En estos tiempos convulsos que corren, donde los que habían sido hasta ahora los pilares de las sociedades occidentales están en profunda crisis (los sistemas políticos, las iglesias, los valores sociales y familiares, los partidos y sindicatos, la educación...) cabe preguntarse de qué forma podríamos enfrentarnos a los ataques que desde la intolerancia, el fanatismo o la banalidad se hacen a nuestras sociedades.
Algunos han inventado el concepto de guerra o ataque preventivo pero sus resultados, a la vista están, son más bien contraproducentes: por prevenir el ataque de una avispa metes el brazo en el avispero para agitarlo.
Otros, como los partidos y sindicatos o los sistemas educativos, siguen como si no ocurriese nada y esta historia no fuera con ellos. Otros, como las iglesias, reivindican, como siempre que se agitan los tiempos, una vuelta al pasado, a lo tradicional, a lo ortodoxo, pese a que esa solución nunca haya funcionado.
Sin embargo, hay voces como la de Amelia Valcárcel, que reclaman un nuevo humanismo que nos enseñe a enfrentarnos a los retos de la globalización y el multiculturalismo. Se trata de un humanismo que no consiste simplemente en una vaga disposición benevolente hacia el prójimo, sino un conjunto de actitudes que nos devuelvan la capacidad para vivir en paz, con nosotros y con nuestros vecinos; que nos ayuden a ponernos en el pellejo del otro y a ver las cosas desde más perspectivas además de la nuestra; que nos devuelva la com-pasión y el respeto, por nosotros mismos y por los demás.
Existen unos grandes referentes universales: la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, como una tabla de valores que nos ayudará a superar a las religiones y a los grandes enemigos de la ética: el fanatismo de cualquier índole y naturaleza, el poder controlado por unos pocos, el afán de logro a toda costa, el individualismo agresivo, el dinero, la ambición....
Para ello necesitamos desprendernos de esa capa mugrienta que nos envuelve y que han arrojado sobre nosotros, para dormir nuestras conciencias, la telebasura, la publicidad, los medios de comunicación, los valores imperantes o a la moda. El camino no es fácil, pero es posible, no es ninguna utopía. Requiere de una verdadera revolución, personal, interior, en el corazón, que nos convierta, de nuevo, en Hombres, que nos devuelva la sensibilidad hacia las injusticias, la capacidad de juicio, la compasión y la preferencia por los comportamientos éticos.
Aunque no esté de moda.
(La profesora Amelia Valcácel es Catedrática de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Oviedo. En el año 2002 publicó un libro titulado Ética para un Mundo Global, donde desarrolla éstas y otras ideas parecidas.)
Escrito por odyseo a las 20 de Marzo 2004 a las 06:11 PM | TrackBackEstoy totalmente de acuerdo en el hecho de que debemos partir hacia una ética universal. El principio de los DDHH del 48 está bien para nosotros, pero supongo que habría que discutir muchas cosas. Por otro lado, el resurgir de los nacionalismos, ¿cómo se podría encajar en todo esto sin despacharlos con un simple "no ha lugar" o el típico, pero a mi juicio irreal, "soy ciudadano del mundo?"
salud
Escrito por lobo a las 20 de Marzo 2004 a las 08:20 PMprofetica
Escrito por giovanni a las 21 de Marzo 2004 a las 08:12 AM