Ahora me dedico a fotografiar estatuas, una vez que me he cansado de
intentar retratar personas que nunca se estaban quietas. Las miro
desde todos los ángulos, como intentando descifrar sus secretos tras
la piedra. La gente solo las mira desde un punto de vista, normalmente
de frente o de lado. Nunca por detrás, como si la espalda, las nalgas,
la nuca no formaran parte de su esencia. Es curioso como cada punto de
vista te ofrece una perspectiva diferente, un caracter nuevo y
variable de aquello de por si inmutable y destinado a la eternidad. Su
cara cambia según la mire desde abajo o desde arriba. Sus pies a la
altura de mis ojos son como más presentes y llenos de fuerza que
cuando son solamente unos pies a los pies de una estatua cualquiera.
Antes fui jardinero, encantado de cuidar seres que estaban vivos y
eran simples, nada como la complejidad de la que alardeaban los seres
humanos. Pero me cansé del color verde que nunca me trajo esperanza.
Prefiero el misterio del marmol, con sus vetas como venas de mala
circulación, con sus transparencias de contraluz y sus limpias y duras
sinuosidades de color y forma variables. Casi nunca me atrevo a
tocarlas, como si temiera que con mi leve roce les fuera a insuflar
vida y despertar de su viejo letargo de siglos. Me limito a
acariciarlas con los ojos, inbcluso allí donde todo sabe a prohibido.
Admiro sus posturas, a veces tan afectadas, a veces tan artificiales.
Procuro obviar las manchas que el tiempo ha ido depositando en sus
pliegues y recovecos. No me muestran nada sobre su verddera
naturaleza. Las miro, una y mil veces, hasta agotar a la luz y,
entonces, con sumo cuidado, les robo una foto y otra, para encerrar
su misterio y guardarlo como si ya fuera mío.
Cuando el cuerpo entero está sano y en forma, salvo una pequeña herida insignificante o una pequeña parte que nos duele, toda nuestra atención se centra en esa zona olvidándose del bienestar del resto. Algo similar sucede cuando toda nuestra vida transcurre de forma plácida y agradable, salvo un pequeño asunto que no sucede según nuestra intención. Fijamos nuestra atención en este asunto olvidándonos de la buena marcha de todo lo demás.
Así, sería de valorar más en la vida el evitar esos pequeños inconvenientes que el buscar los placeres y cosas agradables de la misma. Evitar los males que constituyen la vida es más prudente que perseguir el placer. Como decía Voltaire: Le bonheur n’est qu’un rève, et la douleur est réelle (La dicha es sólo un sueño, lo único real es el dolor). No deberíamos hacer cuenta de las alegrías de que hayamos disfrutado, sino de los males que no hayamos padecido. En consecuencia, el destino más dichoso será el de quien pase la vida sin sufrir grandes dolores, ni físicos ni espirituales, y no el de aquel que participa de los placeres y alegrías más intensos. Uno gana siempre cuando sacrifica placeres a fin de evitarse sufrimientos.
Venimos a la vida con anhelos de gozo y felicidad y con la necia esperanza de satisfacerlos, pero, por lo general, pronto aparece el azar, nos golpea con rudeza y nos enseña que nada es nuestro, sino suyo: nuestros hijos, nuestras posesiones, nuestro trabajo, nuestra salud, nuestra pareja, nuestra familia. La experiencia nos enseña tarde o temprano que el placer es sólo un espejismo en la distancia que desaparece al acercarnos mientras que el dolor no necesita espejos ni símbolos para re-presentarse. En resumidas cuentas, para no acabar siendo realmente desdichado, el mejor camino es el de no pretender ser muy dichoso. Como contaba Merck a su amigo Goethe: "La ruin pretensión de la felicidad, sobre todo de tanta como soñamos, corrompe todo en este mundo. Quien puede librarse de ella y no desea otra cosa que lo que tiene enfrente, puede salir adelante".
Nota: hoy me he levantado con un pie en Aristóteles y otro en Shopenhauer, y con la cabeza en Horacio, mi viejo maestro.
