A partir de aquel día pasó a ser conocido como el caricaturas. Y aquel día fue el primero en el que se despegó, -aunque sólo materialmente-, de las faldas de su madre y empezó a ganarse la vida por su cuenta, pero a costa de los demás, pues para ello se instaló en mitad de la plaza con una silla, un cuaderno, una caja de lápices y un letrero que rezaba: Se hacen caricaturas. Precio: la voluntad. La plaza era grande, la vida larga y no faltaban viandantes a los que exagerar un rasgo, muchas veces apenas indicado, cuando no imaginado, para garabatear aquellas cuartillas y lograr un retrato único, por llamarlo de alguna manera. Y ciertamente únicos eran aquellos dibujos pues nadie, ni siquiera él, conocía el criterio que utilizaba para seleccionar en sus modelos aquellos aspectos tan invisibles para todos menos para él. Había que reconocer que como fisonomista no tenía precio. Lo que llamaba la atención realmente, de aquel amplio muestrario de personajes que habían pasado por sus manos, era que lo exagerado, acentuado o deformado de sus semblantes no era ni esa nariz chata o aguileña, ni esos ojos saltones o extraviados, ni aquellos labios carnosos o viciosos, ni aquellos dientes despistados o perfectamente uniformados, sino los aspectos de la personalidad menos favorables, o los defectos que como personas todos tenemos, o aquellos comportamientos morales más cuestionables, o aquellas debilidades humanas tan comunes a todos. De esta manera el que no le salía envidioso, le salía soberbio, o celoso, o avaricioso, o cobarde, o suertudo, o inútil, o vago, o insolente, o cruel, o poco sensible, o mentiroso, o adúltero, o ridículo, o Fue tal la perfección que adquirió en el arte de la caricatura que se convirtió en un auténtico maestro, pero del retrato, mejor dicho, del autorretrato, pues en cada una de sus láminas lo que aparecía no era más que un pincelada de su propia alma. Fueron muchas las caricaturas que realizó y vendió a lo largo de su vida, pero fue incapaz de vender esa obra maestra, su propio retrato, al que terminó abrazándose en las duras noches de la vejez cuando ya nadie posaba para él.
El rival de Odyseo
Un extraño Dorian Gray.
Escrito por peke a las 25 de Enero 2008 a las 12:07 PMEl espejo que aunque devuelve la imagen, por mentirosa la solemos tomar.
Escrito por Rizos a las 25 de Enero 2008 a las 06:54 PMPEKE: Determinados hábitos o formas de enfrentar la realidad de extraños tienen bien poquito.
RIZOS: Pues mire usted, justamente lo que propone es lo que no termino de entender, que aceptemos la mentira de una forma tan natural.
Escrito por El rival de odyseo a las 27 de Enero 2008 a las 05:36 PMBueno, creo que a todos nos gusta conscientemente que nos valoren, que saquen conclusiones de nosotros. Nuestro ideal de creer ser entendidos pensamos que nos acerca más a la perfección de nuestra imagen. Pero el espejo del alma solo nos nuestra una imagen propia y de comprensión exclusiva de cada uno, por eso mismo, muchas veces no somos capaces de vender nuestra propia natulaleza, ya que solo la entendemos nosotros.
Escrito por segu a las 27 de Enero 2008 a las 05:55 PMSEGU: Sí, el espejo del alma. ¿Cómo son sus cristales? ¿Cóncavos? ¿Convexos? Tengo la impresión de que no son (somos) pocos los que tienen una imagen deformada de sí mismos. ¿Estás seguro de que habitualmente tenemos una compresión adecuada de nosotros mismos? A veces, nuestra propia imagen nos gusta tan poco y es tan inaceptable incluso para nosotros, que nos pasa lo mismo que "al caricaturas", que terminamos viendo en los demás lo que nosotros mismos somos.
Ya lo dice el refrán: "Quien te entienda que te compre", y termina uno más sólo que la una, apenas acompañado de su propia sombra.
Saludos
Escrito por El rival de Odyseo a las 27 de Enero 2008 a las 11:45 PMPues mire Usted ;-)) no he propuesto, he aseverado que nos mentimos siempre porque no aceptamos la cruda realidad, nos duele demasiado.
Escrito por Rizos a las 29 de Enero 2008 a las 09:15 PM