Casi siempre las palabras son un torpe instrumento para decir lo que realmente uno quiere. Pasan los años y la vida nos va dando una forma cada vez más perdida. Estamos y somos seres perdidos, los unos en los otros, iguales a las sombras, deambulando sin rumbo en lo que llamamos nuestro camino y con suerte se abrirá alguna vez un claro para ver la luz, una luz involuntaria, solo un instante en el que seremos felices. Después todo habrá sido. Silencio, como de domingo por la tarde. Las montañas azules que fueron nuestro eterno horizonte vital parecerán más cercanas o desapareceran definitivamernte mientras pensamos el mar. Nos creemos nosotros mismos si estamos a solas. Sentimos solo ese cansancio dulce instalado en las venas. Pesados, como lágrimas que ruedan amargas hacia el suelo, inevitablemente, para devolvernos el recuerdo de unos sueños perdidos y rotos, tentativas varadas en la playa como viejos naufragios de unos sentimientos limpios y dignos.
Son varias las veces que se ha planteado en este lugar el tema de la educación y además por gente que sabe de qué va el tema, no en vano algunos llevan veinte años entregados a tan peculiar tarea. Lo que viene a continuación no es una reflexión mía, sino la que hace un alumno de segundo de bachillerato en el momento de tener que evaluar al profesor que durante un año le ha dado clase.
Alumno: En esta evaluación del curso que termina lo primero que debo es darle las gracias no ya por lo que nos haya enseñado de su materia, que en mi caso no es poco, un sobresaliente (9), sino por enseñarnos el mundo de ahí fuera, lo que se nos viene y lo que nos espera. Pero si he de darle mi opinión, yo me pregunto: ¿de qué nos vale eso? ¿en selectividad nos pedirán eso?... En el mundo de hoy en día ni de la justicia ni del saber se come, que es lo que realmente vale. Con lo que me quedo de la materia que nos ha explicado es con las enseñanzas de la vida que nos ha ido dejando caer, con el intento de hacernos mejor personas, crecer como individuos, tomar conciencia de lo esencial de las cosas, de lo fundamental. Eso es lo que quedará de usted, el recuerdo de alguien que quiso abrirnos los ojos, y hacer que veamos la vida tal y como es, por dura y amarga que sea. Gracias.
Después de leer lo anterior me imagino que el profesor se iría al bar más cercano y no para celebrarlo precisamente sino para olvidar la cantidad de tiempo que había perdido durante un año, la cantidad de días que le ha dolido la garganta inútilmente, la cantidad de noches que tuvo que hacer gárgaras con limón y miel para tener afinada la herramienta para la jornada siguiente, y total, para saberse reconocido por unas enseñanzas que no valen realmente para comer, inútiles y vacías. ¡¡¡Mira que hay gente incompetente!!! Y encima con tres meses de vacaciones. Yo de mayor quiero ser profesor, aunque sea de Filosofía.
El rival de Odyseo
Decidí abandonar cuando quizás ya era demasiado tarde. No bastó con arrojar las ropas y saltar al agua, cruzar a nado la punta de los acantilados y regresar a tierra firme pero en otra playa. No bastó que me dieran por muerto y que sintieran la pesadumbre de mi pérdida durante una semana. Sí, ahora mi nombre está sobre una lápida y en las esquelas de un periódico local. Dejé atrás una vida insulsa de prisas, preocupaciones administrativas y ambiciones funcionariales, unos hijos que buscarán no repetir mi historia y un médico al que impúdicamente durante los últimos años le tuve que contar mis dolores.
Todo eso lo dejé atrás. Ya son sólo estampas de un album de fotos igual al de todos, estampas como la de aquel primer amor que murió prematuramente en un accidente o aquel otro que pasó por delante y lo agarré y me destrozó el corazón en dos miradas. Eso es la vida contada de manera generosa. Ahora simplemente dejo pasar el tiempo mientras me seco al sol en otra playa. No veo a nadie a mi alrededor ni siento el cuerpo, no huelo ni oigo nada, no tengo manos para alcanzar a tocar algo, ni hay un algo a lo que tocar. Esto debe ser la eternidad.
Progresivamente había ido perdiendo la alegría que le caracterizaba. Y la causa no era otra que el conjunto de ideas que habían invadido lenta pero insistentemente su mente, en otra hora simple y clara, actualmente confusa y abatida. Y es que, como la desesperante y contundente fuerza de una gota de agua en la roca, la vigilancia metódica a que había sido sometido, las veladas insinuaciones, las sospechas infundadas o las interpretaciones interesadas, habían terminado por despertar en su conciencia un inexplicable sentimiento de culpa. Años más tarde, asomado a aquel precipicio, después de que su vida hubiera perdido todo el sentido y la plenitud que tanto disfrutó, abocado al absurdo más aniquilador y suspendido de un vacío casi infinito, a la luz del último rayo de lucidez que le quedaba, intentaba explicarse cómo había sido posible tan inaudito suceso: el haberse llegado a sentir culpable de lo jamás pensado o sentido y menos aún realizado. Ya no había marcha atrás, tomó el arma entre sus dedos, la acarició, cuidadosamente la limpió, clavó fijamente sus ojos sobre ella, como sólo se hace con lo que oculta los grandes secretos, presionó suavemente y una gota ínfima, suave, caliente y quejosa salió de su estilográfica. Por fin había encontrado la respuesta, ya tenía el argumento para seguir viviendo, seguir escribiendo.
El rival de Odyseo
De no haber sido espía, yo habría elegido la profesión de ladrón de bancos. No un ladrón cualquiera de estos que asaltan viejas con la pensión recién cobrada o que atracan oficinas bancarias recortada en mano en pueblos de mala muerte. No, yo habría sido ladrón de guante blanco y chaqueta. De esos que se pasean por la sede central de la entidad y los empleados saludan con sumisión proletaria de asalariados. De esos que cuando los pillan en algún chanchullo, pagan los millones de la fianza y vuelven con toda normalidad a sus despachos para atender las llamadas de condolencia de sus compañeros cómplices y colegas de las finanzas o la política. En mi próxima vida procuraré elegir mejor.