El Espíritu Santo ha hablado por boca de 115 cardenales. No suele hacerlo con frecuencia, al menos, que se sepa, pero esta vez lo ha hecho y se ha mostrado claro y meridiano. El Espíritu Santo ha hablado y ha elegido a un nuevo Papa. Tenía mucho donde elegir pero, al final, ha preferido a quien ya estaba elegido. El Espíritu Santo tiene esas cosas. Ha elegido a un Papa de transición, dicen; yo entiendo que eso significa que han elegido a uno que debe morirse pronto, es decir, que no bien han sustituido a un Papa muerto, ponen a otro que ya lo está. Qué curioso. No sé si eso le hará mucha gracia al elegido (saber que tu mayor mérito es que la vas a cascar pronto no debe ser plato de gusto). El caso es que el Espíritu Santo ha hablado y ha movido la mano de los cardenales del Tercer Mundo para que votasen al enemigo de la Teología de la Liberación. También ha movido la mano para que votasen al teólogo enemigo de los teólogos, al guardián de la ortodoxia, al enemigo número uno del relativismo y la flaqueza. El Espíritu Santo es que se ha levantado con el pie derecho y firme, casi integrista diría yo. El Espíritu Santo ha elegido a un hombre de la Casa, que siempre da mucha tranquilidad, no vaya a haber peligro de desvíos. Un buen timonel, de pulso seguro y firme, que mantenga la nave en el buen rumbo que ahora lleva. Azote de herejes, como Boff o Tamayo, de homosexuales, de gente con preservativo, de libre pensadores eutanásicos, de científicos embrionarios, de mujeres igualitarias. Este es el Papa que ha elegido el Espíritu Santo para salvar a Europa y a su Iglesia, única verdadera, de la crisis de vocaciones, de la crisis de fe y del materialismo rampante.
Qué cachondo es este Espíritu Santo!!!!
Ya tienen cuatro años más para seguir discutiendo y hablando de la nada. A las alturas del tiempo en que estamos, hablar de la patria ya no es nada (ni siquiera de la patria vasca). Algunos aún no se han enterado y llevan hablando sin parar como si nada hubiese sucedido en los últimos doscientos años en esta parte del continente euroasiático del planeta Tierra.
Hablan de nación cuando todos sabemos que ese concepto tiene menos futuro que la Iglesia (que será por eso que también los apoya). Los vascos, como los españoles restantes, cada vez existimos menos, como dice Haro Tecglen: ahora somos más del Vaticano, de Europa y, sobre todo, del Imperio. Cuatro años más para seguir hablando de lo diferente, hurgando hasta hacer sangre, en un suelo que fue fecundado por fenicios, griegos, romanos, cartagineses, visigodos, árabes y hasta euskaldunes. Como siempre recurrirán a los sólidos argumentos de la defensa de una cultura propia, olvidándose de que el principal propósito de una cultura es el de preparar a su gente para la vida real, decía Simona Weil, el de dotar al ser humano con los elementos necesarios para que pueda desenvolver su vida en conjunción a la de sus hermanos, cuya condición es idéntica, y entretejer unas relaciones dignas de la condición humana.
La patria, entonces, es otra cosa: una canción, un recuerdo, un sabor, un color, un olor, un barrio, unos amigos, pero no una manera de rechazar, ni siquiera de gobernar. ¿Se habrán enterado?
Se habla en estos días de la idea lanzada por el Ministerio de la Vivienda acerca de construir pisos de superficie reducida (alrededor de 30 metros cuadrados), que tendrían algunos elementos comunitarios (cocinas, pasillos, servicios o lavandería) y otros particulares. Hemos podido oír opiniones de todo tipo y desde todas partes: a los arquitectos les parece muy buena idea, a los jóvenes no les disgusta siempre que sea algo transitorio, al PP y los constructores les molesta. Se trata de algo que ya se viene haciendo en muchos cascos antiguos de algunas ciudades españolas y en barrios marginales. Pero sobre todo se trata de algo que ya se hace desde hace muchos años en muchos países europeos y en Estados Unidos (¿Cuánto miden las caravanas que sirven como vivienda a muchos cientos de miles de ciudadanos en ese país?).
