Qué curioso. Toda la vida pensando que en este país lo único que interesaba era el fútbol y resulta que mis convecinos son todos unos expertos en macroeconomía de empresa. En España hasta el más tonto tiene una opinión acerca de la OPA sobre Endesa y de las ofertas de Gas Natural y la E-ON alemana. Aquí todo el mundo sabe que detrás de tales apuestas se hallan el gobierno de la canciller Merkel, Carod Rovira, el tripartito, Zapatero, la Caixa, el PSOE, el PP y si me apuran hasta el obispo de Mondoñedo. Basta tomarse una caña o un café en cualquier cafetería de este país para recibir una clase teórica de economía del más alto nivel. Y si Jordi Sevilla en dos tardes era capaz de explicar toda la Teoría Económica a Bambi, ahora reconvertido, según otro Obispo, en Calígula (que ya es evolucionar), aquí cualquier camarero o parroquiano de alterne, nos aclara los pormenores ocultos de la operación Endesa en un plis plas.
Tiene su gracia ver a nuestros políticos patrios echándose los trastos a la cabeza y discutiendo sobre si la empresa eléctrica debe mantenerse en manos hispanas o alemanas, catalanas o europeas, sobre si con esto se pagan favores unos a otros, sobre si lo que está en juego son unos puestos de poder o de control de unos sobre otros. Los pobres aún se piensan que ellos son los que deciden algo en estas cuestiones de economía internacional y global. Creen en su ingenuidad que son ellos quienes deciden, cuando está todo ya decidido en los consejos de administración de las multinacionales mencionadas, en el parqué de más de una sede de bolsa y en las grandes compañías del mercado energético mundial. Ellos discutiendo de chiquillerías del estrecho patio de su colegio, cuando el mundo de la empresa ya sabe lo que se hace y hace lo que le conviene a él sin ningún tipo de sentimiento que altere su parecer.
Se creen en el PSOE y el PP que son ellos quienes mandan, sin acordarse de dónde sale la mano que les da de comer, a ellos, a Carod Rovira, al tripartito, a la Internacional, a Angela Merkel, y a todos los profesionales de la cosa pública.
Aún no se han enterado que Alemania y España son Europa; que somos europeos y formamos la Unión Europea; que Cataluña es España y Europa también; que la economía funciona por su cuenta y que los gobiernos nacionales o locales ya no pintan casi nada. Aún no aceptan su impotencia. Pobres. Quizás deberían salir al patio del colegio y en vez de insultarse mútuamente, tendrían que consolarse saltando a la comba y gritando fuerte ¡¡OPA!!
Dicen (porque nadie ha demostrado que fuese cierto) que el viejo Isaac Newton le hacía preguntas a las manzanas hasta que una que casualmente le cayó sobre la cabeza, le contestó con la Ley de la Gravitación Universal. Yo no aspiro a tanto, pero desde hace tiempo le ando haciendo preguntas a las peras (las manzanas ya sé lo que contestan). Soy humilde y sé que si a Newton tardaron en contestarle, pongamos, tres o cuatro años, a mí no me van a contestar antes. Pero tengo paciencia.
Voy a la sección de fruta del hipermercado y le pregunto a las peras cosas como estas:
- ¿De dónde vienen los productos que allí se venden? ¿dónde estaba el árbol donde ellas han crecido? No por una cuestión de patriotismo (algunos por ahí todavía miran si el árbol es catalán o andaluz), sino por saber si crecía en tierra buena y fertil o mala y sin apenas agua.
- ¿Cuánto dinero ha recibido el agricultor como subvención y cuánto como precio de venta? Porque el verdadero comercio justo empieza y termina ahí.
- ¿Cuánto dinero se ha pagado por su transporte? ¿Y cuántas horas ha tenido que trabajar de más el conductor de ese camión para llegar a tiempo con su carga?
- ¿Por qué no compramos esos productos a países donde los costes son más baratos o la calidad mayor, aunque sean del tercer mundo?
- ¿Por qué no compramos en Africa, por ejemplo, que está ahí al lado y que recibiría por esta venta cinco veces más ingresos que los que ahora recibe como limosna (ayuda al desarrollo)?
