El científico coreano King Jong-Hwam acaba de dar a conocer el resultado de sus últimas investigaciones en materia de robótica e inteligencia artificial. Partiendo de una simplificación del código genético humano y unas pocas de combinaciones de patrones de conducta, ha creado un código informático capaz de emular por parte de robots la capacidad de sentir y pensar de los humanos.
Afirma el profesor Jong-Hwam que ello supone la creación de una nueva especie artificial y que este invento podría suponer un peligro para la humanidad si se introdujera un código conductual negativo en dichos robots, pero que será muy beneficioso siempre que el código sea positivo.
Aparte de que parece algo exagerado afirmar que con esos parámetros se esté consiguiendo emular dichas capacidades humanas en una máquina (falta aún bastante investigación hasta conseguir auténticos avances en este campo), creo que es una ingenuidad pensar que con unas pocas de combinaciones conductuales y emocionales además de unas pocas órdenes se puede imitar la complejidad de los sentimientos y comportamientos humanos (que además muchas veces son totalmente imprevisibles).
Afirmar que podría ser peligroso suena a intento de hacerse publicidad a base de explotar el morbo ajeno, puesto que cualquier tecnología mal usada puede ser potencialmente peligrosa. La tecnología no es peligrosa en sí casi nunca. Los peligrosos son los hombres que las manipulan o las crean. En fin, ciencia ficción en sentido literal.
El proveedor de servicios de internet UK Online ha realizado un estudio entre una muestra de sus empleados y clientes para comprobar, entre otras cosas, qué hábitos nutricionales mantenían mientras estaban delante del ordenador.
A la vista de lo que han encontrado bajo las teclas, resulta que nuestros teclados son unos chivatos magníficos de nuestros hábitos y costumbres no solo nutricionales: entre restos de pan, patatas fritas, sandwiches, fiambres, palomitas, cáscaras de pipas y chucherías varias, también se encontraban trozitos de uña, arena, pelusas textiles, cabellos y hasta pelos púbicos. Y esto me lleva a pensar varias cosas.
Primero, que eso del sexo virtual y por internet deja tantos rastros como el real y en el sofá. Segundo, que teclear con una mano mientras con la otra te dedicas a otros menesteres (y ahora me estoy refiriendo a los menesteres gastronómicos, mal pensados) es no solo complicado sino poco productivo.
Un análisis de las sustancias adheridas a las teclas ha descubierto que junto a restos de diferentes tipos de azúcares y aceites, se hallaban sustancias de esas con las que el equipo del CSI manda a la carcel al violador más escurridizo.
Así no es de extrañar que UK ONline recomiende a sus empleados que se laven las manos antes de comer, que no coman comida basura y que se den un paseo fuera de la oficina.
Sobre los otros hábitos no sugiere nada.
Al comienzo de la Revolución Industrial, las primeras líneas de ferrocarril en Inglaterra eran sufragadas por los particulares. Se trataba normalmente de empresarios y granjeros interesados en los beneficios de tales adelantos para conseguir una mejora en sus empresas. Lo mismo ocurrió algunos años más tarde con la aparición de los primeros automóviles y, consecuentemente, de las primeras carreteras asfaltadas. Fueron los particulares los que pagaron las inversiones necesarias para la primera andadura de tales progresos en las comunicaciones y transportes.
Pues bien, los Estados rápidamente entendieron que el desarrollo de una organizada red de carreteras y vías ferroviarias no podía quedar en manos de unos simples particulares y que estos no tenían capacidad suficiente para sufragar todos los gastos e inversiones necesarias. Así mismo, tuvieron suficiente visión de futuro para comprender el rápido avance que estas vías de comunicación iban a experimentar fruto del cada vez mayor número de usuarios de las mismas. Es decir, supieron interpretar los tiempos y vaticinar el futuro. Y darse cuenta de que cuanto más contribuyeran al desarrollo de tales adelantos, más avanzaría el país y sus ciudadanos.
Sin embargo, recién estrenado el siglo XXI, los Estados aún se niegan mayoritariamente a entender que las telecomunicaciones y sus redes (telefónicas, ópticas, de datos, inalámbricas, vía satélites, etc) son una necesidad básica y, por tanto, un servicio que no puede quedar en manos de unos particulares, sino que debe ser asumido por los Estados en sus presupuestos. Que igual que construye carreteras, puentes, túneles, autovías, líneas de trenes de alta velocidad, debe construir, desarrollar y subvencionar, las líneas y sistemas de telecomunicaciones. Que ya no se trata de que la conexión a Internet sea más barata, sino de que sea gratis y se sufrage con los impuestos de todos; que todos tengan un acceso a las puertas de su casa, como ocurre con las calles.
¿Se imagina alguien que algún Ayuntamiento nos quisiera cobrar por pisar sus calles y utilizarlas? Pues eso.
Esa es la media de duración de un plano en cualquier programa de televisión, anuncio publicitario televisivo o videoclip, película o teleserie. Es decir eso es lo que nuestra atención es capaz de aguantar sin impacientarse.
Además esos planos han de ser en color, nada de blanco y negro, con escenas de tema violento o de contenidos claramente sexuales, aderezados con unos impresionantes efectos especiales y tratamiento por ordenador, con unos mensajes simples, llamativos, que provoquen cierto desconcierto pero que no hagan pensar. La mente no ha de tener tiempo para detenerse y reflexionar, por eso hay que cambiar cada pocos segundos de mensaje, de plano, de imagen o de escena.
Nos están educando para no poder mantener la atención fija más de seis segundos en un plano, en una imgen , en un pensamiento... O lo que es lo mismo, nos están educando para rechazar lo profundo, lo complejo, lo que va más allá de lo puramente superficial, lo que no se ve o no se oye, lo que exige esfuerzo o detenimiento...
Nos están mal-educando. Os habéis preguntado para qué.
(Tenéis 6 segundos para contestar)