28 de Noviembre 2006

Delicatessen

De un tiempo a esta parte, en los países en los que la mayoría tenemos garantizadas las lentejas, y en los que la clase proletaria del siglo XIX ha ido adquiriendo mejoras progresivas hasta convertirse en lo que hoy somos, -ya me gustaría saber qué somos de verdad-, han ido apareciendo una serie de prácticas que, sinceramente, a mi me producen cierta… Me refiero, por ejemplo, a esa afición que estamos adquiriendo a la hora de comer, o incluso de cocinar, de convertirnos en gourmet por decreto, por supuesto, por decreto de una sociedad absurda y del capitalismo más grosero. No es que tenga nada contra los gourmet y su intento porque todos aprendamos a apreciar el refinamiento en cuestiones referidas al comer y beber. Pero nuestro refinamiento lo queremos conseguir no a base de educar los sentidos sino por la vía del comercio. Hoy cualquiera puede ser un gourmet, basta con entrar en esos preciosas tiendas en los que sólo con leer el luminoso (El palacio de los licores, El rincón el gourmet, Delicatessen, etc) uno se transforma en especialista en vinos, licores y al mismo tiempo en arte, pues es cerrar la puerta de estos establecimientos y es como si uno entrara en un lugar sagrado, en un museo, en una catedral, donde uno nota como su espíritu se transciende hasta el éxtasis. Nuestra titulación en cuestiones del buen comer y buen beber es proporcional a la cantidad de euros que estamos dispuestos a pagar por los productos que se ofrecen en esos pequeños templos o capillas especializadas y en las que se da culto más que nada al dinero y a nuestra estupidez. Leía hace poco una definición de gourmet que rezaba más o menos así: “Persona que sabe apreciar la buena comida, el buen vino y las cosas buenas de la vida”. Me temo que a los gourmet de última hora no les gustaría para nada el último matiz de la definición, pues las cosas buenas de la vida no son susceptibles de comprarse y venderse con la misma facilidad. Yo propondría que existieran establecimientos donde los auténticos DELICATESSEN como la Verdad, el Bien, la Belleza, la Justicia, etc., se nos ofrecieran de manera atractiva, donde nos enseñaran a apreciar lo que significan, en los que nuestra sensibilidad fuese educada para distinguirlos de sus contrarios. Y por supuesto, donde nos enseñaran que la estupidez humana es grande y que un máster en la Vida no puede comprarse, por suerte.

El rival de Odyseo

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25 de Noviembre 2006

Ingenuos vanidosos

La Humanidad está poblada de ingenuos que pretendemos llegar a conocernos a nosotros mismos en algún instante impreciso y futuro. No es mal ideal ni se me ocurre mejor meta, pero desdichadamente estamos diseñados para no alcanzarlo, como nos advertía Goethe. Aun más, algunos pensamos que podemos llegar a comprender las obras del tiempo, cuando realmente él se limita a enterrar a sus muertos y guardar las llaves.
Nos penetra la vanidad hasta el punto de creer que la vida de los otros, nuestros vecinos y familiares, nuestros amigos y compañeros, son como pensamos que son. Pero lo cierto es que, tal y como nos llega la realidad de su existencia, contaminada por la nuestra, sus vidas no son películas de cine que pasan a veinticinco fotogramas por segundo en un argumento continuo y sin cortes delante de nuestra mirada. No, sus vidas, son trozos sueltos, fotografías en las que la acción no puede ser aprehendida, fragmentos de conversaciones rotas, músicas rotas, dispares, desconcertadas. Solo tenemos los instantes en que realmente estamos con el otro, ese cuya vida creemos conocer y al que exigimos que se comporte como desearíamos que fuera.
Nos podemos detener en contemplar esas fotografías, intentar imaginar los pensamientos y emociones de esos seres en ese preciso instante en que la máquina robó un aislado fotograma con apenas sentido. Podemos prestarle sonido y voz al silencio de la imagen capturada y jugar a ser detectives o directores de cine. Podemos crear mil finales diferentes, pero lo cierto es que ninguno se parecerá a lo que la vida les tenga preparado.