- Pero, entonces, ¿qué les pasaría a los agricultores europeos? ¿sería su ruina? ¿abandonarían su actividad por falta de rentabilidad? ¿abandonarían los cultivos y las tierras? ¿dejaríamos de ver campos cultivados y bien labrados en este continente?
- ¿Y qué pasaría entonces con las zonas rurales, los pueblos y comarcas donde se vive principalmente de esta forma de practicar la agricultura? ¿se despoblarían? ¿se abandonarían? ¿todo turismo rural?
- ¿Y a dónde se irían a vivir todos estos campesinos arruinados? ¿a las ciudades? ¿en busca de qué?
- Entonces, ¿el Tercer Mundo debe seguir como hasta ahora? ¿muriéndose? ¿deben seguir recibiendo más ayudas las peras que los niños africanos?
- ¿Y yo consumidor tengo algo de responsabilidad en todo esto? ¿qué debo exigir a mis gobernates? ¿que permitan la entrada de productos agrícolas del tercer mundo? ¿o que dejen de dar subvenciones a la agricultura en Europa y Estados Unidos?
A veces me miran los trabajadores de esa sección con cara extraña. No comprenden cómo no compro las peras, simplemente, y me dejo de tanta pregunta. Al final las compro y cuando llego a casa cojo una, la miro y le doy un muerdo, como con rabia, por no haberme contestado. Pero tengo paciencia y sé que algún día encontraré la respuesta.
Sabemos cuánto vale el trabajo del fontanero que nos viene a casa a arreglar una avería, sabemos cuánto nos cuesta la canguro si salimos los viernes por la noche, sabemos qué sueldo tiene la persona que se encarga de coger el teléfono en la empresa, pero no sabemos cuánto vale el trabajo de una madre, ama de casa, cuidadora de niños, cocinera, planchadora, limpiadora, chica de los recados, telefonista, camarera, enfermera, maestra...
¿Cómo se valora su tiempo? ¿Cuántas horas hace al día, todos los días de la semana para calcular cuánto habría que pagarle si se le calculara un salario por hora de trabajo? Sacar al perro a pasear y limpiar su suciedad dentro de la casa: ¿5 euros? ¿Cuánto cobran en la lavandería por lavar y planchar cuatro camisas y un traje? ¿Cuánto cobran mensualmente en la guardería por cuidar y dar de comer al pequeño? ¿Cuánto cobraría un servicio de chofer por llevar y traer a los niños de casa al colegio? ¿Cuánto cobra una enfermera por cuidar a una persona en su domicilio durante dos o tres días que dura una simple gripe?
¿Cuánto nos lleva la estudiante de Magisterio por las clases particulares para ayudar al niño con sus deberes escolares? ¿Cuánto cobra un cocinero por servir tres comidas diarias?
En Estados Unidos, una empresa de planificación económica (Edelman Financial Services) ha calculado el valor promedio del salario de 17 trabajadores en diversas especialidades realizadas por cualquier madre y ama de casa y le sale un sueldo anual de 707.126 dólares (550.000 , o lo que es lo mismo, unos 90 millones de las antiguas pesetas).
Evidentemente, no hay familia o Estado que se pueda permitir dichos sueldos, pero entre eso y un simple gracias mamá (muchas se contentarían con ese simple agradecimiento) cabe un sin fin de posibilidades y de alternativas de colaboración como compartir más tareas del hogar, repartir dichas tareas y valorar más el trabajo del otro u otra.
La próxima semana puede ser crucial para el conjunto de los trabajadores europeos: la Cámara deberá tomar una decisión sobre la propuesta encabezada por el Reino Unido y apoyada por otros diez países, de ampliar la jornada laboral semanal más allá de las 48 horas. Nuestros patronos estarán de enhorabuena porque así nos podrán explotar más y mejor por el mismo salario. Se oponen Francia (¿dónde están las 35 horas semanales?) y España, que en boca de uno de sus eurodiputados (socialista) ha dicho: "Queremos trabajar como europeos, no como chinos".
Hasta ahora, la normativa europea impedía que un trabajador realizase más de 48 horas de trabajo semanal. En 1993, por iniciativa británica, de nuevo, se introdujo una enmienda de tal modo que si existía acuerdo entre empresario y trabajador, éste pudiese realizar más horas de trabajo. Esta enmienda es la que abre la puerta al dumping social, sobre todo en países donde abunda la mano de obra en paro o inmigrante.
