PESADELO
Há um terror de mãos na madrugada,
um rangido de porta, uma suspeita,
um grito perfurante como espada,
um olho exorbitado que me espreita.
Há um fragor de fim e derrocada,
um doente que rasga uma receita,
uma criança que chora sufocada,
um juramento que ninguém aceita,
uma esquina que salta de emboscada,
um risco negro, um braço que rejeita,
um resto de comida mastigada,
uma mulher espancada que se deita.
Nove circulos de inferno teve o sonho,
doze provas mortais para vencer,
mas nasce o dia, e o dia recomponho:
Tinha de ser, amor, tinha de ser.
PESADILLA
Hay un terror de manos de madrugada,
un rechinar de puerta, una sospecha,
un grito perforante como una espada,
un ojo desorbitado que me acecha.
Hay un fragor de fin y de derrumbe,
un enfermo que rompe una receta,
una criatura que llora sofocada,
un juramento que nadie acepta,
una esquina que salta de emboscada,
un trazo negro, un brazo que rechaza,
un resto de comida masticada,
una mujer golpeada que se acuesta.
Nueve círculos de infierno tuvo el sueño,
doce pruebas mortales que vencer,
mas nace el día, y el día recompongo:
Tenía que ser, amor, tenía que ser.
Nesta esquina do tempo, de José Saramago con música de Luis Pastor
Me pide Odyseo que le escriba sobre música, pero lo que voy a hacer es "desnudarme".
Para empezar diré que la música que más me entusiasma ("aquello que produce exaltación y fogosidad del ánimo") es la música instrumental. El estar atento a la letra de una canción exige una concentración, que al menos a mi, me impide captar la riqueza que supone la música propiamente dicha. Ese gozo que busco en la música sólo me es posible cuando me detengo en ello, por eso no disfruto, propiamente hablando, de la "música de fondo". En cuanto oigo algo noto inmediatamente si puede producir en mí ese gozo o no. Mi sensibilidad, (cada uno tiene la suya) da la impresión de estar especializada en un tipo de sonidos o un tipo de músicas.
En el proceso de la escucha, siempre que puedo, escucho con bastante volumen. Creo que a un volumen bajo se pierden matices fundamentales.
Escuchar música para mi es SENTIR plenamente "todo lo que está sonando en cada instante". Y sentir lo entiendo como LATIR. Por eso cuando escucho música siento que late no sólo mi corazón, sino todo mi ser.
Una experiencia especial y enormemente gratificante es cuando encuentro personas que son capaces de vibrar, sentir o entusiasmarse con la misma música que yo. Entonces la música se convierte en un instrumento que me pone en contacto con una parte de mi, que de otra manera no logro. Es como si la capacidad de sentir se ampliara en cada uno y surgiera una capacidad de sentir distinta, enriquecida. En ese momento se produce un salto cualitativo que va de comunicar a otro mi gusto, a sentir conjuntamente. De ahí, mi afición a regalar música, (puro egísmo). Y ahora, a gozar (que diría Celia Cruz), escuchando música, por supuesto.
El Rival de Odyseo
En el aire se respiraba el sonido mágico y profundo de la trompeta, que se levantaba lentamente, como si estuviera cansado, pero con una misteriosa fuerza interna que lo transportaba sobre las ondas del humo que llena el local. El batería mantiene un ritmo suave, acompañando los pasos de la ascensión pero desde abajo, vigilante a cada nuevo promontorio y esperando el encuentro con el saxo, que irrumpe de pronto con brío, como si viniera de la ducha, limpio y metálico, brillante en sus notas, con un sonido que procede de dentro, como de más allá de los pulmones y que se mezcla con la sangre caliente para repartirse por la sala. Ahora ya saben el camino, han elegido de entre la multitud de caminos, el que les llevará hasta la cumbre. El bajo es como ese viejo sentado al borde del camino que te sigue con la vista sabia del que ya no espera nada. Se cruzan las miradas, se rozan los cuerpos y la trompeta aparece de nuevo, recobradas las fuerzas, en un diálogo con el saxo, entrelazando sus voces y sobreponiéndose uno al otro mientras construyen una enorme torre de sonido y luz azul. Y de pronto se callan, dejando solo a un platillo amortiguado y sereno, como latidos de un corazón que espera, y a un bajo que se crece como protagonista aunque solo sea un instante, hasta que irrumpe el piano y da la señal a todos para empezar el baile. La orden es clara, lo que antes era cosa de cada uno ahora es cosa de todos y hay que terminar el edificio. La trompeta sigue su melodía amortiguada y en un ritmo lento mientras el saxo hace fugaces entradas y salidas y el piano mantiene la melodía general pero acelerando el ritmo y mandando a la batería que se ponga las pilas. Sube la tensión y progresa la noche, el saxo toma el mando y la trompeta atruena como herida mientras todos suben más y más, casi hasta la cúspide que brilla ya en los ojos cuando las notas golpean el pecho y desbordan sus sentimientos. Están arriba, en lo más alto, donde sopla inmensa la trompeta, donde necesitan gritarse ella y el saxo para hacerse oír, donde el batería golpea furioso y el bajo hace competición con el piano por recorrer más velozmente sus notas, uno en vertical y el otro en horizontal. Y de pronto el silencio. Un segundo o dos bastan para destruir el mundo. El saxo se encarga de dar la noticia, lastimeramente, profundamente, suena y se desangra con el dolor del creador que destruye su propia obra. Dice adiós, con la libertad de quien sabe que mañana volverá a crear un mundo nuevo, ni siquiera el mismo, con las mismas o con otras notas distintas. Dependerá de su corazón y de lo que le cuente la botella desde esta noche hasta la próxima vez.