Sin embargo, nadie en este país ha caído en la cuenta de si dicho sistema de viviendas reducidas es compatible con el carácter de sus ciudadanos. Una ciudadanía que, a principios del siglo XXI, es básicamente indiferente, egoísta y desconfiada, difícilmente va a poder convivir en un espacio como el que se pretende y compartir el uso de algunos espacios comunes. Porque, no se nos olvide, somos nosotros esos ciudadanos nada ejemplares que aparcan su coche en doble fila y nos quejamos cuando es otro el que nos impide salir; somos nosotros quienes hacemos más ruido de la cuenta, con la moto o la tele o la cadena musical; quienes educamos a nuestros niños para que peguen patadas a las papeleras o bajen las escaleras a saltos y con patines; somos nosotros quienes infringimos todas las reglas de tráfico y las de la convivencia. Ser buen ciudadano y vecino no consiste solo en pagar religiosamente la hipoteca de por vida. De que hagamos eso ya se encarga el banco. Ser ciudadano y buen vecino implica sobre todo aprender a respetar a los otros y su espacio, y en este país, por desgracia la historia tiene razón, cuanto menos eres y tienes más te pisotean. Así que si ya resulta difícil vivir y convivir en 90 metros cuadrados, cuánto más en 30. Los políticos (que son como nosotros, ni siquiera peores) no saben lo que es vivir en ese espacio
. Ni se lo imaginan, por lo que veo.
Este post está dedicado a las personas que nacieron entre 1970 y 1984 (y antes).
La verdad es que no sé cómo hemos podido sobrevivir a nuestra infancia. Mirando atrás es difícil creer que hayamos sobrevivido a la infancia de la España de antes:
Nosotros viajábamos en coches sin cinturones de seguridad traseros, sin sillitas especiales y sin air-bag, hacíamos viajes de 10-12h con cinco personas en un 600 o en un Renault 4 y no sufríamos el síndrome de la clase turista.
No tuvimos puertas con protecciones, armarios o frascos de medicinas con tapa a prueba de niños.
Andábamos en bicicleta sin casco, ni protectores para rodillas ni codos. Los columpios eran de metal y con esquinas en pico, y jugábamos a "lo que hace la madre hacen los hijos", esto es a ver quien era el
mas bestia.
Pasábamos horas construyendo nuestros "vehículos" con trozos de rodamientos para bajar por las cuestas y sólo entonces descubríamos que nos habíamos olvidado de los frenos. Después de chocar con algún árbol, aprendimos a resolver el problema.
Jugábamos a "churro va" y al pañuelo y nadie sufrió hernias ni dislocaciones vertebrales. Salíamos de casa por la mañana, jugábamos todo el día, y solo volvíamos cuando se encendían las luces de la calle. Nadie podía localizarnos. Eso si no buscábamos maderas en los contenedores o donde fuera y
hacíamos una caseta para pasar alli el rato. No había móviles.
Nos rompíamos los huesos y los dientes y no había ninguna ley para castigar a los culpables. Nos abríamos la cabeza jugando a guerra de piedras y no pasaba nada, eran cosas de niños y se curaban con mercromina (roja) y unos puntos y al día siguiente todos contentos. La mitad de los compañeros de clase tenía la barbilla rota o algún diente mellado, o alguna pedrada en la cabeza... Tuvimos peleas y nos partíamos la cara unos a otros y aprendimos a superarlo.
Íbamos a clase cargados de libros y cuadernos, todo metido en una mochila que, rara vez, tenía refuerzo para los hombros y, mucho menos, ruedas!!!
Comíamos dulces y bebíamos refrescos, pero no éramos obesos. Si acaso alguno era gordo y punto.
Estábamos siempre al aire libre, corriendo y jugando. Compartimos botellas de refrescos y nadie se contagio de nada. Sólo nos contagiábamos los piojos en el cole. Cosa que nuestras madres
arreglaban lavándonos la cabeza con vinagre caliente.