Podemos estar satisfechos por el trabajo desarrollado por nuestros sindicatos y por nuestros políticos, que parecen que se hubieran puesto de acuerdo en conseguir eliminar las barreras necesarias para que nuestros empresarios ganen cada vez más dinero y puedan ser competitivos frente al sistema casi esclavista de los países asiáticos. Basta recordar cómo los beneficios de los bancos, las empresas de suministro energético, las de comunicación, las del sector automovilístico han aumentado sus beneficios, pese (o gracias) a la deslocalización de muchas factorías, para comprender la necesidad de una medida de estas características. No sé si finalmente, en Europa trabajaremos como los chinos, pero sí parece que trabajaremos como burros a cambio de la misma cantidad de alfalfa. Podremos rebuznar, incluso podremos hacerlo juntos, en grandes manifestaciones de esas que ya van quedando anticuadas, pero el resultado será el mismo: el capital ya ha hablado y nos ha comunicado la hora del entierro del Estado del Bienestar.
Un pobre de cualquier país del Tercer Mundo sobrevive lo que sobrevive en las condiciones en que sobrevive con menos de un euro al día.
Un niño del Tercer Mundo con menos de 80 céntimos de euro se podría vacunar de casi todas las enfermedades contagiosas que asolan sus países. Con algo más de un euro al día se podría alimentar hasta alcanzar un grado de nutrición aceptable.
Una vaca en Europa recibe en subvenciones de la UE dos euros al día.
Yo ya he sacado mis propias conclusiones. ¿Y vosotros?
El foro alternativo de Davos ha premiado a las cinco empresas más irresponsables en materia social y ecológica. Tan denigrante galardón ha recaído sobre la empresa química Dow Chemical, la petrolera Shell, la financiera KPMG, la multinacional de la alimentación Nestlé y la cadena Wal-Mart.
De esta última es de quien me gustaría hablar. Este gigante de la venta al por menor (si fuera una pais independiente sería el ocatvo socio comercial de China) es un modelo de empresa explotadora para los trabajadores de todo el mundo. Su política de precios bajos corre paralela a la política de salarios cada vez más bajos y menores prestaciones sociales y sanitarias a sus trabajadores.
Su importancia es tal que no hace ni un año que se celebró un congreso multidisciplinar en la Universidad de California para estudiar a esta empresa.
Si a mediados del siglo XX General Motor, con su política de salarios elevados y prestaciones sociales de calidad para sus empleados, revolucionó el sistema capitalista y ayudó a crear la clase media más próspera que había existido nunca al obligar a otras empresas a copiar su modelo, Wal-Mart también está revolucionando el panorama mundial pero en un sentido contrario: las estrictas prácticas laborales de la empresa y su política de salarios bajos la convierten en el templete del capitalismo del siglo XXI (un capitalismo que recuerda cada vez más al de los inicios del siglo XX).
La aplicación dinámica de los avances tecnológicos y de la información aportada por sus clientes, junto a una cultura directiva autoritaria y despiadada, convierten a esta empresa en un gigante de enorme influencia, que altera la política de fabricación de sus proveedores y desequilibra el conjunto de la fabricación mundial. Obliga a sus empresas proveedoreas a bajar sus precios (y por tanto éstas tienen que reducir sus costes a base de bajar los salarios de sus trabajadores y empleados).
Pero además, esta política de precios bajos tiene una consecuencia, si cabe, aún más grave, pues fomenta el consumo excesivo y a la larga provoca conflictos medioambientales.
La gran pregunta es si los clientes, que sin duda se ven beneficiados por los bajos precios de esta cadena, se decidirán a apoyar la lucha contra esta empresa o seguirán votándola a diario cuando pasan su tarjeta por la caja registradora.
Hace unos días saltaba la noticia en diferentes medios de comunicación: los bancos van a cobrar por usar los cajeros automáticos. El primero en apuntarse a tal medida ha sido el Banco Popular (cuyos principales accionistas y clientes son los de la Obra de Dios y las entidades religiosas) que ha anunciado que cobrará 0,30 cada vez que uno meta su tarjeta en la ranurita de sus cajeros. Seguro que los demás no tardarán en apuntarse a tan justificada y popular medida. Porque claro, el gasto que supone a un banco instalar tales aparatos es muy grande, sobre todo una vez que ya han amortizado el beneficio que obtuvieron al reducir sus plantillas por efecto de la automatización y mecanización de muchos procesos y operaciones bancarias.