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20 de Noviembre 2006

La existencia como problema

Tengo que haceros una confesión: tengo un problema, el problema de mi existencia. Desde hace bastante tiempo, además de vivir –materialmente hablando- que es lo que nos pasa a todos, mi vida se ha convertido en un problema, es decir, una vez que puede distinguir entre vivir y pensar sobre mi vida, los problemas me aparecieron a la hora de considerar cómo afrontar la vida. La existencia no sólo es problemática sino que además se convierte en un problema desde el momento en el que tenemos que decidir qué hacer y al considerar que en cada una de las elecciones que hacemos nos va la vida, nos jugamos la vida. Plantearse un modo concreto de vivir supone darse cuenta, tomar conciencia de que la vida puede ser vivida de varias maneras, que no todas son iguales y que elegir una implica perderse otras. Personalmente soy consciente de haber tenido que jugármela desde bien pequeño, que yo recuerde con siete años o incluso antes. Y a esa edad sentí no pocas veces la angustia que la libertad puede suponer. A veces incluso hubiera deseado no ser libre y que me obligaran a no serlo. Tiempo después me he dado cuenta hasta qué punto esas elecciones iniciales me pueden haber marcado. Sin embargo, nunca agradeceré suficientemente a aquellas personas que me obligaron a ser libre la enseñanza que aquello supuso para mí, sobre todo sabiendo que ellas también se jugaban su vida en aquellas decisiones, y que eran sobre todo ejercicio de la generosidad que sólo el amor auténtico es capaz de ofrecer.

El rival de Odyseo

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16 de Noviembre 2006

Vivir combatiéndose II

Continuando con la idea del post de hace unos días (Vivir combatiéndose I), otra opción es volver la mirada a la naturaleza, volver a nuestro origen y a nuestra esencia más animal, no como un ser embrutecido, sino con la mirada inteligente y emocionada que nos permita sentirla en toda su profundidad: sentir el leve sonido de las hojas que agita la brisa en una caída lenta de la tarde, apreciar el frescor del resencio a la caída de la noche y aspirar su aroma mezclado de flores y animales, de vida que se adormece y de vida que se despierta, y el sonido de ese grillo lejano que se recrea en su sinfonía monocorde y rompe el azul oscuro de la noche solo interrumpido por las estrellas...Aspirar el aire y entender su significado, mirar al cielo y conocer su gramática en movimiento, oler la tierra, saborear sus frutos, hundir las manos en ella y ungir el cuerpo con el agua que la humedece... Celebrar la naturaleza que nos rodea y que llevamos dentro porque somos parte de ella aunque se nos haya olvidado. Realizar el viaje de regreso a la gran casa materna, con la ceremoniosidad de un oferente religioso, sí religioso, aunque magníficamente pagano. Un paganismo inicial y sincero que nos retrotrae al utero planetario como especie y como individuos, despojados de lo artificial, de lo falso, de lo innecesario, como niños curiosos, despiertos, atentos a todo, admirados y sorprendidos, fascinados por un croar de la rana o por la fortaleza suave del junco. Volver, en definitiva a lo que los hombres y los dioses nos arrebataron. Recuperar nuestra esencia, la energía, las ganas y vivir, o morir, pero con la dignidad de un ser salvaje y auténtico.

