No no voy a hablar de las Torres Gemelas de Nueva York ni de su centro financiero. Voy a hablar del ombligo. Cada uno tenemos uno en el centro de nuestra anatomía y quizás por eso y porque nos mantuvo unidos a la fuente de la vida en ese tiempo minúsculo, (comparado con la inmensidad de toda nuestra biografía), en que estuvimos dentro del seno materno, nutricio, caliente y dulce, nos resulta tan dificil separarnos y cortar el cordón umbilical. No el cordón físico, sino el psicológico. Cada día estamos más necesitados de la ayuda, de la seguridad, del calor de ese alguien que nos cuida, nos mima y nos da ternura. Pero corremos el riesgo de caer en una fuerte dependencia que nos invalida, es decir, que nos hace minusválidos e incapaces de ser responsables de nuestra propia existencia.
La sociedad actual tiende su cordón hacia todo aquello que le ofrece seguridad o le posibilita escapar de su dura o triste existencia: yupis enganchados a la cocaína y al deportivo; jóvenes enganchados al alcohol o a la violencia o a la moda o a la pandilla; mujeres enganchadas a maridos que las maltratan y a los que no se sienten capaces de denunciar...
Y no sólo individuos. Sociedades enteras enganchados a la necesidad de seguridad como argumento que justifica sus guerras; enganchados a deseos de venganza contra el que supuestamente es el origen de sus males; ciegos todos por el miedo, incapaces de mirar más allá de sus ombligos.
Más allá del ombligo físico, tener ombligo significa haber alcanzado la madurez y la libertad del que se responsabiliza de su vida y de sus actos, del que decide por sí mismo y se equivoca por sí mismo y asume sus errores. Pero qué dificil resulta encontrar hoy en día a alguien así. ¿Conocéis a alguno?