A modo de presentación: hoy, como anteriormente hice con mi Rival y con la chica de los Rizos, me toca presentaros a Brisa, aunque muchos ya la conoceis por su propio blog o por los comentarios que hace en este. Su sección se llamará "Mirada personal" porque, efectivamente, ella tiene una mirada muy particular que deja su huella sobre todo lo que mira. Ya lo comprobareis. Odyseo
Perdida en la oscuridad de mi propia ceguera, oculta el alma tras un corazón roto, acorchada la piel por el frío que produce la brutal soledad que acontece en algunos días de asfixiante verano agonizo. Mientras, el calendario sigue marcando el paso del tiempo ajeno a mí no-vida. Brisa.
Esta puede ser tan solo una manera de interpretar una parcela de vida desde una mirada.
Filtramos lo que vemos, creamos un pensamiento acerca de ello, a veces incluso lo hacemos al revés sin ser conscientes de cómo lo hacemos y sin darnos cuenta de que en esos instantes estamos creando nuestro futuro.
Vivir en armonía con nosotros mismos y con nuestro entorno, depende mucho más de lo que creemos, de nuestra manera de mirar la vida, la ecología de una mirada puede transformar el mundo en que vivimos, si logramos ser congruentes con ella, si la dotamos de colorido.
Elegir es decidir que hacer con nuestros ojos, ver o no ver, puede que no sea una decisión personal, pero mirar es algo que está al alcance de todos y compartir miradas es algo que sin duda nos enriquece.
Hoy como respuesta a la invitación de un-unos AMIG@S (véase, escrito con mayúsculas y en negrita) me he atrevido al fin, a iniciar lo que espero y deseo sea, un compartir de miradas y mientras lo hacía me preguntaba.. ¿De que color son las miradas? Creo que la mía, es la de una aprendiza, viajera, que escucha, que ama, que cree que un mundo mejor es posible si se logra transformar desde lo pequeño, una mirada verde, color esperanza. ¿De que color es la tuya?
Brisa
.... pero el cuerpo es nuestra más íntima morada, el vehículo íntimo que nos lleva y nos mueve, nos acelera y nos frena, nos situa en el espacio y en el tiempo. Amamos nuestros cuerpos o los destruimos, casi en la inconsciencia de lo que perdemos si lo abandonamos. Somos cuerpo y poco más. Pero ese cuerpo, que envejece y se cansa, es también el cuerpo que nos permite sentir y pensar, oir la música o contemplar el arte.
Y ese cuerpo del que nos enamoramos todos los días cuando despertamos a su lado, que se arruga o se estremece ante cualquier cambio, que suda y tiene pelos y granos y varices, es el mismo que porta a nuestro ser amado desde hace años y permite que nos acompañe en el camino de la vida. Por eso, la belleza cambia pero no se pierde. Se acrecienta, no por la arruga, sino por lo que esa arruga ha necesitado para producirse: millones de risas, enfados, preocupaciones, tensiones, placeres. El cuerpo envejece al tiempo que el ser que somos madura y crece. Y así ocurre con todos los hermosos seres queridos de nuestro alrededor. Y algún día ellos y nosotros volveremos a la tierra y alimentaremos nuevos cuerpos y nuevos seres en un ejercicio constante de bondad y justicia natural. No hay más, pero tampoco menos.
Llegó la brisa del norte en la apacible mañana primaveral. El jardinero le dio las gracias a su cabaña por los años de cálido cobijo, y al cruzar la puerta se despidió de su pequeña planta amada. Abrazó tiernamente a su maestro Odyseo y a sus amigos en aquellas tierras, y desde la paz de su pecho les dijo:
- Me esperan otras tierras y otras personas, que desde el corazón de la Vida con insistencia me llaman. Os dejo mi amor en la forma de un jardín, y a un Viejo jardinero que cure vuestras heridas. Y cuidad vosotros de lo que la Vida os dio; de vuestros montes y llanos, de vuestra tierra escarlata, y de todos los seres que habitan en ella, ved que es vuestro mayor tesoro, y el semblante de Dios ante vuestras miradas.
Y con su largo bastón de madera de roble y sus sandalias de cuero, el jardinero partió de allí a través del rojo manto de las amapolas de primavera, con el frescor de la brisa del norte
hacia el lejano horizonte.
Adaptación de El jardinero de Grian
El rival de Odyseo
El cuerpo, por feo o hermoso que parezca en determinados momentos y a determinados ojos, tiene fecha de caducidad. Tanto el cuerpo más voluptuoso y terso, como el más contrahecho y ridículo, el cuerpo del deseo y el del rechazo, todos cambian y envejecen. No hace mucho veíamos el cuerpo como una continua "ocasión para el goce" frente a otros cuerpos jóvenes y lustrosos como los nuestros, cuando casi de inmediato pasamos a sentir el cuerpo como una fuente inagotable de achaques y dolencias varias: un obstáculo casi insalvable para el transcurrir apacible de la existencia a partir de lo que el viejo Silvio llamaba "la edad media". Quizás tenga razón Andrés Trapiello cuando afirma que el cuerpo mejor cuanto menos se nota.