Escrito por odyseo a las 8:55 PM | Comentarios (8) | TrackBack

13 de Noviembre 2006

El álamo amarillo

Sucedió un día de otoño caminando por la Casa de Campo. Creo recordar que estaba nublado y el ambiente era húmedo; podía percibir con toda claridad el acuoso perfume de las plantas flotando por todas partes, creando una atmósfera particular. El gris del cielo armonizaba perfectamente con el verde perenne de los pinos, el ocre del camino que seguía y los tonos amarillentos de los álamos y los fresnos. Los troncos de las encinas y algunos otros árboles, jaspeados de caleidoscópicos líquenes, impresionaban mi vista y remataban magníficamente el cuadro.
Caminaba despreocupadamente, me dejaba llevar por mis pasos, muy relajado; casi me parecía flotar. Iba como suspendido, expandiéndome en la visión que el paisaje otoñal me ofrecía. No pensaba, sólo percibía. Los pensamientos no se interponían en mi percepción; más bien, me observaba a mí mismo pasear a través de este jardín y me sentía incluido en él.
De pronto me encontré frente a un gran álamo amarillo. Algo pareció abrirse en mí y la visión dejó paso a la experiencia desnuda. ¿Cómo describirlo con este burdo lenguaje? Veía el amarillo de las hojas de una manera directa. Experimentaba el amarillo y la belleza natural de aquel árbol de un modo nuevo y desconocido. Sentía alegría pura, sin motivo alguno, sin explicación. Era algo grandioso y desnudo de conceptos, totalmente espontáneo. De algún modo yo mismo participaba de aquella belleza, no era simplemente un objeto del que mi visión pudiera gozar. Era como si un velo, normalmente cerrado entre las cosas y yo, se hubiera abierto y las viera como realmente eran por primera vez. No las juzgaba en modo alguno; sólo las veía.
El árbol estaba ahí, siempre estuvo ahí; pero yo lo veía por primera vez. No tengo por qué extenderme en más detalles, no es cuestión de hacer literatura. Supe entonces que, normalmente, percibo el mundo no como es sino como yo soy capaz de verlo en cada momento, según mi estado emocional o intelectual. En realidad, lo que suelo percibir no es más que el reflejo de mi estado interior. Veo las cosas, las situaciones, todo, a través del velo de mis sentimientos y mis pensamientos y, de algún modo, a cada instante creo el mundo y lo percibido según mi conveniencia.
No veo la verdad de las cosas sino la proyección de mis ficciones. Entonces, el mundo es una inmensa pantalla donde creo ver lo que tomo por real.


El Rival de Odyseo

(Del relato filosófico titulado "El álamo amarillo". de Xavier de Tusalle)

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11 de Noviembre 2006

Vivir combatiéndose

En algún momento de nuestra existencia, cuando nos miramos y ya no vemos la sonrisa pícara del adolescente que fuimos o la mirada arrogante del joven que quedó atrás, sentimos que el sutil hilo de la vida se nos está agotando, que queda poco para llegar al final del ovillo. Es entonces cuando uno se plantea miles de preguntas sobre el sentido de todo lo pasado, sin entretenerse mucho pues no es cuestión de perder el poco tiempo que te queda en disquisiciones sobre lo que fue y lo que no fue y pudo ser. Es entonces cuando debemos plantearnos qué hacer con el resto del hilo que lleva al final. Unos optan por acomodarse en un sueño plácido y autista que los aisle del peligro de reflexionar sobre su propia trascendencia. Otros, en cambio, parecen aprovechar esa especie de iluminación profética para hacer un último esfuerzo y correr aun más deprisa hacia la meta, aspirando a bocanadas frenéticas el aire que se mueve a su alrededor. Me recuerdan a los peces cuando se les saca del agua y saltan intentando salvarse de su lenta agonía.
Hay millones de opciones, pero hay una que a mí me tienta especialmente. Me la describía hace poco una amiga con muchos más años que yo: optar por la simplicidad, huir de todo lo artificial que nos rodea y que llevamos dentro como una enfermedad enquistada y oculta que solo se deja ver por sus síntomas (estres, angustia, prisa, ansiedad, vacío, depresión...).
Buscar la simplicidad para volvernos a sentir como en la infancia y reconciliarnos con nosotros mismos y la naturaleza, es decir, volver, de verdad, a la realidad, asumirla, disfrutarla y sentir la energía que se desprende de todo lo verdadero. Porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, decía el viejo Oliveira. Buscar la simplicidad es un camino hacia la libertad y nos ayuda a desprendernos del artificio, del miedo y la desgana. Nos acerca a la verdad y la pasión, esa fuerza necesaria para vivir combatiéndose, la única manera en que la vida vale la pena, aunque duela.

