13 de Noviembre 2006

El álamo amarillo

Sucedió un día de otoño caminando por la Casa de Campo. Creo recordar que estaba nublado y el ambiente era húmedo; podía percibir con toda claridad el acuoso perfume de las plantas flotando por todas partes, creando una atmósfera particular. El gris del cielo armonizaba perfectamente con el verde perenne de los pinos, el ocre del camino que seguía y los tonos amarillentos de los álamos y los fresnos. Los troncos de las encinas y algunos otros árboles, jaspeados de caleidoscópicos líquenes, impresionaban mi vista y remataban magníficamente el cuadro.
Caminaba despreocupadamente, me dejaba llevar por mis pasos, muy relajado; casi me parecía flotar. Iba como suspendido, expandiéndome en la visión que el paisaje otoñal me ofrecía. No pensaba, sólo percibía. Los pensamientos no se interponían en mi percepción; más bien, me observaba a mí mismo pasear a través de este jardín y me sentía incluido en él.
De pronto me encontré frente a un gran álamo amarillo. Algo pareció abrirse en mí y la visión dejó paso a la experiencia desnuda. ¿Cómo describirlo con este burdo lenguaje? Veía el amarillo de las hojas de una manera directa. Experimentaba el amarillo y la belleza natural de aquel árbol de un modo nuevo y desconocido. Sentía alegría pura, sin motivo alguno, sin explicación. Era algo grandioso y desnudo de conceptos, totalmente espontáneo. De algún modo yo mismo participaba de aquella belleza, no era simplemente un objeto del que mi visión pudiera gozar. Era como si un velo, normalmente cerrado entre las cosas y yo, se hubiera abierto y las viera como realmente eran por primera vez. No las juzgaba en modo alguno; sólo las veía.
El árbol estaba ahí, siempre estuvo ahí; pero yo lo veía por primera vez. No tengo por qué extenderme en más detalles, no es cuestión de hacer literatura. Supe entonces que, normalmente, percibo el mundo no como es sino como yo soy capaz de verlo en cada momento, según mi estado emocional o intelectual. En realidad, lo que suelo percibir no es más que el reflejo de mi estado interior. Veo las cosas, las situaciones, todo, a través del velo de mis sentimientos y mis pensamientos y, de algún modo, a cada instante creo el mundo y lo percibido según mi conveniencia.
No veo la verdad de las cosas sino la proyección de mis ficciones. Entonces, el mundo es una inmensa pantalla donde creo ver lo que tomo por real.


El Rival de Odyseo

(Del relato filosófico titulado "El álamo amarillo". de Xavier de Tusalle)

Escrito por odyseo a las 13 de Noviembre 2006 a las 06:37 PM | TrackBack
Comentarios

Efectivamente por eso no existe una realidad o verdad igual para todos (lo que supone un gran problema), sino que éstas están condicionadas por la perspectiva de nuestro interior en ese momento. Saludos.

Escrito por juanito a las 13 de Noviembre 2006 a las 08:07 PM

Podemos vivir en esta gran mansión, encerrados o con las ventanas abiertas. A elegir.

Escrito por Luis Amezaga a las 14 de Noviembre 2006 a las 01:50 PM

JUANITO: Creo que lo fundamental es tomar conciencia de cuál es nuestra perspectiva particular, sabernos una perspectiva. El que ha logrado ver eso ha dado un paso defintivo. Saludos.

LUIS: Yo me decanto por las ventanas y las puertas abiertas. ¿Y tú? Saludos

Escrito por El rival de Odyseo a las 14 de Noviembre 2006 a las 11:00 PM

El asunto es angustioso, sobre todo si le añadimos una nueva perspectiva: ¿qué hubiera pasado de haber logrado ver el árbol mucho antes? ¿y si no lo logro ver nunca?

Escrito por odyseo a las 15 de Noviembre 2006 a las 01:18 PM

Odyeso: Eres un malvado. Tú pregunta no tiene respuesta, lo sabes, y la planteas. Pero intentemos un ensayo de respuesta: Viejo Odyseo, las cosas son como son, y la realidad es la vivida y no lo no vivida, aunque muchas veces nuestra vida la vivamos añorando lo no vivido, -mira que es difícil- y suponiendo lo desconocido, más difícil aún.

Escrito por El rival de Odyseo a las 16 de Noviembre 2006 a las 12:45 PM
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