Luego, cuando anualmente non anuncian los números de sus resultados, nos quedamos acongojados al descubrir que haya crisis económica o no la haya, suba el precio del petróleo o baje, esta pandilla de bandoleros de tres al cuarto obtienen siempre un 20% más de beneficios que en el ejercicio anterior, que ya obtuvieron un 20% más de beneficios que en el ejercicio anterior, que ya........
Así uno comprende que el apellido de uno de los más afamados bandoleros de este país sea "botín"; comprende que estas alimañas perfumadas, que levantan estas grandes corporaciones con enorme sacrificios y esfuerzos... ajenos, tengan que lavar sus beneficios en las Islas Caimán, mientras sus desprotegidos y esquilmados clientes pagan hasta por respirar el aire de la sucursal bancaria de su barrio.
Ya puestos en este trance, en vista de que si me pongo a tirar piedras contra las cristaleras de estas entidades de beneficiencia puedo terminar pagando aún más a estos mercaderes del dinero, propongo decorar cada cajero automático con la típica "boina", trabuco y faja del bandolero de Sierra Morena, cuna de todo el sistema financiero español.
Mientras tanto, tendremos que irnos metiendo la tarjetita por donde nos quepa.
¿O también nos cobrarán por ello?
Las nuevas islas del tesoro, también conocidas como los paraísos fiscales, son auténticos sumideros de opulencia en los cuales lo mismo puedes defraudar a hacienda que sacar la colada tras el blanqueo y lavado de dinero; puedes construir nodos clave en las redes de "contabilidad creativa" e "ingeniería financiera" u ocultar el botín de tus últimos saqueos contables.
Los piratas y corsarios de hoy llevan parche de nicotina y traje Armani, un móvil en la oreja donde antes descansaba el loro y el garfio lleva empuñadura de oro con diamantes; su barco tiene 80 Gb y es portatil, en sus bodegas van los datos de miles de clientes defraudados y engañados por algún banco o empresa.
Son piratas de guante blanco, aplaudidos por sus sociedades y consejos de administración, como auténticos artífices del progreso del país. Padres y esposos amantísimos, fieles devotos de su iglesia y las tradiciones, aunque debajo de la mesa oculten su afición a la cocaína y al ron, a su secretaria veinteañera o al efebo limpia cristales.
Al césar lo que es del césar...
En las páginas de Economía de El País de hoy vienen unas declaraciones de Sáenz, consejero delegado del Banco de Santander y vicepresidente del mismo, realizadas ante un foro de empresarios en Bilbao. Lo que Sáenz viene a decir es que el sistema europeo de Estado del Bienestar (wellfare) está obsoleto y aboga por desmontarlo en poco tiempo. En dicho foro defendió la necesidad de mejorar las estructuras de nuestros mercados laboral y financiero, disminuyendo impuestos (a los empresarios, se entiende) y eliminando prestaciones sociales (a los trabajadores, se entiende) para ser más competitivos (ganar más dinero, se entiende) ante aquellos países con costes laborales más bajos (más explotación, se entiende) y mayor competitividad (menos trabas al negocio).
Literalmente lo que Sáenz propone, siguiendo una línea de pensamiento común en todos los grandes empresarios de la mundialización económica, es cortar por lo sano, es decir, eliminar todas las prestaciones que los Estados europeos han logrado después de muchos esfuerzos y luchas sindicales y políticas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, para que el señor Botín (qué apellido más apropiado para un banquero) y demás secuaces aumenten sus beneficios un 30% más este próximo año. Pretende que se eliminen los derechos de los trabajadores, las limitaciones en los horarios, esa patochada del salario mínimo, ese rigor que supone hacer contrato a los trabajadores, además de abaratar los costes de la seguridad social, los impuestos, los costes de despido, los salarios, las vacaciones y los derechos en general. Que el Estado, en vez de gastar el dinero en pagar pensiones, gastos farmacéuticos y sanitarios, subsidios de desempleo y becas para los hijos de los trabajadores, lo invierta en que estas empresas ganen más dinero y disminuyan sus costes de producción. Y si no, amenazan con irse.
O sea, pensando en el futuro del país.