No tuvimos Playstations, Nintendo 64, vídeo juegos, 99 canales de televisión, películas en vídeo, sonido surround, móviles, ordenadores e Internet, pero nos lo pasábamos de lo lindo tirándonos globos llenos de agua y arrastrandonos por los suelos destrozando la ropa.
Nosotros si tuvimos amigos. Quedábamos con ellos y salíamos. O ni siquiera quedábamos, salíamos a la calle y allí nos encontrábamos y jugábamos a las chapas, a la peonza, a las canicas, a la lima, al
rescate...,en fin tecnología punta... Íbamos en bici o andando hasta su casa y llamábamos a la puerta.
¡Imagínense!, sin pedir permiso a los padres, ¡nosotros solos, allá fuera, en el mundo cruel! !Sin ningún responsable! ¿Cómo lo conseguimos?
Hicimos juegos con palos, botellas y balones de fútbol improvisados, y comimos pipas y, aunque nos dijeron que pasaría, nunca nos crecieron en la tripa ni tuvieron que operarnos para sacarlas. Bebíamos agua directamente del grifo de las fuentes de los parques, agua sin embotellar, donde chupaban los perros!!! Íbamos a cazar lagartijas y pájaros con la ,escopeta de perdigones o con el tirawebos, antes de ser mayores de edad y sin adultos, DIOS MÍO!!
En los juegos de la escuela, no todos participaban en los equipos. Los que no lo hacían, tuvieron que aprender a lidiar con la decepción. Algunos estudiantes no eran tan inteligentes como otros y repitieron curso. ¡Que horror, no inventaban exámenes extra!
Y ligábamos con las chicas persiguiéndolas para tocarlas el culo y jugando a beso, verdad y atrevimiento, no en un chat diciendo :) :D :P
Éramos responsables de nuestras acciones y arreábamos con las consecuencias. No había nadie para resolver eso. La idea de un padre protegiéndonos, si trasgredíamos alguna ley, era inadmisible, si acaso nos soltaban un guantazo o un zapatillazo y te callabas. Tuvimos libertad, fracaso, éxito y responsabilidad, y aprendimos a crecer con todo ello.
Tú eres uno de ellos?? ¡Enhorabuena! Pasa esto a otros que
tuvieron la suerte de crecer como niños, antes de que todos estos
niñatos que hay ahora (que se creen algo y no tienen respeto ni
educacion a nadie) destrocen el mundo en el que vivimos.
Un saludo a todos! cuidaros y que os vaya bien!!
(De un amigo de mi amigo y RIVAL)
Durante los últimos días hemos contemplado un interminable reality show de la oración y el dolor. En vivo y en directo hemos contemplado a una multitud entre fanática e infantiloide que representaba a la perfección el papel que los medios de comunicación le han creado. Han sido días de paroxismo e hipertrofia sentimental, de pseudo-fe, en que algunos han vomitado lágrimas ante las muchedumbre y ante las cámaras, tras realizar caros viajes, tras dejar aparcados trabajo, familia y vida, para cumplir con una supuesta obligación autoimpuesta que se parece más al capricho de un niño pequeño que al deber real de una persona madura.
A ver si se cumple el dicho de que a rey muerto, rey puesto.
La muerte del Papa no ha dejado indiferente a nadie ni dentro ni fuera de la Iglesia Católica. Dentro, por razones obvias, tanto detractores como partidarios, todos han mostrado como poco su respeto cuando no su más profunda admiración. Lo que no parece tan lógico, es que aquellas personas y medios de comunicación que se han definido a lo largo de estos años como críticos o indiferentes con el Papa o la institución a la que representa, ahora muestren las actitudes que todos estamos viendo con sorpresa.
Somos un país acostumbrado a ver a un hombre crecer una vez muerto. Somos poco generosos con el halago y el aprecio en vida, pero exagerados hasta lo histriónico con la alabanza del difunto una vez que éste ha traspasado el umbral que nos asegura que ya no volverá a pedirnos cuentas.
