No me apetece hacer otro balance del año que termina y menos, hacer otro compromiso con el año que estrenamos, más que lo que puedan decir estos dos hermosos poemas. Leedlos en voz alta, despacio, escuchando vuestra voz en cada sílaba:
Canto de alegrías
Oh, la alegría de un yo viril!
No ser esclavo de nadie, no deber deferencia a nadie, a ningún tirano conocido o desconocido, Marchar erguido, con pasos vivos y elásticos,
Mirar con mirada calmada o con ojos relampagueantes,
Hablar con una voz llena y sonora, que sale de un pecho robusto,
Poner frente a mi personalidad todas las otras personalidades de la tierra.
Oh, mientras yo viva, ser el rey de la vida, no su esclavo,
Afrontar la vida como un conquistador poderoso,
Sin cólera, sin hastío, sin quejas ni críticas desdeñosas,
Mostrar a estas leyes altivas de¡ aire, de¡ agua y del suelo, que mi alma interior es inexpugnable,
Y que ninguna cosa externa me dominará jamás.
Oh, luchar con otras fuerzas superiores, afrontar a los enemigos con intrepidez! ¡Hallarme enteramente solo con ellos, probar mi resistencia!
¡Contemplar la contienda, la tortura, la prisión, el odio popular cara a cara!
¡Subir al patíbulo, avanzar hacia la boca de los cañones con perfecta indolencia!
¡Ser verdaderamente un dios!
¡Oh, hacerme a la mar en un navío!
Abandonar esta intolerable tierra firme,
Abandonar la monótona uniformidad de las calles, de las aceras y de las casas, Abandonarte, oh tierra sólida e inmóvil, embarcarme en un navío,
Y, ¡navegar, navegar, navegar!
Walt Whitman
Venid amigos
No es tarde
para buscar un mundo muevo,
pues sueño con navegar
más allá del crepúsculo
y, aunque ya no tengamos
la fuerza que antaño
movió cielos y tierra,
somos lo que somos:
un mismo temple
de corazones heroicos
debilitados por el tiempo, pero
voluntariosos para luchar,
buscar y encontrar
y no rendirse.
Alfred Lord Tennyson
Para ti
Dicen que el chocolate es un sustitutivo del sexo, he de confesar que a mi me encanta el chocolate, pero vamos... no hay color, cada cosa es cada cosa y considero que la una y la otra son irrenunciables, pero puestos a elegir... tengo claro por cual me decanto ;-)
Hoy se me ha ocurrido enfocar la navidad desde otra perspectiva y es que estoy un poco harta de esos quejosos en los que nos estamos convirtiendo, no nos gusta algo y solo sabemos quejarnos sobre ello, pero no movemos un dedo para transformarlo. No nos gusta el consumismo de la navidad pero nos lanzamos compulsivamente a comprar y tristemente en algunos casos por encima de su capacidad económica, en realidad solo estamos repitiendo patrones, intentamos calmar nuestra sed de amor con el agua equivocada.
No nos gustan esas tediosas, obligadas reuniones familiares en las que se llevan a cabo toda clase de excesos y estamos tan centrados en ello, que nos olvidamos de lo sencillo que es convertir una reunión de personas, unidas por cualquier tipo de lazo, es una fiesta de comunicación y cariño, ni siquiera es necesario que los miembros sentados alrededor de la mesa hablen el mismo idioma, hay muchas maneras de comunicarse y a veces tan solo se necesita un poco de buena voluntad entre los participantes, para que algo sin demasiado sentido se convierta en algo para recordar.
Pero si a pesar de nuestro buen hacer, si a pesar de que hemos intentado dar lo mejor de nosotros mismos, nada funciona y seguimos sin sentir por ninguna parte el espíritu de la navidad, siempre podemos acogernos al viejo eslogan de Haz el amor y no la guerra puede ser una forma de hacer que ésta navidad y otras venideras adquieran un sentido distinto para nosotros, a ellos nuestros predecesores, parece que les funcionó eso de Hacer el amor así que anímate y pon tu granito de arena en esta navidad.
El paisaje de la navidad es como cualquier otro paisaje, no es tanto el paisaje en sí, sino como lo recibe tu mirada, así que si no te gusta lo que ves, siempre podemos hacer algo aunque sea pequeño para transformarlo e influir así en el paisaje de los demás, como dijo Krishnamurti La verdad es lo que se ve en su totalidad ¿Consigues verlo tú?
¡¡FELIZ NAVIDAD¡¡ Sea lo que sea, lo que para ti signifique la navidad....
Brisa
NOTA de la Redacción: el resto del equipo de redactores nos unimos a semejante iniciativa, no entre nosotros, aunque se podría, sino con nuestras respectivas parejas, que para eso están. ;-)
Estar en la vida, sobre todo a determinadas edades, es como cuando uno se va de viaje y una vez en su destino se da cuenta de que lo único que desea es volver a casa y entonces se pregunta qué carajo hace allí y que quién le mandaría embarcarse en ese dichoso viaje. Y se levanta en el hotel al día siguiente y sigue sin encontrar razones para haber salido de su casa y estar allí, por muy bonito, limpio o agradable que pueda estar todo. Porque todo eso que le rodea es ajeno a él y a su mundo, es turístico, es decir, solo para gente de paso.