La música alternativa tiene una existencia corta a partir del momento en que triunfa y empieza a vender discos. Grupos más o menos alternativos, de música heavy o punk o grunge, pueden pasar del día a la mañana a vender miles de discos y convertirse en un fenómeno de masas. El caso de Nirvana puede ser un magnífico ejemplo. La popularidad se convirtió para ellos, al menos para el difunto Kurt Kovain, en algo de lo que avergonzarse. Tras el éxito de Nevermind, que superó en las listas al mismísimo Michael Jackson, decidieron hacer un nuevo album deliberadamente más oscuro e inaccesible (In Utero) que volvió a alcanzar los números uno de las listas. El suicidio debió parecerle la única salida viable a la situación a la que se vieron abocados.
Casos parecidos serían los de Violent Femmes, Grievous Bodily Harm, Circle Jerks o Dead on arrival en el mundo del punk, o el de Tupac Shakur o Eminem en el caso del hip-hop (negro o blanco).
Lo alternativo en cuanto es asumido por el sistema, deja de serlo y se convierte en un producto de masas. Realmente, si tuviéramos que buscar el disco más alternativo de la historia, creo que tendríamos que señalar a Lou Reed y su album Metal Machine Music editado en 1975. En la segunda cara del segundo disco había un tema con un surco cerrado para que se repitiera indefinidamente. El resto eran zumbidos de interferencia radiofónica mezclados con estridentes sonidos de guitarra. Los que lo compraron, en muchas ocasiones, exigieron que les devolvieran el dinero. Sin embargo, hay algunos críticos y fans de élite que lo encuentran fascinante, un placer dificil. Quien ande buscando música alternativa ahí lo tiene. A su lado, todo lo demás suena a gloria.
La música para mí es como el aire. Nos envuelve. Me permite vivir. Hacer memoria de mi vida implicaría volver a escuchar toda la música que he sentido. Todo tiene música en la vida y cada momento, cada persona, cada lugar, tiene su propia melodía. Sólo hay que escuchar, prestar atención y hacer un poco de silencio y, como de forma mágica, poco a poco irá apareciendo el sonido. Al prinicipio es un sonido muy leve, como lejano, pero enseguida el murmullo se convierte en sonido claramente audible y el ritmo se apodera de toda la cabeza.
Los menos acostumbrados sólo lo oyen en situaciones muy especiales. Algunos, desgraciadamente, son sordos incapaces de atender a la más mínima vibración. Pero los que gozamos de la capacidad de oir el sonido de la vida, sabemos qué es la música y a qué suena cada instante de nuestras existencias.
La música cambia, no siempre suena la misma en los mismos lugares o con las mismas personas. Cada persona tiene una música especial que si sabes descubrirla te conquista. La luz de cada momento del día, la escalera que subimos todas las mañanas, el encuentro con la persona amada, una tarde de invierno mirada a través de la ventanilla de un tren... Sin embargo, con sólo un cambio de matiz en esa luz, con un cambio de objetivo al subir esa escalera, con que sólo el tren nos conduzca de regreso a casa después de un hermoso encuentro o de un triste suceso, la música cambiará de melodía y de ritmo.
La poesía de un momento reside más en su música que en el momento en sí y, muchas veces, es el sonido de esa música el que nos permite acercarnos a la huidiza idea del paraíso.
Probad a escucharla, probad a comprobar como el Metro suena como una sinfonía de Cristobal Halfter, que el éxito en un encargo suena como las voces de un coro renacentista, que una cita a ciegas suena a banda sonora de Pulp Fiction, que un domingo soleado suena a Chris Isaak, que un viernes a las once de la noche suena a Police, que la melancolía suena a ritmo de blues y el violín tiene la fuerza del que sabe su propio destino. Mi último descubrimiento es que en la Calle Giusseppe Verdi a la altura del Café BomBom y antes de llegar a la Academia de Brera en Milán suena un solo de flauta que podéis encontrar (además) en la banda sonora de la película Blue.
¿Qué música suena ahora en tu cabeza?