Juan Pablo II aparece retratado en los titulares de estos días como el luchador incansable el Papa grande, el facilitador, e incluso el artífice, de la caída de los regímenes del Este, el Papa mediático, el Papa de la fortaleza y de la agonía. Pero no podemos olvidar cuál ha sido su labor a lo largo de su reinado y en qué estado deja a la Iglesia tras su pontificado.
Porque este Papa que aparece como paladín de los derechos humanos de puertas para afuera, como nos recuerda Hans Küng, ha negado esos mismos derechos a las mujeres, obispos y teólogos dentro de su organización. El Papa mariano por antonomasia, solo se acuerda de la mujer como criada del hombre. Su igualdad con el hombre queda relegada al ámbito civil, pero no al eclesiástico. Este Papa que parece ha tenido tanto éxito entre un determinado grupo de jóvenes, es el responsable de fomentar grupos religiosos juveniles que fomentan una participación en los grandes encuentros multitudinarios sin el más mínimo sentido crítico y sin ninguna otra consecuencia para la vida religiosa de dichos jóvenes y de sus comunidades parroquiales de origen. Este Papa que tanto ha predicado a favor de los desposeídos y marginados en el Tercer Mundo es el principal responsable de una moral sexual que prohíbe el control de la natalidad con métodos anticonceptivos como el preservativo o la píldora en ese Tercer Mundo superpoblado y machacado por el SIDA y el hambre. Este Papa que se ha olvidado de cómo vivían los primeros seguidores de Cristo, es el principal responsable de la catastrófica falta de sacerdotes en las comunidades actuales, con su defensa interesada del celibato a ultranza, que tan nefastas consecuencias ha tenido y tiene en el seno de su iglesia. Este Papa es el responsable de enterrar bien hondo cualquier atisbo de aperturismo y comunión con los tiempos, espíritu éste que nació en el Concilio Vaticano II y que ahora aparece embalsamado. Él es el responsable de una política de nombramientos en la jerarquía eclesiástica que hace que ésta aparezca copada por los más viejos conservadores y ultramontanos miembros de la Iglesia. Él es el responsable de haber dado tanto poder a movimientos ultracatólicos como el Opus Dei o Comunión y Liberación. Él es el que ha otorgado de nuevo a la Iglesia un renovado clericalismo beligerante en el terreno político que crece en paralelo con las nuevas formas políticas (y ultra conservadoras en materia religiosa) de, por ejemplo, unos Estados Unidos con su presidente a la cabeza que hacen de la fe materia de voto y disputa.
Así que dejémonos de hipocresías y pongámonos a rezar para que el nuevo Papa dé un golpe de timón y ponga nuevo rumbo en este barco que se va a pique.
Se está celebrando en estos días la Feria Internacional del Armamento (Idex 2005) en Abú Dhabi. Por los más de 900 expositores desfilan a diario ministros de defensa y generales cargados de condecoraciones, que a mí me recuerdan al portero del Hotel Palace de Madrid. Miles de comerciales se afanan en presentar sus novedades a tan ilustres visitantes no escatimando detalle sobre sus capacidades mortíferas y de destrucción, aderezadas con cientos de datos sobre velocidad de disparo, radio de acción o potencia de destrucción, características todas ellas de apreciable valor para el comprador, que muestra un entusiasmo más propio de la inocente infancia que de un miembro del gobierno de un país.
Presentan lo último en bombas de racimo o ametralladoras automáticas con la misma ausencia de cuestionamientos morales con la que se presentaría un lavavajillas o un medicamento para el dolor de cabeza. Eso sí, con una asombrosa capacidad lingüística para lograr eludir palabras como muerte, guerra, asesinatos selectivos, horror y destrucción, que son sustituidas por términos menos mal sonantes como neutralización, prevención, seguridad, control, defensa o efectos colaterales.
Curiosamente, son los países más pobres del planeta los que más pasean a sus generales y más dinero invierten en compras en esta Feria del Horror, contribuyendo de forma inestimable al gran negocio de la guerra que tan bien dirigen y gestionan las naciones civilizadas del primer mundo.