22 de Junio 2004

Cultura y demanda

En los últimos veinticinco años y debido a la mayor atención prestada por las instituciones públicas, la cultura española ha vivido un aparente esplendor. El país se ha poblado de edificios insignes y prácticamente no hay pueblo o ciudad que no haya visto como se le adornaba con algún museo de diseño vanguardista, algún puente de ingeniería estilizada o algún auditorio de gran aforo. Bibliotecas, centros culturales, salas de conferencias, palacios de congresos han surgido por doquier, aderezados con esculturas de artistas modernos en plazas, jardines y lugares de esparcimiento. Las administraciones tanto municipales como autonómicas y nacionales han dotado al país de un equipaje cultural de primer orden, deslumbrador y muy efectivo de cara a la foto el día de la inauguración. Nuestras universidades están desbordadas de licenciados y diplomados, las ferias y muestras de libros se llenan de gente y las colas ante un escritor firmando su última publicación suelen ser largas y abundantes.
Ante tal visión uno corre el peligro de perder de vista que tanto hermoso contenedor, no está dotado de apenas contenido de interés alguno. Es una cultura vacía, como casi todas las culturas subvencionadas y oficiales. Nuestras universidades están llenas de estudiantes pero los programas y enseñanzas están obsoletos y son de una calidad ínfima. La democratización de la enseñanza es un logro social de primer orden, pero corre el peligro, si no se vigila atentamente, de incorporar a tanto titulado a una cultura de masas absolutamente simplona y devastadora. La democratización de la enseñanza en España no ha servido para crear buen gusto sino para maquillar el vacío intelectual, con grandes fastos de cultura basura. El problema no radica en la falta de una oferta de calidad, sino en la baja calidad de la demanda. La gente no quiere conciertos de música clásica ni ópera, ni teatro, ni buen cine, sino que quiere espectáculo de consumo.
En la enseñanza pasa como en el mercado, los mejores clientes se llevan el mejor producto, aunque les salga un poco más caro. Mientras maestros y profesores, mal pagados y mal considerados, se esfuerzan por dar una calidad a su trabajo, los pupilos salen ciegos de las aulas, incapacitados para entender el mundo y vacíos de unos valores que van a necesitar tarde o temprano.
La cultura culta no desaparece pese al avance de la basura, al contrario, se vuelve más exquisita y se refugia donde siempre ha estado: en los reconcentrados círculos del poder (poder en el amplio sentido del término, incluyendo sus parcelas económicas, religiosas, sociales, políticas, empresariales e intelectuales). Sólo las élites siguen disfrutando de esta cultura mientras las masas, con una enseñanza de segundo orden, se siguen embruteciendo con el consumo de exposiciones o la asistencia a foros que están vanos. El privilegio de poder contemplar una pintura o degustar una música de valor se queda recluido en los círculos de la clase hereditariamente cultivada y rica, reproduciendo de este modo sus privilegios históricos.
Una enseñanza competente, en colegios competentes, impartida por un profesorado competente, es lo que un verdadero Estado democrático debería ofrecer gratuitamente a todos sus ciudadanos, para mejorar su juicio y su felicidad. Pero el Estado sólo está interesado en entretenernos, como con el Foro de Barcelona.

Escrito por odyseo a las 22 de Junio 2004 a las 08:54 AM
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