14 de Junio 2004

El árbol donde crecen los zapatos

En aquel viaje , por primera vez en mi vida, me sentí derrotado, perdido y sin fuerzas para continuar. Hacia más de cinco horas que no pasaba ni un maldito camión y el calor era sofocante. Lo único que me mantenía atento era el lento transcurrir de los mojones cada cien metros con el identificativo de la carretera US-50, entre Carson City y Ely. Casi 500 kilómetros entre ambos extremos y un burdel en cada uno de ellos. Entre medio, sólo el desierto y los lagartos. Pero Horacio no era persona que se dejara vencer por la adversidad. Viéndolo allí erguido, como un poste duro y seco, cualquiera diría que aquel hombre era todo menos humano. Horacio se mantuvo así durante seis largas horas desde que decidimos no seguir caminando, convencido de que alguien pasaría y nos recogería, aunque fuese el mismísimo diablo el que tuviera que coger el coche.
Sin nadie a nuestro alrededor, sin apenas agua y con solo el destino por delante, Horacio permaneció con su dedo apuntando a las estrellas hasta que a lo lejos empezamos a vislumbrar las luces de algún vehículo que se acercaba ronroneando como si navegara sobre la arena.
Era la camioneta del viejo Stevenson, propietario de la única gasolinera de Middle Gate, pequeña población a mitad de camino. Además de la gasolinera, tenía un pequeño asador y un bar donde los solitarios pasan las noches con el único consuelo del whisky que el propio Stevenson fabricaba en la trastienda de su destartalado negocio.
Allí fue donde escuchamos la historia del árbol en el que crecían zapatos. Se trataba de un viejo álamo que crecía al borde de la carretera a unos pocos metros de la gasolinera. Cuentan que llegó hasta allí una pareja de recién casados enfadados por haber perdido todo el dinero en las tragaperras de Reno. La mujer, harta de la discusión, amenazó con volverse a pie a Utah. Su esposo, conociendo a su mujer y sabiendo que cuando a ésta se le metía algo en la cabeza no había quien la detuviera, cogió los zapatos de ella y los lanzó a la rama más alta del árbol, gritándole que si quería volver andando lo tendría que hacer descalza.
La dejó allí de pie y se fue al bar a tomar unas cervezas. Dos horas después, cada uno seguía en su sitio sin dar el brazo a torcer, hasta que intervino la señora Stevenson, convenciendo al marido de que si no hacía algo, toda su vida sería una continua pelea. "Vuelve y dile a tu mujer que todo ha sido culpa tuya".
El hombre se dejó convencer y la pareja hizo las paces. El esposo lanzó también sus zapatos al árbol en señal de solidaridad. Un año después volvieron con su hijo y lanzaron las botitas del niño. Como decía la señora Stevenson, "el amor es un trabajo dificil". Muchos desde entonces han imitado a los primeros lanzadores hasta el punto de que ahora, más que hojas, sólo se ven zapatos colgando a miles de sus ramas.
A Horacio le encantó la historia y también arrojó sus botas al árbol. Si pasáis por allí, aún las podréis ver.... Siempre es mejor viajar descalzo.

Escrito por odyseo a las 14 de Junio 2004 a las 06:08 PM | TrackBack
Comentarios

¿Es mejor transitar "el viaje de la vida" descalzo?
Parece cuestión de encontrar el talle justo.
El calzado puede evitar el lastimarte. Pero también puede lastimarte.
Amor y pena van de la mano, y de uno al otro puedes ir caminando.

Escrito por Timón a las 14 de Junio 2004 a las 06:02 PM

Querido Timón: Ir descalzo, sin nada que se interponga de forma artificial entre tú y la vida, es siempre más real... aunque no más cómodo.

Escrito por odyseo a las 14 de Junio 2004 a las 06:16 PM

yo conozco la historia de una mujer que traicionó a su amante y luego tuvo que gastar las suelas de hierro de tres pares de botas. El cuento se llama Hans el erizo, y es de mis favoritos.
A mi me encanta ir descalza.
Aunque tengo en el pie una herida que no se cierra, desde que me dio por ir descalza a casi todas partes en un viaje por Orlando, California.

Si veo ese árbol dejáré allí mis zapatos, ojalá venga alguien conmigo y también lo haga.

Escrito por Artemisa de Caria a las 14 de Junio 2004 a las 08:22 PM

Caminar descalzo, sintiendo las serpenteantes energías de la tierra bajo tus pies...El problema es que cada vez hay más asfalto.

Escrito por derviche a las 14 de Junio 2004 a las 09:06 PM

Yo lloraba porque no tenía zapatos, pero un día vi un hombre que no tenía pies, entonces dejé de llorar.

Dark kisses

Escrito por lua a las 14 de Junio 2004 a las 10:13 PM

A mí también me encantó leerlo. A veces pienso si sigo leyendo la prensa sólo por estos "pequeños" hallazgos.

Escrito por Bo Peep a las 15 de Junio 2004 a las 12:52 AM

De vez en cuanto es bueno caminar descalzo, por lo regula siempre lo hago.

A mi personalmente me llamó la atención la parte de "el amor es un trabajo difícil", porque realmente lo es y más cuando actualmente los matrimonios no pasan de los 10 años.

Besos =)

Escrito por Nanni a las 15 de Junio 2004 a las 02:19 AM

Artemisa: dile a ese alguien que se decida y si no que saldrás tu sola a buscar el árbol, porque antes de que llegues ya tendrás con quién lanzar los zapatos.

Derviche: el asfalto y el cemento parecen cubrirlo todo, hasta nuestros corazones.

Lua: por eso es mejor no lamentarse tanto y apurar el tiempo que vivimos, que es breve.

Bo Peep: ;-)))

Nanni: el amor es una de las cosas más difíciles que existe, mucho más que el odio.

Escrito por odyseo a las 15 de Junio 2004 a las 08:04 AM

¿Y el zapato no es real?
(qué forma tan ordinaria de referirnos a éso, Ody)

Escrito por Timón a las 16 de Junio 2004 a las 04:41 PM

Timón: el zapato o la ropa son los símbolos (en este caso) de todo aquello que nos envuelve, nos disfraza, nos oculta, nos tapa y nos impide ver o sentir la realidad.

Escrito por odyseo a las 16 de Junio 2004 a las 09:04 PM

esta buenísima la historia espectacular buenísimaaa

Escrito por maite a las 27 de Abril 2010 a las 04:26 PM
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