Mientras somos jóvenes vivimos incosncientes y plenos porque sabemos que si le mandamos al cuerpo acudir en nuestro socorro o a otorgarnos cualquier placer, el cuerpo acude presuroso y sumiso, obediente y sin dilación. En la edad madura, como nos señalaba Coetzee, todo es lento y nuestro cuerpo se contagia de esa lentitud hasta adormecerse, ralentizarse y demorarse para permitirnos recuperar el resuello. El cuerpo poco a poco se apodera de nuestra atención hasta reclamarla practicamente en su totalidad, no a través del goce ya, sino a través del dolor o la enfermedad. Cada vez se hace más presente e incómodo hasta el punto de que algunos días todo consiste en buscar acomodo en dicha incomodidad.
Y envejecen nuestros cuerpos y los de los seres que nos rodean y amamos. Aquellos cuerpos que amamos y deseamos y que se arrugan y agrietan inexorablemente mientras contemplamos a través de ellos nuestros recuerdos de los viejos tiempos. Así, amarse se convierte no solo en un ejercicio de perdón continuo, sino también de recuerdo e imaginación para encontrar a la persona que fuimos y a la persona que amamos en los entresijos del tiempo y la gravedad.
Terminado el campeonato nacional de liga de fútbol y observando cómo se viven estos acontecimientos, me pregunto cada vez que esto ocurre, qué es lo que separa el éxito del fracaso, porque, sinceramente, cada día entiendo menos toda esta parafernalia. Tengo que reconocer mis simpatías por el R.Madrid y me alegra, relativamente por supuesto, el triunfo merengue. Pero más que madridista me considero un deportista en toda regla y por ello mismo siento también una cierta decepción, pues no podemos dejar de reconocer que si queríamos disfrutar con el fútbol la temporada recién acabada, no teníamos más remedio que ver los partidos del Barça, o del Sevilla, o del Getafe, sin ir más lejos. Cuando esto escribo no han llegado todavía los futbolistas blancos a la Cibeles para celebrar el triunfo como se espera y las televisiones ofrecen imágenes simultáneamente de las calles de Barcelona, que de haber sido de otra manera, estarían plagadas de gente, como ocurre en Madrid. Dos goles tienen la culpa de que la botella a estas horas unos la vean medio llena y otros la vean medio vacía. Dos goles tienen la culpa de que un equipo aparezca como ejemplo de profesionalidad, compañerismo y esfuerzo y otro como ejemplo del vicio, las envidias y los celos. Dos goles tienen la culpa de que un entrenador severo, duro y antipático sea visto como el gran arquitecto de un proyecto modélico y otro entrenador educado, dialogante y siempre deportivo sea considerado un calzonazos incapaz de cuadrar a sus muchachos dentro y fuera del vestuario. Dos goles tienen la culpa de que mañana el rendimiento en el trabajo disminuya considerablemente respecto a otros lunes. Dos goles tienen la culpa de que media España haya salido a la calle a celebrar la victoria de su equipo y la otra media no pueda dormir. Dos goles tienen la culpa de la alegría de media España y la tristeza de la otra media.
¡Y pensar que si los dos goles fueran a favor del Barcelona todo sería al revés! ¿Y qué son dos goles?: Éxito o fracaso. Valdano seguro que tiene la respuesta correcta.
El rival de Odyseo
Se solapan todavía los ecos de las últimas elecciones habidas en nuestro país hace quince días, con imágenes y noticias de aquellas primeras consultas electorales de hace treinta años, en los primeros años de la democracia, después de la resaca de cuarenta años que dejó la guerra civil. Y la verdad es que aquellas añejas imágenes tienen un vigor y una frescura que desde luego no aparecen, ni de lejos, en los glamurosos carteles y vallas publicitarias no retiradas aún del último -y casi único- ejercicio democrático de los españoles. Sinceramente, tengo que reconocer que siento una enorme tristeza por la normalidad democrática que hemos adquirido; normalidad enmohecida, lastimera, sin nervio alguno, aunque con bastante histerismo entre los contendientes más activos. Sí, contendientes, pues más que a una consulta electoral parece que fueran a una guerra en toda regla, en la que todo vale, incluso un abuso sin igual de la libertad manifestado en la agresión producida en algunos colegios electorales del País Vasco (¿español?) a los representantes democráticos. Desde luego, hace treinta años había mucho que celebrar, por eso aquello parecía una fiesta, no como ocurrió hace unos días. Da la impresión que en esta normalidad impuesta los únicos normales son los ciudadanos de a pie, porque los políticos no parecen estar a la altura de estos tiempos postmodernos y globalizadores del siglo XXI; parecen estar hastiados de democracia, de diálogo, de reflexión, de ilusión, y tiene uno la sensación de que a lo más que aspiran es a pasar a la historia como sea, lo importante es pasar, aunque sea haciendo el imbécil, y de esto encontramos ejemplos a diestro y siniestro. Debería sonrojar a estos mequetrefes que resulten hoy ejemplares políticos los de hace treinta años, de quienes lo más suave que se les podía decír es que eran franquistas o que habían participado activamente en alguna matanza que otra en su querida guerra civil. Hay que joderse.