Pues eso es estar vivo: estar de paso en un mundo ajeno (agradable o no depende de la suerte que hayas tenido y de dónde te haya tocado desembarcar). Pasas unos días, disfrutas si puedes, sacas unas fotos de recuerdo, compras algún regalo, y vuelves a hacer la maleta para el trayecto de regreso. Solo que no sabes dónde has de regresar, ni siquiera sabes si hay regreso o solo compraste billete de ida. Da igual, acabarás en el mismo sitio que acaban todos porque ni siquiera aquí te sirve el "business class".
Visto lo visto, quizás sólo nos queda, más que preocuparnos de cómo vivir, dónde vivir o de qué vivir, preocuparnos de elegir bien dónde, en qué lugar de este mundo, queremos morir. Y, sobre todo, al lado de quién.
Desde el precipicio de los cuarenta parecía haber arrojado la toalla de un combate aparentemente ni siquiera iniciado y se encontraba abandonado a una inercia cada vez más cansina, empleando su licenciatura en Físicas para lijar puertas en una ebanistería. Sus escasos sobresaltos emocionales le eran proporcionados cuando los domingos se entregaba a lo único que parecía entusiasmarlo con cierta desmesura, el fútbol televisado. Sólo entonces se dibujaba una sonrisa en su bondadoso y descuidado rostro, como también lo era su aspecto general. Semblante que, progresivamente y a buen ritmo, inició un llamativo cambio hacia una atención hasta entonces insospechada, empezando a desparecer esos kilos de más que la desidia había acumulado en su abdomen, así como esa irregular barba irregularmente cuidada, por no hablar de su indumentaria habitual. Esa gradual iluminación exterior era insignificante comparada con el fulgor que sus ojos eran incapaces de ocultar y por supuesto, aún más, con el volcán sentimental que estaba viviendo y que su espíritu no lograba comprender, ni falta que le hacía. Todo andaba desquiciado y nada parecía lo que era, pues el sol había dejado de serlo, como también la luna, el día, la noche e incluso su propia vida, de la cual se había apoderado la locura, esa divina locura que hace ver por otros ojos que no son los propios, que permite entregarse al otro de manera que cuando decimos mi vida miramos hacia fuera, esa divina locura que hace que alguien extraordinariamente normal aparezca como un ser divino y a partir de la cual encontramos sentido absolutamente a todo lo que nos acontece. Sí, aunque pareciera imposible, de cualquier manera imposible, como atravesado por un rayo, había caído fulminado en manos del amor, su amor.
El rival de Odyseo
Todavía no ha amanecido cuando diriges tus pasos hacia la odiosa parada del autobús.
Solitaria está hoy la marquesina. Encogido y silente buscas refugio en su esquina, de la misma manera que un cachorrillo rastrea el calor entre los pliegues de su madre.
Miras con preocupación la hora. Tres minutos de retraso tan sólo, compruebas. Te frotas las manos enguantadas con parsimoniosa espera.
A lo lejos una figura corretea entre los taciturnos juegos de sombras que proyectan las luces. Sonríes porque reconoces al que ha sido durante todos estos meses tu compañero de viaje. Hoy toca de nuevo una buena dosis de agradable charla insustancial. Antes de bajar en su parada, te ha hecho partícipe de lo duro que será comenzar la semana con los restos de un naufragio gripal. Mientras lo ves cruzar te descubres aliviado, la parada de autobús ya vuelve a ser lo que era. Enchufas los auriculares y tarareas quedamente las notas que resuenan en tus oídos. El son del piano y la guitarra te van acurrucando en el duro asiento del autobús mientras, entrecerrando los ojos, liberas la mente momentáneamente de cualquier atadura.
Unos minutos más tarde Manolo, el chofer, carraspea educadamente avisándote de que tu parada está cercana. Agradecido lo miras y te sitúas en la puerta de salida. Te observa alejarte. Se rasca la cabeza y piensa lo extraña que será la vida dentro de diez días cuando se prejubile. Pero no hay mucho tiempo Doña Rosita sube protestando y Germán el albañil viene, para variar a la carrera, poco se podrá cumplir el horario de la ruta, pero no puede dejarlo tirado.
Has llegado al despacho. Te preparas el café. La misma hora, la misma rutina y todas las cosas en su sitio. Colocas tan sólo a la derecha la grapadora. A Matilde, la limpiadora, se le habrá pasado dejarla en su posición inicial. Sentado, estiras perezosamente las piernas mientras reparas con sorpresa que es hoy, pasados los años, cuando cobra fuerza el dicho de tu madre: Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. Incluso a la enésima repetición has descubierto el punto exacto en que imperceptible, la batería, hace su aparición estelar en la melodía que andabas escuchando en el autobús. Casi se podría decir que el instrumento parece narrar una metáfora musical de la vida. Te queda algo de tiempo antes de comenzar la reunión diaria con el equipo. Aprietas nuevamente el botón del mp3 y cierras los ojos para apreciar hasta el mínimo matiz. Y ahí están otra vez los acordes de la percusión que misteriosamente se funde sin buscarlo y despacito, convirtiendo en algo importante para ti, los enredos musicales de la rutina de las cosas..