Escrito por odyseo a las 11:39 AM | Comentarios (10) | TrackBack

7 de Noviembre 2006

Desencanto de la política

Como bien sabéis los que por este Viaje os dejáis ver, llevo ocupándome durante más de un año de la sección El guiño de la lechuza. Me parece que sólo en una ocasión le dediqué unas líneas a la política. Incluso creo recordar que mi querido editor tuvo a bien felicitarme por atreverme a hacerlo. Tengo que reconocer que en principio no tengo –o mejor dicho, no tenía- nada contra la política. Es más, mis intereses por esas cuestiones fueron tempranas, -aún me recuerdo, siendo un mocoso, sentado en las piernas de los mayores en casa viendo La Clave, programa en el que la problemática política aparecía a menudo, como bien sabéis los que ya habéis dejado en la cuneta la cuarentena-. Pero desde hace unos diez o doce años he caído en una apatía progresiva que cada vez me cuesta más superar. Y desde luego, viendo como se desenvuelven los acontecimientos y el poco respeto que los responsables de la “cosa pública” tiene por la ciudadanía, temo que la enfermedad se puede cronificar. Los últimos días nuestros queridos políticos están que se salen: El señor Piqué culpa a la COPE de su fracaso en las elecciones catalanas. Ante el triunfo –porque éstos si han ganado- de Boadella y compañía en las mismas elecciones, y de la manera en que les ha sacado los colores a todas las demás formaciones políticas el “antipático” Bufón, no tienen otra ocurrencia mejor que compararlo con el GIL marbellí. Y por si fuera poco, nuestro gracioso e irresponsable presidente de Gobierno señor (jajaja) Zapatero, haciendo las Américas cual folklórica decandente o novillero meritorio se despacha con unas palabras que sólo un sinvergüenza se atrevería a pronunciar, señalando que más muertos produce el cambio climático que el terrorismo. Que digo yo, que para qué queremos elecciones, más que para gastar dinero y hacernos creer que somos libres sin serlo. Pues si la COPE hace perder votos al PP, y como señala hoy Agapito Maestre, El Mundo y Libertad digital se los hace ganar a los Cuitadants, qué necesidad tenemos de estos trileros desvergonzados. (Lo de la corrupción de los trincones de unos ayuntamientos u otros, de unos partidos u otros, es pecata minuta al lado de lo anterior, a mi modesto entender).
Llevaba una temporada haciendo el esfuerzo por intentar ponerme al día sobre los avatares de la política, pero con estas tres perlas que he cogido al vuelo con sólo asomarme de lejos al ruedo patrio, creo que dejaré pasar al menos otros diez años para ver si me recupero o desaparecen del panorama estos farfulleros de pacotilla. No me merece la pena, mi salud ya no resiste según qué cosas.

El rival de Odyseo

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2 de Noviembre 2006

Arte íntimo

El Arte es un lenguaje. Un lenguaje que expresa lo más profundo del ser humano en cada época. Decía René Huygué que no era posible concebir al Hombre sin el Arte y al Arte sin el Hombre. Pero el Arte, no es solo fruto de la parte racional, intelectiva, del ser humano. El Arte ha de ser sobre todo fruto de su sentir, de su pasión y de sus impulsos vitales. Por eso, a poca sensibilidad y sentido estético que se tenga, muchas veces ante determinadas obras de arte uno siente su verdadero valor al comprobar las vibraciones puramente intuitivas que cada obra le ofrece.
Hoy en día se está perdiendo el valor estético artístico para quedarse con un valor estético de mercado. Tanto vendes, tanto vales. La moda dicta su sentencia inapelable y ante ella todos nos hemos de inclinar. Nos creemos libres cuando vamos a la moda y con la moda, porque nos hace sentirnos dentro del grupo (por exclusivo que sea el grupo). Pero ese valor de mercado, estético, sí, pero dirigido al negocio, nos esclaviza y nos ata a lo convencional. Se vende como arte pero no es diferente de una prenda de vestir o un bolso de diseño. No saca nuestro ser íntimo y radical.
Sin embargo, el verdadero Arte, aquel que realmente refleja el valor estético y poético de lo humano, nos devuelve la libertad, nos devuelve nuestra esencia a través de la esencia representada de las cosas. El siguiente paso es convertirnos en artistas nosotros mismos de nuestra propia vida. Construirnos y reconstruirnos con sentido estético (y por tanto, ético), buscar una expresión genuina y profunda de nuestro ser más íntimo y real.

Escrito por odyseo a las 7:56 PM | Comentarios (8) | TrackBack