El rival de Odyseo
Rajoy exige al Gobierno bla bla bla, el Gobierno pide a la oposición bla bla bla, De Juana se pasea, De Juana para acá, De Juana para allá, Aznar bebiendo vino y conduciendo.. ni por la derecha ni por la izquierda, da bandazos de ciego, (pienso: "mono al volante"); Zapatero no adelanta las elecciones, el ABC ve una conspiración entre el Vaticano y Zapatero, (pienso: "¿habrán sido las pastillas o algo de la cena me ha sentado mal?"); todos han ganado las municipales, nadie quiere Navarra, más corrupción, más votos; ETA dice que se aburre, la culpa es de Zapatero; Acebes abre un despacho de vidente; la selección española no se sabe el himno ni la letra... (pienso: ¿y la letra será en todas las lenguas del territorio nacional?); Endesa me hace una OPA; (me doy la vuelta en la cama), en Canarias ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio; Rajoy exige al Gobierno que ponga letra al himno; la AVT ya está contenta, Bono va a misas rojas, Rubalcaba es cada vez más firme e inteligente; Simancas se va de Madrid; Gallardón quiere ser el 2; Aznar ve doble y está contento; Rajoy exige al Gobierno que esté contento; el Banco Europeo me sube la hipoteca otra vez; el IBEX 35 cae en picado por las constructoras (pienso: "Hombre. por fin una buena noticia"); Rajoy exige bla bla bla, Zaplana ve indicios de que a lo mejor Zapatero ya no vende Navarra y no sabe si se quiere liar con ellos; Maragall empieza a pensar en un nuevo estatuto para Catalunya e invita a Carod a pasear en el coche con Aznar, el Barça gana con trampas al Espanyol; estoy cantando el himno junto a Aznar en una consultora; Rajoy exige bla bla bla; Gallardón al paredón (pienso: lástima de Tarancón), Ibarra se jubila pero no calla; Victoria Beckam elegida mujer del año, me da la risa, me detienen unos mossos y me llevan a comisaría, allí está Aznar hablando en catalán para aclarar porque iba conduciendo con las copas que su conciencia le había dictado; el Vaticano a través de su portavoz dice que no adelanta las elecciones y que se preparará un cónclave para elegir al número 2 del PP; Esperanza se queja porque dice que entonces no tiene oportunidad; Pilar Narbona se come un grandísimo marrón en Madrid; Rajoy exige bla bla bla, Acebes cierra el gabinete de videncia porque solo acierta a decir ETA, ETA, ha sido ETA; la Iglesia nos recuerda que no podemos usar el condón, la DGT nos acojona con un nuevo anuncio; ¿son españolistas los españoles que juegan en la selección española?, Aragonés no lo sabe; aumentan los beneficios de los bancos, crece la siniestralidad laboral y en el hogar (pienso: ¿dónde coño estaremos seguros?); Rajoy exige bla bla bla, Zaplana me sonrie y me guiña un ojo...
(Pienso: ¿por qué no sonará el despertador de una maldita vez)
Vivimos precipitadamente y no por ello de modo apasionado o apasionante. El tiempo nos traspasa sin que sepamos disfrutar ni de sus pericias ni de sus frutos. La prisa es solo miedo. Tememos ser temporales y todo nuestro afán dirige la mirada hacia un camino que nos permita huir del tiempo. Tememos por eso a la vida y su deambular y no permitimos que nos ocurra nada, para evitar así la implicación y el riesgo. Vivimos deprisa, cuando casi todo lo bello e importante de la vida exige demora. Nada sin demora merece la pena salvo la muerte. Consumir ansiosamente el tiempo no invita a la recreación, al placer sosegado que llamamos felicidad, a la implicación, a la emoción profunda, plena. Es urgente, pues, visitar la casa del tiempo, dejarnos inundar, zarandear, atravesar por sus ráfagas continuas, y permitirnos estar indefensos, ser efímeros, hermosamente desamparados y dispuestos a cambiar la mirada sobre las cosas, contemplando la corrupción que el tiempo introduce en todo lo vivo para mutarlo, cambiarlo, vivirlo y matarlo. Vivir reclama parsimonia, gozar la vida implica abandonarse a su fugacidad, mantener una calmada conversación con ella, cara a cara, con valentía, como preludio del abrazo o de la elegancia de un beso. Solo así nos puede ocurrir algo.