La Chica de los Rizos
Querido Dios:
Bueno, ya sé que ni te quiero ni te creo, pero concédeme la licencia poética. A lo que iba: hay que ver que chapucero te has vuelto con los años. Ya se veía venir que lo tuyo no era precisamente amor al trabajo. Trabajaste seis días en toda tu vida y ya te cojiste la jubilación anticipada. Claro así luego tienen que andar tus representantes aquí en la tierra enmendándote la plana cada dos por tres.
Y es que a quién se le ocurre, por ejemplo, dotarnos para una sexualidad placentera. Si es que solo das trabajo, criatura. Llevan siglos los miles de roucos y cañizares precedentes y presentes (que no venideros, porque no sé si sabes que están en extinción) prohibiéndonos gozar y ni siquiera te molestaste en corregir ese error que tan sabia y persistentemente te recuerdan los de tu iglesia.
Luego está el tema del apéndice.... ahora me refiero al intestinal. Pues si sabías que eso no servía para nada y solo nos iba a dar problemas el día menos pensado, por qué no ajustaste bien la tijera a la hora de recortar los flecos. Una chapuza, vamos, como lo del cerebro masculino, que escasamente nos llega para hablar de fútbol y de mujeres y no todo al mismo tiempo. Qué te hubiera costado concedernos dos o tres neuronas más, si ya nos habías quitado una costilla. Y hablando de costillas, capullo, y tú por qué no te creaste una compañera para no estar solo. Tanto que no es bueno que el hombre esté solo y tu estás más solo que la una. Prejubilado y soltero, así cualquiera. Pues nos distes unas compañeras con unos cerebros tan evolucionados y tan multitarea que ni el windows... ah, que no quieres que te hable de la competencia, vale pues lo dejo, pero lo de las mujeres es injusto. ¿Cómo pudiste hacerlas tan complicadas y desde tan chiquitas?
Cambiando totalmente de tema, hasta con la naturaleza te portaste mal. Lo dejaste todo a medio hacer y ahora tienen los pobres empresarios de la construcción que terminar lo que tú no hiciste. La costa la dejaste sin una maldita urbanización; qué más te hubiera dado, cuando creastes las praderas, haberlas hecho ya con algunos agujeritos para jugar al golf. Pues nada, que hasta tuvimos que inventar las rotondas. Pues ahí te querría yo ver a ti, en una rotonda de cuatro carriles y a ver si adivinabas cuándo tienes que poner el intermitente.
Mira, no es que yo te quiera amargar la jubilación, además ya se que no estás para muchos trotes, pero vaya mierda de creación la tuya. Espero que por lo menos no cobraras mucho por la obra y menos en negro.
Un saludo
No nos damos cuenta que no escuchar nos está llevando a quedarnos con la razón y con la soledad a partes iguales, fracasamos en nuestras comunicaciones personales y sí, digo fracasar porque la mayoría de las veces ni siquiera lo intentamos, estamos tan apegados al resultado que deseamos obtener (que se nos escuche) que nos olvidamos del proceso y generamos la mayoría de las veces conversaciones solo para besugos, en las que nos movemos eso sí, como pez en el agua.
No nos sabemos escuchar ni tan siquiera a nosotros mismos, no sabemos escuchar nuestros sentimientos y por tanto no los reconocemos, mientras, nuestra alma se debilita y nuestro corazón se endurece. No sabemos escuchar nuestro cuerpo hasta que nos grita mediante la enfermedad. No sabemos escuchar al planeta y éste se está quedando afónico, mientras nuestros políticos se pasan la pelota unos a otros en un juego absurdo de incomunicación absoluta.
Estos días he estado reflexionando sobre mis propios límites, me he reconocido en ese elefante pequeño al que un día para domesticarlo le ataron a una estaca de la que no pudo escapar y luego al crecer a pesar de que la cadena se había roto, continuó encadenado a sus propios miedos y no volvió a intentarlo. Tristemente así actuamos muchos de nosotros, nos creamos límites para sentirnos seguros o lo que es peor aceptamos otros como propios, con los que nada tenemos que ver y luego nos olvidamos de volver a intentarlo.
Sin embargo si mejoramos nuestra relación con las palabras, con la verdadera esencia de esas palabras que de alguna manera nos contienen, y en lugar de que nos limiten, logramos abrirnos a un diálogo enriquecedor que contribuya a nuestro crecimiento y libertad personal, si logramos conversar, expresar, escuchar lo que otros tienen que decir activamente, es posible que nos sintamos más fuertes para romper todas esas barreras y lograr que nuestro pequeño mundo personal se amplíe y potencie, ya lo dijo alguien en algún momento, en algún lugar... La unión hace la fuerza.
Brisa