, aunque probablemente ya lo conozcamos de forma bastante fehaciente. Por supuesto que cuando somos adultos esa pregunta infantil desaparece de nuestros labios, aunque seguramente no la inquietud ante la imposibilidad de una respuesta definitiva ante semejante tema. No se trata de cuantificar el amor, cuestión a todas luces imposible y tal vez absurda, pero supongo que el amor, como la tristeza, la alegría, la ira o la simpatía admite grados, y el determinar los mismos a veces tiene su importancia. Me imagino que cada persona ha desarrollado estrategias acertadas o no ese es otro tema, y no sin importancia, aunque no es mi objeto desarrollarlo aquí- que le permiten conocer esa realidad. Siguiendo la definición de Santo Tomás cuando señala que amor es querer lo mejor para el otro, creo que encontramos un termómetro sencillo y eficaz para determinar lo que amamos y lo que nos aman. Cada vez que alguien se alegra del bien de los demás, de sus triunfos, logros o conquistas y además los desea de corazón, podemos estar seguros de que ama de verdad. Y a la inversa, cada vez que eso ocasiona sentimientos opuestos habrá que reflexionar y considerar que algo ocurre o no va bien, -por decirlo de manera suave-, si es que nos situamos del lado del amor, y no queremos que la palabra pierda su sentido y se quede sólo en retórica, como ocurre en muchas ocasiones.
El rival de Odyseo
El corazón tiene razones que la razón no entiende Blas Pascal
Desde el suelo y con el trasero aun dolorido por el impacto, me pongo a buscar frasecitas que sirvan de tirita para camuflar mi torpeza, mientras con la agilidad que siempre se apodera de nosotros en estos casos, me vuelvo a colocar en posición vertical, comenzando a pensar, en aquella que dice.. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Tengo la excusa perfecta, contra los genes no se puede hacer nada, pero me temo que sí, acabo de recordar que en mi sistema de creencias, existe la posibilidad de hacer modificaciones.... hoy me siento respondona, así que reflexiono, soy mujer, así que esa frase..... ¿no va conmigo??
Pero no suelo rendirme fácilmente, me levanto una y otra vez, quizás porque ese lugar de mi memoria donde el concepto tiempo pierde su valor, recuerda aun conmovida, cómo empecé a dar mis primeros pasos, cuando según los adultos apenas tenemos uso de razón -¡Que maravilla¡-
Nunca o siempre son palabras que usamos con demasiada ligereza, si ni siquiera disponemos de la información elemental de sí existiremos mañana, ¿Seré siempre igual? ¿Pensaré de la misma manera? ¿Sentiré de la misma forma? Quizás sean palabras que nos ofrezcan un sentido de permanencia, quizás sean palabras inventadas para esclavizarnos y acostumbrados a nuestra falta de libertad y ni reparamos en ello al utilizarlas.
Se me ocurre tomar una balanza, a un lado coloco la razón al otro el corazón, no tiene mucho sentido esta medición, así que desestimo sus resultados, pero me permito sentirme feliz con ellos.
Aparece una última pregunta... ¿A qué vendrá tanta inconexión de pensamientos? Me doy cuenta de que en realidad todo está conectado y estoy llegando cada vez mas lejos en ese viaje hacía mi misma. Lo mejor, creo, es el bonito paisaje que se va atravesando hasta llegar a ese lugar, independientemente de la parada en que baje cada uno.
Brisa
Tenemos una educación de chichirimú, porque somos un país de chichirimú. Empezando por el gobierno, siguiendo por la oposición, continuando por la mayoría de los medios de comunicación, adictos o contrarios a una Iglesia reaccionaria y trabucaria; la clase empresarial, tanto la que duerme en la cárcel como la que solo va de visita; etc, etc, uno llega a la conclusión de que aquí lo único que funciona es Hacienda y la Guardia Civil (y eso que el benemérito cuerpo ya no es ni sombra de lo que fue).
El concepto de chichirimú es un concepto complejo y versatil pues lo mismo vale para un roto que para un descosido. Se aplica a todo aquello sin sustancia ni chicha, desmadejado y delicuescente, de textura gelatinosa y sin sabor. Los anglosajones lo traducen con el término "light", pero aquí preferimos utilizar éste, mucho más castizo y de resonancias mucho más recias. Ni se tomen la molestia de buscarlo en el diccionario pues no la encontrarán ya que me la acabo de inventar. El vocablo se compone de chichi, que en Perú es sinónimo de fácil (aquí también significa otra cosa que no voy a repetir); y rimú, que en América responde a la identidad de una planta de la familia de las oxalidáceas que florece en amarillo y en el mes de Abril (y es que yo nací en ese mes). Juntándolo todo, tenemos la calificación de este país que ni es país ni es ná.
Pues ahí tenemos nuestro sistema educativo, según las últimas noticias, el menos rentable de toda Europa, el que saca menos rendimiento de los recursos que invierte, donde cada cambio de gobierno supone un cambio de orientación didáctica, metodológica, de asignaturas y contenidos, de procedimientos y pedagogías, y donde hasta el padre más tonto sabe más que el propio maestro sobre cómo educar a un hijo que luego te confiesan que no saben qué hacer con él, si darle botellón o adormidera televisiva. En este país de chichirimú, donde lo mismo te queman por no respetar una bandera que queman la bandera contigo dentro, los sátrapas de la cosa autonómica se aplican a reformar la Historia que se enseña, al tiempo que los obispos le dicen al Estado que ellos son los que tienen el monopolio para lavar conciencias y centrifugar cerebros, mientras cuatro listillos en un despacho diseñan un nuevo modelo educativo cada tres meses que es el ritmo al que las imprentas de las editoriales terminan las tiradas de libros de texto. En este país de chichirimú, lo mejor es apuntar a tu hijo o hija al concurso de supermodelo y rezar en familia para que el niño o la niña tenga suerte con el cretino/a del jurado/a que le toque. O eso, o ensenarle a tu perro a que te eche la primitiva y que tenga la suerte de Curro.